jueves, 31 de julio de 2008

Te me vas de las manos

Tu déjà vu es el mío.

Te deseo no por esos espacios de tu cuerpo que me dan cabida.
Te deseo por siempre,
en esa bomba de sangre que tanto me seduce.

Sin embargo me he vuelto experto.
Mis palabras,
dichas y escritas,
muerden tu cuello.
Te desnudan.
Te excitan.

No puedo entrar más allá.
Creerás que se las digo a todas.
Pero no es así ...
se las digo a cada una en su momento.

Anhelo tu vejez cual libidinoso persiguiendo cuerpos.
No persigo el tuyo,
y sin embargo lo tengo.

Prefieres desearme que amarme
porque imaginas el aire frío con el que siempre te han dicho:
Gracias adios hasta luego.

Te me esfumas.
Te aproximas.
Te alejas.

Deseo y olvido en cosa de horas.

Mi déjà vu es el tuyo.
Cada vez que anhelo amar con todas mis fuerzas,
las almas se me van de las manos.

Y entonces todo esto un día terminará.
Nuestros cuerpos abrazados.
El aire frío anticipándote mi voz
... y mis manos vacías,
sin tu alma
y sin la mía.

martes, 29 de julio de 2008

Buenos días

Dices que te gusta despertar con mi voz, que te drogo. Yo sólo digo buenos días. Luego impongo un terciopelo azul entre tus sábanas. Pero allí dentro está el rojo de tu pelo. Tus dos montañas. El morado de nuestros encuentros espaciados. El mito en que vivimos.
Buenos días es una caricia entre tus vellos. Nuestra cita furtiva. Presente y pospuesta. La tuya contigo, la mía con mis letras.
Una lluvia nocturna ha precedido nuestro verbal encuentro. Oníricas aguas. Cálidos aires que soplan entre el micrófono y yo, luego entre la bocina y tú.
Me gusta hablar para tentarte, me gusta seducirte a través de tu inocencia, me agrada provocarte, me gusta meter mi teclado entre tus ganas, me gusta decirte buenos días y callar las mías.
Juego y raspo la voz sobre tu espalda. Leo mis propias palabras como si fueran mis manos entre tus piernas. Mantengo el ritmo de las frases como su fuera nuestro. Respiro. Respiro más agitado. Luego menos. Hasta que leo las últimas palabras.
Finalmente digo Buenos días.
Y cuelgo.

domingo, 27 de julio de 2008

La que vuela

Eliseo Subiela nos invita a soñar con la mujer ideal, aquella que no importando cualquier característica física, cualquier defecto, lo más importante es que vuele. Y sí, cuántas veces he buscado a la que vuela. No puedo decir que la haya encontrado. Me he encontrado con rostros y alas angelicales. Evidentemente puede haber una que vuele y que tenga el rostro y el cuerpo más horribles, con mal aliento, generando sensaciones grotescas ... pero vuela.
Y uno termina relaciones y surgen las disyuntivas inevitables. Caminar hacia la muerte o volver a buscar a la que vuela.
¿Dime, neniña, tú vuelas?

viernes, 25 de julio de 2008

Eructo bendito

En este momento no podría conquistarte
y sin embargo lo intento.

Algo no se ha digerido bien
y estoy repitiéndolo.
De mi boca sale aire con no muy buen olor.
Son ideas fermentadas.
Han pasado demasiado tiempo
en los intestinos neuronales.
Se han podrido en mi cabeza.
Me quitan espacio para las ideas frescas.
Se han pegado en las paredes de mis sesos
no las rancias ideas,
sino los inclementes rencores,
los reproches internos,
los hubiera,
y las divertículas vergüenzas.

Y sin embargo estoy hablándote al oído,
con este eructo bendito,
estas mañas aprendidas
y estos piropos reciclados.

Estoy besando tu cuerpo,
con esta boca infestada
de memorias dolorosas,
de ácidos recuerdos,
de escatológicos amores
que no he podido defecar.

