lunes, 31 de marzo de 2008

A estas horas es cuando las putas brillan*

Fuimos de trabajo al puerto de Ningures y tuvimos tres semanas de labores intensas, que incluían actividades muy cansadas hasta en fines de semana, pues finalmente había que aprovechar el tiempo al máximo y reducir los gastos de hotel y viáticos al mínimo, por lo cual sólo entre una planta y otra podíamos echar un ojo a las mujeres del pueblo, algunas de plano muy feas y otras atractivísimas, de las más bellas que he visto en mi vida, pero tampoco había gran tiempo para cortejarlas porque nuestras actividades diurnas absorbían hasta los últimos segundos de luz del sol, y ya sin el astro encendido lo mejor era dormir, comer, beber, y en todo caso apurar los pasos para huir del puerto, que no se distinguía ni por su belleza arquitectónica, ni por su calidad de vida, con ese calor, esa humedad y ese olor a pescado muerto que tienen todos los puertos viejos.
La gente con la que trabajamos fue muy amable y no niego que ha sido de las mejores experiencias que he tenido en mi empresa, si bien no puedo decir que haya tenido muchas porque llevo acaso tres años en el negocio, y a mi edad no se puede decir que uno lo haya conocido todo, pues más bien uno cree que sabe, por lo que ha vivido, pero más es por lo que imagina que ha vivido, pues en la juventud uno imagina lo que vivirá como si lo hubiera vivido y ni lo ha vivido ni lo vivirá, pero lo que es cierto es que estas personas fueron magníficas y aprendí mucho.
Después de dos semanas de trabajo continuo consideramos que era justo darnos una pequeña pausa, beber de más, divertirnos, y la mañana siguiente levantarnos un poco más tarde, si acaso nos acostábamos, así que fuimos, los solteros a aprovechar la soltería, los casados a recordarla, y todos al Agujero Negro, un antro que está en el distrito rojo de Ningures.
Llegamos cuando no había prácticamente nadie, alguna mujerzuela bailando, un par conviviendo con los pocos parroquianos, y muchas mesas vacías, entre ellas la que ocupamos. El Agujero Negro era un sitio pequeño, alargado, con una sola entrada, y después descubrí que tenía una salida de emergencia hacia la calle de atrás. Al momento de entrar pasamos a un vestíbulo obscuro y de allí al salón principal, con un escenario en medio círculo, un tubo al centro, y mesas alrededor, las de las esquinas con asientos acojinados en forma de escuadra, que fue la que escogimos, a pesar de lo incómodo que después resultó pues no estaban en muy buenas condiciones. Al fondo había pequeños privados, estaba el cuarto con el equipo de sonido, el camerino, y los baños.
Durante la primera mitad de la noche el ambiente del lugar era aburrido, más nos divertíamos por las bromas que nos hacíamos entre los asistentes que por el espectáculo. Conforme fueron avanzando los tragos se nos fue olvidando que estábamos allí para excitarnos, y nos fuimos quedando con una extraña monotonía en la que lo mismo nos preguntábamos qué hacíamos allí, que qué no hacíamos allí.
Ya muy avanzada la noche nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de que estábamos en el Agujero Negro, y cuando nos percatamos el ambiente se había transformado y nosotros éramos los únicos perdidos. A nuestro alrededor había cuando menos una docena de mujeres desnudas o semidesnudas. Los clientes entraban y salían de los cuartos del fondo. El calor era insoportable.
Uno de los lugareños que iba con nosotros dijo:
-A estas horas es cuando las putas brillan.
Bastaba con mirar a nuestro alrededor para comprobarlo. Junto a nuestra mesa había dos lesbianas abrazadas que compartían el mismo bikini, una usaba la parte superior y la otra el calzón, ambas con la figura de un billete de cien dólares. A mi socio se le ofreció una muchacha con tremendas tetas apenas cubiertas con una chamarra de cuero que debe haber sido un martirio con ese clima. Desde lo lejos vi que se dirigía hacia nosotros una chica con un vestidito blanco, tejido, y que se le subía para mostrar su pubis desnudo. Junto a uno de los guardias del bar estaba en plan de ligue una flaquita chaparrita totalmente desnuda que le metía la mano entre la bragueta. En un rincón había tres chicas con los pies encima de la mesa, una con un traje de red, otra sólo con un delantal, y otra con un traje de baño de una sola pieza que se formaba por un par de hilos que daba toda la vuelta al cuerpo y tres pequeños triángulos que cubrían el pubis y los dos pezones. A lo lejos se veía caminar una jovencita, según mis cálculos de unos 15 años aunque cualquier empleado del lugar juraría por su madre que era mayor de 18, apenas envuelta en una toalla. La escena más curiosa se daba cerca de la cabina de sonido, donde había una chica parada en una silla, con los senos descubiertos y un calzón del cual salía un pene de plástico que chupaba otra chica vestida de colegiala. La del escenario tenía los vellos recortados en forma de estrella.
Al cabo de un rato entré en uno de los privados con la que traía el vestido tejido. Le pedí que no se lo quitara. Lo hicimos sin condón porque ella me dijo que prefería hacerlo así, y yo, tan acostumbrado a no cuidarme, acepté por el placer de sentirla directamente. En el pequeño cuarto sólo había una silla y un banquillo alto. Allí me senté para que me la mamara, pero luego lo hicimos en la silla.
Regresé al hotel como a las cinco de la mañana y me levanté para trabajar a las nueve y cuarto. Me di un regaderazo rápido y cuando me iba a rasurar me di cuenta de que mi piel estaba arrugada, mis dientes amarillos, mi pelo era blanco y escaso, y la noche en el Agujero Negro no me había pesado como una noche, sino como una vida.



