sábado, 30 de agosto de 2008

Cuando mi esposa

Cuando mi esposa no era mi esposa y conoció esta casa miró una fuente que tengo en el centro de la sala y antes de elogiarla volteó hacia el hueco que quedó por donde pasé el cable para conectarla, y dijo ¡Qué horrible te lo dejaron! Su obsesión por el defecto me sigue alterando y podría contar miles de anécdotas. Sólo relataré una, sin embargo. Cuando llevaba aquí cinco años empecé a valorar la posibilidad de vender esta casa, se lo comenté, su respuesta inmediata fue ¡Qué bueno porque yo nunca viviría en ella! Un año más tarde se vino a vivir conmigo y dos años después nos casamos. Nadie habría logrado convencerme, como ella, de no dejar esta casa.

jueves, 28 de agosto de 2008

Si quieres conocer a Andrés, viaja con él un mes

Debí haberlo supuesto desde el primer fin de semana que salimos de viaje. Al cabo de 36 horas de haber estado conviviendo con sus amigos, mi novia me reclamó que tendiera a separarme del grupo, a aislarme, como menospreciándolos. El reclamo era estúpido, pero en una relación que comenzaba a consolidarse lo tomé como un ejercicio de tolerancia el no decir nada. Yo me había separado del grupo cuando llegamos a la casa, para dormir unos minutos, y posteriormente cuando fui a preparar el coche para que allí escondiéramos el pastel de mi novia -era su cumpleaños- que no sabía que en ese momento una de sus amigas la distraía y otra lo compraba. Solamente fue eso.
Al llegar a Buenos Aires no tardé en dar con la prueba contundente de que esa relación estaba condenada al fracaso. Entramos a una tienda de discos, una de esas tiendas extraordinarias donde uno encuentra los discos que no hallará en ninguna otra parte. Yo seleccioné puros álbumes de electrotango. Ella se compró un disco de Diego Arjona, que más tarde intentó poner en casa de mi hermana y ella le dijo "aquí no se oye Arjona".
Días más tarde fuimos a otra tienda de discos, en la calle de Corrientes y Callao, Zivals, una de las mejores tiendas de discos que he conocido, tal vez la mejor. Llena de electrotango. Ella ya no tenía dinero. Qué salvación.

martes, 26 de agosto de 2008

Te mueves muy raro

Diana y yo nos habíamos estado frecuentando en las últimas semanas, incluso habíamos ido a cenar ya con algún coqueteo pero no pasó nada más. De pronto tuve la oportunidad de acudir a un evento -llegaba la Reina de Dinamarca- y la convoqué de una manera intencionalmente informal, pues dudaba de ir con ella, ir, o ir solo. ¿Me estás invitando? -preguntó- Sí, ¿quieres venir conmigo a la presentación de una película a la que acudirá la Reina de Dinamarca? Accedió, y accedió también a acercarse a la zona, pues yo no tendría tiempo de pasar por ella.
Salí de trabajar y me comuniqué con ella para ver si prefería que estacionáramos un vehículo y así fue, decidimos estacionar el mío. Se quedó en una tienda cuyo estacionamiento estaría abierto cuando terminara el evento. Sin embargo, ya no pudimos entrar a la película pues estaba abarrotada. Decidimos ir a cenar y cuando terminamos me llevó por mi auto, pero no pudimos acceder a él, era demasiado tarde. Se ofreció a llevarme a casa.
En el camino le propuse que se quedara a dormir y al día siguiente temprano me acercara a algún metro. Ya estando en casa le pregunté si quería dormir en el cuarto de visitas o prefería dormir conmigo. Le propuse que durmiera conmigo y aceptó. Le presté una playera y ambos dormimos con calzón y playera.
Mi intención realmente era no tocarla, pero conforme avanzó la madrugada cambié de opinión. Tuve la oportunidad de empezar a acariciar sus senos y cuando sentí erguidos los pezones decidí acercarme, levantar un poco la playera y besarlos, cuando hice esto ella comenzó a despertar. Nos besamos, igual que ya lo había hecho en el lugar donde cenamos, pero esta vez con sus senos controlados por mis manos. Hace mucho calor -dijo- y se quitó la playera. Estuve a punto de penetrarla sin condón, pues a penas si me permitió alejarme de ella y alcanzar uno del cajón.
Las formas en que se dio fueron tan excitantes que disfruté lo que pasó. La invité a cenar a la casa para el viernes. Pasé por ella y llegamos a preparar algo de botana y abrí una botella de vino. No era de las mejores que tengo, podría decir que estaba bueno a secas. Ella, no obstante, hacía gestos tan exagerados que me empezó a desesperar -reconozco que a veces tengo actitudes demasiado austeras, pues me siento tan en medio de todo que precisamente le huyo a la exageración-.
Cuando acabamos el vino comenzamos a besarnos y a provocarnos. La ausencia de cortinas en mi sala la intimidó y me pidió pasar a la recámara -segundo tache, después del gesto exagerado por el vino, pues casi todas aceptan, entrada la madrugada, tener relaciones en la sala, y poco les importa estar desnudas frente al transitar continuo de vehículos-.
Ya en la recámara la penetré -esta vez ganó y no alcancé el cajón-. En algún momento le dije Te mueves muy raro. Fue lo más elegante que atiné decir a alguien que simplemente no se movía. Al principio la tenía encima y conforme avanzó el coito tuve que cambiar de posición para no sentir que estaba practicando la necrofilia. Ella estaba debajo de mí y sólo alcancé a atinar una pregunta ¿Tomas pastillas? que en principio no contestó y cuando la reiteré dijo un discreto sí.
Un mes después sólo recibí una mensaje de celular en el que me saludaba. Me sentí tranquilo, temía un mensaje con otra noticia. Se lo contesté pero no la volví a buscar. Me dio algo de remordimiento pues era agradable y guapa -aunque se veía mayor que yo, y eso es algo que me cuesta trabajo aceptar-. La volví a ver cuando coincidimos en una reunión del amigo por quien la conocí. Su mirada expresaba algún reclamo, que aún así preferí no atender con una llamada los días posteriores.
En este momento me interrogo sobre qué le diría si me atreviera a llamar.

