domingo, 29 de junio de 2008

Babel

Babel no está en mi cama.
En mi cama está tu cuerpo.
En mi cama me deslizo y te penetro.
En mi cama disfruto tu humedad.

Babel no está en tu cuerpo.
En tu cuerpo está el aleph.
En tu cuerpo están esos pezones
que tanto disfruto.

Babel no está en mi orgasmo,
ese grito que tanto te avergüenza
ese momento egoísta en el que
nunca coincidimos

Babel no está en tu sexo,
ese sabor alcalino
que te lleva al orgasmo
y anticipa mi entrada.

Babel está en mi sexo,
que ya lastima tu mandíbula.
Babel está en nuestros besos,
que ya te asfixian.

Babel está en el aire,
está en tus celos,
está en mi furia,
contra tus reclamos estériles.

Babel está en tu vida,
que nunca supo ver mi amor.
Babel está en tu amor,
que se mezcló con el odio.

Babel está en mis huesos,
endurecidos con tu soberbia,
está en mi anhelo de libertad,
por hacer de la belleza mi lenguaje

Como un día que miré tus ojos,
me enamoré de tu figura,
te deseé en tu desprecio,
eyaculé en tu provocación,

y me llevaste hasta la locura,
te tuve cuanto pude,
y te desprecié y te extrañé,
me arrepentí y te di mi vida,

no demasiado tarde,
sino demasiadas veces,
hasta que un día comprendí,
que Babel no existe cuando somos uno.

viernes, 27 de junio de 2008

Una frase corta

Siempre hay la tentación de decir algo más, sobre todo cuando lo que quedó pendiente de decir es un reclamo, una frase soberbia, un sarcasmo, una leyenda hiriente, un Ishallbeback o un tearrepentirás. Una frase corta es más contundente, pero es inexacta, omite matices, castra sentimientos, genera voces interiores. Luego la tentación sigue, la posibilidad de cometer el error que no debe cometerse, ampliar el primer mensaje, ampliarlo mucho más. Ah, pero es que para pasar la página a veces hay que martillarla, soldarla o hasta quemar las naves, pero es que quemar las naves a veces es quemarse uno mismo, inmolarse, lanzarse al vacío, dejar de respirar, pero eso no es posible sin dejar de existir. Por eso el mensaje contundente, la frase corta, es lo más peligroso. Una vez dicha o enviada hay que vencer toda tentación, de lo contrario lo único que queda corto es el orgullo.

miércoles, 25 de junio de 2008

El silencio del viento

He pateado una piedra. Ya no con la misma fuerza de antes. Sólo sentí el viento frío. Y oí su silencio. El corazón libre de amores. Los yanotequieros no fueron necesarios. Sólo fue necesario gozar el silencio del viento.

lunes, 23 de junio de 2008

La pelirroja

Mi amiga dijo que me presentaría a su amiga que iba solita a la fiesta. Me señaló quien era y yo miré a una chica que me pareció gorda. Conforme se acercó vi que no era gorda, el tamaño de su busto alteraba la caída del vestido. Tenía unos ojos claros y vivos, y una sonrisa incapaz de detenerse, de esas sonrisas que intimidan a los hombres que se alimentan por los ojos.
Toda la noche se vio acediada por efímeros conquistadores que quizá no hayan obtenido de ella ni su número celular. Yo recuerdo con alguna alegría su rostro y su figura. Incapaz -ya- de idealizar a una chica hermosa que no para de sonreír, sólo puedo imaginar escenas, desde el más pueril beso, hasta el más vulgar movimiento de mi cuerpo sobre su pecho.
Pero lo trascendente no está ahí, no está en la aferración de su imagen sobre mi mente -en este momento de mi vida no puedo idealizar-, está en la risa que me provoca la idea de pasearme al lado de ella frente a quien no ha sabido rendir la pleitesía a la soberbia idea de construir algo juntos. Nada hiere más a otra mujer que un busto más grande que el suyo propio.

sábado, 21 de junio de 2008

Lo que el vacío se llevó

¿Cuántos minutos, horas, días, lustros necesito para saber que no he podido escribir nada para el día de hoy?

jueves, 19 de junio de 2008

El hombre del coche de atrás

En una ocasión me llamó una antigua novia a la que tenia tiempo de no frecuentar. Quedamos de vernos ese día en la noche, así que pasé por ella a su trabajo y luego emprendí el camino hacia mi departamento. Extrañamente equivoqué la salida de Viaducto y traté de corregir la ruta más adelante, lo que me condujo a entrar a un estacionamiento en vez de tomar cierta avenida. Al cometer este segundo error me percaté de que el vehículo que venía atrás también lo hizo. Salí de ese lugar y tomé otra avenida.
Cada vez que cambiaba de carril, el vehículo que se había metido conmigo al estacionamiento se movía hacia el mismo carril en el que me encontraba. Mientras más me cambiaba de carril más evidente era que me estaba siguiendo. Pensé que era un asaltante, porque la Ciudad de México no tenía muy buena fama por aquellos días. Cuando empecé a huir del automóvil de atrás mi compañera se percató de que algo extraño sucedía.

—Nos están siguiendo, —le dije.

—Mmmhhh, ya sé quién es, párate y ahorita lo arreglo.

—No, cómo crees que me voy a parar, ahorita me le escapo.

Tomé varias avenidas sin semáforos y traté de escapar, pero como el otro auto era más potente que el mío siempre me alcanzaba. Intenté hacerlo chocar y no pude. Cuando finalmente se me emparejó por la izquierda, tuve que bajar el cristal. El tipo, aproximadamente de mi edad, comenzó a discutir con ella. Mi amiga le ordenaba que dejara de seguirnos, mientras él negaba. Cuando la breve discusión terminó, arranqué de nuevo y pasé sin frenar algunos topes, hasta que llegué a un semáforo. Allí tuve que parar y el otro auto también. Ella se bajó para seguir discutiendo y ya no me enteré de qué decían. Su bolso permanecía en mi auto, lo cual era cierta garantía de que no se iría con él. Regresó y ya nos íbamos cuando el tipo se bajó y comenzó a caminar hacia mi coche. Aproveché la situación y eché reversa, entonces él empezó a correr. De pronto se me atravesó otro automóvil y tuve que parar en seco, igual que lo hizo el tipo que venía corriendo, al estrellarse primero sus rodillas con la defensa de mi coche, luego su pecho con el cofre, y finalmente sus mejillas con el parabrisas.
No sé por qué, pero el tipo me reclamó. Menos aún me lo explico, pero ella gritó.

—¡Espérate, lo vas a lastimar!

Tampoco entiendo por qué, pero yo sospeché que si le preocupaba que lo lastimara no sólo era por razones humanitarias, sino porque algún lazo afectivo la unía al hombre del coche de atrás.
Discutieron y finalmente el tipo emprendió un camino distinto al nuestro. Ella explicó la situación con el argumento de que era un simple pretendiente, que hacía poco había dejado las drogas y al cual el padre nunca atendía. Mientras ella contaba eso yo me ufanaba, hacia mis adentros, de mi parsimonia. En ningún momento pensé en bajarme a pelear con el hombre del coche de atrás, ni mucho menos. La vergüenza era para él, acaso para ella, mía no. Incluso, recordaba que mientras ellos discutían, todos los mirones atendían la situación y yo colocaba mis manos en la nuca admirando el espectáculo y siendo admirado como el que probablemente le bajó la vieja al que hacía el ridículo.

martes, 17 de junio de 2008

Soñar

Esta búsqueda es tan larga que ya no sé qué busco, qué he encontrado, ni qué repetiré cuando lo encuentre. Es un déjà vu perpetuo, pisar mis propias huellas, oler mis propios pedos. Sueño lo que vivo, lo transformo, lo desecho y despierto. Y sigo buscando lo que me da seguridad, tu cuerpo pasivo, tu corazón asexuado, sin vaivenes hormonales, tu cuerpo siempe rozagante, y tu onírico rostro. Pero me debo morder la cola, mojarme entre la lluvia con el agua que ya bebí, acostarme a solas y sin moverme, no vaya a ser que soñando te patee.