* La frase de "A estas horas es cuando las putas brillan" fue tomada de la novela Por las rutas los viajeros de Eduardo Iglesias

viernes, 28 de marzo de 2008

Carpaccio de ojo

Y así te lo digo, y sólo a ti te lo digo. Te miro, y no me echo un taco, sino un carpaccio de ojo. El taco me sacia el hambre, con el carpaccio siempre quiero más de ti. El taco lo como en la calle y delante de todos, a ti quiero comerte en privado y en silencio. Tu rostro. Toda tú. Eres bocato di cardinale para mis ojos, y además, hoy tengo mucha hambre de ti.

miércoles, 26 de marzo de 2008

El corazón angular

Damiana camina por una calle obscura, de pronto ve venir a alguien corriendo hacia ella y trata de bajar de la banqueta, pero es demasiado tarde. La persona la avienta contra un coche y sale corriendo con su bolsa. Con impotencia ve alejarse una sombra y llega a su casa. Toca el timbre pues ha perdido sus llaves. Abre su esposo, ella llora, y él escucha lo sucedido. En algún momento siente rabia. Duermen más juntos que de costumbre y antes del amanecer conciben un hijo. Casi nueve meses más tarde la felicidad inunda el hogar y no queda ningún recuerdo del ladrón. No se le reprocha ni se le agradece.
La historia puede existir, puede no existir. Puede tener más credibilidad (no creo que haya muchas Damianas) o menos credibilidad. Es algo cursi. “No hay mal que por bien no venga”. Pero son muchas historias a la vez. Puede ramificar al infinito: los minutos de angustia, los trámites para cancelar tarjetas o sustituir identificaciones, el cambio de llaves en el hogar, el cansancio, los costos del robo, el agradecimiento a Dios por no haber sido violada, la vida del ladrón, su siguiente víctima, la vida del esposo, la vida del niño. Puedo ir hacia atrás, y preguntarme por qué el ladrón roba, inventar que tiene un hijo enfermo, que consume drogas, que sólo está jugando, describir el día más conflictivo de los últimos años para Damiana, el acoso o la histeria de su jefe, la buena o mala comprensión de su esposo.
En mis últimos escritos he preferido rendir culto al momento y a lo que me parece bello. Ojalá pudiera crear personajes. De momento sólo puedo compartir reflexiones, palabras que me parecen bien articuladas, frases que me gustan, sensaciones que me inspiran.
Si continuara escribiendo sobre Damiana me enfocaría en los momentos, los pasos seguidos desde que se sintió empujada, el susto, el golpe contra el coche, las reflexiones posteriores a la pérdida de su bolso, la taquicardia, el miedo a sufrir un segundo ataque.
Siento un gran deseo de homenajear el momento, cada momento. Derrumbar una estatua y ver cómo cada piedra va tomando su lugar. No seré tan romántico como para concentrarme en la felicidad que generó Flavio, el hijo de Damiana, al nacer; pero sí lo suficiente como para evocar ese momento, a los once años, a los doce, los trece quizá, en el que por primera vez miró y sintió taquicardia, la misma que su madre vivió cuando su espíritu estaba a minutos de lanzarse a la inauguración de su existencia.
Flavio miró a una adolescente de su edad que le sonrió por primera vez. Sintió cómo su cuerpo se paralizaba, cómo su corazón latía más rápido, pensó en todas las dudas, si era para él la mirada o si había encontrado a la niña más hermosa del mundo. Isabel no era la niña más hermosa. Distaba mucho de serlo. Pero ese día lo fue para Flavio. Nunca más la volvió a ver. Nunca más. Pero allí nació su placer por la contemplación. Tardó muchos años en aprender a mirar con elegancia, pero en un instante supo cómo contemplar.
El camino de Flavio hacia su casa fue exactamente el mismo que el de su madre años atrás, por las mismas calles, sólo que de día, y fue dando pasos pequeños como Damiana en su momento, con taquicardia, hasta que en su casa tocó el timbre. Isabel —sin saberlo— lo había aventado contra un coche y se había robado su calma y apenas la envoltura de su inocencia, pero sin darse cuenta ayudó a la creación de su propio concepto de belleza.
Todos hemos tenido ese momento, ese corazón angular, el punto exacto en el que la belleza se vuelve tal y nuestros ojos aprenden el maravilloso acto de contemplar.

lunes, 24 de marzo de 2008

¿Quieres ser mi musa?