domingo, 24 de agosto de 2008

Qué bonito es guardar silencio

Estábamos en la oficina de René y sus socios en una comida sin mayor motivo que el encuentro amistoso. Cuando llegué había una mujer muy guapa. Se llamaba Sandra pero le decían Sandy. Verdaderamente hermosa, rondando los 40. La comida estaba al centro. Minutos después llegó Tamara, su enorme orgullo al frente, y nuestro pasado a cuestas. Me saludó con un discreto beso entre la boca y la mejilla y se sentó junto a mí. Estuvo muy cariñosa. Finalmente arribó Diana, de quien hablaré en otra ocasión. Diana tiene un buen cuerpo, es guapa, quizá tenga menos años de los que aparenta, pero es malísima en la cama. Creo que no he conocido mujer que se mueva menos o peor que ella. En cuanto Tamara pudo no se contuvo las ganas y dijo en secreto al anfitrión, Se te juntaron, René. Caray, que bonito es guardar silencio.

viernes, 22 de agosto de 2008

Adios Cariñito

A mi Bámbola. Si algún día amas, o si me amaste, cuando vuelvas a amar, canta "por lejos que estés amo'cito ahí te seguiré" ... ¡y síguelo, no seas tonta!

"Adios cariñito, adiós corazón ...
por lejos que estés amorcito, ahí te seguiré."

Diferentes formas de ver el mundo.
Tú através de tus ojotes,
yo a través de unos lentes
que se ensucian mucho.
Diferente sexualidad,
la mía irrefrenable,
la tuya complaciente,
jamás demandante,
ninguna prueba del deseo,
hasta llegar al clímax.
Diferentes sueños,
los tuyos siempre ocultos,
interrogantes perpetuas,
los míos siempre expresados,
pero siempre cambiantes,
aunque a la vez los mismos,
expresados en distintos momentos.
Vidas distintas,
que una vez convergieron,
la tuya sencilla,
una Dulcinea urbana,
la mía ambiciosa y elitista
pero escépticamente humana
Vidas distintas,
que estallaron sus conflictos,
el tuyo imprudente, constante y temporal,
el mío vengativo y perenne,
el de ambos un Babel.
Alguna vez me sentí en deuda,
otra acreedor,
hoy solitario,
amante de ese sueño
y ese abrazo que se fue.
Dedicando escritos a todas,
menos a quien más me inspira,
a quien más recordaré,
el día que muera,
el único árbol de mi bosque.
La sonrisa que se negaba a aparecer,
y que el día que llegó,
se volvió la más hermosa
del siglo que terminará
después que yo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Tu naricita

Sabes que pienso todo el tiempo en tu naricita. Es bonita y es única. Es parte de tu esencia. Se combina con tu sonrisa y con tus ojos y es como un estallido de paz. Me encantaba hacerte reír por eso. Toda la fuerza de tu sonrisa se concentraba en ese pequeño lunar que tienes al frente de una de las fosas nasales. Demasiado pequeño ese lunar como para funcionar como red, y sin embargo funcionaba como red. Y ahí me quedé atrapado, pensando en el lunar de tu naricita toda la vida.

