domingo, 9 de mayo de 2010

Los ojos en el XXI

Estoy desnudo delante de una laguna de aguas bastante revueltas, no muy profundas, enlodadas, casi parecería una inundación si no llevara así decenas de años, tal vez un siglo o dos. A veces la naturaleza cambia de la noche a la mañana y a veces somos nosotros los que la cambiamos. De cualquier manera nos sorprende.

Digo que estoy desnudo no porque realmente lo esté (no puedo estarlo porque vengo acompañado de un amigo y de su novia), sino porque quiero mirar con los ojos desnudos. Miro alrededor y parecería que todo es natural, no hay antenas de alta tensión, repetidoras de microondas, y el celular, si lo encendiera, no tendría señal. También lo digo porque por aquí no hay basura. Sí vi algunas botellas vacías en el camino, una de Coca Cola y otra de agua, pero aquí, justo aquí, no la hay. Mi ropa estorba, sin duda. Pero no hay casas. ¿Hace cuánto que no estoy en un lugar en donde no haya casas, ni nada que sea fruto de la modernidad, o incluso del pasado? Dondequiera que uno se pare tiene que recordar su mundo porque éste persigue a todos, a veces incluso hasta el bosque, pues si acaso hay un bosque cerca de la ciudad, ha de pasar por allí una línea de alta tensión, hay basura, una carretera, un avión.

Pero aquí donde estamos no hay nada, dice el padre del exconvento de los Santos Reyes, en Metztitlán, que se trata de la laguna natural más grande del mundo. Uno de los cerros de la zona se derrumbó y se formó la presa. En realidad todos los cerros de alrededor parece que están a punto de derrumbarse, las grietas que tienen, las piedras mismas, que pareciera que están unidas con alfileres, nos lo demuestran; también hay restos de aludes en el camino hacia la laguna. Y sin embargo el lugar se siente en paz. Estamos fuera del mundo, a cuando menos diez kilómetros del camino pavimentado más cercano, a cuarenta o cincuenta de la carretera federal más próxima, a unos pasos del río de los Venados, aunque si caminamos hacia él terminaremos tapados por el lodo.

Esta paz, en realidad, se presagiaba desde que iniciamos el camino de terracería, un caballo amarrado bloqueaba el paso, un niño tuvo que llegar a desamarrarlo para que pudiéramos pasar, si no hubiera estado cerca habríamos desistido de tomar esa ruta, la verdad ni siquiera estábamos seguros de que ese fuera el sendero correcto. Lo fue. Todavía por el espejo retrovisor vimos que volvió a amarrar al animal así que cuando regresemos será un estorbo. Sin duda.

Unos metros antes habíamos pasado junto al malo del pueblo, un tipo de lentes, camisa y pantalón obscuros, cara de malo sin duda. No recuerdo si llevaba sombrero. Daba la impresión que en cualquier descuido mostraría un gesto de nobleza, me hubiera gustado provocarlo, pero mientras tanto él seguiría caminando por su pueblo, impresionaría a algunos, pero a otros no. A nosotros nos dio risa.

Pero bueno, decía, y digo, que estoy desnudo. Estoy rodeado de montañas, un paisaje que hacia arriba se vuelve árido pero que hacia abajo no lo es, la laguna de Metztitlán lo impide. Mi cuerpo desnudo, la imaginaria ausencia de quienes me acompañan, y el paisaje completamente natural. ¿En qué año estoy? ¿Dos mil qué? ¿1954? ¿1802? ¿900? La verdad es que no puedo desnudarme, ya no son mis acompañantes los que me lo impiden, ni las dos botellas vacías que había en el camino. No. Son mis ojos. Y si me los arranco vuelvo a lo mismo, siguen mirando. Tengo ojos del siglo XXI, siento cómo la tierra da vueltas, me tiro al piso y le pregunto qué pasa. No me dice nada, sólo siento que está enojada, la siento roja, está roja. No sé qué está tramando, pero me tiene entre el pasado y el presente, pero mis ojos son del presente, mi mente también, me jala, me jala. Me quiero despojar de mi ropa de hombre del futuro, quiero agacharme al presente, a este simple siglo VII antes de Cristo, pero el futuro me llama. Tengo ojos del siglo XXI y sé que Cristo nacerá dentro de siete siglos y que un día por la mañana, en el primer año del siglo XXI, veré a una muchacha que me llame la atención porque aún siendo pueblerina tiene una altivez urbana que me atraerá, nuestros ojos se cruzarán, y recordaré su cara los minutos siguientes, las horas siguientes, hasta que dé con la laguna, y hasta que me desnude de todo menos de mis ojos del siglo XXI. Entonces, me vestiré y emprenderé el camino de regreso, primero caminando hacia el coche unos dos o tres kilómetros, luego por la terracería, después por el angosto espacio que nos deje el caballo, luego por otros caminos angostos hasta la estatal 37, la federal 105 y luego la 85, después por avenidas y calles de mi ciudad, dejaré a mis amigos, volveré a mi casa, me desnudaré, miraré a mi alrededor y diré, el escenario es de finales del siglo XX, acaso principios del XXI, pero yo sigo mirando con ojos del siglo XXV y aunque me saque los ojos, seguiré siendo un personaje del XXV.

martes, 4 de mayo de 2010

#Tuiterasprostitutas

Libro realizado a partir de las aportaciones de usuarios de Tuiter. El documento fue tomado del blog Desde la cárcel de Reading