No tengo diagnosticada la bipolaridad. Eso no importa. Tal vez clínicamente no la tenga. Tal vez sí. Lo que puedo decir es que, como todos, vivo momentos de apatía, momentos de alegría, de ira, pasión, estrés, risa, momentos de angustia. ¿Cómo pasa uno de un momento a otro? Seguramente eso es lo que diagnostica el psiquiatra.
Lo que sí he notado es que la vulnerabilidad de los malos momentos (estrés, ira, angustia) es mayor cuando no hay sueños.
Y ahora no hay sueños. Y ahora aflora la creatividad. Vivo del conflicto. Expreso más cuando escribo que lo que siento y vivo en esa histeria que me domina en una crisis.
Invencible es la palabra.
Sí.
Soy un monstruo invencible con cara de niño. Mi cara de niño enojado le daba ternura a alguien de mi pasado reciente. No sé si me lo decía para minimizarme o para disuadir mis crisis.
¿Qué sueños me permitirán evitar esos ciclos de apatía depresiva - ira desbordada?
Ya fui un caballero luchando contra los molinos de viento en defensa de mi amada campesina. Pero ya me despedí de mi amada campesina.
Ya fui un conquistador de territorios llevando mi verdad a todos los rincones. Pero en esos rincones están los que no me agradecerán que los libere, que les lleve pan, leche liconsa o un tren de alta velocidad.
¿Qué defender, por qué luchar para no estallar?
Derruidos los ideales racionales y los pasionales sólo queda otro ideal. En medio del conflicto, la creatividad regresa.
¿Quieres ser mi musa?

sábado, 22 de marzo de 2008

Esto sólo es un juego

(A ti, que juegas comigo este juego)

Esto sólo es un juego,
ni yo te quiero,
ni tú me quieres.

Esto sólo es un juego.
Me gustas,
tal vez te gusto.

Te digo que me gustas,
mi plática te agrada.
Un juego donde no nos tocamos.

Jugamos a conquistarnos,
sin conquistarnos.
Jugamos a no conquistarnos.

Y allí vamos poco a poco,
no conquistándonos,
no queriéndonos.

Estamos en esas arenas,
donde los teamos,
serán borrados por las olas.

Si no estuviéramos aquí,
no nos conoceríamos,
pero quisiéramos no estar aquí.

Quisiéramos estar allá,
detrás de una vela,
detrás de un vino.

Jugamos a que tu amor ya no duele,
pero te duele,
y a que el mío estorba para atraer el tuyo.

Jugamos a que mi amor ya se fue,
y a que no se ha ido,
y a que el tuyo estorba para atraer el mío.

Tu cabello no es un juego,
pero la luz del sol juega en él,
y a mí me divierte verlo.

Tu sonrisa juega con la vida,
es tímida, es efímera,
es vana ... como un juego

Esto sólo es un juego,
una disciplina lúdica,
de todos los días.

Tu belleza no es un juego,
mi pasión tampoco.
Me da miedo despertar queriéndote.

Me da miedo la ilusión,
me da miedo cantarte a diario,
lo que me inspiras.

Me da miedo que este juego,
un día sin motivo,
me lleve al otro juego,

al juego del deseo,
al juego del fuego,
al fuego del amor.

Y estar donde no debo estar,
en nuestro mundo (hoy) incompatible,
y sucios los dos de nuestro pasado reciente.

Y aún así no puedo más que jugar,
y decirte que me inspiras,
y que esto sólo es un juego,

que no es seducción,
que no deseo nada más,
que jugar a que juego,

el juego del amor.

