viernes, 10 de febrero de 2012

FIN

Blue Velvet era una búsqueda, seducción, distracción. Mi contacto con un yo que he dejado atrás. Hoy mi vida es Angélica y los niños. Blue Velvet era mi puente hacia otra forma de vida que amé pero que hoy no cabe más en mí. Cierro Blue Velvet y dedico el cierre a Angélica. Vendrán nuevas entradas quizá, pero en otro blog y con otras perspectivas.

FIN

jueves, 10 de marzo de 2011

Te amo, qué amo

A Angélica

Hace poco menos de una hora, de camino al metro, por una ruta ligeramente desviada de la más corta, pero más agradable, por la calle de Amsterdam en la Hipódromo Condesa, crucé la calle con tranquilidad, observando un pequeño camión que estaba estacionado en lugar prohibido y que de esta manera formaba un punto ciego para un anárquico acomodador que en vez de dar la vuelta completa a la glorieta prefirió dar la vuelta en U. Un Seat gris me tocó y mis manos se apoyaron en el cofre quizá para reducir el impacto sobre mis piernas, que no alcanzaron a sentir ningún dolor. Enfurecido por el hecho inesperado me acerqué al conductor y pateé la puerta del vehículo. Continué mi marcha sobre el camellón de Amsterdam y vi cómo el Seat se detuvo, primero pensé que podría venir la venganza del conductor por la patada a su vehículo hasta que hubo una sustitución de conductores. Pasé a unos metros de quien estuvo a nada de atropellarme, y en segundos tuve montones de alternativas para actuar. La mejor alternativa no llegó a mi mente en ese momento: pacíficamente recomendarle dar la vuelta completa en todas las glorietas. Yo sabía que si me acercaba a él podía estallar, sabía que si abría la boca podría insultarlo, sabía que podía hacer un escándalo en el restorán para el que trabaja. Caminé con ira contenida hacia el metro, viajé con ira. Siento aún un poco de ira. Siento un poco de calor en la palma de mi mano derecha, no alcanza a ser dolor. Me duele ligeramente mi pie derecho, el mismo con el que pateé la puerta del auto. Miro un poco hacia la derecha y sigo soñando con una ciudad mejor, eso siempre me calma y a la vez me enciende por dentro, me involucra y me motiva a caminar con la misma firmeza que esta noche en la que de ninguna manera estaba dispuesto a correr indignamente como los automovilistas fuerzan a muchos peatones en esta ciudad.

Anoche dije Te amo. Una expresión corta. Simple de decir, pero que uno llega a decir a más de una pareja en la vida. Uno no llega a amar tantas veces como decir te amo. Tengo claro que amo, tengo claro el sentimiento de amar.

En el camino de regreso a casa volví pensando en la mujer a quien dije Te amo. No quise tuitear ninguno de los sentimientos que pasaban por mí. No quería -y no quiero- escuchar ningún Cuídate, Ten cuidado, Fíjate bien. Hay convicciones muy profundas. Hay sentimientos muy profundos. Hay una mujer maravillosa que hasta el momento me ha demostrado que me quiere y a la que hace tal vez 24 horas dije Te amo por primera vez.

¿Preocuparla? Esta sensación de confianza y de fortaleza que significa una pareja en quien confiar lo bueno y lo malo entra de pronto en ese vericueto en el que para uno comienza a ser más importante que la otra persona esté bien, que desahogar filas de sentimientos que se generan en ese segundo de adrenalina que podría haber significado caer en el suelo lastimado por un vehículo.

Después de haber dicho Te amo ya no supe qué decir. Su respuesta a los distintos te amo de este día fueron verbalmente Te adoro, y corporalmente abrazos más intensos que de costumbre. En mi mente estuvo la duda de si me aceleré a decir Te amo, y tras el incidente con el Seat vino la pregunta sobre qué amo.

Amo mis sueños y ella representa muchos de mis sueños y existen sentimientos intensos por parte de ambos. Hay otros sueños que se mueven en paralelo. Para que llegue el día en que ningún peatón tenga que correr precipitadamente ante el temor de ser arrollado por un auto no basta con cebras en el piso, consejos en el radio y multas -hoy inexistentes. Hace falta que en cada persona cruzando una calle exista la convicción de estar sembrando una bandera en cada cebra.