domingo, 15 de junio de 2008

Una chica es pasajera

Jueves
Manejo por el bulevar, con el tacómetro a ciento veinte, tal vez sea más, los nuevos rines no me permiten saberlo, quizá ciento cuarenta, o ciento cincuenta, no sé, sólo sé que mi salida es la próxima, aún estoy en el carril de alta, la lateral está a un paso, me atravieso veloz, origino un enfrenon, oigo un claxon, es un de un taxi, un Filán dos puertas sin el asiento delantero, en mi retrovisor destaca el conductor iracundo, volteo hacia el espejo derecho, me incorporo a la lateral, vuelvo a mirar el espejo central, una chica es pasajera, sin rostro, sin rostro aún, hasta el semáforo, donde me detengo, donde el taxista me insulta, donde se suelta una ráfaga de viento que yo no siento porque llevo las ventanas cerradas, pero la chica del taxi sí, entra el polvo al Filán, ella se tapa los ojos, no veo su cara pero el gesto que hace al tratar de tallarse me da curiosidad, sólo sé que es joven, y alta. Y pasajera.
Al entrar al estacionamiento del autódromo Cugnot me piden cincuenta pesos, yo reclamo con mi invitación en la mano, no basta, la invitación es para el autódromo, no para el estacionamiento, pago, miro el retrovisor y veo avanzar el taxi, me percato de que ha dejado a alguien, hay mucho lugar, y un cuerpo femenino al lado de mi auto, no veo el rostro, sé que es la chica que venía en el taxi, adelanto unos metros el vehículo, lo apago, volteo hacia la muchacha cuando viene una nueva ráfaga de aire, la despeina y ella se cubre los ojos, sus pechos destacan, su cintura, su trasero, sus largas piernas descubiertas, su minifalda anunciando la cerveza Ice Brown, sus axilas desnudas, como su espalda, el polvo, la velocidad del viento, su pelo viajando, sus ojos tapados por unas delicadas manos, y me pregunto por qué pienso que sus manos son delicadas si no la tengo tan cerca, pero me respondo que se ve tan deseable que sus manos sólo pueden ser delicadas, o veloces, sí, eso es, son veloces, siento el deseo de que me desnuden velozmente, pero dejo de mirarla para que no se dé cuenta. Sabe que la deseo.
Un motor empieza a sonar mientras busco mi palco, con el autódromo vacío, con los puestos de los patrocinadores apenas armándose, con la chica del taxi maquillándose, mirando su espejo, dándome la espalda, su pelo lacio volando, su espejo buscándome y buscando unos ojos cafés, los de ella, o los míos, el primer arrancón de la mañana, el inicio de las pruebas para el Gran Premio del domingo, el inicio del deseo, el auto que veo alejarse rápidamente, la blanca falda entallada que se ha metido entre los glúteos de la edecán, su mano derecha que en forma discreta libera la falda y los calzones de la línea del ansia. Presiento.
Llega una segunda edecán, rubia pero con seguridad de ojos cafés, Ice Brown, luego les llevan unas cajas, yo oigo que un motor se acerca, es un zumbido primero, después parece un avión, y pasa a más de doscientos por hora, ha concluido sus pruebas, así lo indica una bandera a cuadros que se agita cerca de donde las edecanes empiezan a sacar gorras de las cajas, tengo tentación de pedirles una, me abstengo, me levanto, saludo a Efrén, lo abrazo, nos sentamos, miro que mi Temps Nouveau marca las diez y diez, la hora en que concluyen las pruebas del Karcher que ha estado dando vueltas los últimos veinticinco minutos, alzo la mano y pido una cerveza Wonderbeer, una marca distinta de la Ice Brown que anuncian las edecanes, una marca más sabrosa, pero no hay, sólo puedo escoger entre Ice Brown clara y obscura, así es esto, así son los patrocinios, miro a las edecanes, una con el pelo negro, la del taxi, y una rubia, la que llegó después, escojo la obscura, Efrén la clara, bebemos con rapidez, pedimos más, flirteo entre sorbo y sorbo. Salud.
Las cervezas y los coches van y vienen, nosotros las recibimos llenas y las devolvemos vacías, los coches pasan veloces, las edecanes sonríen, coquetean, les coqueteamos, nos ignoran, las ignoramos, me siento ebrio, Efrén lo está, mi Temps Nouveau dice que son las dos y veinte, tenemos hambre, él camina con dificultad, yo no tengo problema, pasamos junto a las muchachas de Ice Brown, yo las trato de evitar, Efrén pasa su mano sobre la falda de la rubia, y ella gira la cabeza para saber quién la tocó, yo ofrezco disculpas en su nombre, él no puede hablar, la chica se muestra molesta, la del taxi me mira, yo la evado y reitero las disculpas pero hablo con dificultad, nos alejamos de ellas, Efrén dice que ya se va, lo cuestiono porque no está en condiciones de manejar, él insiste y se aleja, ni me despido, camino hacia el baño, saco mi pene que está demasiado duro para sólo haber bebido cerveza, empiezo a pensar en cómo conquistar a la edecán que bajó del taxi, orino demasiado, bostezo y me olvido de la Ice Brown obscura, camino con torpeza, tengo ganas de unas carnitas pero el sueño me vence, ando hasta mi coche, lo abro con el control remoto, echo el asiento hacia atrás. Duermo.
Oigo que alguien toca el cristal, despego los ojos con dificultad, me doy cuenta de que está anocheciendo y de que hay un rostro femenino fuera de mi auto, es ella, la del taxi, y yo intento bajar la ventanilla, no puedo, el auto está apagado, lo enciendo y presiono el botón, Ey, despierta, ya acabaron las pruebas de hoy, me dice, y yo miro el Temps Nouveau, sus manecillas volaron, el alcohol también, tengo resaca, me siento hecho un tonto, la chica se aleja, pienso con dificultad, se aleja más, su trasero me excita, el aire mueve su cabello, como toda la mañana, arranco el auto, me le acerco, Hacia dónde vas, pregunto, y ella dice que a Montañas de Santa Prisca, Yo voy para allá, te llevo, duda pero se sube, Tengo hambre, comento en el coche, Yo también, contesta, y la invito a cenar, aunque dice que se siente incómoda con el uniforme, es evidente que lo está, porque mientras manejo no retira su mano derecha de la zona púbica, la falda es tan corta que en cualquier movimiento mostraría los calzones. Deseo. Que lo haga.
Entramos al Mesón de Abraxas, cenamos y yo bebo cerveza nuevamente, una Wonderbeer, bromeamos, reímos, ella dice sentirse cansada, acomoda su cabeza sobre mi hombro, como si nos conociéramos de toda la vida, adopta ademanes afectivos como si nos quisiéramos de toda la vida, pega sus pierna derecha a mi izquierda, deja que yo ponga mis manos sobre sus piernas, acerca sus pechos a mí como si quisiera que yo bebiera de ellos toda la vida, y yo dudo, me pongo nervioso, bebo cerveza, respiro con dificultad, pero la toco, poso mi mano derecha sobre su pubis, siento las miradas de otras mesas, y mi mano húmeda, miro su rostro infantil, de dieciocho o diecinueve años, dieciocho confirma ella, ojos café claro, Brown Ice, nariz afilada, una barbilla pequeña, suave, inmadura, boca delgada, que beso, lengua áspera, que lamo, cuello blanco, que muerdo, bellos enredados, que toco, cuenta que pago anticipadamente porque, a petición de otros comensales, el capitán del restorán nos pide que nos retiremos. Y nos vamos. Excitados.
El hotel Luz está cerca del Mesón de Abraxas, manejo con el acelerador hasta el fondo, veo la entrada del hotel, freno, escucho un altavoz que me indica Pase a la habitación veintitrés, una cortina se corre atrás de mi auto, la chica del taxi, Sharon, sube las escaleras, yo pago el cuarto, un avión pasa sobre el hotel, se oye el estruendo, estamos cerca del aeropuerto, no será la única nave que escuchemos, tres durante el cachondeo que precede a la desnudez, dos durante el coito, y una más durante mi orgasmo, después callan, callamos, miramos nuestros cuerpos desnudos, sudorosos, nos acariciamos con sorpresa, como si no hubiéramos fornicado minutos antes, como si nos quisiéramos, como si no tuviéramos apenas unas horas de conocernos, en silencio, con mi cuerpo aún dentro de ella, reduciéndose, me retiro, amarro el condón, lo tiro, intercambiamos pocas palabras, miramos el cuarto, el papel tapiz viejo, sucio, la cama que se mueve y la cabecera que poco a poco empieza a chocar contra la pared, como todos los días a todas horas, como chocan nuestros cuerpos otra vez, como vibran nuestras cuerdas vocales con dificultad, sin pronunciar palabras, sólo ruidos extraños, el lenguaje del frenesí, del deseo de disfrutar cada segundo de sexo, como hacemos hasta el éxtasis, hasta que me vacío, hasta el cansancio. Luego dormimos. Extenuados.
Viernes
Amanece para Sharon antes que para mí, quizá porque tiene que trabajar o quizá porque no me di cuenta de que se fue en la madrugada, mucho antes de que el sol pensara en salir, y yo despierto excitado, con ganas de cogérmela otra vez, trato de recordar todo, su cara, sus ojos, bellos ojos, Ice Brown, necesito una cerveza, otra vez estoy crudo, necesito una chupada, me limito a jugar solo, no acabo, tengo esperanzas de que por la noche la desnude otra vez, miro el Temps Nouveau, las once de la mañana, no sé si ir al gimnasio, o al autódromo, o dormir más, es viernes, continúan las prácticas de los que correrán el Gran Premio del domingo, me levanto, corro a la regadera, ansío a Sharon, no la tengo, pero la huelo, hasta que el agua limpia el sudor de la noche anterior, me sorprendo de la facilidad con que me la ligué, me sorprendo y me asusto. Me excito.
De pronto me viene una preocupación, cierro la regadera con prisa, me seco a medias, corro hacia mi chamarra, busco mi cartera, está allí, reviso los billetes y aún tengo bastantes, no sé si falta alguno, allí están las tarjetas, busco la invitación para el autódromo Cugnot y la hallo, busco mi reloj y olvido que ya lo miré esta mañana, busco las llaves del coche y no están, temo que lo haya robado, me visto con prisa y compruebo que el auto no está, pregunto a un trabajador a qué hora se fue el coche, no me sabe decir, y yo sigo indagando hasta que descubro que me dejó como a las tres de la mañana. Huyo.
Al salir del hotel me pregunto a dónde ir, la respuesta obvia es el autódromo Cugnot, aunque no me he cambiado, aunque tenga hambre y aunque no pueda conseguir un taxi, como no consigo, así que camino, miro que un tren pasa veloz frente a mí, me acerco a la estación del metro, compro un boleto, llego al andén, siento el aire poderoso que producen dos trenes que se acercan, uno viaja en el sentido opuesto al mío, el otro es un exprés que va por la vía central, los miro pasar, me pongo más nervioso, temo por mi auto, busco en todas las mujeres el rostro de Sharon, no lo encuentro, no lo hay, una chica es pasajera, pero no se parece, pocas como ella, quizá, una de las mujeres más bellas con las que me he acostado, o la más buena, sí, sin duda la más buena, un tren se acerca, me sobresalto, se detiene, subo, arranca, viajo por un túnel, me preocupa mi carro. Quiero acostarme con Sharon otra vez.
La estación en la que desciendo está lejos del autódromo, tengo que caminar, cruzar el río Poroso, ver que su caudal golpea con fuerza las orillas, ha crecido con las lluvias recientes, escucho los motores de los autos que están en las pruebas del Cugnot, atravieso el estacionamiento, saco la invitación, entro, busco el puesto de Ice Brown, descubro que sólo está la rubia, no la que me cogí ayer, Y Sharon, pregunto, Fue a descansar unos minutos, no tarda, responde la modelo, miro cómo se marcan sus pezones sobre la playera sin mangas de Ice Brown, me obsequia unas calcomanías, yo salgo hacia el estacionamiento y busco mi auto. Encuentro mucho más.
Un disco compacto se escucha a lo lejos, camino hacia allí, veo un Sender rojo como el mío, tiene el quemacocos abierto, me acerco y descubro que Sharon está dormida, con la música fuerte, tiene ojeras, se ve cansada, aún así es bella, alzo la mano derecha, estoy a punto de golpear la ventanilla, de reclamarle que me haya dejado en el hotel, que haya tomado mi vehículo, me abstengo, se me ocurre otra cosa, me quito los zapatos, me trepo al techo del coche, miro por el quemacocos, ella sigue dormida, o tal vez finge, me introduzco de cabeza, estoy de cabeza, siento la sangre del cerebro, estiro la mano y comienzo a acariciarle los pechos, sonríe sin abrir los ojos, lo que supone que sabe que soy yo, me sostengo con las piernas, luego empiezo a caer, y conforme caigo sobo el cuerpo de Sharon, estoy excitado, es de día y no tengo control sobre lo que hago, cualquiera puede vernos, sobo su calzón, lo retiro, lamo su clítoris, descubro que tiene una cicatriz de cesárea, me sorprendo de que una chica de dieciocho años pueda tenerla, pero la tiene, me olvido y la sigo lamiendo, ella se deja, sólo me soba, gime, gime más, gime con fuerza, grita, se asusta, voltea hacia todos lados, abre el coche, sale con los calzones atorados a la altura de los tobillos, se los acomoda delante de una pareja que acaba de estacionarse, se apena pero huye hacia el puesto de Ice Brown, y yo permanezco acostado en el auto, sin zapatos, con la cabeza cerca de los pedales y con los pies en el asiento del copiloto. Quiero que el tiempo vuele. Y vuela.