jueves, 20 de marzo de 2008

La noche que floté

Alguna vez entré en un restorán sin que nadie notara mi presencia. Era como un fantasma pero pronto me convertí en el primer comensal de la tarde de un día flojo, tal vez fui el único cliente, y mientras el poco personal del lugar atendía la cocina, e incluso pasaban cerca de mí sin siquiera sentirme, yo me sentaba y me liberaba del cansancio luego de una larga caminata. Tuve que avisarles que había llegado, y ya después todo estuvo bien, el tequila, la sopa azteca, la cecina, y la cerveza. Creo que no comí postre.
Esta experiencia me condujo a otra muy extraña, semanas después, porque soñé que entraba a una casa que a la vez era restorán, pero en vez de sentarme en una mesa y esperar a que me atendieran, seguí caminando con mucha libertad, como si la conociera desde hace tiempo, creo que incluso se parecía mucho al departamento en el que viví mi infancia. En algún momento una mujer me gritó, un tanto asustada, qué hacía yo allí, y yo me apenaba tanto que decidía desaparecer. Al momento de desaparecer sentí que viajaba a otra dimensión, como si hubiera la posibilidad de que de la nada pasara de la casa hacia otro mundo. Ese cambio lo sentí concientemente, ya no en sueños. Me empecé a asustar de estar entrando en otra dimensión, tanto a nivel conciente como inconsciente. Sentí que mi cuerpo flotaba e hice el esfuerzo por despertar, pero en realidad el camino entre el sueño y la conciencia fue tan natural que empecé a dudar que hubiera estado dormido. Puedo decir que había una prueba de que algo inusual había pasado porque en medio de mi susto, cuando mi cuerpo flotaba tuve la sensación de girar, de que yo estaba sobre la cama en una posición perpendicular a la cabecera, y con el giro quedé en diagonal. Al despertar desconocí mi recámara, aunque luego me di cuenta de que precisamente por mi posición las luces de la calle se veían distintas a otras noches.
Todavía pienso que algo extraño sucedió esa noche. Es decir, creo sí floté, creo que sí giré. Dicen que con la meditación trascendental se puede levitar ligeramente, o dar saltos sobre el piso. Ahora yo pienso que se puede levitar en sueños. Sin duda me asusté cuando pasaba de la casa–restorán a la otra dimensión, y eso me hizo aterrizar. Pero cuando abrí los ojos no estaba espantado, sólo sorprendido.
Ahora, cuando me acuesto a dormir, extiendo mi brazo, miro mi mano y su aura, y hablo con ambas, les pido que me ayuden a repetir la experiencia de esa noche. No lo he logrado. También he intentado desdoblarme, o buscar concientemente la manera de absorber mis pensamientos en sí mismos y así experimentar una nueva dimensión. Sé que suena una locura, pero desde la noche que floté creo que todo es posible.

martes, 18 de marzo de 2008

Me dolía el tiempo

Han pasado diez años y nos hemos vuelto a ver. Yo con un poco más de peso. Tú con una niña de dos o tres años. Te saludé sin mayor interés. Me había propuesto que esta vez tú temblaras. La verdad yo sigo temblando por dentro. Tú como si nada. Yo no creo haber mostrado nada más que eso. No te quise dar importancia. Me dolía el tiempo. La fiesta seguía con o sin nosotros. En algún momento me miraste. En algún momento te miré. Seguro lo hice más yo que tú, pero hacia donde no me descubrirías.
Sonrío.
Llegó el final. Me despedí de ti, de tu madre y de tu hermana.
-Hace dos días me estaba acordando de ti
-Ah, ¿sí? -pregunté
-Sí, alguna vez te pedí una lista de recomendaciones para leer, y la había estado buscando una semana antes pero no la encontré
-Ahora seguro te recomendaría libros distintos
-Pensé que la tenía dentro del libro que me diste, pero no estaba allí, la encontré en otro lugar
-Qué bueno que te sirvió
-Me escribiste que era una lista misógina porque casi todos los autores eran hombres
Reí. Terminé de despedirme.
Eran todos los sentimientos en un instante. Era la espina clavada en el corazón por el rechazo próximo a cumplir una década. Había otras espinas, más pequeñas tal vez, las espinas que me hirieron en el camino. Había una mucho más grande. Mi último amor te invocaba. Pero ya se había ido con su infidelidad a cuestas.
Eran todos los sentimientos en un instante.
Era el coraje. La pregunta de por qué no, repetida durante diez años. La respuesta imposible de ver. La lucha en desventaja de las artes contra las ciencias, de un rostro bello, de un cuerpo hermoso, de tu carisma, del todo, contra la nada, venciendo la nada. Un matrimonio que huele más a interés parece estar llegando a su fin. Evocar las lecturas que alguna vez te recomendé, evocar un libro que te escribí, no es tanto un motivo de esperanza como lo es de coraje. El coraje de sólo haber alimentado tu ego y minado mi orgullo.
Eran todos los sentimientos en un instante.
Era la soledad por diez años de amantes. Era la alegría de haberte visto. Era la ocasión para volver a escribir de ti. Ibas vestida de blanco.
Y reí en el camino ... porque you wore blue velvet.

domingo, 16 de marzo de 2008

Te quiero y punto

He decidido ser libre o me he resignado ha serlo. En mi soledad platónica puede que llegues y me estorbes. Puede que no. Pero esto es lo que soy.
Todo empezó con el idealismo. Las musas, las dulcineas, las no sé qué. Idealizarlas al máximo y luego sufrir sus rechazos. Pero si no, no hay oportunidad de amar, aunque tampoco la hay en el deseo contemplativo, esos ojos, esos labios, esa cara bonita, ese movimiento del cuerpo, tan tuyo, tan cachondo, esos hombros frágiles, esa nariz, ese cabello, eso que es tan ajeno a mi cuerpo pero tan de mis ojos, de mis ilusiones, de mis sueños.
¿Pero si no eres tú, quién? Ah, claro, ya sé quién, tú, la otra, la que se enamora del yo facilote, del yo que se va a la cama porque sabe que hay un sexo femenino esperando, húmedo, enamorado. Para qué te enamoras de mí, me pregunto siempre, no lo hagas, te suplico en silencio. Cómo puedo quererte. A ti, que buscas mis labios sin que me interesen los tuyos. A ti, que estás dispuesta a desnudarte en nuestra primera, quizá única, cita. A ti, que no me interesas. Sí, así es, te quiero y punto. Te quiero porque mi cama no huele a ti cuando te marchas.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Efemeridades