lunes, 18 de agosto de 2008

Un artista

A Calandria, mi artista
Cuando supe los motivos de la muerte, la irreparable muerte, de Violeta Parra, comencé con estos ritmos hondos a hacer la pequeña fullería de estos motivos.
Violeta era una señora, mayor que yo seis años y se enamoró de un joven de la edad de mi segundo hijo. Él también la quiso inmensamente, pero tan sólo un año. Y cuando este joven suizo, abandona a Violeta.
Violeta, que probablemente no sabía que un artista está condenado a una gran soledad, pero debe saber disfrutarla, se fue a Bolivia y en La Paz se dio un tiro en la sien. Dicen que con su cabeza quebró su guitarra.
Y estas coplas, que hablan en primera persona, y por Landó, se llaman Cardo o Ceniza.
Chabuca Granda, voz en el disco Cholo Soy 2, de Jaime Cuadra, mezclada en la canción Cardó o Ceniza.

Un día te platiqué de esta canción y sobre todo de las palabras de Chabuca Granda y te conmovió la expresión "un artista está condenado a una gran soledad, pero debe saber disfrutarla". Sabes que he tratado de vulnerar tu soledad con la mía. No ha sido un esfuerzo insistente por tus barreras y mis circunstancias. Tendría la tentación de un día llegar y decírtelo de frente, decirte todas las ideas que me pasan por la cabeza cuando te miro, cuando miro tus fotos -las que tomas y las que te tomas, éstas últimas retratando lo más bello de la soledad-, cuando hablo contigo, cuando chateo. Tal vez un día lo haga. Tal vez no. He llegado a una posición cómoda en la que la soledad no conlleva mayores riesgos. Nunca pensé verme así. Es tal vez tu caso. Dicen que el que con leche se quema hasta al jocoque le sopla. Y así estamos. Pero ahora nuestra relación es mágica. No nos tocamos. No nos miramos. De vez en cuando nos frecuentamos. Te tiento -yo siempre estoy tentando a la vida-, te provoco indirectamente pero no obtengo nada más que esta relación mágica. Un día tal vez la vulnere. Quizá no es el momento o quizá ese momento nunca llegue.
Te puedo dedicar estas palabras, citar esta canción porque me parece que nunca pasas por esta calle de mi expresión. Y te puedo dedicar estas palabras porque con ellas me he dado cuenta de que ahora debo aprender a disfrutar mi soledad, que no debo hacerme ilusiones, es perpetua, siempre ha estado aquí aunque yo hubiera abierto paréntesis para escapar de ella. Imposible. Siempre ha estado aquí. Siempre estará. Y si un día algo pasa entre los dos, será tal vez otro paréntesis, efímero o eterno, pero un paréntesis. Así que debo saber disfrutarla.

CARDÓ O CENIZA
Letra de Chabuca Granda
Musica de Chabuca Granda

Como sera mi piel junto a tu piel
Como sera mi piel junto a tu piel
Cardó, cenizas, cómo será

Si he de fundir mi espacio frente al tuyo
Cómo será tu cuerpo al recorrerme
y cómo
Mi corazón si estoy de muerte
Mi corazón si estoy de muerte

Se quebrará mi voz cuando se apague
de no poderte hablar en el oido
Se quemará mi boca salivada
de la sed que me queme si me besas
de la sed que me queme si me besas

Como será el gemido y como el grito
al escapar mi vida entre la tuya
y cómo el letargo
al que me entregue
cuando adormezca el sueño entre tus sueños.

Han de ser breves mis siestas
Mis esteros despiertan con tus ríos

Pero, pero como serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada
Cada vez que despierte avergonzada

Pero cómo seran mis despertares
Pero cómo seran mis despertares
Pero cómo seran mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada
Cada vez que despierte avergonzada

