martes, 14 de octubre de 2008

Blue Velvet de vacaciones

Por causas de fuerzas mayores, este espacio dejará de publicarse durante un tiempo. Lo paradójico es que lo escriba el día del cumpleaños de Gala.

lunes, 13 de octubre de 2008

Los tamales rusos

Hace unos días comíamos unos tamales en la oficina para festejar tres cumpleaños. Los ingredientes de los tamales eran poco usuales, como setas, flor de calabaza y otros menos comunes que los tradicionales de pollo, rajas o dulce. Alguien comentó que los hacía un ruso. El dato causó mucha gracia y más aún cuando se dijo que era un trabajador legalizado por su esposa quien era una inmigrante legal, con un trabajo estable como el de algunas mujeres rusas en México. A partir de ello comenté la nota roja del día, que al parecer los demás no habían leído. El novio de una teibolera checa, de la misma nacionalidad, la había mandado matar y desmembrar, por 100 mil pesos, para que pudiera quedarse con todos sus ahorros, ya una cantidad superior al millón de pesos. Claro, la ironía fue mayor cuando alguien dijo que la habían hecho tamales.

sábado, 11 de octubre de 2008

La muerte de la Canaca

Debo reconocer que la muerte de la Canaca me ha causado muchísima risa, como a muchos otros, más aún por las imágenes que descubro en internet de quien en vida jamás tuve conocimiento. Una caricatura en internet me hizo saber de él: un borrachín muerto atropellado por otra borracha. Se hizo famoso por la televisión local y por Youtube. Una muerte así puede ser lo más alegre de una persona destrozada por el alcohol, un adicto a la bebida que destruyó su hogar y siempre tenía problemas con la justicia por no poderse controlar. La muerte puede ser algo muy alegre. Qué maravilla.

jueves, 9 de octubre de 2008

Yo, yo y yo

Iba a escribir sobre mí por ser mi cumpleaños y resulta que ahora, ni yo me inspiré. Eso sí, cuando hablo sobre mí me concentro más que cuando alguien más habla sobre sí. Es el ego supongo. O es el poder que da tener la palabra. Ah, viva la palabra (mi palabra).

martes, 7 de octubre de 2008

Saltar en paracaídas

Hace tres semanas me aventé de un paracaídas. Originalmente iba a escribir sobre las tantas imágenes, ideas, sensaciones que vienen a uno en los distintos momentos a la caída. Sin embargo, creo que puedo resumirlas en una sola idea ¿debo renunciar a todo lo que tengo para poder ser feliz? ¿Puedo contar con que mis verdaderos activos en un momento dado se abrirán y me protegerán? Creo que ya entendí por qué me lancé al vacío.

domingo, 5 de octubre de 2008

Quebec

Llegué a Quebec después de las 11 de la noche, desperté a Prescilla, la anfitriona del Petit Roi, el B&B en el que me alojé. Cuando abrió la puerta vi a una jovencita que no acababa de hilar lo que decía, le costaba trabajo hablar en inglés y a mí en francés, pero lo que me alcanzó a decir es que estaba dormida y que yo llegaba muy tarde, que bajara la voz. Conforme nos íbamos identificando repetía "Je suis desolé" y me daba indicaciones para estacionar el auto, subir mis maletas y acomodarme en mi habitación, que por fortuna era la primera de la casa. Al despedirme esa noche comprobé que la bella Prescilla no era la hija de los dueños, como primero había imaginado, y que no era tan jovencita, sino aproximadamente de mi edad o un poco mayor. Aún así me pareció bella. Al día siguiente probé su delicioso omelette, la especialidad de la casa. Prescilla se movía como una chica de 20 años, y transmitía una gran amabilidad. Mientras yo comía ella doblaba un mapa en el que me indicó rutas y lo más importante que debía ver. En términos generales seguí sus indicaciones y entré al Museo de la América Francesa, que era el más importante de la ciudad, dediqué un día a Quebec. Al día siguiente me fui a la Isla de Orleans, siguiendo las indicaciones que Prescilla me dio. Anduve viendo la tranquilidad de pueblitos en los que la gente era muy amable, las mujeres coquetas -a diferencia de la frialdad de las quebequenses- y me enamoré de la chica que, nerviosísima, me dio la explicación sobre el antiguo astillero. Al final la ruboricé elogiando sus ojos y su belleza. Al regresar de la isla era imposible dejar de ver las cataratas que habían pasado desapercibidas en mi ida. Hice allí una escala y seguí el camino de vuelta hacia Quebec. Por la tarde salí a caminar, y volví temprano para terminar de preparar mis cosas, pero el sueño me venció, así que terminé al despertar, antes de desayunar otra delicia de Precilla y subir a ese espantoso PT Cruiser que renté, rumbo a Ottawa, por las aburridas carreteras de Canadá.