Hace algunos años unos chicos de secundaria entraron a la cabina trasera de un tren del metro, por curiosidad y por jugar, sin duda. La travesura terminó en tragedia cuando de uno de ellos se asomó al túnel, y su cabeza se estrelló, y reventó como sandía, contra un semáforo. Un instante lo llevó a la muerte, sólo un segundo tardó en mover su cabeza fuera de la cabina y menos en dejar de existir. El hecho no sólo acabó con su vida, marcó las de sus dos compañeros, destruyó a sus padres, y afectó profundamente al maquinista de ese tren.
Las imprudencias que conducen a un accidente siempre son instantes, se gozan hasta que sobreviene la tragedia, y en un abraxas puede cambiar la vida de demasiada gente: un ladrón de combustible perfora un oleoducto y éste estalla. Desaparece un pueblo. Un conductor de autobús cabecea y mueren decenas. Un piloto recuerda que su mujer lo engaña y se confunde de pista, no escucha las señales de la torre de control, la vida de sus 233 pasajeros y la de cinco trabajadores en tierra se extingue, también la suya y la del resto de la tripulación. El sargento que comanda una expedición militar en el desierto se pierde y mueren de sed e insolación todos sus soldados. Un corredor de autos se concentra demasiado en rebasar a su rival y por un milímetro su llanta roza con el borde de la pista, su vehículo gira en el aire, rompe la barrera y salta todavía más, esta vez sobre las gradas.
A veces uno tiene la sensación de que una persona que no saludó, una llamada que no contestó, una imprudencia dicha, una gesticulación en un momento inadecuado, o una gota de vino salpicada a la camisa de un vecino comensal, pueden destruir un trabajo de meses o de años.
Lo terrible, lo más terrible, es cuando ves a una antigua novia con la que después de la relación amorosa hubo una amistad más o menos profunda, pero que siempre estuvo acompañada de un dejo de coquetería por parte de ella. Nunca hubo la más mínima intención tuya de regresar. Nunca. Quién sabe por qué motivo, por qué razón o sinrazón, tomaste la decisión de no reintentar la relación. Luego pasan los años, los rostros cambian, las personas maduran, y el noviazgo, nimio ante la eternidad, es una cosa completamente olvidada. Si hay coquetería de ella sólo es por costumbre, no por una intención de llamar tu atención. Ella está a punto de casarse. Tú, solo, dices: "la cagué". La cagué, la cagué, la cagué. Nadie sabe cuándo fue que la cagaste, tú menos, pero lo cierto es que durante un largo tiempo, determinado por cuestiones secundarias, decidiste ignorar que ella te amaba. Y así llega el día en que la ves hermosa, segura, cariñosa contigo pero más, y mucho más, con él, con su prometido.
Esa efimeridad, inexistente para el diccionario pero no para la realidad, es más instante que un instante, porque llegas a la conclusión de que la cagaste, de que toda tu vida ha estado llena de errores, pero estás siendo testigo de que el tiempo se ha ido, de que ya no puedes recuperarlo, que no pues hacer nada, que deseas que aquel se arrepienta de su compromiso en cualquier momento, pero no lo hará, no lo hará porque ama a quien tú no quisiste amar. En realidad, la trascendencia de esa efimeridad, más efímera que lo efímero, se da porque a partir de allí la vida comienza. Sí. Así es. La vida comienza el día en que te das cuenta de que la has cagado en todo.