En vez de entrar a ver las pruebas del Gran Premio decido ir a mi casa a cambiarme, llego y me baño otra vez, salgo desnudo, no hay nadie, permanezco así sobre la cama, miro hacia el techo, la lámpara, el tirol, las esquinas, una telaraña en una de ellas, bajo la cabeza hacia mi cuerpo, me observo, imagino a Sharon sobre mí, surge la erección, estiro la mano, cojo la toalla, no me quiero ver así, me tapo, acomodo dos almohadas sobre mi rostro, me cubren de la luz del sol, hago el esfuerzo por dormir, y duermo, y despierto, y me visto, y salgo con prisa hacia el autódromo, tengo ansia de ver a Sharon, estoy nervioso, manejo descuidado, el espejo de mi auto golpea al de otro coche, pero no me detengo, el tren suburbano corre junto a mí, vamos a la misma velocidad, acelero, lo dejo atrás, lo olvido, tomo otra avenida, voy por los carriles centrales, en el de alta, me atravieso para salir, un conductor me insulta, recuerdo al taxista de ayer, luego lo olvido, sólo miro por el retrovisor y descubro que una chica es pasajera, me cuestiono si Sharon lo es, no lo sé, no lo sé. Yo sólo quiero cogérmela otra vez.
Pago el estacionamiento, me apeo del auto, camino, muestro mi invitación, busco mi palco, saludo de lejos a unos conocidos, me quedo solo, pido una Ice Brown, Morena por favor, y la miro, quiero que todo termine, y Svinsky termina su prueba, se baja de su Quetzal, se quita el casco con los colores del lubricante Bolbol, la marca que anuncia por todos lados su uniforme, se acerca al puesto de Bolbol, se toma una foto con las edecanes que visten igual que él, besa en la mejilla a una de ellas, y en eso se acerca el Ferriol que patrocina Ice Brown, Sharon y la rubia regalan ahora playeras, inician las pruebas del Ferriol, yo miro el Temps Nouveau, son las cinco y tres, sólo falta un piloto más después del Ferriol, que empieza a dar vueltas, cada vez más veloz, y el Temps Nouveau cada vez más lento, más lento, y más lento, y mi corazón más rápido, y Sharon lo sabe, de vez en cuando me mira y me sonríe, pero lo hace porque yo no puedo dejar de mirarla, y sin embargo actúa con naturalidad, como si todos los días le hicieran cunnilingus desde el quemacocos de un coche, como si todos los días tuviera que acomodarse los calzones delante de una pareja de desconocidos, y luego se acerca al conductor del Ferriol, lo abraza, siento celos, los fotografían, se separa unos instantes, la rubia abraza ahora al piloto, luego regresa para que les tomen unas placas a los tres, con una Ice Brown en la mano ellas, él con dos, Sharon sostiene la morena. Yo también. Y también sueño con sostener a la morena.
Después de que terminan las pruebas Sharon empieza a empacar los obsequios que han estado regalando, el aire despeina su cabello, yo permanezco en el palco, no hay nada que ver, salvo a las modelos de los patrocinadores, cada una metiendo en cajas los regalos que sobraron, y conforme veo que tienen menos que empacar me levanto, me acerco al puesto de Ice Brown, Vamos a cenar, pregunto a Sharon, Estoy muy cansada, me voy a mi casa, contesta, Yo te llevo, No, me voy sola, y yo no me espero esa respuesta así que insisto, Vamos a cenar, Quiero estar sola, por favor vete, y me voy, pero no lejos, sólo lo suficiente para que no descubra que la estoy esperando, para verla salir y caminar con ella desde la puerta que da a las gradas hasta la del estacionamiento, donde hay algunos taxis esperando, primero al público y después a las edecanes, que empiezan a salir, las de Bolbol abordan uno, dos chicas son pasajeras, Sharon sale de la zona de gradas, Ándale, te invito a cenar, Déjame en paz, por favor, creo que me estoy excediendo contigo, así que yo camino en silencio junto a ella, quien insiste en que la deje, nos acercamos a una camioneta de carga, una Van Divan, sin ventanas, vamos a pasar por enfrente, se me ocurre algo, jalo a Sharon, la aviento contra el vehículo, se golpea un poco la cabeza, pero antes de que se sobe la beso, se resiste un poco, después se deja, y la froto por encima del calzón, así permanecemos por unos minutos, hasta que llega el dueño de la Van Divan, y sin pedir disculpas nos alejamos, entramos a mi Sender rojo, nos volvemos a besar, y a acariciar, trato de desnudarla pero me suplica Aquí no. Y ahí no.
Mientras buscamos un hotel Sharon ve un lugar para bailar, bar La Torreña, no es un lugar fino, al contrario, es un pequeño antro en donde tanto ella como yo destacamos por la altura, y donde cualquiera baila mejor que nosotros, pero hacemos el intento, la música es caribeña, el cachondeo es mayor, Sharon está empapada, yo llevo los boxers pegados, nos besamos, seguimos tratando de danzar como todos los demás, cada vez es más difícil, imposible, Sharon me anuncia que irá al baño, la sigo, el baño es asqueroso, y pequeño, y yo cierro la puerta detrás de mí, le arranco los calzones que esta misma mañana le había bajado en el coche, abro mis pantalones, no los bajo, tampoco tengo tiempo de buscar en ellos alguno de los dos condones que traigo, alguien toca la puerta, la penetro, alguien toca con más insistencia, gemimos, alguien grita desde afuera, gemimos más fuerte, la música calla, me vengo dentro de Sharon, nos insultan desde fuera, cierro mi pantalón, Sharon acomoda su falda lo más bajo posible para que no descubran que ya no tiene bragas, salimos, nos agreden, le dan nalgadas a Sharon, el personal de seguridad del bar nos amenaza, dicen que llamarán a la policía, saco billetes, no se conforman, saco más billetes, nos dejan salir pero a Sharon le gritan Puta, llora, se siente puta, trato de besarla. Me evade.
Sábado
Es el día de la clasificación, yo me levanto temprano para ir al gimnasio, hago una rutina de pectorales, me canso más que otras veces, aún así me quedo dos horas, también hago bicicleta, transpiro hasta empaparme, me baño, me visto, subo al coche, acelero hacia el Cugnot, arribo, está más lleno que los días anteriores, me cuesta trabajo encontrar lugar para el auto, pero no en las gradas, tengo un palco, para mí solo, y para Efrén, me saluda de lejos, se acerca, entra al palco, es inoportuno, temo que bebamos otra vez sin parar, Me agarraron el otro día, Quién, La policía, porque iba pedísimo, y mientras platica su aventura Sharon se queda sola en el puesto de Ice Brown, quiero dejarlo para saludarla y poder disculparme, pero él no calla, insiste en narrar las peripecias que cometió, la negociación que antecedió el soborno, el soborno mismo, Sharon sola y yo con un amigo que se niega a dejarme ir a hablar con ella, y cuando calla la oportunidad pasa, llega la rubia al puesto de Ice Brown, y yo pido una morena, Efrén no quiere tomar, empieza la exhibición de los coches que no participarán en el Gran Premio, cada uno da una vuelta y llega a toda velocidad, luego frena de golpe, algunos se derrapan en línea recta, otros de costado, otros se logran detener en unos cuantos metros, y en eso Sharon pasa frente a mí, con el pelo volando, la saludo pero no voltea, parece que está enojada. Tiene razón para estarlo.
A las doce cincuenta y cuatro miro mi Temps Nouveau y pienso que los automóviles de la Fórmula Uno no tardan en salir, ya no hay exhibiciones ni pruebas, sólo la expectativa de quiénes serán los carros que estén delante en el Gran Premio, cada vehículo sale, da una vuelta de calentamiento y al llegar a la línea de meta acelera, los dos que tengan los mejores tiempos estarán al frente mañana, en un tablero electrónico se contabilizan, casi ocho minutos tarda cada calificación, cada auto da tres vueltas, incluyendo las de calentamiento y enfriamiento, son veinticuatro, son tres horas. Tengo hambre.
Cuando los coches están cerca miro la pista, y cuando no lo están busco a Sharon, pero ella sólo me da la espalda, pierde la naturalidad de ayer, se ve molesta, tengo tentación de contarle a Efrén lo que pasó, pero callo, luego se va del palco, me acerco a Sharon, delante de la rubia me pide que no la moleste, yo le pido un encendedor de Ice Brown, me lo obsequia la otra, a partir de entonces sólo la miro de reojo, las pruebas continúan, me distraigo viendo a otras chavas, hay mucho que ver, bromeo con unas que están atrás del palco, por momentos me olvido de que ayer tuve sexo en el baño de un bar mugriento, me olvido de que me introduje en mi auto por el quemacocos, me olvido de que fui al autódromo a divertirme viendo pasar coches a toda velocidad, me olvido de que los veo, y sin embargo los veo, las llantas giran como si no existieran, se siente la vibración conforme se acercan, se siente un gran vacío conforme se alejan, y yo no sé si me siento vacío al saberme ignorado por Sharon. Tal vez me importa muy poco.
Las pruebas terminan, busco a Sharon por última vez en el puesto de Ice Brown pero no está, miro hacia otros puestos y tampoco la encuentro, la rubia está empacando sola, la morena se ha ido, yo me voy, no me despido de ella, La veré mañana, pienso, y me convenzo de que así será, salgo, camino hacia mi auto, ella me está esperando, me acerco con incertidumbre, no sé qué va a pasar, no sé si fornicarla sobre el cofre, no sé si bajarme los pantalones y pedirle que me la chupe, no sé, ella sí, me abraza, me besa en la mejilla, en el cuello, en una oreja, Me invitas a cenar, pregunta, y yo asiento con la cabeza, abro su puerta, se introduce, la cierro yo mismo, ella se estira y abre la mía, a pesar de que el seguro ya estaba levantado por el sistema eléctrico, pero ella se empeña en mantener mi puerta separada, entreabierta, la cortesía de una mujer frente a la de un hombre, cada quien abre la puerta a su pareja, y entonces enciendo el auto, por primera vez no platicamos nimiedades, no hablamos de los coches ni de las cervezas, por primera vez no hablamos de sexo, Quién eres, me pregunta, Quién eres, me pregunto, y lo mismo se repite en el Café del Volcán, donde nos respetamos, nos resistimos a manosearnos, a desnudarnos como los dos días anteriores, le pregunto sobre su hijo, Va a cumplir tres años, me contesta, nació cuando yo tenía quince, pero vive con su papá, y entonces yo hago preguntas sobre el padre del niño, sobre la relación con su hijo, pero ella es indiferente, sólo le interesa vivir el presente, tener dinero, que la inviten a salir, coger, sí, le gusta coger, no lo dice pero le gusta, me lo ha demostrado, me lo demostrará otra vez. O no, tal vez sólo será sexo oral.
Salimos del lugar dudando de lo que haremos, nos metemos al coche en silencio, nos besamos, chascamos, no sabemos si tocarnos o no, si desnudarnos o no, no es el lugar, es cierto, pero tampoco lo fue ayer el baño de La Torreña o el estacionamiento del autódromo, ni antier el Mesón de Abraxas, empiezo a conducir y la masturbo, pero ella no se atreve a hacerme lo mismo, hasta que yo abro mis pantalones, saco el pene y la atraigo hacia mí, manejo y ella mama, parece que lo disfruta, se retira los calzones, se toca mientras chupa, gime mientras yo manejo, subo la velocidad, siento la velocidad, abro el quemacocos, subo el volumen de la música, me emparejo con otro auto que viaja veloz, el conductor me mira, Sharon levanta la cara para observar mis gestos, el que maneja el otro coche constata que una chica es pasajera, acelero, me alejo, lo pierdo, disfruto la felación, me enciendo, pienso que terminaré en su boca, me excito cada vez más, sigo acelerando, veo sólo líneas blancas que se pierden debajo de mi coche, Sharon sigue, insiste cada vez más rápido, no sé qué hacer, me voy a venir en cualquier momento, viene una curva, siento que sube la temperatura de mi cuerpo, me acerco a la curva y tengo que frenar, pero no sé dónde está el freno, Sharon sigue, sigue, se toca, gime, chupa, la curva es inminente, no encuentro el pedal, subo el pie izquierdo para soltar el acelerador y presionar el freno pero se atora, lo muevo y acelero pero no freno, me estoy viniendo, no puedo mirar hacia el frente, los ojos me lloran, mi auto golpea la pared del bulevar, mi semen se derrama sobre la boca de Sharon, giro hacia el lado opuesto, las llantas se revientan, el semen sigue saliendo, ella trata de incorporarse, el auto trepa a un camellón, Sharon no logra acomodar sus manos, nos estrellamos contra un árbol, yo no sé qué hacer, mi pecho se va hacia delante, se oye un estallido, las bolsas de aire se inflan, una chica es pasajera, la cabeza de Sharon se proyecta hacia mis pulmones, me falta aire, el cuerpo de ella vuela dentro del coche, mi tórax regresa hacia el respaldo, casi no puedo respirar, hay humo, Sharon gira hacia el suelo, parece un trapo, lo es, de su boca escurre sangre, y semen, y yo siento que me falta algo, sangro de todos lados, creo que estoy a punto de morir, veo a Sharon muerta, los ojos se me cierran, trato de abrirlos, veo la muerte. Y muero.
En el camino siento que viajo en un helicóptero, pero vuelvo a morir, horas más tarde despierto en un hospital, la televisión está encendida, los coches pasan veloces, Qué es, pregunto, Es el Gran Premio, cierro los ojos y recuerdo todo, menos el deseo. No puedo recordarlo. Una chica es pasajera.