sábado, 16 de agosto de 2008

Miseria de transición

La postura de la niña me promete una vida muy distinta que la mendicidad de su madre, quien nació en el campo y morirá miserable en la ciudad. En cambio la chiquilla ha crecido en la ciudad y podrá decidir dónde morir.
No les he dado un peso. Pienso como economista y, convencido de que cualquier ayuda que les dé, lejos de mejorarlos llamará a otros miserables a la mendicidad, las ignoro a medias porque me ha llamado la atención la diferencia en la seguridad con que andan las dos. La madre carga un bebé de meses, tiene el rostro de alguien que siente no tener derecho a vivir. La hija camina con ligereza, erguida, y jugando al mismo tiempo que pide dinero. Tiene unos ocho años.
Quizá no vaya a la escuela, pero no sintió el paisaje agreste que su madre vio al llegar a la ciudad. Ella creció aquí, aunque tal vez haya nacido en el campo.
Pero la historia no termina. Luego vendrán otros a pedir, con la misma cara de sufrimiento, y les negaré la moneda más pequeña. La historia acaba cuando en el salto generacional esa niña y sus contemporáneos de las calles decidan qué harán: nos exigirán la limosna, o trabajarán en una fábrica, o robarán, o simplemente, como creo que es más fácil pensar, se desvanecerán para convertirse en un ciudadano más que tiene la opción de decidir entre dar o no dar.

jueves, 14 de agosto de 2008

Ingratas

Todos estos momentos, quiero decir, los momentos más vívidos de Blue Velvet, las prosas recientes, las narraciones cortas pero compartidas, duras o rosas, son espejos de una relación con la realidad. En el momento en que me vuelvo extranjero, bukowskiano acaso, me pierdo de esa relación con la realidad. Las dos tienen su saber. Ese desgarrar de venas por el amor que jamás quiso defender con hechos lo que dijo con sus palabras, o esa taquicardia por la llegada de una nueva ilusión, suponen un compromiso con la escena.
Por ejemplo, te deseo pero quiero no manifestarlo. Estoy muy enfemo de gripe. Llegas a verme y con cualquier pretexto me revisas, me desvistes, te penetro y hasta intento la concepción. Te vas y algo queda. Busco tu olor en la almohada sobre la que ni tiempo tuviste de descansar la cabeza.
En cambio, pasa el tiempo y me olvido de ti. Y entonces el tuteo es a la otra, a lo opuesto: tú eres la que canta, la que baila con cualquier pretexto, la que siempre está contenta, la de los senos grandes y cuando te tuve cerca preferí no buscar tu sexo. Estaba lejos de Bukowski. Allí estaba en la realidad. ¿Para qué quería tu cuerpo si no es eso lo que quiero de mi vida? ¿Para qué quiero tu cuerpo si me quiero puro? Ni la ilusión pasó por mí cuando te tuve cerca. Si no me regalabas tu alma, no tenía por qué soportar el resto -incluidas tus historias inverosímiles-. Ahora sí, dado el cambio de página, ven cuando quieras, pero no me pidas que te drogue por los oídos. Me he desconectado.
No extraño a Bukowski. No extraño perderme -regreso al primer tuteo- entre tu cuerpo al grado de violar rincones que no me has ofrecido, como aquella vez, en mi propia senda del perdedor. Ganaba unos centímetros más de ti, era un riesgo fácil, si te perdía no perdía nada que me interesara -eso sí, tu sexo me enloquecía, pero mientras no lo tuviera cerca podía vivir sin él-. En esa desconexión con los sentimientos que leo siempre en el Gran Bukowski me encuentro con un yo pasado, pero no me encuentro en el presente. Y claro, me siento muy defraudado. Ingrata, dice la canción de Café Tacvba, pero eres ingrata tú, tú o tú -incorporo un tercer tuteo, ya quién es quién es lo de menos-.
Entonces ocurre una gran paradoja: me extranjerizo. De pronto no soy el Bukowski extranjero que juega a ganar todas pero perdiendo a fin de cuentas la gran partida; tampoco soy el comprometido dispuesto a dar la vida por alguien. Soy un hombre de a pie convencido de que al menos en los próximos pasos -los próximos todo: los próximos viajes, el próximo departamento, el próximo sueño, el próximo esfuerzo- habré de andar solo -a veces pagando por sexo, a veces teniéndolo gratis y en casa, a veces incluso sin mucho frenesí-.
Pero la realidad, sin embargo, es esta: nunca habrá quien me limpie el culo. Eso lo sabemos todos, pero no lo comprendemos todos. Y por eso canto -a quién es el tuteo es lo de menos- ... Ingrataaa