lunes, 10 de marzo de 2008

Por las rutas los viajeros

Dice Eduardo Iglesias, en su novela Por las rutas los viajeros, que "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven". La novela trata de dos personajes que deciden recorrer España, cada quien por sus propias razones. Uno de ellos es periodista y está preparando un reportaje sobre vagabundos, mientras que el otro es el personaje fundamental de la trama, un hombre que acaba de perder a su novia y decide viajar sin rumbo, sin ningún miedo a nada, ni a la muerte. La frase inicial es la que acabo de citar: "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven"; también es la frase final.
Menciono esto por un lado porque tengo una afición, que es salir solo a carretera y dejar que los caminos me lleven, y por ello el libro que comento me fascinó. Recuerdo haberlo leído precisamente en un viaje. Sin embargo, y por otro lado, menciono que lo compré porque la portada me persuadió: es un mapa de carreteras de España, del que se levantan algunos señalamientos que representan todo tipo de percances. Si alguien quiere venderme algo, basta con que le ponga un mapa en la envoltura para que yo lo compre, ya sea de ciudades, de carreteras o de trenes.
Esta afición por los mapas, en la que sin embargo no he invertido mucho, me viene desde niño, cuando me compraron mi primer atlas. Recuerdo haber pasado muchas horas, tanto de niño como de adulto, viendo todo tipo de mapas. A nivel individual soy uno de los mejores clientes de la Guía Roji y me gusta ubicar las avenidas de zonas que no conozco. A menudo saco de quicio a las personas que me acompañan en un viaje porque no me gusta preguntar dónde están los sitios que buscamos, me gusta descubrirlos.
No he viajado tanto como parecería por estas líneas, pero lo que he viajado simboliza mucho lo que es mi vida, es vivir a prisa y desear que el camino se acabe lo más pronto posible, para buscar otro camino. Así como Jaime Sabines decía en Los amorosos que el amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro; creo que para los viajeros, un viaje es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente el otro, el otro. Queremos salir a carretera, pero cuando salimos queremos que la carretera se acabe, para que luego venga la otra, la otra.
Cuando era niño me aprendí todas las estaciones del metro, y hoy día aún recuerdo la mayoría de las existentes. Todavía no acababa la primaria y me escapaba para conocer las líneas de terminal a terminal. Poco a poco empecé a darme cuenta de cuáles eran las posibles soluciones para el transporte de la capital, y tanto lo soñé, que acabé trabajando en ello.
Ver un mapa, o dibujar un mapa de algo que todavía no existe, ha sido dejar que el cuerpo se paralice, que sólo los ojos miren y que quizá un dedo trace líneas imaginarias, o un lápiz ponga los nombres de estaciones que no se han construido. Pero también es una manera de transportarse al lugar, de viajar en el tren, en el coche, en el aire y ser parte del futuro que quizá no llegue.
La vida es así y no es así. Vivimos mirando planos que habrán de construirse sin que se construyan. La casa. Los hijos. Los viajes. Nada. Quizá sólo tengamos perro y no viajes. Quizá sólo haya viajes y no esposa. Quizá la oficina no será como la soñamos, pero en el mapa sí lo era así. La vida es un mapa. Sí, la vida es un mapa que miramos, y sin conocer qué hay allí, imaginamos cómo será. Detenemos las manecillas y nos transportamos, y entonces decimos "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven".