Ambas banderas, la de las convicciones y la del amor por una persona o una familia, luchan y entran en conflicto. Mi pequeña revolución no es nada, en Chihuahua asesinan a quienes demandan justicia por la muerte de sus seres queridos y uno se pregunta ¿hasta dónde la lucha aislada es importante y hasta dónde la familia está antes que todo? Las convicciones, sin embargo, forman parte de la enseñanza que uno hace a sus descendientes. Todo es un equilibrio muy frágil, como también los teamos pueden serlo. [Y ahora tú sueñas y yo escribo, y mientras sueñas sueño que te digo Te amo al oído, te doy un beso y duermo.]

martes, 22 de febrero de 2011

Minuto y angustia

Hoy te vi un minuto. Tal vez menos. Es mejor que nada, pero es mayor mi angustia.

jueves, 17 de febrero de 2011

Inconciente

Bajo a la cocina todo apendejado, estoy a punto de prepararme un café, tomo la cafetera, miro la cocina ordenada, recuerdo cómo estaba todavía ayer por la mañana, me tomo la frente y de manera espontánea y no pensada digo, en voz alta, No mames ... la adoro.

domingo, 13 de febrero de 2011

Sueños que nomás no salen

Hay sueños que nomás no salen. Es entonces que uno tiene que pagar un precio. Una vez pagado, dicen, resulta barato frente al tamaño de los sueños.

jueves, 10 de febrero de 2011

Qué es esto

Qué es esto. Qué pasa. Pensar en ti todos los días me doblega de tal manera que pienso en mundos de malvaviscos, suavidades y corazones con los que no estoy acostumbrado a lidiar. ¿Qué no puedo tenerte y al mismo tiempo conservar mi acidez cotidiana con el resto del mundo?

domingo, 30 de enero de 2011

El sueño

Tengo un sueño.
Siempre he fracasado en su consecución.
Un día me pregunté qué estaba dispuesto a dar a cambio de alcanzarlo.
Dediqué cuatro horas a plasmar la ilusión en mi piel.

Acciones iguales conducen a resultados iguales.
No. No. No.
Estoy haciendo las mismas acciones y estoy esperando resultados distintos.
Te estoy esperando a ti.

La diferencia es que di algo a cambio.
Esa tarde de celebración di algo de mí por ti.
Y comenzó la espera. Jamás me había sentido tan solo.
Mi último año nuevo solo.

Con el ímpetu de la madrugada y los bríos del alcohol salí a buscarte.
Las columnas de un tren elevado me evocaban los molinos.
Y tu sonrisa -que tanto disfruto provocar-
me hace confiar en mi sueño.

También temo.
Ahora que estás lejos me preocupa lo que sientas.
Son sólo días, pero si a mí me queman por dentro
no quiero que a ti te den siquiera comezón.

¿Es la mística una fuerza perenne o es una fuerza efímera?
Hay mucho de convicción.
Y hay sueños que a veces dicen no,
como hasta hoy me ha dicho uno.

Y aquí voy a mis sueños
con tu cuerpo empalmado al mío como esta mañana.
Ese nuestro primer saludo con un beso
tendría que ser el presagio de algo que no termine

... y no solamente un sueño.

viernes, 23 de julio de 2010

A estas horas es cuando las putas brillan (2001)

Fuimos de trabajo al puerto de Ningures y tuvimos tres semanas de labores intensas, que incluían actividades muy cansadas hasta en fines de semana, pues finalmente había que aprovechar el tiempo al máximo y reducir los gastos de hotel y viáticos al mínimo, por lo cual sólo entre una planta y otra podíamos echar un ojo a las mujeres del pueblo, algunas de plano muy feas y otras atractivísimas, de las mejores que he visto en mi vida, pero tampoco había gran tiempo para cortejarlas porque nuestras actividades diurnas absorbían hasta los últimos segundos de luz del sol, y ya sin el astro encendido lo mejor era dormir, comer, beber, y en todo caso apurar los pasos para huir del puerto, que no se distinguía ni por su belleza arquitectónica, ni por su calidad de vida, con ese calor, esa humedad y ese olor a pescado muerto que tienen todos los puertos viejos.

La gente con la que trabajamos fue muy amable y no niego que ha sido de las mejores experiencias que he tenido en mi empresa, si bien no puedo decir que haya tenido muchas porque llevo acaso tres años en el negocio, y a mi edad no se puede decir que uno lo haya conocido todo, pues más bien uno cree que sabe, por lo que ha vivido, pero más es por lo que imagina que ha vivido, pues en la juventud uno imagina lo que vivirá como si lo hubiera vivido y ni lo ha vivido ni lo vivirá, pero lo que es cierto es que estas personas fueron magníficas y aprendí mucho.

Después de dos semanas de trabajo continuo consideramos que era justo darnos una pequeña pausa, beber de más, divertirnos, y la mañana siguiente levantarnos un poco más tarde, si acaso nos acostábamos, así que fuimos, los solteros a aprovechar la soltería, los casados a recordarla, y todos al Agujero Negro, un antro que está en el distrito rojo de Ningures.