viernes, 13 de junio de 2008

Crónica de cómo un Sábado de Gloria ...

Crónica de cómo un Sábado de Gloria se transformó en un cansancio pascual y cómo una Crónica sobre un Sábado de Gloria que se transformó en un cansancio pascual de hecho se transformó a su vez en un Querido Diario

El día comienza para el Hombre Este hasta las 8:58 AM porque a las siete apagó el despertador. Minutos más tarde, con todo el pesar del mundo, decide meterse a bañar, pero recuerda que debe poner la lavadora con las dos camisas que planchó el día anterior y que descubrió que tenían sendas máculas. Vestido como estaba, o sea, en pelotas, el Hombre Este desmancha las dos camisas y las echa a lavar, después inicia su ducha, se lava el cabello con champú contra la calvicie, y se asea el cuerpo con jabón neutro, por su curiosa repugnancia a los olores de los jabones y las cremas. Después de vestirse desayuna cereal de avena, cuelga las dos camisas recién lavadas, pone una segunda carga de ropa, baja por el periódico, lo lee, la lavadora lo llama, prepara la ropa para subir a tenderla, cuelga las camisas en ganchos, y va separando los calcetines por pares, para que una vez que llegue a la azotea los pueda acomodar de la misma manera, como hace, tras haber colocado los ganchos sobre las cuerdas de plástico, y el Hombre Este se sigue entonces con los calzoncillos, se cerciora de que cada prenda esté protegida por una pinza y baja rápidamente a preparar su salida, según lo que había programado desde el día anterior, una caminata por Paseo de la Reforma, acompañado de un libro y algunas hojas reciclables, con la idea fundamental de hacer anotaciones para su siguiente novela, y sobre todo resolver los problemas que está generando su obstinación por crear un personaje sombra que no ayude en nada a la historia principal, pero refuerce el sentido y el título de la obra, Sombras nada más.
El Hombre Este baja las escaleras, camina hacia el metro Aculco y una vez que aborda el tren se sienta, lee de manera poco concentrada porque las historias son aburridas, y piensa, Qué buenas novelas escribe Saramago, porque sus cuentos no tienen nada de interesantes. Al llegar a la estación Bellas Artes se apea del tren, busca la salida más próxima a la Alameda y empieza su andar hacia Paseo de la Reforma, no sin antes observar a vendedores ambulantes, cruzar Juárez, escuchar el ruido ensordecedor del radio barato de un vendedor que se encuentra en una calle aledaña, observa uno de esos letreros que dicen Su nombre en un grano de arroz, piensa que el dueño de ese puesto es un perfecto haragán, porque pocos clientes recibirá durante el día pero el indolente siempre los considerará mejores que buscar trabajo fijo. El Hombre Este reflexiona acerca del ambulantaje, en vez de centrarse en su novela, hasta que llega a la manta que reproduce un famoso mural de Diego Rivera, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, que alguna vez estuvo en uno de los edificios más dañados por el terremoto de 1985, y se sienta enfrente a hacer anotaciones sobre lo que acaba de ver y que pudiera incluir como escenario de algún capítulo de Sombras nada más, luego se para y sigue caminando, llega a Reforma y toma este paseo en dirección a Chapultepec, siempre sobre la acera sur, hasta que cruza Insurgentes, donde los camellones de las laterales se vuelven más anchos, entonces atraviesa y busca dónde sentarse, lo hace frente a la Bolsa Mexicana de Valores, admira la ciudad vacía, hace más anotaciones y llega a una conclusión fundamental, El personaje sombra será un taxista que participará en un hecho clave en la novela, ahora lo que falta es resolver dos problemas, el grado de involucramiento del taxista en el hecho, y qué hacer con él después de esto. El Hombre Este reflexiona y concluye, Si el taxista será un personaje sombra, sin rostro, sólo con pensamientos y narraciones mezcladas en primera y segunda personas, simbolizando el bien y el mal, entonces es necesario dejar una ambigüedad total, para que el lector se quede con la misma duda que tiene el autor en esos momentos. Pero el segundo problema sigue en pie, así que el Hombre Este se levanta y camina unos metros, cruza Niza, decide matar al taxista y anota, El taxista debe morir en un hecho violento, y entonces se introduce por algunas calles de la Zona Rosa, Copenhague, Hamburgo, Niza, Oslo, donde descubre un café turco, regresa por Copenhague a Reforma, camina hacia el Ángel de la Independencia, y nuevamente busca dónde sentarse, encuentra una banca con respaldo desocupada frente a la embajada gringa y lee a Saramago un rato, luego voltea para todos lados, nota que en la sede diplomática está la manifestación más pequeña que ha visto en su vida, ocho personas, se acerca y confirma lo que estaba pensando, protestan por los ataques a Yugoslavia, comienza a leer las pancartas y una de las manifestantes lo mira con cierta simpatía, el Hombre Este la ve, sonríe y sigue caminando, luego reflexiona sobre la guerra de Kosovo y Yugoslavia y concluye que no hay a quién irle porque Milosevic es un maldito nazi, y porque los gringos se creen dueños del mundo, no obstante, su afinidad con los movimientos independentistas lo hace desear que la OTAN mate a Milosevic y que el mundo reconozca a Kosovo, luego cruza Reforma y regresa a la Zona Rosa, donde peina todas las calles, Génova, Hamburgo, Amberes, Estocolmo, Berna, Varsovia, Londres, Praga y vuelve a Reforma a leer un rato, hasta que el hambre lo vence, camina hacia Génova y entra en Burger King, come, sale y anda hacia el café de Oslo, donde pide un turco y una lectura de tarot, toma su café y aguarda unos minutos a que lo atienda una pitonisa, durante la espera suena en el radio la canción Sombras nada más, y el Hombre Este considera el hecho como un buen signo de lo que dirá la cartomántica.
Lo primero que hace la gitana es pedirle que parta la baraja en tres, Por mí, por mi casa, por mi futuro, por mí, por mi casa, por mi porvenir, lo hace repetir, luego le pide la mano izquierda y le anticipa 90 años de vida, le recuerda que en el pasado hubo dos amores muy importantes, y el Hombre Este piensa en la chaparrita buenita que lo tenía enculado y en la estúpida pelirroja de la que no se explica por qué se enamoró, luego ella le comenta que ve una boda próxima y tres hijos, de las enfermedades dice que debe cuidarse la garganta, que tendrá problemas de la presión y de la columna, y él sabe que en el último mes le han recetado en dos ocasiones antibióticos y la infección que tiene en la garganta no acaba de ceder, que ha tenido presión alta en las últimas semanas y que desde que era niño sufre de ciertos conflictos con la columna y nunca ha podido sentarse cómodamente. Para terminar con la lectura de la mano, la gitana afirma que hay buenas perspectivas económicas y un cambio de residencia, quizá fuera del país, que es un cambio que el Hombre Este ha buscado, y que saldrá de México, ella pide su opinión, y él responde que hay posibilidades de que se vaya a Guadalajara, ella afirma con seguridad que así será, pero que poco después habrá una salida del país.
En la cartomancia se refuerza lo dicho durante la quiromancia, pero se precisan algunos detalles, Hay una mujer rubia en tu vida, La última fue pelirroja, aclara él, y ella dice que la rubia que aparece en las cartas probablemente sea la pelirroja, entrevé que recién ha habido contactos, lo cual es cierto, y que en el futuro cercano hay una boda con una blanca, pero no rubia, En Guadalajara tal vez, comenta, donde él debe cuidarse de un hombre que tratará de hacerle una felonía, después confirma que la situación económica mejorará entre mayo y junio, y que hay muy buenas oportunidades para emprender negocios, Algo más que quieras saber, pregunta la mujer, Estoy escribiendo una novela, contesta él, La novela te va a dejar dinero, pero te va a costar trabajo, quizá las cartas también se refieran a otras novelas que hayas escrito, tienes que ser muy cuidadoso con respecto a quién se la das, debes entregársela en la mano a la persona correcta, no por correo. Para terminar la sesión, la mujer anota las conclusiones de su análisis en un papel membreteado con los datos del café turco, Tere Soto 3-4-99 Suerte en el amor se encuentra lo que buscas vida tranquila posible cambio de radicación excelentes conocimientos futuro brillante documentos resueltos invitación o celebración tus proyectos se realizan unión familiar reuniones fiestas buenos ingresos, y luego receta, Jabón destrancadera hervir un ramo preparado en 4 litros de agua enjuagarte por 9 días jabón San Martín Caballero jabón Zodiaco alternados, 3 Padres Nuestros 5 Aves Marías, y explica el uso de los jabones y el enjuague con el ramo hervido. El Hombre Este se sorprende, primero por la receta, pero más aún por los rezos, y le pregunta dónde conseguir los jabones, ella dice que en el Mercado Sonora, y que hay que comprar un ramo cada día.
Durante el camino de regreso a su casa, el Hombre Este se mantiene dudando de ir o no al Mercado Sonora a surtir las extrañas recetas, luego se pone a leer tras conseguir un asiento en el vagón de la línea 8, llega a su casa, donde olvida beber agua, sube por la ropa, amarra los calcetines al momento de descolgarlos, acomoda las pinzas por colores, deja la ropa en la sala, duerme una siesta de poco más de una hora, se despierta con mucha sed, toma dos vasos de jamaica, escucha un petardo, mira el reloj, piensa en ir a misa de siete, el cansancio lo hace dudar, otro petardo, y un tercero, concluye que si se queda hará corajes por todos los cohetes que sonarán en los siguientes minutos, así que se dirige hacia el templo de la Unidad Modelo, la Iglesia del Espíritu Santo, y en el coche va escuchando Blues, el programa de Blues termina, llega a la iglesia, nota que está cerrada, decide esperar unos quince minutos por si la misa es a las siete treinta, no sabe realmente. Mientras escucha un extraordinario disco de rock marroquí que transmiten por Radio Universidad abren la iglesia, él se queda en el auto oyendo la música de Natasha Atlas, dan las 7:25 y entra a la parroquia, se sienta, dan las 7:33 y se da cuenta de que la misa empezará hasta las ocho, está tentado a regresar al auto a oír el radio, la gente va llegando, tiene miedo de perder su lugar y por eso no vuelve al vehículo, observa al conjunto musical, la decoración con motivo de la Pascua, dos muchachas vestidas de blanco se acomodan una prenda morada, el cura anuncia el procedimiento inicial, minutos después de las ocho comienza la ceremonia, el micrófono del párroco falla, no se escucha bien la bendición del cirio pascual, luego hay cantos de los diáconos y los feligreses conforme van prendiendo las velas, la iglesia está completamente apagada pero poco a poco se llena de la luz que viene de las candelas, prenden durante unos minutos los focos, anuncian el inicio de la Pascua, las oraciones que ordinariamente se recitan ahora son entonadas imitando cantos gregorianos, las luces se apagan por más de una hora, el tiempo que duran la primera lectura, del Génesis, sobre los siete días de la creación, un salmo responsorial, una intervención cantada del sacerdote, la segunda lectura, también del Génesis, sobre el sacrificio que Abraham iba a hacer de su hijo Isaac para complacer a Dios, otro salmo responsorial, otra intervención cantada del cura, una tercer lectura, del Éxodo, sobre el momento en que el Mar Rojo se abrió para permitir la huida del pueblo judío, otro salmo responsorial, otra intervención cantada del párroco, y una serie de ciclos similares, con lecturas de los libros de Isaac, Isaías, Ezequiel, entre otros, con los feligreses parándose y sentándose, el Hombre Este muerto de sed y cansancio, sorprendido porque no sabía que así fuera la misa de Pascua, pues tenía más de doce años sin celebrarla, el reloj pasaba de las nueve de la noche y el Evangelio no llegaba, las luces apagadas, el calor insoportable, algunas intervenciones del coro con sus más de 25 integrantes, incluyendo uno que tocaba el bajo eléctrico, otro un sintetizador y una morenita que se movía llena de emoción mientras meneaba el pandero, los niños lloraban, el Hombre Este comenzaba a desesperarse, hasta que oyó Lectura del Santo Evangelio según San Mateo, donde se narra la resurrección de Jesucristo, otra vez a prender las velas, y algunas luces se encendieron, con efectos especiales, como de discoteca, un foco verde proyectaba la sombra del crucifijo sobre la pared, y un proyector de diapositivas mostraba un Cristo, el coro cantaba, la morenita bailaba con el pandero, luego vinieron otras oraciones cantadas, desconocidas, y una impresionante serie de plegarias que incluyó buena parte del santoral, y obligaba a los parroquianos a permanecer hincados y a contestar Ruega por nosotros cada vez que al cura se le ocurría mencionar un Santo. Finalmente el sacerdote pidió una plegaria más a los santos y santas que le faltaron y procedió al bautismo de las dos muchachas vestidas de blanco que se habían colocado una prenda morada antes de la ceremonia, y todos los asistentes repitieron Sí renuncios y Sí aceptos antes de que el cura bautizara con nombres raros a las que mencionó como señoritas, y que cuando menos una de ellas no estaba nada mal, según apreció el Hombre Este, puesto que en algún momento pudo verla de cerca. Después la ceremonia tomó un cause relativamente normal, con una gran concurrencia al momento de la Eucaristía, que también fue la Primera Comunión de las bautizadas, y el Hombre Este pudo salir del templo dos horas y media después de iniciada la ceremonia, o tres horas después de que se acomodó al interior de la iglesia, o tres horas y media después de que llegó a ella. Manejó hacia su casa rápidamente, llegó, tomó dos vasos de agua de jamaica, se reprendió a sí mismo por haber dejado la jarra fuera del refrigerador, y muy cansado se sentó a escribir una crónica igualita a esta. Terminó de redactarla a las 12:53 de la mañana, y al ver que era un poco larga, siete páginas, se preocupó por las mentadas que recibiría de quienes la leyeran. Al concluir dudó de revisarla o no inmediatamente. No sabemos qué hizo porque esta crónica termina con el punto final y no con los subsecuentes recortes, revisiones o meditaciones.