sábado, 8 de marzo de 2008

Déjà vu

Cuando descubrí que había vuelto a nacer tuve el impulso por repasar lo que había hecho en los últimos días para tener la oportunidad de volver a vivir, buscando una explicación sobre mi renacer. En realidad eso era lo de menos, pero tardé un tiempo en darme cuenta. Sigo pensando que es completamente extraño, pero desde que tuve los primeros síntomas de que estaba en un déjà vu psíquico quise descubrir qué había hecho y dónde había estado, para tener la oportunidad de vivir mi vida de nuevo. Llegué a pensar que era víctima de algún trabajo mágico o de brujería, sigo pensándolo, pero también tuve la impresión de que crucé una puerta especial que me hizo retroceder varios años, no sé cuántos.
Cuando era pequeño, el hueso ilíaco me molestaba para dormir porque yo era demasiado flaco y entonces mi piel se veía presionada por el peso de mi cuerpo justo en el extremo de la cadera. Por años sentí esto cuando intentaba dormirme. Creo que tardaba mucho más que cualquier otro niño. Conforme pasaron los años fui subiendo de peso y modificando la estructura del esqueleto, como algo natural del camino entre la infancia y la edad adulta. El primer síntoma de que había vuelto a nacer fue que, después de muchos años, y a pesar de mi panza cervecera, el hueso ilíaco volvía a darme lata tanto para dormir, como a lo largo del día. En un principio sólo pensé que se trataba de algo pasajero, pero cuando tuve otros síntomas de mi renacer supuse que en verdad la vida me había dado la oportunidad de ser otro, sin perder lo que había aprendido.
El siguiente síntoma fue mostrarme más distraído ante todo el mundo, algo que creí haber superado desde hacía muchos años. Es más, yo presumía de poder leer el periódico mientras manejaba, y cuando me detenía en un semáforo podía tener un ojo en el rotativo y otro en el lugar de la luz verde, para que cuando el garabato se encendiera yo pudiera avanzar. Ahora me pitan los de atrás y más de una vez he cambiado de carril, todavía con suerte, sin darme cuenta de qué tan cerca está el auto vecino. En mis años mozos yo era tan distraído, que todavía una compañera de la preparatoria se burla hoy de que en esa época yo no la volteaba a ver ni aunque me mostrara sus pechos descubiertos.
Luego me pareció extraño que una vecina que tiene unos 16 años me saludara muy sonriente un día que regresara de su escuela vestida de uniforme, pero más extraño fue que yo me sonrojara como si tuviera su edad y estuviera enamorado de ella.
Hasta aquí podría decirse que se trata de simples coincidencias, pero cada vez que me encuentro a una persona que tenía al menos dos meses de no ver me dice que me ve distinto, que no sabe qué es, pero que no es ni el pelo, ni la barba, ni mi cuerpo, simplemente que me ve diferente, como si incluso fuera otra persona.
Las mujeres que otrora prometían en vano devolverme las llamadas, e incluso las que se negaron alguna vez a salir conmigo, me buscan con insistencia y, lo que me pareció todavía más extraño, ya una llegó de improviso a la casa y se me desvistió, sin copa ni petición de por medio, en la sala, con las cortinas abiertas y a plena luz del día. Hicimos el amor y cuando terminamos dijo, Nunca pensé que TÚ pudieras hacerlo de esa manera.
En el trabajo ocurren cosas similares. Un par de empleados que a menudo se confabulaban para no hacer lo que yo pedía que se hiciera, ahora tiemblan cada vez que paso y con voz dubitativa suelen preguntarme a cada rato si no se me ofrece nada.
Las marcas que me costaba encontrar en el supermercado ahora están en oferta a la entrada del mismo. Las calles en las que nunca encontraba dónde estacionarme ahora tienen un lugar exactamente del tamaño de mi auto. En el radio ponen las canciones que tengo ganas de escuchar, y en el Vips incluyen en el menú del día todos mis antojos a precio especial. Si juego un solitario en la computadora el nueve negro aparece cuando lo necesito.
Yo, que me sorprendía de no ser adicto a ninguna película en especial, ahora he visto hasta dos veces en la misma tarde la misma cinta. Jamás elogiaba la comida que me servían y hace unos días surgió ante mi madre la voz espontánea de Estuvo riquísima tu comida.
Alguien me dijo que probablemente cambió mi aura y que esto pudo haber sido por una sobrecarga magnética, por brujería, o incluso porque sin darme cuenta superé un trauma que tenía guardado por años en mi inconsciente.
De cualquier manera, ahora me he preguntado qué quiero hacer. Me resulta muy molesto que el hueso ilíaco esté presionando mi piel durante todo el día. Me dejé la barba para ofrecer siempre una justificación al Te ves diferente, pero aún así decían que mi cambio estaba mucho más allá de lo físico.
Creo que ya antes había soñado con tener la oportunidad de vivir muchas cosas, las chicas que no pretendí cuando me coquetearon, las fiestas a las que no asistí, los viajes que no hice, los balbuceos cuando tuve que reclamar mis derechos, los pleitos innecesarios, las injurias que proferí, las personas que no saludé, las ayudas que no presté. De pronto se me ofrece la oportunidad de enmendar mis errores, de corregir mi camino, de dar lo que no di. Ahora que siento que estoy ante la oportunidad de revivirme, tengo un miedo terrible de repetir mis errores.
Hace algunos años me surgieron dos oportunidades de trabajo al mismo tiempo. Una que implicaba un gran salto en mis ingresos y otra que representaba un proyecto muy importante en el que me iba a realizar y a aprender muchas cosas. Opté por la de mayores ingresos, y resultó que no me duró el tiempo que yo esperaba y finalmente tuve que buscar otro trabajo, todavía más modesto que el que tenía originalmente. Dejé de vivir tantas cosas por falta de recursos que ahora que siento un renacer psíquico me cuestiono qué haría ante la misma disyuntiva.
Me pregunto también si buscaré el mismo tipo de mujeres que he buscado por siempre, ese tipo de mujeres que me han rechazado por siempre, o si ahora debo ser más modesto, o si mejor pienso que tengo la madurez de un hombre de treinta años con las oportunidades que tuve a los veinte, pues no puedo negar que la mayoría de las mujeres que me rechazaron lo hicieron porque fui bastante torpe al conquistarlas. ¿O es que acaso debo conquistar a mi joven vecina, como respuesta a su sonrisa coqueta de hace unos días? Creo que aún en ese caso caería en el ridículo en el que caí a su edad cuando alguna compañera me sonreía con cara de Voy a comerte, sólo para sentirse la más sexy de la escuela.
¿Debo ser más prudente o debo ser más arriesgado? ¿Renacer mentalmente es una oportunidad o un castigo? No lo sé, sólo sé que alguna vez lo soñé y hoy estoy frente a ello. Dirían los sabios orientales que es crisis y es oportunidad al mismo tiempo. Yo sólo sé que mi vida comienza y que tengo que manejar con más cuidado, fornicar con condón y no perder el sueño por un estúpido dolor en la cadera.