Llegamos cuando no había prácticamente nadie, alguna mujerzuela bailando, un par conviviendo con los pocos parroquianos, y muchas mesas vacías, entre ellas la que ocupamos. El Agujero Negro era un sitio pequeño, alargado, con una sola entrada, y después descubrí que tenía una salida de emergencia hacia la calle de atrás. Al momento de entrar pasamos a un vestíbulo obscuro y de allí al salón principal, con un escenario en medio círculo, un tubo al centro, y mesas alrededor, las de las esquinas con asientos acojinados en forma de escuadra, que fue la que escogimos, a pesar de lo incómodo que después resultó pues no estaban en muy buenas condiciones. Al fondo había pequeños privados, estaba el cuarto con el equipo de sonido, el camerino, y los baños.

Durante la primera mitad de la noche el ambiente del lugar era aburrido, más nos divertíamos por las bromas que nos hacíamos entre los asistentes que por el espectáculo. Conforme fueron avanzando los tragos se nos fue olvidando que estábamos allí para excitarnos, y nos fuimos quedando con una extraña monotonía en la que lo mismo nos preguntábamos qué hacíamos allí, que qué no hacíamos allí.

Ya muy avanzada la noche nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de que estábamos en el Agujero Negro, y cuando nos percatamos el ambiente se había transformado y nosotros éramos los únicos perdidos. A nuestro alrededor había cuando menos una docena de mujeres desnudas o semidesnudas. Los clientes entraban y salían de los cuartos del fondo. El calor era insoportable.

Uno de los lugareños que iba con nosotros dijo:

-A estas horas es cuando las putas brillan.

Bastaba con mirar a nuestro alrededor para comprobarlo. Junto a nuestra mesa había dos lesbianas abrazadas que compartían el mismo bikini, una usaba la parte superior y la otra el calzón, ambas con la figura de un billete de cien dólares. A mi socio se le ofreció una muchacha con tremendas tetas apenas cubiertas con una chamarra de cuero que debe haber sido un martirio con ese clima. Desde lo lejos vi que se dirigía hacia nosotros una chica con un vestidito blanco, tejido, y que se le subía para mostrar su pubis desnudo. Junto a uno de los guardias del bar estaba en plan de ligue una flaquita chaparrita totalmente desnuda que le metía la mano entre la bragueta. En un rincón había tres chicas con los pies encima de la mesa, una con un traje de red, otra sólo con un delantal, y otra con un traje de baño de una sola pieza que se formaba por un par de hilos que daba toda la vuelta al cuerpo y tres pequeños triángulos que cubrían el pubis y los dos pezones. A lo lejos se veía caminar una jovencita, según mis cálculos de unos 15 años aunque cualquier empleado del lugar juraría por su madre que era mayor de 18, apenas envuelta en una toalla. La escena más curiosa se daba cerca de la cabina de sonido, donde había una chica parada en una silla, con los senos descubiertos y un calzón del cual salía un pene de plástico que chupaba otra chica vestida de colegiala. La del escenario tenía los vellos recortados en forma de estrella.

Al cabo de un rato entré en uno de los privados con la que traía el vestido tejido. Le pedí que no se lo quitara. Lo hicimos sin condón porque ella me dijo que prefería hacerlo así, y yo, tan acostumbrado a no cuidarme, acepté por el placer de sentirla directamente. En el pequeño cuarto sólo había una silla y un banquillo alto. Allí me senté para que me la mamara, pero luego lo hicimos en la silla.

Regresé al hotel como a las cinco de la mañana y me levanté para trabajar a las nueve y cuarto. Me di un regaderazo rápido y cuando me iba a rasurar me di cuenta de que mi piel estaba arrugada, mis dientes amarillos, mi pelo era blanco y escaso, y la noche en el Agujero Negro no me había pesado como una noche, sino como una vida.

* La frase de "A estas horas es cuando las putas brillan" fue tomada de la novelaPor las rutas los viajerosde Eduardo Iglesias

domingo, 9 de mayo de 2010

Los ojos en el XXI

Estoy desnudo delante de una laguna de aguas bastante revueltas, no muy profundas, enlodadas, casi parecería una inundación si no llevara así decenas de años, tal vez un siglo o dos. A veces la naturaleza cambia de la noche a la mañana y a veces somos nosotros los que la cambiamos. De cualquier manera nos sorprende.

Digo que estoy desnudo no porque realmente lo esté (no puedo estarlo porque vengo acompañado de un amigo y de su novia), sino porque quiero mirar con los ojos desnudos. Miro alrededor y parecería que todo es natural, no hay antenas de alta tensión, repetidoras de microondas, y el celular, si lo encendiera, no tendría señal. También lo digo porque por aquí no hay basura. Sí vi algunas botellas vacías en el camino, una de Coca Cola y otra de agua, pero aquí, justo aquí, no la hay. Mi ropa estorba, sin duda. Pero no hay casas. ¿Hace cuánto que no estoy en un lugar en donde no haya casas, ni nada que sea fruto de la modernidad, o incluso del pasado? Dondequiera que uno se pare tiene que recordar su mundo porque éste persigue a todos, a veces incluso hasta el bosque, pues si acaso hay un bosque cerca de la ciudad, ha de pasar por allí una línea de alta tensión, hay basura, una carretera, un avión.