Sin tiempo para drenar mi mente
y con temor de que te me vayas de las manos,
retengo las ideas flatulentas,
te hablo de lado y te digo:

Sabe que estoy contigo por siempre.

miércoles, 23 de julio de 2008

Desvanecencias

Hay amores que se desvanecen en la nada. La distancia tiempo a la que se refería Armando Rosas (Si tu amaste a una mujer / y despertaste buscando otro querer / esa es la distancia-tiempo / que no se puede determinar). Uno cambia con el tiempo, cambian las preferencias políticas, los amores, los gustos. Se supone que uno no debe cambiar de religión, de partido o de equipo de futbol, y sin embargo uno cambia. He sido más católico, he sido menos católico; he sido de izquierda radical, moderada, oficialista, conservador, de izquierda inverosímil; he sido puma de niño, rayo de muy joven, e hincha chiva ya de adulto.
De la mano se desvanecen las ideas, los amores, se supone que no los principios, pero uno busca la sobrevivencia, hay traidores en todo el mundo, en la Alemania Nazi todos colaboraron en secreto; en el panismo todos critican a los yunques, pero muchos les prenden veladoras; todos somos honestos hasta que nos lleva la grúa o nos retiran la placa. Se desvanecen los dichos cuando las cosas cambian. Es más fácil ver el espejo que ser quien está allí dentro.
Y tú sientes cómo lo que hoy abrazas es para toda la vida, pero luego viene esa distancia tiempo y ese abismo. Y la preocupación de cómo hacer para que nada cambie o que sólo cambie lo que tiene que cambiar, que se acabe la música del vecino, que se apague la alarma del auto que está en la calle, que acabe la estridulación de ese grillo, que no termine la noche, pero que siga durmiendo y sólo interrumpa mi sueño para hacerte el amor.

lunes, 21 de julio de 2008

Los sabores

En la vorágine de probar y probar sabores ya nada sabe igual. Las delicias que algún tiempo me parecieron irresistibles, hoy son banales y desplacientes.
De niño gozaba preparar unos hielos con limón, salsas y especias. Saboreaba los hielos conforme se deshacían en los sabores ácidos, picantes y salados de mi preparación. Lo mismo hacía con el jugo de tomate. Al cabo del tiempo me siguen gustando esos sabores, pero ya no los busco con la insistencia que en su momento me dominó.
Antes decía que mi sopa favorita era el caldo de pollo sin pollo, con limón y arroz. Ya ese no me llama la atención. Me gusta el caldo polaco de betabel. Me gusta el caldo de camarón. No me gusta pelar los camarones. Me gusta la crema fría de aguacate, pero como la hacen en casa, no en Los Cilantros.
El primer viaje a Europa fue durmiendo en hostales, el segundo en hoteles baratos pero cuarto individual, el tercero fue en hoteles elegantes. Mi entusiasmo se pierde.
La primera vez que me acosté con alguien tuve una erección después de terminar. La primera vez que lo hice con quien más he deseado sólo soporté tres vaivenes antes de dejar todo mi deseo dentro de ella. Pasaron los años y la seguía deseando. Hasta que dejó de ser sólo mía y perdí el deseo.
Los sabores se me esfuman de los labios, de la lengua, del cuerpo. Y sin embargo, heme aquí deseando saborearte, deseando que cada día te desee más y no menos, que seas mi plato favorito, pero tal vez no lo seas siempre, sólo puedo decirte que como alguna vez saboreé unos hielos con una extraña salsa, así morderé tu cuello, buscando en él, todos los sabores que he deseado en mi vida.

sábado, 19 de julio de 2008

Tu silencio

Sabes que tu silencio me llama y lo dice todo. Sabes que tu silencio me pide no tocar más tu corazón, irritado ya por falsas y verdaderas caricias. Sabes que tu silencio me pide acariciar tu cuerpo. Sabes que toda tú eres mi estruendo.