miércoles, 11 de junio de 2008

Estúpidamente perdida

Ese sábado por la noche mi vida cambió por completo. Asistí a la boda de dos buenos amigos, para la cual me preparé con varios días de anticipación, desde que planee mi recorrido por las calles cercanas al templo de San Tiburcio de No Sé Qué, donde se efectuaría el enlace religioso, el encuentro de personajes conocidos y desconocidos, y el hecho fortuito que desviaría mi rumbo.
Por la mañana visité algunas tiendas, con la finalidad de estrenar corbata, camisa y calcetines, tal como solía hacer siempre que se casaba un buen amigo o una buena amiga. Creo que escogí una combinación adecuada, camisa blanca, corbata verde con un poco de negro, de manera tal que el verde era lo que más sobresalía, y combinaba muy bien con el traje gris, porque tenía algunas líneas en un color entre verde y azul, y la prueba de que era un buen equilibrio de colores estuvo en que al llegar a la iglesia me sonrió una muchacha muy hermosa, cuyo nombre nunca supe, pero aquí hemos de llamar Gala, simplemente para ponerle un nombre, y podernos referir a ella de una manera más breve, en vez de repetir que fue la morena que me sonrió al arribar al lugar.
De las lecturas de la misa no me acuerdo muy bien, porque no suelo poner mucha atención, tal vez porque soy un poco distraído, porque soy medio hereje, o más probablemente porque Gala se sentó en la banca de adelante, hacia el lado izquierdo y no dejábamos de intercambiar sonrisas y miradas, como una manera de presagiarnos mutuamente de lo que viniere después, aunque las cosas no fueron como imaginábamos ni mucho menos como hubiéramos querido.
El templo era muy austero, con algunas cursilerías que nunca faltan en las iglesias que parecen de pueblo, y la música fue también sencilla, dos guitarras, un pandero, un acordeón y acaso cinco o seis cantantes, que no recuerdo qué cantaban, sólo recuerdo que no cantaban bien y que en ocasiones carecían de coordinación.
Los novios estaban muy atentos a las indicaciones del sacerdote, un poco nerviosos por el momento que vivían, sin voltear hacia atrás, ansiosos de que la ceremonia terminara para irse a festejar, tan ansiosos como los niños que corrían de un lado a otro, quizá más de uno gritaba o lloraba, yo sólo intercambiaba miradas con Gala, y también experimentaba el deseo de que terminara no sólo el acto religioso, sino además el trayecto hacia el salón de fiestas, los saludos, la comida y el vino, para sacar a bailar a Gala, para poderla mirar más de cerca y para sentir su cuerpo pegado al mío.
Cuando la misa terminó salieron los novios antes que todos, como se acostumbra, luego los padres, las madrinas, los padrinos, la gente aventó arroz, y ya marchamos los demás y nos formamos en las colas de los abrazos. Yo primero busqué la del novio, donde me pisó una señora que nunca había visto, y luego la de la novia, teniendo que soportar incluso el desorden con el que los invitados se acercan a abrazar a los recién casados, sin seguir una cola única para cada cónyuge, sino aglutinándose al lado izquierdo, al derecho, atrás, y los más pacientes al frente, como yo, que tuve que esperar una vuelta completa de la novia para que finalmente me viera, nos abrazáramos y yo le deseara mucha suerte en su naciente matrimonio. Después de que felicité a la novia me quedé observando cómo familiares y amigos trataban de acercársele, cómo alguno casi la tira, cómo otro le pisó el vestido, y en general todas las danzas que más de una vez hemos visto al término de una boda.
Para salir de la iglesia había que bajar algunos escalones, de los cuales estaba yo consciente; es decir, estaba consciente de su existencia, más no de su distancia, porque en ese momento yo veía cómo un pequeño niño, elegantemente vestido con pantalón corto y corbata de moño, trataba de abrazar a la novia, sin que ella se percatara todavía de su presencia y menos aún de su infantil porte. Cuando por fin la novia se agachó para cargar al chiquillo, giré y traté de bajar los escalones, sólo que no pisé bien, y entonces rodé y rodé y traté de detenerme con la pierna izquierda, en parte para frenar mis vueltas interminables, quizá para evitar tirar a otras personas que venían bajando, o para dejar de ver cómo el paisaje giraba sin control, pero por fin me detuve, con la pierna izquierda, en efecto, o mejor dicho, con lo que quedaba, porque me la fracturé, y no fue una fractura sencilla, más bien diría que fue una grave fractura, o para ser exactos fue una fractura expuesta, así que sentí un dolor inmenso, veía cómo una parte del hueso salía del pantalón, que también se rompió, y escurría abundante sangre, y todos los invitados, si no la mayoría, se aglutinaban a mi alrededor, gritando más de lo que yo estaba dispuesto a gritar, a pesar de que sentía más dolor que ellos, a pesar de que no podía creer la escena, o tal vez porque no la creía, porque me parecía increíble que unos momentos antes viera al niño esperar un abrazo de la novia, y ahora yaciera en el suelo, inmóvil, sin capacidad para articular palabra alguna, sin capacidad para pensar en Gala, sin capacidad para reconocer tan sólo uno de los muchos rostros que me rodeaban, que me parecían de extranjeros, o quizá de extraterrestres, y sin darme cuenta de cómo pasaba el tiempo porque llegó una ambulancia y me trasladó a un hospital que yo no conocía por dentro, pero que luego me enteré de que era uno de los más famosos de la ciudad, no necesariamente de los mejores, al menos no en materia de tratamiento de fracturas, pero sí uno de los más conocidos, donde atendieron mi pierna malherida, mi pobre pierna, ya para entonces frustrada por no haber bailado con Gala.
No sé cuántas horas pasé inconsciente en el hospital, pero sí fueron muchas más de las que tocó la Sonora González durante la fiesta, ni sé quién me acompañó al nosocomio, porque cuando desperté ya estaban allí algunos familiares, pero ninguno de los invitados a la boda. Durante la operación permanecí dormido, o más bien sondormido, no porque me aplicaran anestesia total, sino porque los calmantes que me inyectaron fueron suficientes para que me sumiera en un profundo sueño, que me hiciera perderme del patético espectáculo que significó abrir la piel, acomodar el hueso, colocar una placa que lo mantuviera firme, cerrar, dar unas cuarenta puntadas, antes de vendar y acomodar en alto la pierna inútil.
Las indicaciones del doctor hablaban de cuidados muy estrictos para los siguientes meses, y se involucraban con mi agenda del siguiente año, porque no me libraría del yeso, las vendas y las muletas en las próximas seis lunas, y porque necesitaba hasta un año más para rehabilitación, dependiendo de cómo respondiera. La sola idea de imaginar todos los sacrificios que implicaba mi incapacidad física hizo que olvidara por completo de preguntar qué le habían hecho a mi corbata, mi camisa y mis calcetines nuevos, que no se rompieron durante el accidente, y por supuesto tampoco pensé en cómo habría estado la pachanga, a quién le habría caído el ramo, quiénes fueron los primeros en emborracharse y con quién bailó Gala. Sólo pensé en lo que me esperaba y me deprimí, a pesar de que en realidad no sabía lo que me esperaba, sólo lo imaginaba, pero lo que imaginaba no era tan grave como lo que vendría después.
Los dolores de los siguientes días fueron intensos, con todo y las fuertes dosis de calmantes, y sin considerar que algunas pastillas me hicieron pedazos el estómago, me causaron mareos y me bajaron la presión, ya de por sí baja por mi estado de ánimo, que no se levantaba aunque me hubieran contratado el canal de Playboy, aunque me hubieran regalado más de veinte discos compactos entre todos los amigos y familiares que me visitaron por aquellos días, aunque me hubiera leído más de diez libros en tan sólo dos semanas, al cabo de las cuales el doctor dijo que sería necesario intervenir otra vez, porque la herida no marchaba bien y existía posibilidad de infección, lo cual era falso, pues de la posibilidad ya había pasado al hecho real.
La infección había destruido buena porción del tejido carnoso de la pierna izquierda, así que tendrían que injertar algo de piel proveniente de otra parte del cuerpo, los glúteos, junto con ciertas sustancias regeneradoras de tejido que facilitarían la recuperación y qué sé yo, nada que en realidad funcionara porque la infección no cedía y no cedió y ahora el riesgo era que se extendiera hacia el muslo, o más aún, que contaminara mi sistema circulatorio y paralizara al corazón. Es decir, no había remedio para mi pierna izquierda. Tal vez fue por la gravedad del accidente, aunque más probablemente por descuidos durante la primera operación, pero el hecho es que perdí algunos kilos en cuestión de minutos, durante una cirugía que a su término me sumió en un estado de indiferencia que yo no conocía. La depresión de los primeros días se acabó. Me hallaba en un letargo que me hacía perder por completo la concentración, incluso cuando me hablaban al oído, cuando me agitaban una mano frente a los ojos, cuando me soplaban a la cara o cuando me daban una sopa bien caliente. En ningún momento lloré, sólo veía con extrañeza la situación en que me encontraba, así, incompleto.
Poco a poco me fui adaptando a la nueva vida. Tenía que seguir adelante. Me ayudó el saber que la boda estuvo muy bien, que todos bailaron hasta las cuatro de la mañana, que se cooperaron para que la orquesta siguiera tocando más tiempo, que mis amigos terminaron desayunando menudo, que estuvieron preocupados por mí, pero que me recordaron con mucho cariño, que Artemisa se quedó con el ramo, que a Sergio lo paró una patrulla y le tuvo que dar como cuatrocientos de mordida porque iba un poco tomado, que Arturo se ligó a una chava, se la llevó a un hotel y luego al menudo, que los novios se fueron de luna de miel a Huatulco, que cuando regresaron les perdieron las maletas en el aeropuerto, pero que finalmente las encontraron dos días después, y hasta se las llevaron a su nuevo hogar. A pesar de mi propia tragedia, me di cuenta de que detrás de todo eso hubo quienes durante mis instantes de dolor tuvieron momentos de intensa felicidad, y eso fue lo que más me ayudó a salir adelante.
Aprendí a andar con muletas y a hacer mi vida normal. Me pesaba un poco no haber conocido a Gala ese día, pero me reconfortaba la felicidad del nuevo matrimonio y con el paso de los meses me di cuenta de que las dos piernas eran una especie de excedente del que había disfrutado durante varios años, pero ahora podía, y debía, ser feliz con una sola. No volví a deprimirme por eso, y si alguna vez estuve cerca de hacerlo, sólo recordaba que mi pierna murió en combate, festejando una unión, y “que lo que Dios une, no lo separe el hombre”.
Meses después fui a la casa del matrimonio, ellos pasaron por mí porque si bien ahora manejaba un automóvil automático, prefería que alguien me recogiera, pues eso me daba mayor seguridad. Me invitaron a cenar y les hice énfasis en que a pesar de que me gustaría tener las dos piernas, lo importante era que mi pierna sacrificada fuera un pilar para lo que ellos estaban construyendo, que no hubiera sido lo mismo perderla por borracho, por peleonero o al huir tras haberle hecho daño a alguien. Mi pierna la perdí, aseguré, durante la siembra, y eso me reconfortaba.
Cuando sí me doblé, cuando me eché a llorar por la falta de mi pierna, cuando me derrumbé, cuando me di cuenta de que todo había sido en balde, cuando me percaté de que no debí caerme, que no debí haberme detenido a los abrazos, que ni siquiera debí acudir a aquella boda, fue el día en que me enteré de que uno de los cónyuges, pocos años después, engañó a su pareja. Lloré y lloré, no por el matrimonio fracasado, sino por mi pierna, estúpidamente perdida.