Pero aquí donde estamos no hay nada, dice el padre del exconvento de los Santos Reyes, en Metztitlán, que se trata de la laguna natural más grande del mundo. Uno de los cerros de la zona se derrumbó y se formó la presa. En realidad todos los cerros de alrededor parece que están a punto de derrumbarse, las grietas que tienen, las piedras mismas, que pareciera que están unidas con alfileres, nos lo demuestran; también hay restos de aludes en el camino hacia la laguna. Y sin embargo el lugar se siente en paz. Estamos fuera del mundo, a cuando menos diez kilómetros del camino pavimentado más cercano, a cuarenta o cincuenta de la carretera federal más próxima, a unos pasos del río de los Venados, aunque si caminamos hacia él terminaremos tapados por el lodo.

Esta paz, en realidad, se presagiaba desde que iniciamos el camino de terracería, un caballo amarrado bloqueaba el paso, un niño tuvo que llegar a desamarrarlo para que pudiéramos pasar, si no hubiera estado cerca habríamos desistido de tomar esa ruta, la verdad ni siquiera estábamos seguros de que ese fuera el sendero correcto. Lo fue. Todavía por el espejo retrovisor vimos que volvió a amarrar al animal así que cuando regresemos será un estorbo. Sin duda.

Unos metros antes habíamos pasado junto al malo del pueblo, un tipo de lentes, camisa y pantalón obscuros, cara de malo sin duda. No recuerdo si llevaba sombrero. Daba la impresión que en cualquier descuido mostraría un gesto de nobleza, me hubiera gustado provocarlo, pero mientras tanto él seguiría caminando por su pueblo, impresionaría a algunos, pero a otros no. A nosotros nos dio risa.

Pero bueno, decía, y digo, que estoy desnudo. Estoy rodeado de montañas, un paisaje que hacia arriba se vuelve árido pero que hacia abajo no lo es, la laguna de Metztitlán lo impide. Mi cuerpo desnudo, la imaginaria ausencia de quienes me acompañan, y el paisaje completamente natural. ¿En qué año estoy? ¿Dos mil qué? ¿1954? ¿1802? ¿900? La verdad es que no puedo desnudarme, ya no son mis acompañantes los que me lo impiden, ni las dos botellas vacías que había en el camino. No. Son mis ojos. Y si me los arranco vuelvo a lo mismo, siguen mirando. Tengo ojos del siglo XXI, siento cómo la tierra da vueltas, me tiro al piso y le pregunto qué pasa. No me dice nada, sólo siento que está enojada, la siento roja, está roja. No sé qué está tramando, pero me tiene entre el pasado y el presente, pero mis ojos son del presente, mi mente también, me jala, me jala. Me quiero despojar de mi ropa de hombre del futuro, quiero agacharme al presente, a este simple siglo VII antes de Cristo, pero el futuro me llama. Tengo ojos del siglo XXI y sé que Cristo nacerá dentro de siete siglos y que un día por la mañana, en el primer año del siglo XXI, veré a una muchacha que me llame la atención porque aún siendo pueblerina tiene una altivez urbana que me atraerá, nuestros ojos se cruzarán, y recordaré su cara los minutos siguientes, las horas siguientes, hasta que dé con la laguna, y hasta que me desnude de todo menos de mis ojos del siglo XXI. Entonces, me vestiré y emprenderé el camino de regreso, primero caminando hacia el coche unos dos o tres kilómetros, luego por la terracería, después por el angosto espacio que nos deje el caballo, luego por otros caminos angostos hasta la estatal 37, la federal 105 y luego la 85, después por avenidas y calles de mi ciudad, dejaré a mis amigos, volveré a mi casa, me desnudaré, miraré a mi alrededor y diré, el escenario es de finales del siglo XX, acaso principios del XXI, pero yo sigo mirando con ojos del siglo XXV y aunque me saque los ojos, seguiré siendo un personaje del XXV.

martes, 4 de mayo de 2010

#Tuiterasprostitutas

Libro realizado a partir de las aportaciones de usuarios de Tuiter. El documento fue tomado del blog Desde la cárcel de Reading

viernes, 1 de enero de 2010

La casa de los mil relojes

La casa de los mil relojes es una casa donde el tiempo no existe. De cada una de sus paredes cuelgan relojes de todo tipo, de manecillas, de cuarzo, de sol, con péndulo, con números arábigos o con números romanos. Las lámparas son en sí un reloj, y una de ellas, la que pende del techo de la sala, tiene un foco que gira conforme pasan las horas para que su sombra vaya proyectando en distintos colores cada uno de los doce números que tiene a su alrededor.