viernes, 3 de octubre de 2008

Montreal

El 17 de septiembre volé a Montreal donde confirmé que no hablo francés, volví 3 días después, y luego volví otros 3 días después.
Me costó trabajo agarrarle sabor a Montreal. Es una ciudad fría y desarticulada. Al llegar, el 17 por la noche, tomé un autobús que no debí haber tomado pero no me informaron bien, así que al cabo de unos minutos me di cuenta que iba hacia el centro cuando mi hotel estaba muy cerca del aeropuerto. El autobús que me llevó ya no regresó al aeropuerto así que terminé tomando el metro hasta la estación más cercana, a cuando menos 3 kilómetros, de mi hotel. Pero la estación estaba en una intersección de dos freeways que yo no hallaba cómo cruzar y tampoco pasaban taxis. Milagrosamente pasó uno y me llevó a mi hotel. Por la mañana caminé hacia el metro, en esa larga caminata que me permitió conocer las entrañas de la ciudad: calles solitarias pero avenidas congestionadas tanto como la Ciudad de México. El metro cubre muy bien la zona central, pero desatiende las zonas más lejanas, lo mismo que ocurre con los trenes suburbanos, con frecuencias de paso de hasta tres horas en horarios no pico.
Estuve caminando por la mañana alrededor de la Catedral, la Universidad de McGill y alguna tienda de discos. Luego tomé el tren suburbano hacia el aeropuerto y de allí caminé hacia la zona de renta de autos para sacar un Toyota Prius Híbrido. Los de National me engañaron y no lo tuvieron disponible y a cambio me ofrecían uno del mismo tamaño; como el consumo de combustible sería mucho mayor lo rechacé y pedí un compacto -había visto un Suzuki Swift en su portal-, pero no pregunté cuál me darían. Cuando ya tenía las llaves descubrí con lamento que era un horrible PT Cruiser, que además, me estaba costando sólo 30 dólares menos, pero que con el seguro terminaba costándome 50% más de lo que había presupuestado.
Por dentro el PT Cruiser era un Volkswagen. El volante delgado e incómodo, aunque hidráulico; la palanca de cambios simulaba una palanca de velocidades. El radio tenía una pésima acústica, pero la cajuela era amplia, lo mismo que la segunda fila de asientos que jamás utilicé.
Volví a Montreal tres días después, sólo para cruzarla y conocer la zona Olímpica. Me seguí hacia Ottawa. Finalmente volví tres días después ya en la parte final de mi viaje. Visité un centro comercial en las afueras, luego me dirigí a mi hotel, esta vez justo en frente del aeropuerto, y dormí. Al día siguiente pensé en ir al centro con el auto, pero como lo debía devolver antes de las 16:30 preferí alistarlo para la entrega. Temprano lo llevé a lavar (ignoro si había que entregarlo lavado, pero en México así es) y llené el tanque de gasolina (en eso sí me hicieron énfasis). Después entregué el coche y con una simple revisión y un handheld me entregaron mi cuenta final. Caminé hacia la estación del tren suburbano y compré mi boleto, pero al descubrir que pasaría hora y media después, fui al centro comercial que estaba a una calle a comprar algunos obsequios, que luego dejé en mi cuarto pues el hotel está a un lado de la estación, y tomé el tren. Caminé por el Montreal viejo y fue cuando le encontré su gracia a la ciudad. Por la tarde fui hacia la Isla de Santa Helena y visitar el Museo de la Biosfera y luego corrí para tomar el penúltimo tren, pero al ver de nuevo los horarios, éste había partido una hora antes. El siguiente saldría casi dos horas después. Al llegar a la estación vi un letrero que decía Massage. Cuando supe los horarios del tren volví hacia el lugar, donde recibí un baño con sales, y simples caricias de una jovencita tan morena como la noche, un dulce rostro del Océano Índico y de un lugar tan inmensamente desconocido para mi geografía mental, como la Isla Mauricio. Después de despedirme de ella con un beso en cada mejilla, volví a la estación con un brillo matutino, con el que esperé la llegada del último tren, y su partida unos 15 minutos después.
Dejé ordenado mi equipaje y dormí unas cuatro horas. Me levanté y me despedí de Canadá, cuando vi 06 y debajo R sentí el impulso y ya no estaba en suelo canadiense.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Ottawa - Gatineau

Dos horas en la capital Canadiense, incluyendo 37 minutos, medidos con parquímetro, en la vecina Gatineau. Me encantó Ottawa.
En algún momento dudé de pasar a Ottawa, pero la desviación no era tan grande, una hora y media, a lo mucho, en tiempo de viaje, más lo que me entretuviera allí. El día era muy cansado y dedicado a viajar, desde mi partida de Quebec hasta mi probable llegada a Toronto. El paisaje hermosísimo, pero las carreteras de Canadá son las más aburridas que conozco, desde los primeros kilómetros uno tiene ganas de dormir pues la velocidad límite es de 100 kilómetros por hora y las amenazas de multa son constantes y crecientes, al menos por la señalización y la actitud de los demás conductores, nadie se atreve a sostener más allá de 110 en tramos largos, quizá medio kilómetro para un rebase.
Entré a Ottawa después de las 3 de la tarde y aún faltaban 400 kilómetros para Toronto. Di una vuelta por la avenida principal y me di cuenta que valía la pena bajar y caminar. Terminó siendo la ciudad que más me gustó del viaje. Claro, no me parece que haya mucho que hacer, podría haber visitado el Parlamento o la casa del Primer Ministro, pero sólo caminé por fuera y crucé a Gatineau, la ciudad francesa que está cruzando el río. Me parece que feliz viviría en esas ciudades. Al salir busqué la 416 que me llevaría hasta la 401.