lunes, 9 de junio de 2008

Pergeñares

La historia comenzaba de una manera muy simple. Romeo acudió a una fiesta en casa de Julieta y cuando se miraron se enamoraron, luego se casaron y vivieron muy felices. Mi esfuerzo al escribirla se centraría no tanto en los hechos, se miran, se enamoran, se casan, y viven felices, sino en las descripciones, los momentos que vive cada uno, los demás personajes cuando los miran, la forma en que brota el agua de una fuente, las tonalidades de las luces y de la noche, la música de la fiesta en la que Romeo y Julieta se conocieron, los bailes, la alegría, el amor, la dulzura que de ellos emana, los bocadillos que de por sí eran sabrosos, pero que se convirtieron en una auténtica delicia, en ambrosía, gracias al amor que Romeo y Julieta sentían por su pareja y que compartían con todos los invitados, y luego el anuncio de la boda era como dar aviso de que el verdadero paraíso se acercaba, que atrás quedaban los llantos, la soledad de Romeo y la de Julieta, ahora convivirían juntos por los siglos de los siglos, tendrían hermosos hijos, la gente sería más feliz porque se alimentaría de la felicidad de Romeo y de Julieta, y tanto el enlace conyugal como la celebración posterior serían un momento mucho más sublime que el instante mismo en que los ojos inigualables de Julieta se cruzaron con la mirada firme y noble de Romeo. Sin embargo, al revisar mis anotaciones me di cuenta de que estaba preparando una historia cursilona, aburrida, sin ningún atractivo, sin un momento de tensión o de duda, sin risa, sólo expresiones empalagosas, manos levantadas agitándose en señal de algarabía pero sin ningún punto de comparación, sin dolor que olvidar, y probablemente hasta sin lágrimas de emoción, sin envidias de una tal Tiburcia hacia Julieta por haberle robado a su pretendiente predilecto, sin una prostituta que se despidiera de la soledad de Romeo la noche previa a la boda, sin un Filomeno que desenvainara la espada para luchar por el amor de Julieta, y por supuesto sin dos familias, los Montaño y los Capulín, que se odiaran a muerte, que no soportaran ver a sus hijos predilectos casados y enamorados uno del otro, o sin matrimonios arreglados desde el momento mismo del nacimiento de nuestros personajes. Fue por eso que me detuve, comprendí a Shakespeare por primera vez en mi vida, y empecé a rehacer la historia.

En lo primero que tuve trabajar fue en darle a cada uno de mis personajes un pasado, alegrías y tristezas en la infancia y parte de la adolescencia, experiencias, descubrimientos, accidentes, enfermedades, algo para platicarle al otro, porque era imposible que Romeo pasara su vida mirando a Julieta y viendo cómo ella lo miraba, nadie lo creería, y si alguien pensaba que eso pudiera suceder, entonces mis dos protagonistas hubieran parecido un par de idiotas que por muy bellos que fueran, desarrollarían mejor sus papeles en una casa para enfermos mentales que en un palacio. De hecho, reconozco que en algún momento pasó por mi mente hacer de Romeo y de Julieta unos hermosos lunáticos que no hicieran nada más en la vida que disfrutar de la hermosura de su amado o amada y cagarse en los pantalones, pero luego la historia me resultó un tanto vulgar así que abandoné la idea de irme por esa vertiente. Una vez decidido que mis personajes serían cuerdos llegué a la conclusión de que no podrían serlo por completo, algún trauma debían tener, un complejo, no sé, que por momentos sintieran ansiedad, miedo, nerviosismo, acelere, y como todo esto tiene un punto de partida inventé que Romeo le tenía miedo a los equinos desde que un día se cayó de los caballitos de la feria de Verona, que Julieta no soportaba el cilantro ni la cebolla porque su padre fue atropellado después de estacionar el automóvil cuando toda la familia se disponía a comer tacos, que Romeo tendría una aversión a las escaleras eléctricas que él no había podido explicarse hasta que alguien le recordó que su madre había muerto en unas escaleras eléctricas durante una balacera en un centro comercial, y que además Julieta se habría sentido vacía toda su vida por la muerte de una hermana gemela durante el parto. A partir de ese momento los personajes tendrían de qué platicar y dejarían de mirarse como idiotas durante el resto de su vida en la que fueran muy felices. La historia ya marchaba muy bien, ambos tenían complejos y traumas, y éstos no desaparecían al conocerse, enamorarse y casarse, y ya hasta tenía yo arreglada la primera discusión conyugal, cuando Romeo tuviera un impulsivo antojo por los tacos al pastor y Julieta no sólo se negara a acompañarlo, sino que luego no le dirigiera la palabra durante una semana debido a que él finalmente fuera a comer sus tacos al pastor y ella sufriera un ataque de angustia.

La verdad es que revisé mis apuntes y la historia seguía sin convencerme, necesitaba mucha más tensión, una infidelidad o algo así, entonces anoté que Romeo se volvería alcohólico, que pasaría todas sus tardes jugando dominó en alguna cantina de los barrios bajos de Verona y que Julieta tendría una amante en algún momento de su vida. Pensé incluso que entre las constantes borracheras de Romeo y las tendencias lésbicas de Julieta uno terminaría por matar al otro, quizá Julieta a Romeo, pero me pareció que la historia ya se estaba desvirtuando demasiado, que la idea de que vivieran felices para siempre estaba siendo tirada a la basura y que por consecuencia estaba ya inventando otro relato muy distinto del original.

Para volver al romanticismo que le quise dar a la primera versión de la historia discurrí que Julieta sería una extraordinaria pintora, que plasmaría los paisajes más bellos de este mundo y que pasaría sus tardes sentada frente a un lienzo y con una paleta llena de óleos de distintos colores. Ahora tenía que equilibrar la sensibilidad artística de Julieta con la de Romeo, quien le construiría hermosos versos con una métrica perfecta y conjugaría en ellos el encanto de los paisajes que Julieta pintara en sus cuadros, los ruidos de la naturaleza y los ojos inigualables de su amada. Sé que para hablar de unos ojos inigualables primero hay que equipararlos con otros, pero en este caso dejé las comparaciones de lado para no desviar demasiado la trama. La historia recuperaba su sentido original, pero para que no se me pasara la mano y volviera a caer en cursilerías inventé que Julieta se arrullaría de vez en vez al escuchar los poemas de Romeo y que él se tropezaría algunas ocasiones con el trípode de Julieta, cuando llegara borracho, y que destruiría así ciertos cuadros pintados por su amada, por pura coincidencia los más feos.

La historia parecía, por fin, completa, así que me di a la tarea de escribirla con sumo cuidado, como si se tratara de mi obra maestra. Cuando iba por la mitad empecé a dudar de cuál sería el final, y definí dos alternativas, la primera de ellas era detallar la vida del matrimonio Montaño Capulín hasta que uno de los dos muriera, y hasta escribí la escena final, Romeo, con una cerveza Corona en la mano, le diría a Julieta en el momento en que ella saliera a hacer un mandado, Si no te molesta, tráeme el periódico cuando vuelvas, pero Julieta no volvería nunca más, Romeo moriría de inanición en medio de la espera de El Sol de Verona, y Julieta sería encontrada años más tarde pidiendo limosna en las afueras de una estación del metro. La otra alternativa implicaba sacrificar algunos de los pasajes que llevaba más adelantados, porque dejaría yo de tocar el tema de la vida conyugal y el final sería precisamente el día la boda. Me incliné por la segunda opción y tuve que regresar bastante en mis anotaciones, porque las cuestiones del alcoholismo de Romeo, las tendencias lésbicas de Julieta, sus aficiones por la poesía y la pintura, carecían de sentido en el contexto que las había concebido, pero podían ser retomadas de otra forma, considerando un periodo de unión libre entre ambos protagonistas, con el objeto de que los dos se conocieran mejor. Claro, yo sabía muy bien que si Julieta se acostaba con Romeo antes de la boda no tendría sentido que hubiera una ceremonia con la novia vestida de blanco, así que aquí las tendencias lésbicas de Julieta encajaron a la perfección, porque Romeo aceptaría que mientras vivieran en unión libre durmieran en cuartos separados y Julieta tuviera una amante que le procurara placer sin despojarla de su virginidad y Romeo se satisfaría solo, viéndolas por la cerradura de una puerta.