La única manera de no ver un reloj en la casa de los mil relojes es cerrando los ojos, pero ello no tiene sentido, salvo para dormir, si es que acaso uno quiere o puede hacerlo, porque aún con los párpados caídos, los mil relojes tienen mil maneras de hacer sentir su presencia, no sólo con el tictac interminable, con algún cucú que cante cada quince minutos, con unas cuantas campanadas o con el vaivén de un péndulo, sino además porque la casa de los mil relojes es en sí un reloj que se mueve minuto a minuto, hora tras hora, día tras día, como si siempre quisiera recordarnos que allí el tiempo no existe.

El más bello de los relojes es uno de agua. No se trata de una clepsidra como pudiera pensarse, sino que se compone de tres hermosas manecillas que marcan segundos, minutos y horas debajo del agua de una fuente. Las horas son verdes, los minutos rojos y los segundos azules, pero con la particularidad de que el segundero es como un gran remo que revuelve el agua cada cien centésimas para recordarnos cómo es el tiempo, allí donde el tiempo no existe.

El tiempo es del color del agua, es una duna de arena, es tan duro como el viento y tan poderoso como el sol. Quema. En la casa de los mil relojes nada quema. Puede uno sumergirse en el tictac por todo el tiempo que uno quiera, al fin y al cabo allí el tiempo no existe. Los relojes llegan al doce y vuelven a empezar, algunos advierten AM o PM, quizá dos o tres den la fecha exacta, e incluso en la biblioteca hay un enorme globo terráqueo marcando las horas de cada huso.

En la casa de los mil relojes lo único que se mueve son los relojes, nunca las personas o los animales. Cualquiera puede caminar por los pasillos, los cuartos, las escaleras, la azotea, el jardín, pero en realidad uno se convierte en un fantasma, o acaso en una manecilla más, cuya sombra da hacia un número entre el uno y el sesenta.

Puedes ser esclavo del tiempo si tienes un reloj de pulsera, si la videocasetera o el microondas muestran correctamente la hora, pero nunca serás esclavo del tiempo en la casa de los mil relojes, donde el tiempo no existe.

Creí haber permanecido meses en la casa de los mil relojes, dediqué cientos de tardes a mirar el reloj de agua, me sentaba a leer en el portal, me mecía sobre una silla al ritmo del tictac, pasaba ratos enteros buscando mínimas diferencias en la sincronía de los relojes, pero cuando me alejé de la casa descubrí que todo seguía igual, aún yo mismo.

Los relojes unidos jamás serán vencidos, pensé al pisar la casa por última vez. Antes de entrar en ella me creía esclavo del tiempo. Al salir me sentí liberado. Lancé mi reloj de pulsera desde una montaña. Y desde entonces lo que más gozo en la vida es el tiempo, lo siento, lo respiro, me fortalece ... y algún día, tal vez, moriré quemado por él.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Intolerante Navidad