jueves, 17 de julio de 2008

Entumismada

Cinco días con el sueño débil, despertando en la noche, deambulando por la casa, subiendo y bajando escaleras, moviendo cosas en la cocina, ensuciando trastes pero no lavándolos, mirando el desorden en la sala, en el patio, en la recámara, en cada rincón, y todo por los nervios, por el ansia de una llamada que no llega, por el teléfono que no vibra, que no suena, que no levanta el ánimo, que no devuelve la calma, que no refresca el cuerpo, ni los nervios, ni enjuaga las manos sudorosas, ni estira las sábanas arrugadas por tanta vuelta en espera del sueño, o del rin–rin con la noticia, la confirmación de la noticia, o su negación tal vez, y sin embargo sentir sólo el silencio, o el falso silencio, por los ruidos de las casas vecinas, los gallos lejanos, los perros cercanos, los motores de los coches, una alarma, un golpeteo en una de las paredes colindantes, un helicóptero, los cristales vibrando, voces por la calle, silencio en casa, el teléfono quieto, suaves pisadas en espera de la llamada, angustia, deambulares, desorden, histeria, y luego la búsqueda de la calma, la respiración profunda, andar más rápido, subir y bajar escaleras, cinco, diez, quince veces, más sudor pero también algo de cansancio, sin olvidar las ociosidades, como poner una silla en medio del camino y brincarla, luego dos sillas, tomar vuelo y saltar tres sillas, pero el teléfono que no dice nada, ni respirar siquiera, ni una suave campanita, no el fuerte rin–rin, sólo una suave campanita, pero nada, más deambulares, sudor en las manos, buscando leer un libro sin lograr concentración, poniendo algo de música sin llegar a apreciarla, más silencio dentro de la casa pero más ruido fuera de ella, la aspiradora de la vecina del sur, la música del vecino del norte, gritos en el patio del vecino de atrás, la flauta del afilador, el discreto teléfono que no dice nada, las manos que no se secan, la danza invocando a los dioses que generan las llamadas con las buenas noticias, pero qué baile, quizá como rayuela, quizá como conchero, quizá sólo bailar, o el cuerpo imitando escenas atléticas, levantando los brazos, abriendo piernas y cerrándolas, para cansarse pronto, para interrogarse por el silencio sepulcral del invento de Bell, y claro, buscar un culpable, una libreta telefónica extraviada, un caos en el cableado de la ciudad, un satélite fuera de control, un recado no dado, una buena noticia postergada, qué hacer, nada que hacer, ni salir, hay que esperar, definitivamente no, salir no, imposible, esperar y esperar, caminar de un lado a otro, pero dentro de la casa, mirar el teléfono, seguir la espera, mirar los botones, el cable enredado sobre sus propios círculos, la bocina roja, igual que el cuerpo del teléfono, no los botones, blancos con números negros, pero en silencio al cabo, cómo provocar la llamada, cómo invitar a la persona indicada a tomar el teléfono y marcar, todo transformado en un instante gracias a una llamada, menos deambulares y más meditación, calma en medio del desorden, pero no, el desorden construido poco a poco en los últimos días y la llamada ausente, el culpable hallado, claro, el desorden culpable, así que ahora manos a la obra, lavando, aspirando, recogiendo, acomodando, trapeando, limpiando, y al final viendo la obra terminada, la satisfacción de lograr la paz, el orden, el silencio, mirando el teléfono, buscando un efecto inmediato que no llega, un sonido penetrante en el oído, rin–rin, pero nada, así que otra vez caminando de un lado a otro, subiendo y bajando escaleras, el cansancio que inhibe los nervios, el sudor que ha empapado la ropa, el baño como ínterin en la espera, el agua helada para darle energía al cuerpo, correr desnuda para secarlo, como si la fuerza lograda por la ducha pudiera escapar entre los pelitos de la toalla, y luego vestir de blanco para atraer la energía, haciendo esfuerzos telepáticos por el sonar telefónico, pero el teléfono en silencio, cinco días en silencio, acrecentando la angustia, viendo pasar las horas en el reloj, y las sombras por la ventana, impaciencia inútil, la noche que llega, la conclusión que invade la