Cuando estaba por empezar a escribir el final de la historia, o sea, la boda de Romeo y Julieta, me di cuenta de que mi relato no sería nada si no violaban a Julieta la noche anterior, si no desgarraban su himen con un ímpetu que Romeo jamás tendría, ni siquiera tomando vitaminas, si no mordían sus pechos con el desenfreno del que un personaje heroico y galán como Romeo nunca padecería, y por supuesto, después de todo eso Julieta se quedaría añorando los brazos del violador. Ahora bien, siendo tan bella nuestra Julieta no era nada fácil encontrar un abusador a su altura, porque no bastaba con decir que tenía brazos fuertes, ni que medía dos metros de estatura y veinte centímetros de no sé qué, ni que era moreno o rubio, ni que había estado en la cárcel tres veces por el delito de estupro. No, el personaje carecería del matiz necesario para provocar el desenlace si no era alguien muy especial. Pensé en recurrir a algún hombre famoso y al primero que consideré fue a Adolfo Hitler, hasta que me dijeron que era capado, luego opté por Winston Churchill, puesto que tenía todas las cualidades que yo buscaba, pero las fechas no me coincidían, necesitaba un personaje más actual, como William Clinton. De hecho, Clinton era el candidato ideal para violar a Julieta en mi historia, guapo, muy buen político, con trascendencia para la humanidad y con desenfrenos sexuales poco controlables, es más, ni siquiera era necesario que Julieta hablara ingles, porque en una violación la víctima no tiene que hablar el mismo idioma del victimario, y usualmente sólo debe gritar la palabra No una decena de veces antes de soltar un grito doloroso y un llanto incontrolable.

La escena de la violación ocurría, en mis primeros apuntes, cuando Julieta se asomaba al balcón la noche previa a la boda y respiraba aire fresco con singular alegría, por la ilusión que le daban los acontecimientos de la mañana siguiente, y con plena conciencia de que era su última noche como virgen, entonces la protagonista miraría la luna creciente, los destellos del firmamento, aspiraría el olor nocturno de las flores, y de pronto se sobresaltaría por la inesperada presencia de un hombre desconocido, William Clinton, sostenido apenas por sus uñas entre la herrería sofisticada del balcón, Quién es usted, váyase, le diría Julieta sobresaltada, respirando con dificultad, temblando, pero sin fuerzas para gritar, entonces él, sin mencionar su nombre, la metería a la recámara y le arrancaría el camisón de un solo movimiento, sin que ella pudiera detenerlo, sin que supiera qué hacer salvo cubrirse con sus delicadas manos, la derecha sobre la región púbica y la izquierda tapando los senos con la ayuda de su brazo, mientras el violador, o sea, el presidente de los Estados Unidos de América, empezaría a mordisquear el cuello, a sobar las nalgas, a recorrer con su boca el delicioso cuerpo de Julieta, antes de que ella comenzara a excitarse en medio del terror y de que él la empujara hacia la cama para continuar la profanación de la protagonista. Aquí tuve un problema terrible, cuando empecé a desarrollar las descripciones de Julieta me fascinó el personaje, sus dieciséis años, sus pechos pequeños, firmes y puntiagudos, su delgada cintura, su porte y su estatura, su mirada tierna pero profunda, su pelo lacio, su rostro sin maquillaje, liso, suave, sus labios delgados y muy rojos, sus dientes perfectamente alineados, su sonrisa discreta pero mordaz, la caída de sus caderas, sus pompas duras y pronunciadas, sus piernas largas y bien torneadas, y mientras más la imaginaba más me gustaba, hasta que terminé tan enamorado de Julieta que me dije, Cómo va a ser que la noche previa a la boda Clinton se robe su virginal figura, no es justo, la historia carece de encanto, debo ser yo mismo quien viole a Julieta. Me enamoré tanto del personaje que no me quedó otra opción que violarlo, que meterme en la historia y treparme al balcón de Julieta, que arrancarle yo el camisón, besarle yo el cuello, sobarle yo las nalgas, recorrerla con mi boca y con mi lengua. Me gustó mucho más la idea, Julieta tenía más fuerza ahora que antes, que nunca, era la fantasía del autor y así yo sólo tendría que entregársela a Romeo en señal de rendición, yo, el autor de Julieta, enamorado de ella, para que luego él la tuviera el resto de sus días, y además me lo agradecería, pues a pesar de que me hubiera robado su virginidad, él tendría a la mujer más hermosa del mundo y también Julieta sería muy feliz, porque no quise complicar la historia con terapias después de la violación, ni si quiera con temores el día de la boda, porque sería como echar a perder el enlace conyugal en vez de convertir ese momento en el clímax de la obra. Al llegar a este punto me detuve porque en verdad había encontrado un severo conflicto, pues es cierto que no podía destruir la escena de la boda con una Julieta que temblara todo el tiempo y que durante los abrazos de felicitación diera gritos de terror como si la violación se estuviera repitiendo o como si uno de los invitados estuviera a punto de volver a abusar de ella, aún cuando yo me colara entre los convidados a la boda, pero si Julieta seguía como si nada el cuento hubiera carecido de credibilidad, y no era eso lo que yo quería.

Pensé en quitar lo de la violación, pero estaba convencido de que le daba fuerza a la historia, así que sólo atrasé la boda tres semanas, de tal suerte que Julieta pudiera acudir a seis sesiones con un siquiatra, dos por semana, y recuperarse del trauma. Ahora bien, para calcular la fecha exacta del matrimonio consideré que para ser perfecta no podía coincidir con la semana en que la novia tuviera su periodo, porque la noche de bodas se echaría a perder, y yo quería cerrar la historia precisamente con esa escena, entonces consideré la semana posterior, sólo que haciendo cuentas la violación hubiera ocurrido en los días de mayor fertilidad para Julieta, lo que incrementaría las probabilidades de embarazo, así que me preguntaba si eso era lo que yo estaba deseando escribir, que la novia se casara embarazada de un hombre distinto al protagonista. Podía yo haber cambiado las fechas para resolver un conflicto aparentemente irrelevante, pero sí era relevante para mí porque se trataba de mi hijo, si hubiera sido un hijo de Clinton no me hubiera importado que no naciera y que yo moviera las fechas así nada más, pero como se trataba de mi primogénito yo no me sentía con la capacidad suficiente para ajustar las cosas así por que sí, pues ese niño ya había sido concebido y el autor era responsable de esa concepción, hubiera sido como abortarlo, y si alguien debía morir no podía ser el niño, ni Julieta por llevarlo en su vientre, y yo tampoco podía quitarme la vida en la historia, Quién la terminaría, me decía a mí mismo, pero la boda con Romeo se antojaba ya imposible, y por lo tanto, el único que podía, y debía, morir era el propio Romeo. Muerto Romeo, independientemente de la forma que falleciera, pues aún no la había decidido, había que hacer algunos pequeños ajustes en la trama, que me costaron algo de trabajo, pero a fin de cuentas eran muy congruentes con la historia original, y yo quedé convencido de que mi cuento sería todo un éxito.

La historia quedó de la siguiente manera. Un día antes de la fiesta en la que Romeo y Julieta debieran conocerse, el autor se presentaría en casa de Romeo con una pistola damasquinada en plata y lo mataría de un solo disparo en la sien, luego repetiría un trabalenguas para asegurarse de que mantuviera la calma en el camino de regreso a su departamento, donde descansaría unas horas, y más tarde se prepararía para el convite en el que conociera a Julieta. Ya en la fiesta, el autor y Julieta se mirarían y se enamorarían de inmediato y poco tiempo después anunciarían su boda y la historia terminaría con la ceremonia conyugal, pero dejando entrever una absoluta felicidad los siguientes siglos. Una vez decidida la trama definitiva concluí que ya no debía modificarla sino empezar a redactar y a enriquecer la historia con descripciones detalladas de los hermosos escenarios en los que se desarrollara, los colores del cielo, el agua de la fuente, los sabores de los bocadillos de la fiesta en que los protagonistas se conocieran y luego los de la boda, que serían mucho más deliciosos que los primeros gracias a la felicidad que Julieta y el autor emanarían, y todos los que los vieran sentirían una dicha inmensa, pero en este caso tendría yo que ser muy descriptivo, con las formas de las sonrisas, los brincos y otras expresiones, como manos derechas levantadas y agitándose, para contagiar a los lectores la alegría de mis protagonistas, la fuerza de su amor y el ambiente de alrededor, la música, las luces, los olores, los vestidos, el porte de Julieta, su belleza, la elegancia de su creador. Por último, la historia terminaría con la escena de la violación y el embarazo de Julieta, pero esta vez sería una violación concertada, aunque en sentido estricto no desvariara de la original, con la protagonista disfrutando de su última noche virginal y el autor trepando al balcón por el alféizar de la ventana de abajo, y cuando ella ya lo sintiera cerca preguntaría Quién es usted, a lo que su creador contestaría Yo soy el que soy, y luego metería a Julieta a la recámara y en un solo movimiento la despojaría del camisón, y ella se taparía por la timidez que le provocara estar desnuda por primera ocasión delante de un hombre, y él la besaría y la sobaría hasta que ella se relajara y se acostarían sobre la cama y él arremetería con fuerza contra el cuerpo de Julieta para que ella jamás olvidara ese momento tan intenso en que concebirían a su primogénito, quien debería regir a la humanidad mientras todos vivieran muy felices, por siempre y siempre.

sábado, 7 de junio de 2008

¿Quién es esa muñequita?

¿Quién es esa muñequita
por quien vivo y por quien muero?
Mitad mía. Mitad ajena.
Con una cara bonita.
Unos ojos grandes.
¿Quién es esa muñequita
que cuando la veo no conozco mi futuro?
Moriría en ese instante.
La acompañaría por siempre.

Esa muñequita me ha cambiado la vida.
Me ha ayudado y me ha dañado.
Me dobla cuando la veo,
pero se me esfuma como el aire.
Me hace reír y me habla hasta el hastío.
Es dueña de su vida y de mi muerte.
Y aquí estoy yo, todos los días,
preguntándome
¿Quién es esa muñequita
que mientras yo poseo su cuerpo
ella hace lo que quiere con mi alma?