En este país todo es invasión. Hace unos años decidí que Comercial Mexicana no era para mí, los anuncios de señoras gritonas persiguiendo a Julio Regalado me hacían cambiar de estación de inmediato. Desde entonces no recuerdo ninguna compra importante en la Comer y sí mucha risa cuando su cansón Vas al súper o a la cómer se transformó en Vas al súper o a la quiebra. El chiste no es mío. El festejo sí. Y vaya que el catarrito de la economía se empezó a complicar en ese momento.
Pero decía, en este país todo es invasión. Me baño, me visto, me disparo una decena de rocíos de loción y tomo mi rumbo. Si soy peatón las fritangas se encargarán de contrarrestar mi fragancia. Yo invado el mundo con mi olor ... sí pero yo soy yo, y mis lociones son buenas. Las fritangas me gustan, pero no cuando están a mi paso. Recién he viajado mucho en transporte público. Es difícil tomar el metro sin toparse con alguien equipado con una mochila con bocinas vendiendo algún disco mp3 con música pirata. Hay de todo, hasta la Biblia. Intento ponerme los audífonos, aislarme del mundo, pero hasta allí en mi cápsula se mete el sonido del disco en turno.
El ambulantaje nunca nos deja caminar, ni en lugares muy transitados por peatones tenemos amplitud. El tráfico peatonal también es difícil. Pero ampliar banquetas siempre es temido ante la posibilidad de que el comercio se expanda sin límite y pareciera que a los mexicanos no nos gusta la amplitud. Los caminos se estrechan quizá para no perder la calidez nacional. Nunca había encontrado un espacio tan difícil para caminar como el centro de Azcapotzalco justo ayer. Tenía prisa, llegaba tardísimo a una comida, al celular se le había acabado la pila por tanto tuitear, no tenía cómo avisar. Tampoco dónde caminar. Menos de 50 centímetros para los dos sentidos de circulación. Caminar bajo el arroyo tampoco era opción, a penas había espacio para los autos. Aún así desafié a un camión. Se apartó de mi camino y continué la marcha para evitar la vendimia navideña.
Cuando voy a un restorán puedo salir corriendo en cuanto empieza la música. Cerca de la casa hay unos tacos bastante malos, pero si camino un poco más llego a los de Xotepingo, no son de locura pero son mejores, sólo que a veces hay música así que los evito. Un día tenía prisa, llegué a comer al Toks y no tenía mesas, caminé al negocio hermano de la cadena, el Campanario, en el momento en que iban a darme la mesa escuché los primeros acordes Hay música ya me voy, maldije el lugar y corrí a la comida rápida.
Desde niño he relacionado las fiestas de los pueblos con los cohetes, pero fue hasta que viví en un pueblo cuando me di cuenta de lo invasivo de esta costumbre. Cuando llega el día de la fiesta (todos los pueblos tienen su fiesta principal, la de la Virgen de Guadalupe, y las de otros santos importantes) organizan procesiones y detrás van dos o tres encendiendo cohetes que no tienen mayor chiste que el importunar al prójimo. Se elevan, explotan y segundos después me importunan. Es la pirotecnia de colores la que me agrada, pero esa la usan para clausurar la fiesta. Disfruto más la vida desde que dejé Magdalena Atlazolpa. Para colmo, por razones políticas terminé muy vinculado a las mayordomías de San Juanico Nextipac y me nombraron mayordomo. Pagué un par de mariachis en sendas fiestas y listo. No lo vuelvo a hacer. Bueno no sé. Tal vez otra campaña me obligue a suavizar mi posición al respecto, pero no lo recomiendo, no da votos, no genera felicidad, hace ruido.
Claro, las fiestas de los pueblos no se quedan sólo en los cohetes y los mariachis de los políticos, pueden cerrar calles por una semana, instalar juegos mecánicos en avenidas, hay ambulantes, conciertos, gente y más gente.
El extremo de esta vida invasiva es la Navidad. Ésta no comienza, como dicen, con el puente Guadalupe - Reyes, sino desde el Santos - Reyes. En cuanto se acaba la venta de calaveritas y disfraces terroríficos, que esos sí no me parecen invasivos porque cada quien es libre de hacer el ridículo como quiera y pueda, comienza la Navidad. En una esquina cercana a la casa hay un tipo que se pone en agosto a vender útiles escolares, en septiembre banderas, en octubre calabazas, en noviembre y diciembre series navideñas, comenzando enero juguetes, y luego corazones y cursilerías. Creo que con eso se mantiene sin trabajar el resto del año. Cada agosto reinicia el déjà vu.
Con la Navidad la mayoría intolerante humilla a la minoría grinchiana. Adornan sus casas, colocan luces de colores y les da hasta por ser más cariñosos. Hasta allí debo respetar su individualidad. Claro, me abrazan más seguido y Si ya no nos vemos que la pases muy bien mucho amor esta Navidad y que toooodos de verdad todos tus deseos se cumplan. Entre el 25 de diciembre y el 5 de enero la pregunta es Qué te trajo Santa Clós, pero luego tengo que suportar el humillante Qué te trajeron los Reyes. Nada. En concreto Santa Clós dejó de traerme regalo cuando, con la sinceridad que me caracteriza, dije a mi madre Mamá yo creo que Santa Clós no existe, esto no me suena lógico. Nos fuimos de vacaciones y cuando veníamos de regreso venía, de cualquier manera, con la ilusión de encontrar algo bajo el árbol. Era como un animal de Pavlov, salivaba con el sólo hecho de saber que era Navidad. No había nada.
De unos años para acá, la mayoría intolerante ha colocado chicharritas cancioneras. Prefieren las series navideñas que incluyen los últimos éxitos de Rodolfo el Reno y sus Campanas sobrecampaneras. Los más decentes apagan la musiquita a las 12 de la noche, por lo regular lo hacen más bien cuando despiertan. Y uno que encuentra sus momentos de concentración por las noches. Allí me tienen tolerando con mi mejor sonrisa a los vecinos que merecerían ser torturados con chicharritas cancioneras interpretando música de Mario Lavista.
Y al final de cuentas uno, que tiene que soportar el espíritu invasivo de sus connacionales, es tachado de intolerante. Los intolerantes son aquellos que no soportan a nosotros, la minoría discreta.