martes, 12 de agosto de 2008

Fue en el Hotel Oslo, acuérdate

A ti, la primera siempre será la primera.
Karina estaba con que Sí que es tuyo, y yo con que No puede ser mío, y ella Sí no te hagas, y yo No me hago, no es mío y punto, no se hable más, no puede ser mío porque tú y yo tenemos mucho tiempo de no estar juntos, y ella contestaba entre llantos, Sabía que me ibas a hacer esto algún día, todos son iguales, nada más quieren acostarse con una y luego no se hacen responsables de los niños que fabrican, Cuáles niños, yo jamás he procreado niños, yo siempre me cuido de las enfermedades y de andar embarazando a mis amigas, Pero ese día no te pusiste condón, No sé de qué día me hablas, pero si no me puse condón seguramente fue porque no hice el amor, No te pongas a filosofar, para ti habrá sido coger, pero para mí hicimos el amor, No hicimos nada y no veo por qué tienes que cargarme a mí la paternidad de tu hijo.
La discusión que acabo de exponer se llevó a cabo en privado en el cuarto del hospital en el que mi amiga Karina estaba internada, tras haber parido a su hijo, cuyo padre no conozco, insisto, en verdad no conozco, tras de que me llamó por teléfono y dijo Estoy en el hospital puedes venir a verme, y yo fui sin saber ni sospechar de qué se trataba. Al entrar a la habitación fui sometido a un ataque de miradas que incluían lo mismo rostros conocidos que desconocidos, algunos de los cuales tuve que imaginar que eran su madre, su hermana, su abuelo, sus tíos, sus primos y sus compañeros de la escuela. Nadie me quiso saludar, otros murmuraban entre sí, y a los pocos segundos de que yo entré al lugar Karina clamó, Déjennos solos, y el cuarto se vació en un breve instante. Estuvimos como veinte minutos discutiendo hasta que la conclusión fue la misma Que no es mío, dije yo al salir, Que sí es tuyo, gritó ella, Qué poca madre, pensaron los visitantes que aguardaban con los oídos casi pegados a la puerta de la habitación en el momento en que salí presuroso para librarme del incómodo incidente.
Días después me enteré de que Karina bautizó a su hijo con mi nombre de pila, e incluyó como segundo nombre mi primer apellido, de tal manera que si no se mencionan los apellidos del niño, que son los mismos de la madre, el bebé se viene llamando como yo, y algunos hasta pensarán que es mi hijo, igual que lo pensó la propia Karina durante los nueve meses del embarazo y las tres semanas que transcurrieron entre el parto y la segunda discusión que tuvimos con respecto a la paternidad.
El día en que conocí al niño, él estaba dormido en un bambinetto, yo sentado en mi silla y hablando con discreción, Karina levantándose y sentándose de la suya, apoyando las manos sobre la mesa y reclamándome en voz alta. Nos reunimos en un Sanborn's, y las personas de las mesas cercanas volteaban cada vez más abiertamente, la mesera interrumpía con su Quieren más café, el capitán estaba atento a los movimientos de mi amiga y ella insistía en que hacía unos meses nos habíamos reunido en el Hotel Oslo, que dice que está en Eje Central y Viaducto, y que fue allí donde concebimos al niño, Yo no conozco el Hotel Oslo, repliqué, y además ya tiene un rato que tú y yo no estamos juntos, desde el día en que lo hicimos en la azotea de mi casa, te acuerdas, Sí, sí me acuerdo, pero me acuerdo también de que hicimos el amor dos veces en el Hotel Oslo en la habitación 110, una vez en la cama y otra en el Jacuzzi, Cuál Jacuzzi, en la vida he tenido relaciones sexuales en un Jacuzzi.
La discusión no avanzaba, Karina pidió un helado que nunca probó y yo nada más veía cómo se derretía, el niño comenzaba a despertarse y a clamar por alimento, su madre en medio de la furia se desabrochaba la blusa y sacaba uno de los pechos con tal naturalidad que parecía no darse cuenta de que todo el mundo la miraba, mientras yo me tapaba los ojos no sé si porque no quería observar su seno desnudo o porque quería simular que yo no estaba acostumbrado a verlo así. El bebé mamaba casi dormido, su madre seguía diciendo que si el Hotel Oslo, que si el Jacuzzi, que si lo hicimos dos veces, y ya me tenía cansado y avergonzado, Ni siquiera te despediste ese día, sentenció, No me despedí, ah, vaya, qué te parece si me ayudas a recordar, paso a paso, qué fue lo que hice, Hasta que al fin lo reconoces, bravo, siquiera dale un beso a tu hijo, No, yo no he reconocido nada ni a nadie, sólo te estoy pidiendo que me digas qué fue exactamente lo que sucedió ese día en el Hotel Oslo. A partir de ese momento no la interrumpí mientras narraba el acontecimiento en el que fue concebido mi homónimo.