jueves, 5 de junio de 2008

Fábula costumbrista de Cochinito, Conejita y Ovejita

Cochinito y Conejita se cruzaban muy seguido por el bosque. Se veían de cerca o de lejos y se gustaban.
Pero Cochinito estaba enamorado de Ovejita. No podía mirar a Conejita, quien salía con Caballito, porque realmente quería mucho a Ovejita. Pero Ovejita tenía un día bueno con Cochinito y un día malo, así que Cochinito se hacía pequeño cada día y su corazón sangraba.
Cochinito, con todo el dolor del mundo, tuvo que alejarse de Ovejita. Ya no podían estar juntos, pero tampoco podían estar lejos. Ovejita lloraba a Cochinito sólo delante de él, pero a sus espaldas sonreía. Cochinito estallaba y tenía ganas de sacudirse el lodo frente a Ovejita para dejarla toda sucia, pero se aguantaba, y cada vez saltaba desde más lejos hacia los charcos de lodo para salpicar a muchos metros a su alrededor.
Cochinito comenzó a distraerse con todas las flores que iba encontrando en el bosque, hasta que un día se dio cuenta de que cada flor que encontraba, por unos minutos le hacía cosquillas en el cuerpo, le daba alegría, le hacía sentir intenso, pero al final se sentía más solo.
Fue una cosa dura para Cochinito, pero de pronto se abrió la esperanza. Conversando un día con Conejita supo que ella ya no veía a Caballito. También estaba dolida, y se había metido en un laberinto del que no sabía cómo salir. No se había alejado de Caballito sólo por el coraje de no haber sido valorada, se había alejado de Caballito alentada por los consejos de Pato, quien le hablaba al oído y le decía que quería estar con ella toda la vida.
Cochinito comenzó a cortejar a Conejita, y eso le gustaba pero también la confundía. No sabía qué hacer con la voz, a veces tierna y a veces ruda, que le hablaba al oído. Era simplemente diferente a Cochinito, así que uno no competía con el otro. Pato y Cochinito eran acaso complementarios, no había virtudes ni defectos que comparar.
Cochinito se acercaba todas las mañanas a su madriguera y le recitaba un poema, le cantaba una canción y le colocaba algún detalle, como un trébol de cuatro hojas un día, una zanahoria, un espejo.
Conejita seguía confundida. Cochinito estaba entusiasmado, pero sabía que algo raro pasaba por la cabeza de Conejita, sabía que todavía no podía decir que ella era suya.
Había veces que Cochinito sentía cómo Conejita se alejaba. Eran días horribles, eran días de desesperación en los que quería correr a refugiarse en Ovejita, quería gritar su amor ante Ovejita. Pero no era el amor a Ovejita o el amor a Conejita. Era el amor a sí mismo, que Cochinito quería compartir, que sabía que tenía mucho que dar y que sólo quería recibir a cambio comprensión, paciencia, abrazos, compañía.
Claro que seguía sintiendo amor por Ovejita, claro que le entusiasmaba la idea de revolcarse en el lodo con Conejita, claro que quería besar a Conejita, claro que quería bañarse en el río con Conejita. Pero Cochinito se desesperaba. Ovejita coqueteaba un día, reclamaba otro. Conejita se dejaba querer pero seguía comunicando su propia confusión.
Cochinito se sintió solo y comenzó a alejarse de Conejita, comenzó a acercarse a Ovejita otra vez. No era volver a ella, era simplemente a estar en comunicación. Conejita estaba logrando lo imposible, acercar de nuevo a Cochinito con Ovejita, aunque él sabía que el desenlace de su historia con Ovejita siempre sería el mismo, un fluir constante de buenos y malos momentos, hasta que estallaría de coraje otra vez y volverían las ganas de sacudirse el lodo sobre el rostro hermoso de Ovejita.
Conejita se dio cuenta de que Cochinito se alejaba. Su confusión permanente la llevaba a una decisión que no quería tomar. Alejarse de Pato o alejarse por siempre de Cochinito.
Ella no podía saber cuán grande era el dolor de Cochinito. Ella no podía saber qué difíciles momentos pasaba él, y prefirió oír cuac-cuac en sus oídos que el armonioso oink-oink que Cochinito le recitaba. Sin embargo se quedó con sus orejitas paraditas, así que un día buscó a Cochinito para contarle todo a su manera.
Mientras Cochinito descansaba en el lodo vio las orejas blancas de Conejita que lo invitaban a jugar. Quiso hacer como si no mirara hacia ese punto, quiso negarse la ilusión que le daban esas orejitas largas, pero su corazón era débil. Corrió hacia el agua limpia antes de saludar. Se bañó con prisa y acercó su rosado cuerpo al peludo y blanco de Conejita.
No hubo más palabras. Él sabía por qué ella estaba allí en ese momento, y sabía que ella estaba sólo por ese momento.
Y comenzaron a jugar juntos. Las orejas triangulares de Cochinito se pararon, su colita de tirabuzón se extendió y a Conejita se le erizó el cuerpo, cada uno de sus pelitos estaba electrizado.
Cochinito tuvo mucha paciencia con Conejita, le hizo sentir su calor, fueron juntos a la cascada y se secaron al sol. En eso Cochinito empezó a acariciar la espalda de Conejita quien cerró los ojos hasta el amanecer, en que se fue sin despedirse. Cochinito durmió profundamente y luego despertó solo.
Pasaron unos días y descubrió que nada más podría salvarlo la lana de Ovejita. La buscó. Fue tolerante cuando encontró reclamos, y encontró tolerancia cada vez que fue un cerdo siendo Cochinito. Y Ovejita y Cochinito vivieron muy felices.

Moraleja: ya sea como en una historia para niños o como drama más sofisticado, la historia es siempre la misma.

martes, 3 de junio de 2008

Tic-tic tac

Violentaré tu cuerpo porque así me lo has pedido y todo volverá a la normalidad, terminarán mis deseos frenéticos y tus persuaciones. Terminará tu sonrisa socarrona, tu perfume seductor y tu desdén hacia mi mugre perpetua. Se acabarán las invasiones a mi Estado.
Soy el rey de esta calle, el vagabundo emperador, y hoy tú serás la llorosa invasora que nunca más se burlará de mis harapos, de mis pelos canos y sedientos, y de cada una de las paredes cochambrosas de donde no has debido pasar.
Este es mi país, una isla dentro del tuyo, y de donde fui expulsado por una igual que tú, soberbia, coqueta, infame.
Soy el rey del farol fundido que nos dará cobijo, soy el dueño de la alcantarilla que hará sonar su orquesta unísona, el único amante de los contenedores con el olor a rosas que siempre has soñado para este momento.
Estiraré la mano que siempre has ignorado, para tapar tu boca. Arrancaré la ropa para homenajear la noche en que bebí, maté y hui, con el destino insurgente de arrebatarle una pequeña calle a un inmenso país, y dejar atrás un pasado decoroso pero vacío.
Explotarán mis ganas sobre ti, como cuando asfixié su cuello inmaculado, amoraté sus ojos tristes, y vi en su espejo mi último rostro de temor, mi último arrepentimiento, mi última camisa bien planchada, y mi duda entre la autocomplascencia psicotrópica y el único resquicio humano que quedó de mí.
Sonríe preciosa. Estás a unos pasos de nuestra felicidad. Ya oigo tus tacones a lo lejos. Tic-tic tac.

domingo, 1 de junio de 2008

Vístete o deja de llorar

Su amiga y él fueron al cine esa tarde, nublada, desmemoriada porque no recuerda qué película vieron, ni siquiera en qué cine, por qué razón se besaron si eran tan sólo amigos, qué tanto se agarraron mientras buscaban el coche, dónde lo encontraron, qué calles tomaron antes de entrar al Viaducto, al tráfico, a esos tres carriles angostos, pero luego salieron a la lateral, eso sí lo recuerda, en Xola, vuelta en División del Norte y nuevamente Viaducto, Por qué tanta vuelta, preguntó ella, Pues ya ves, la lateral no es continua, así que hay que dar este rodeo, A dónde vamos, Es una sorpresa, respondió él, Te voy a hacer reina, añadió al ver el enorme letrero que decía Hotel El Rey, entraron, No te pases, dijo ella, No me paso, aquí es, una luz roja se encendió en una discreta cochera, entró, tras de ellos se cerró una puerta, y ella no volvió a chistar, se asomó una señora gorda, Son 85 por doce horas, estiró la mano, Aquí tiene, Ahorita le traigo el cambio, subió él apresuradamente, besó a su amiga, sonó la puerta, corrió nervioso, recibió un montón de monedas de a peso, cerró, buscó algún seguro, un pasador, no había, tomó una mesita, atrancó la entrada, volvió a besar a la chica, sonó de nuevo la puerta, movió la mesita, Creo que le di mal el cambio, dijo la señora que había cobrado, Aquí tiene, quédese con lo que sobre, sentenció él, con una voz cortante, entre dientes, inquieto, cerró otra vez, bloqueó la entrada, buscó a su amiga, no estaba, oyó ruidos en el baño, comenzó a desvestirse, se quitó los zapatos, la camisa, daba vueltas, dudó al desabrocharse los pantalones, los mantuvo, prendió la tele, tres hombres fornicaban con una mujer, lo sorprendieron los gritos, bajó el volumen, cambió de canal, buscó otra escena, regresó a la misma película porno, apagó la tele, dio vueltas por el cuarto, Estás bien, preguntó a su amiga, Sí, ya voy, escuchó, vio las gruesas cortinas que aislaban la habitación de la luz natural, Qué sucias están, murmuró, se asomó por la ventana, otro automóvil entró al hotel, se detuvo en la cochera de enfrente, dejó de verlo, miró a la misma señora que le había cobrado, observó la recámara, los estrechos pasillos, la humedad en el techo, la alfombra desgastada, estiró la mano, retiró un poco de yeso que se desprendía de la pared, la puerta se abría, su amiga envuelta en una toalla pequeña, vio por primera vez sus espesos vellos, la abrazó, la besó, escuchó el gotear de un grifo, Habrá que apretarlo bien, pensó, pero sólo siguió besando a su amiga, se dejaba besar, la toalla caía, él se desabrochó los pantalones, los bajó, se atoraron un poco, quedó en calzoncillos, esperando que la mujer los quitara, pero ella callada, inmóvil, no cooperaba, él trataba de acomodarse en la cama, ambos sintieron la aspereza del sarape, movimientos carentes de pasión, volvió a escuchar la gota que caía sin cesar, sobó los brazos inermes de la muchacha, metió la lengua hasta el fondo de su boca, contó sus dientes, su paladar, su lengua quieta, retiró los labios, besó sus pezones, fue bajando la cabeza hasta la entre pierna, mordió, lamió, no resistió el olor, volvió a subir, besó, Sabes a clítoris, por fin habló ella, Cómo sabes, pensó mordazmente, la gota seguía cayendo, la chica inmóvil, él apunto de penetrarla, pero su cuerpo no se aflojaba, la acariciaba, y nada, ella seguía tensa, de pronto estalló en llanto, Este lugar es horrible, reclamó, Y esas pinches gotas, añadió, Perdón, yo no conocía este hotel, la abrazó mientras ella buscaba cubrirse con la toalla, sin dejar de llorar, trató de besarla, Perdón, insistió, y la gota a lo lejos, Ya estamos aquí, anda, deja de llorar, ya estamos los dos desnudos, ya llegamos muy lejos, hay que terminar con esto, tranquila, no va a pasar nada, yo sé que sí quieres, pero ella sólo llanto, y una gotera, Deja de llorar, insistía él cada vez más, Deja de llorar o vístete, pero ella envuelta en la felpa, abrazando sus rodillas, bebiendo sus lágrimas, él la besaba en la mejilla, la seducía otra vez, mordía la oreja, ella sin inmutarse, Deja de llorar, por favor deja de llorar, rogaba él, los minutos pasaban, la gotera no cesaba, él no quería alejarse de ella, pero estaba nervioso, se puso los calzones, el pantalón, Deja de llorar o vístete, y la gotera lo fastidió, entró al baño, trató de cerrarla, pero el agua seguía cayendo, gota a gota, Anda, deja de llorar, vamos a hacer el amor, yo te quiero, siempre me has gustado, y ella seguía llorando, O vístete y ya nos vamos, pero nada, el llanto, la gota, se quitó los pantalones otra vez, le quitó la toalla, pero ella seguía en cuclillas, Qué hago, se preguntaba, caminaba desnudo, le acercaba su cuerpo, le tomaba las manos para forzarla a que lo acariciara, una gota más, las lágrimas, él fastidiado, sin excitarse, Deja de llorar, pero seguía llorando, la gota caía, también las lágrimas de la chica, se mantenía inmóvil, ahora con un hipo sonoro, pasó una hora, más llanto, más hipo, más gotas, él desesperado, Deja de llorar o vístete, insistió por última vez, con ganas de matarla, Lo dejo para mañana, pensó, y se acostó.