miércoles, 5 de marzo de 2008

La casa de los mil relojes

La casa de los mil relojes es una casa donde el tiempo no existe. De cada una de sus paredes cuelgan relojes de todo tipo, de manecillas, de cuarzo, de sol, con péndulo, con números arábigos o con números romanos. Las lámparas son en sí un reloj, y una de ellas, la que pende del techo de la sala, tiene un foco que gira conforme pasan las horas para que su sombra vaya proyectando en distintos colores cada uno de los doce números que tiene a su alrededor.
La única manera de no ver un reloj en la casa de los mil relojes es cerrando los ojos, pero ello no tiene sentido, salvo para dormir, si es que acaso uno quiere o puede hacerlo, porque aún con los párpados caídos, los mil relojes tienen mil maneras de hacer sentir su presencia, no sólo con el tictac interminable, con algún cucú que cante cada quince minutos, con unas cuantas campanadas o con el vaivén de un péndulo, sino además porque la casa de los mil relojes es en sí un reloj que se mueve minuto a minuto, hora tras hora, día tras día, como si siempre quisiera recordarnos que allí el tiempo no existe.
El más bello de los relojes es uno de agua. No se trata de una clepsidra como pudiera pensarse, sino que se compone de tres hermosas manecillas que marcan segundos, minutos y horas debajo del agua de una fuente. Las horas son verdes, los minutos rojos y los segundos azules, pero con la particularidad de que el segundero es como un gran remo que revuelve el agua cada cien centésimas para recordarnos cómo es el tiempo, allí donde el tiempo no existe.
El tiempo es del color del agua, es una duna de arena, es tan duro como el viento y tan poderoso como el sol. Quema. En la casa de los mil relojes nada quema. Puede uno sumergirse en el tictac por todo el tiempo que uno quiera, al fin y al cabo allí el tiempo no existe. Los relojes llegan al doce y vuelven a empezar, algunos advierten AM o PM, quizá dos o tres den la fecha exacta, e incluso en la biblioteca hay un enorme globo terráqueo marcando las horas de cada huso.
En la casa de los mil relojes lo único que se mueve son los relojes, nunca las personas o los animales. Cualquiera puede caminar por los pasillos, los cuartos, las escaleras, la azotea, el jardín, pero en realidad uno se convierte en un fantasma, o acaso en una manecilla más, cuya sombra da hacia un número entre el uno y el sesenta.
Puedes ser esclavo del tiempo si tienes un reloj de pulsera, si la videocasetera o el microondas muestran correctamente la hora, pero nunca serás esclavo del tiempo en la casa de los mil relojes, donde el tiempo no existe.
Creí haber permanecido meses en la casa de los mil relojes, dediqué cientos de tardes a mirar el reloj de agua, me sentaba a leer en el portal, me mecía sobre una silla al ritmo del tictac, pasaba ratos enteros buscando mínimas diferencias en la sincronía de los relojes, pero cuando me alejé de la casa descubrí que todo seguía igual, aún yo mismo.
Los relojes unidos jamás serán vencidos, pensé al pisar la casa por última vez. Antes de entrar en ella me creía esclavo del tiempo. Al salir me sentí liberado. Lancé mi reloj de pulsera desde una montaña. Y desde entonces lo que más gozo en la vida es el tiempo, lo siento, lo respiro, me fortalece ... y algún día, tal vez, moriré quemado por él.

martes, 4 de marzo de 2008

lunes, 3 de marzo de 2008

Aferraciones

Tendría unos 15 años. Habíamos ido, mi madre, mi hermana y yo, a una kermés en un convento. Mi mamá estaba ayudando, como siempre, a las monjas. Nosotros tal vez también ayudábamos. No lo recuerdo. Alguna señora trató de hacerme la plática. Yo respondí con monosílabos. No me agradaba estar allí. Pero allí estaba. Por la tarde comenzó a llover. A cántaros. No sé dónde estaba parado. Pero la lluvia caía muy cerca de mí, que me hallaba resguardado. Y detrás de la lluvia, también resguardada, estaba la primera aferración. Tal vez tendría mi edad. Tal vez un año menos. Su pelo era muy lacio y por la posición de su cabeza caía en forma vertical. Parecía parte de la lluvia. Una lluvia excelsa. Pero su imagen era borrosa. La lluvia la difuminaba. Aberrante. Pero me aferraba a su imagen días después. Surgió así la primera aferración. Por entonces estudiaba guitarra. Toqué la cuerda más aguda. Mi. Luego el armónico del duodécimo traste. Después el del séptimo. Finalmente presioné el Sol bemol del decimocuarto traste. Una música constante para la improvisación. Cuatro notas se repetían incesante pero lentamente. Luego improvisaba y regresaba las cuatro notas. Era sólo un juego. La primera de las aferraciones. La aferración más aferrada. La música se quedó grabada en mí. Regresa en cada etapa de mi vida. En cada etapa de transición. Es una oda a la belleza. La belleza fantasma. La que no puedes asir. Te aferras a ella en la memoria. Aberrante. Aferrante ...