Llegaste al cuarto y ni siquiera saludaste, tampoco prendiste la luz, te lanzaste vestido hacia la cama, me besaste intensamente y comenzaste a darme un masaje a través de las sábanas. De mi piel sólo tocabas los labios con los tuyos, porque todo lo demás lo hacías en forma indirecta con la tela, me volteabas, me hacías gritar, pero tú seguías vestido y fuera de la cama, luego te levantaste sin decir nada, te desvestiste y te metiste conmigo, lo hicimos riquísimo, y cuando terminaste seguiste sin hablar, y hasta prendiste un cigarro, lo cual me sorprendió porque sé que tú no fumas, pero como estabas tan extraño ese día, mejor ni insistí, y hasta te hice caso cuando me quitaste la mano de la lámpara en el momento en que quise encenderla. Después de un rato me volviste a besar, te paraste, me vendaste los ojos, me llevaste al baño, abriste la llave del Jacuzzi, pero no dejaste que me metiera, seguías besándome y tocándome por todos lados, me cargaste y me echaste al agua helada, hasta pegué yo un grito, acuérdate. Luego de eso abriste el agua caliente y mientras tú seguías afuera y parado, jalaste mi cabeza hacia tu cuerpo y así estuve yo un rato mientras tú nomás te quejabas, pero por fin te metiste al Jacuzzi y sin quitarme la venda de los ojos lo hicimos otra vez. En cuanto acabaste, estuviste unos minutos en el agua, aún callado, te levantaste y desapareciste por unos minutos, en los que supongo te vestiste porque yo seguía sin ver, y no me destapé los ojos sino hasta después de que oí que habías azotado la puerta del cuarto. Salí desnuda al pasillo pero ya no te pude alcanzar, Cuándo te enteraste de que estabas embarazada, Como a las tres semanas me empecé a preocupar y te mandé un mensaje pero no respondiste, Un mensaje, pregunté yo, Sí, un mensaje, Ya entiendo, y cómo fue que llegamos al hotel, juntos o tú ya me estabas esperando, Yo te estaba esperando, acuérdate, por eso fue que tú estabas todavía vestido y yo encuerada y en la cama, Y cómo fue que supe que estarías allí, Pues por el mensaje que te había mandado, Cuál mensaje, Sí, te mande un correo electrónico en donde te ponía que te esperaba en la habitación 110 del Hotel Oslo, Correo electrónico, dije en tono extrañado, Sí, vas a seguir negando que estuviste allí, maldito estúpido irresponsable, Es que yo jamás he recibido un correo electrónico tuyo Karina, ni para que me invitaras al hotel, ni para que me avisaras de que estabas embarazada, Te mandé decenas de mensajes, pero jamás me respondiste, Guardas copias de los mensajes que envías, Sí, te lo puedo demostrar, para que ya no sigas negando a tu hijo.
Pagué yo la cuenta y llevé a Karina y al niño a su casa, pero no quise pasar, para evitar a su familia, y unos minutos más tarde mi amiga apareció con una hoja impresa que decía, Hola traviesín, hace mucho que no nos vemos, me muero de ganas de estar contigo, así que te tengo una sorpresa guapo, te espero el próximo martes a las ocho de la noche en la habitación 110 del Hotel Oslo (Viaducto y Eje Central), no faltes, te estaré esperando con las luces apagadas, Te quiere, K. Yo me quedé viendo la hoja durante un buen rato, tratando de entender las cosas, hasta que caí, Falta una erre, dije, Qué, Falta una erre, De qué me estás hablando, En la dirección falta una erre antes de la arroba.
Karina tardó en creerme que esa no era mi dirección electrónica y que se había comido una letra, pero después de que le demostré, con mi tarjeta de presentación, que mi correo electrónico se forma con mi nombre y la inicial de mi apellido, no tuvo más que aceptar que yo no soy el padre de su hijo. Hemos tratado de ubicar al verdadero padre del niño, pero nunca responde los mensajes que le enviamos, y el proveedor de internet se niega a darnos sus datos. Si alguien lo conoce, avísenle que su hijo no tiene apellido paterno.