miércoles, 28 de octubre de 2009

El cielo

A "La chica del siglo pasado", porque de ella fue la idea de escribir esto:

Me fijo poco en el cielo.
Me fijo poco en las nubes.
Me pides que reflexione sobre el cielo y resulta que no encuentro muchas imágenes que compartir contigo acerca del cielo.
Yo vivo un poquito más arriba y por eso no lo veo.
Me gusta mirar hacia abajo y descubrir las nubes abrigando a un gran monte.
Me gusta lanzarme desde las alturas y caer precipitadamente hasta que un paracaídas de colores me protege de la caída.
Me gusta ver el cielo al lado mío sólo cuando voy en un avión y por la ventanilla se miran los colores del atardecer o el amanecer y se mezclan con los colores de la tierra.
Esas mezclas de colores que nos da el cielo me resultan tan cercanas que no las llamo cielo, son barnices que iluminan lo que tengo.
Por eso del cielo sólo te puedo decir que es un compañero de viaje, yo huyo hacia los confines de la tierra y él siempre esta allí, a mi lado, a mis espaldas.

martes, 14 de julio de 2009

La música electrónica

La música electrónica ha sido el mayor afrodisiaco que he encontrado. Estábamos encerrados en ese pequeño espacio, a nadie se le pedía absolutamente nada, el lugar era magnífico por eso. Yo deseaba besarte, yo deseaba tocarte, entre los apretujones comencé a excitarme. En algún momento sentí a una chica muy cerca de la barra y de mí. Me hubiera gustado que nos besáramos los tres. A los pocos minutos te empecé a tocar, protestaste con desinterés. Estabas desprotegida, besé tu cuello, me arrimé, huiste pero al final decidiste todo. Decidiste los besos, permitiste las caricias, acostaste el asiento y disfrutaste mis besos más que yo los tuyos. La luna llena nos espió. Nadie escuchó nuestros gritos. Ah qué par de ruidosos somos. En ese momento había muchas cosas en ti que me gustaban. Me hubiera quedado contigo a partir de ese día y para siempre. No podía ser así. Tenía que disfrutar tu cuerpo completo. Me faltan imágenes de tu cuerpo, tendrías que haber sido mi modelo. Te gustaba mostrarte desnuda conmigo, me gustaba verte así, algunos defectos en tu cuerpo. Ya no somos niños. Pero maravilloso tu cuerpo blanco. Maravillosa tu mirada. Con la obscuridad tu rostro me recordaba a alguien. Al final fue la misma historia, mis temores la expulsaron de mi paraíso, y luego a ti te expulsé también. Tener sexo contigo fue magnífico. Con pocas lo he disfrutado tanto como contigo. Estamos hechos para disfrutarnos en la cama. Pero te tengo miedo, tengo miedo de que cada vez sea más difícil deshacerme de ti.
Salí un poco sordo del lugar, eso me permitió escucharte mejor. Pero conforme el ruido de la música electrónica se diluía te escuchaba menos. Días después ya no te oí. La imagen de tu cuerpo delgado se me evade. Cuando se vaya para siempre escribiré más sobre ti. De momento es tan solo una nube entre mis ojos y el futuro. Dejé sin sabores, lo sé, pero este castillo continúa bien pertrechado, te dejé en el foso de los cocodrilos y me privé de lo que más me gusta de ti. Pero hay algo que me dice huye ¡huye! como una nota electrónica que se fuga entre el ruido ensordecedor o como alguien invisible que sale de esa pequeña bodega en medio de tanta gente, sin hacerse sentir.
Y en este momento ya no existo, mis besos se han diluido, y con el último punto, mis letras también.

miércoles, 10 de junio de 2009

Nadie vio nada

Nadie vio cuando no me percaté que las cerezas me llamaban.
Nadie vio que me quería convertir en un domador de leones.
Me acercaba a tu rostro,
me alejaba.
Hablaba.
Te llamaba con la mente.
Nadie oyó las palabras con las que buscaba seducirte.
Nadie escuchó el anhelo de que sucediera.
No vi tus coqueteos,
no viste mis galanteos.
Ni tú te diste cuenta cuando con discreción miré tu espalda.
Nadie vio cuando el ruido intenso me excitaba.
Sólo tú sentiste cómo -poco a poco- me acercaba a ti.
Nadie supo lo que fantaseaba.
Nadie miró mi mano bajo tu cintura,
nadie escuchó tus reclamos
ni tus instrucciones para conquistarte.
Nuestras palabras se fueron paso a paso
nadie las extrañó
Nadie vio cuando callaste la última
Detente aquí -dijiste-
Nadie lo oyó,
mucho menos cuando se hizo el silencio
cuando pasaron las horas
cuando vinieron los gritos
cuando ni la calle que nos rodeaba pudo ser testigo
de lo que gemimos
de lo que pensamos
de lo que sentimos
Nadie oyó nada,
está tranquila,
guarda tu vergüenza
para otra madrugada.

miércoles, 3 de junio de 2009

¿Dónde el beso?

En la frente, en la mejilla, en el cuello, en la espalda ...
O en la boca, o en la casa,
o en el aire, o en el pecho, o en la cama
¿Y por qué tiene que ser uno solo?
¿Por qué mañana?
¿Y en el alma o en la pierna?
¿Con la lengua, con tu sexo o en mi sexo?
¿Por qué un beso, por qué mil?
Mis caricias o las tuyas.
¿O si un grito?
Un segundo, un instante,
tus sudores, o los míos.
Un trago.
Una gota.
Es mi semen,
son tus pechos,
son mis besos,
son los tuyos.
Tus sabores,
tus olores,
tu saliva
tus rincones.
Si es un beso,
yo quiero que sepa
a savia
a vida.
Que huela intenso.
Que me arañe
y que sangre.
Dame un beso
como sepas darlo
donde puedas darlo
cuanto antes
o este instante.

domingo, 24 de mayo de 2009

La Fortuna

En medio del agua brillaba una moneda de diez pesos con el centro de plata, de esas que incluso dicen nuevos pesos. Alguien la había perdido. La cogí. La sequé. Y me vinieron muchas ideas a la mente, un déjà vu incluso ‑soy un vividor de los déjà vues y sospecho que ya estoy reciclando mi existencia‑.
Venía una noche de casa de Laura, quien al final de la carrera era mi novia, caminé dos calles hasta la parada del camión en contraflujo y cuando estaba próximo a subirme preparé el cambio y se me cayó una moneda de 100 pesos, de esas doradas que tenían a Carranza al frente. La moneda quedó en un charco lodoso. No la levanté. Al Ruta 100 que esperaba le tocó una luz en rojo. Un minuto después subí al camión en el carril de contraflujo de Ermita. Un señor dijo “No la va a levantar” y se agachó y la tomó. Para entonces esos 100 pesos estaban por convertirse en 10 centavos y habría requerido otra moneda igual para conseguir un penny. Sería como si hoy se me cayera una moneda de 50 centavos en un charco. Y sin embargo, 17 años después una moneda de 10 pesos con el centro de plata llegó a mis manos tras mojarme las manos en agua sucia.
No encontré la moneda en una zona opulenta que me hiciera pensar que alguien más la había despreciado, como yo en su momento desprecié la de 100 pesos. Tampoco en una zona tan pobre en la que detrás de esta moneda hubiera alguien sin poder abordar el transporte público por haber perdido su dinero para ello, pero fue una de las primeras imágenes que me vino a la mente. Alguien caminando kilómetros hasta su casa por carecer de dinero para el micro, o alguien pidiendo a otro que le ayudara a completar su pasaje. En una situación más difícil esa moneda habría pagado no sólo el viaje de regreso a casa, sino al día siguiente el necesarísimo viaje al trabajo.
Todos nos hemos encontrado alguna vez una moneda. La primera, en mi caso, fue de 50 centavos de níquel, con Cuauhtémoc al frente, cuando a penas tenía 5 años. Fue en el kínder y llegué a la tienda a preguntar para qué me alcanzaba. Yo quería un chocolate, pero sólo me sirvió para un dulce.
También he perdido monedas. Me ocurre seguido dentro del coche. Poco a poco van apareciendo de vuelta, pero desde luego que muchas quedan para el afortunado lavador o acomodador que se la encuentra. Ahí es donde uno siente el dinero va y viene.
Siempre he pensado que deberíamos instituir el día de la fortuna. La noche previa todos saldríamos a la calle y tiraríamos una moneda de un peso con la consigna de no recoger ninguna otra. Al día siguiente, celebrando el día de la fortuna, todos recogeríamos sólo un peso, distinto del que hubiéramos dejado. En una sociedad con mucha confianza casi todos respetarían la regla sagrada de no recoger más de un peso y siempre dejar un peso. En una sociedad como la nuestra, lamentablemente, quien esperara toda la noche se quedaría sin cosechar fortuna. Tampoco pensaríamos que alguien obtuviera miles de pesos tomando los que no le correspondieran, sino que al no respetar las reglas sagradas del día de la fortuna muchos no dejarían su moneda y tomarían algunas otras pero difícilmente encontrarían más de 5.
Al final de cuentas, mis 10 pesos me convirtieron en ese momento en un monopolista de la fortuna. No me compré un chocolate. Puse la moneda bicolor en mi ventana, junto con muchas otras que en 5 años me han permitido hacer un pequeño ahorro con cambios insignificantes.