domingo, 10 de agosto de 2008

Sueños delirios

No me gusta tu aliento, y sin embargo me gusta cogerte sin preámbulos, me gusta abrir tus piernas, penetrarte por donde nadie lo había hecho, donde nadie lo había hecho, en la transparencia de una ventana, con la delicia de una copa de vino, y al precio de a quien pueda perder a cambio. Me agrada hablarte de mis otras mujeres, me gusta que sueñes que un día me quedaré contigo, me entusiasma la idea de que incluso ese día pueda llegar a casa y decirte que te he engañado y que te prohibo que tú lo hagas. Me entusiasma provocarte, invitarte al amor lésbico, al intercambio, a la exhibición. Me excitan los hoteles de paso, los jacuzzis, las camas anchas, las películas porno. Me marea la idea de creerme un artista que trasciende, un soberbio escritor, un megalómano al que en vida comprenden y toleran sus humillaciones, y te humillo como si tú representaras a miles de seguidores de mi arte. Y eso también me excita, y de nuevo imagino cosas nuestras, arrojo al vacío cualquier compromiso, cualquier afecto. Contranatura se vuelve la diosa que invoco porque me da poder en medio de mi nada. Termino, grito, grito inmensamente, y pienso ya no quiero volver a estar aquí. Y aquí estaremos, una y otra vez, hasta que salga la última gota de mi magro poder, de mi falsa intelectualidad, y de mis agonizantes delirios.

viernes, 8 de agosto de 2008

ESTE BLOG ES SOLIDARIO CON EL TIBET

No veas los Juegos Olímpicos de Beijing, sé solidario con el Tibet

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuadros

¿Por qué últimamente evito pisar las divisiones de las lozas? No lo sé. Es un juego. Si tengo prisa no me importa, si no, volteo hacia abajo y voy caminando y ajusto el tamaño de mis pasos.
Es ocio.
¿Por qué tanto ocio?
Tengo la fuerza suficiente para de nuevo cambiar la inclinación de los rayos del sol. Me siento expectante. Lo estoy. Con alegría. Me siento automotivador al decirlo. Pero sí.
¿Por qué esta repentina simpatía con los automotivadores?
Siempre la he tenido en el fondo, pero me muevo como un péndulo entre la cursilería, el optimismo, la sonrisa permanente, la ilusión, de un lado, y la búsqueda de la tormenta, el dolor por los ojos grandes que se esfumaron de la memoria, el coraje, la inadaptación personal y colectiva.
Y entonces comprendo que en realidad evito pisar las divisiones del piso porque ellas me representan, es como evitar pisarme a mí mismo, me siento en medio de los mosaicos obscuros y los claros, los grandes y los pequeños, me siento siempre en medio de todo.

lunes, 4 de agosto de 2008

No me voy a tardar

La ciudad de México vive una descompensación de tiempos terrible, porque todos decimos No me voy a tardar cuando terminamos tardándonos a veces algunas horas y ocasionando una serie de desórdenes imprevistos por la acumulación de los No me voy a tardar de 17 millones de habitantes.
En mi edificio, por ejemplo, la puerta de la azotea ha sufrido decenas de ocasiones las consecuencias del No me voy a tardar, porque mientras tienden o destienden la ropa, algunos vecinos la dejan abierta y cuando llega un viento muy fuerte, se azota y lo mismo se rompe el cristal, que la chapa o, como ha venido sucediendo, el marco que la sostiene. Al viento no le importa que no se vaya uno a tardar, porque a fin de cuentas basta con un segundo para destruir la ventana de la puerta, pero con tal de no cerrarla y luego tener que introducir una llave y abrirla otra vez, los vecinos prefieren decirse a sí mismos, No me voy a tardar.
Cuántos comercios no hay, como El Globo o Blockbuster, en los que el estacionamiento está diseñado para que los clientes no se tarden, pero nunca falta el que dice No me voy a tardar y deja el coche estacionado en doble fila sobre algún eje vial o el Periférico. Las consecuencias en el tráfico las conocemos todos, y las sufrimos de quienes dicen No me voy a tardar a la entrada de un hospital, una funeraria, una iglesia, una escuela o de las oficinas de Hacienda, que tienen fama de facilitar todo a quienes dicen No me voy a tardar.
Al llegar a un conjunto habitacional todos los visitantes piden permiso para entrar con su coche bajo el pretexto de No me voy a tardar, y el resultado de ello es que los policías no los dejan entrar, porque como dice el dicho, La mula no era arisca … la hicieron, y claro, cuando los conductores logran convencer a los vigilantes se van a estacionar al lugar de uno, y si uno llega con el coche y busca al dueño del auto que está invadiendo su cajón, éste nunca aparece porque seguramente su No me voy a tardar fue tan poco específico como para nunca definir en qué no se iba a tardar.
Entre tantos No me voy a tardar uno comienza a imaginar las consecuencias indirectas de que un tipo deje su automóvil estacionado frente a una cochera que no es la suya, y de pronto el dueño de la casa donde dejó el coche el irresponsable, tras haber murmurado No me voy a tardar, trata de sacar su propio auto, pero se encuentra con que no puede hacerlo y toca luego los timbres de las casas vecinas y pregunta si no es de ellos el vehículo que estorba, y al obtener una respuesta negativa se desespera porque tiene que acudir a una cita con un cliente, mira el reloj, camina con impaciencia, busca una forma de sacar su automóvil por la banqueta, Imposible, piensa, trata de empujar al otro coche, lo intenta abrir, suena la alarma, está tentado a abollarlo para moverlo, pero duda, recuerda que ya ha quedado varias veces mal con su cliente, quien lo está esperando en una cafetería, así que desesperado cierra su puerta y corre a tomar un taxi en la avenida más próxima, se sube a un vocho verde, ordena al chofer que lo conduzca hacia el lugar donde tiene su cita, el taxista comienza a meterse por calles desconocidas, se aproxima otro taxi, les cierra el paso, abren el vehículo en el que viaja el hombre desesperado, lo cambian de coche, lo golpean, le roban la cartera, lo obligan a dar su número confidencial de la tarjeta de crédito, le encajan una puñalada en el costado y lo tiran casi muerto cerca de algún canal del desagüe en el justo momento en que el dueño del coche que estaba bloqueando su garaje quita la alarma, se sube, arranca y dice, Qué bueno que no me tardé nada.
Hay algunas historias que hablan del típico marido que dice Voy a comprar cigarros, no me tardo, y luego desaparece por años, o en el mejor de los casos sus amigos lo llevan a las cuatro de la mañana, borracho, con labios pintados en la camisa desfajada, tras unas horas en las que el hombre aprovechó la promoción de una cajetilla de cigarros, siete manitas de dominó a 100 puntos, seis cervezas y una puta, todo por el mismo precio. A mí no me gusta mucho utilizar el pretexto de No me voy a tardar, más que cuando salgo con alguna amiga. En esos casos lo que hago es pasear con ella muy naturalmente, irle sobando el hombro de vez en cuando, apapacharla cuando se rompen las distancias, y al llegar a sus casas suelen preguntar, Quieres pasar, Sí, pero no me voy a tardar. Si lo digo, es casi seguro que amanezco allí dentro.
Pero como en general no soy muy dado a decir No me voy a tardar, y luego poner a parir chayotes a los que sufren las consecuencias de tal acto, entonces me da por imaginar historias un poco exageradas, con quienes suelen murmurar No me voy a tardar, y así a veces visualizo a una típica madre de familia, que tiene muchas responsabilidades derivadas de la doble jornada, y que cuando está a punto de preparar la cena a sus hijos descubre que no tiene leche, entonces deja a los dos críos, uno a gatas y el otro de pie pero muy travieso, encerrados en su casa mientras ella acude a la tienda de la esquina, en un No me voy a tardar, por supuesto, a comprar la leche y quizá un poco de pan, y en eso se pone a platicar con una vecina, mira los coches que van dando vuelta, observa cuando se prenden las luces de los faroles, empieza a sentir algo de frío, sigue en el chisme, ve pasar a los bomberos, se pregunta qué habrá sucedido y luego regresa a su casa, donde descubre que se incendió y que sus vástagos ya están calcinados.
Una de las consecuencias más nefastas del síndrome del No me voy a tardar es cuando, de tanto que repetimos No me voy a tardar, a veces hasta lo decimos de manera inconsciente, o lo pensamos quizá, como el típico que va manejando en la noche, y empieza a sentir que los párpados se le caen y decide cerrar los ojos por un momento, y de forma inconsciente piensa No me voy a tardar, lo cual incluye un sueño ligero, un golpe de la llanta delantera derecha contra una banqueta, un golpe del coche contra un árbol, un desnucamiento instantáneo del chofer que segundos antes había soñado No me voy a tardar, un giro del coche hacia la izquierda, y un patinado que termina del otro lado de la calle, a veces dentro de una casa causando lo mismo estropicios que rompimiento de vísceras en alguno de sus habitantes. Las consecuencias llegan a ser mayores cuando el conductor maneja no un automóvil sino un autobús de pasajeros, en alguna de las carreteras cercanas a la capital mexicana, y en vez de terminar el patinado del vehículo en una casa, lo concluye en una barranca, con todos los cuerpos apilados sobre el parabrisas.
En fin, ya es hora de que me conecte a internet, ojalá y no me llame nadie mientras está ocupada la línea, pero al fin y al cabo no me voy a tardar.

sábado, 2 de agosto de 2008

Y todo esto

Y todo esto es, sin embargo, un sueño interminable que se realiza en el vacío que me acoge no en el alma ni en el corazón, sino en la mano que se supondría estarías haciendo sudar.