mente, Mañana, sí, seguramente mañana, entonces dormir, o buscar dormir, para dar vueltas sobre la cama, las sábanas otra vez arrugadas, el sueño lejos, muy lejos, tal vez del otro lado del mundo, pero quizá del otro lado del teléfono, del cable del teléfono, de ese callado aparato que se resiste a sonar, rin–rin, sólo rin–rin, pero no a las dos de la mañana, ni a las tres y media, ni a las cinco, Mañana, sí, seguramente mañana, la conclusión en la madrugada insomne, en el amanecer insomne, en los ojos insomnes, otro día, otro baño con agua helada, la decisión final, concluyente, tajante, ayunar y meditar para oír que el teléfono suene, y así llamar al teléfono con la mente, nada más poderoso que la mente, como la fe del tamaño de un grano de mostaza, y ahora sí mover montañas, y ahora no por la fe ausente, sólo meditando quizá, no, quizá no, seguro, meditar y ayunar, nada más, haciendo la flor de loto, la pierna izquierda montada sobre la rodilla derecha, y el pie derecho sobre la rodilla izquierda, enderezando el cuerpo, concentrándose, respirando hondo, una y otra vez, la sangre que irriga con fuerza al cerebro, más y más fuerza, el esfuerzo de todo el cuerpo para atraer la llamada, para visualizar a una persona que coge el teléfono, que mira una tarjeta, que marca siete números, que espera, pero nada, sigue la espera, más silencio, más esfuerzo para lograr la concentración, un hombre silbando por la calle, un niño llorando en una casa vecina, los gallos a lo lejos, motores que pasan veloces, un avión, todos los ruidos del mundo menos el rin–rin, y las horas que pasan, con el cuerpo en la misma posición, flor de loto, las manos con las palmas hacia arriba, uniendo sólo al dedo índice con el pulgar, los otros tres libres, aún respirando profundo, pronunciando una sílaba todo el tiempo, Omm, sin desayuno ni comida, Omm, ni siquiera levantarse por agua, Omm, ayuno total, Omm, y el teléfono silencioso un rato más, Omm, la mente ensimismada, Omm, el cuerpo entumido, Omm, el ruido largamente esperado, rin–rin, el silencio sepulcral de cinco segundos, rin–rin, y la mente concentrada, rin–rin, oyendo la llamada a lo lejos, rin–rin, regresando con dificultad, rin–rin, a punto de abrir los ojos, rin–rin, y otros cinco segundos de silencio, rin–rin, los ojos abiertos y mirando el teléfono, rin–rin, la desesperación por no poder reaccionar, rin–rin, el primer esfuerzo por mover una de las piernas, rin–rin, el dolor, rin–rin, el silencio otra vez, los cinco segundos que pasan, el sexto segundo, el séptimo, pero más silencio, el regreso completo desde el mundo de la meditación, con terror, la nueva espera, los instantes eternos, la tranquilidad recuperada por el teléfono sonando, rin–rin, las piernas aún trenzadas, rin–rin, el dolor del cuerpo entumido por tantas horas en flor de loto, rin–rin, las extremidades que no responden, rin–rin, el dolor al mover la derecha, rin–rin, por fin estirada, rin–rin, la izquierda que tarda en reaccionar, rin–rin, el cuerpo que con dificultad se levanta, rin–rin, el esfuerzo por alcanzar el teléfono, rin–rin, la caída, rin–rin, estirándose hacia la mesa, rin–rin, el teléfono al suelo, la mano tomando la bocina e inútilmente preguntando Diga, por ser un sonido largo la única respuesta.

martes, 15 de julio de 2008

Buenas noches

Me has dicho que no te puedes dormir si no te digo buenas noches. Y yo te digo ahora buenas noches. Sin monotonía. Es nuevo para mí este canto. Siempre hablando solo, siempre durmiendo en silencio, sin una voz que me desee un buen descanso. En cambio ahora ha llegado el momento de decirle buenas noches a alguien.
Puedo sentir miedo a cansarme de decirte buenas noches, pero es cierto, cuando me canse de decírtelo por teléfono te invitaré a vivir conmigo. Pero un día viviendo juntos me cansaré de nuevo, entonces te invitaré a renovar nuestro deseo de decirnos buenas noches casándonos. Ya casados volverá la monotonía de esas buenas noches, hasta que un niño orqueste nuestro son, y cuando se acumule el aburrimiento, otro chamaco nos dará nuevas vueltas con estas dos palabras.
Cada etapa, se supone, tendremos que renovar la voz nocturna de buenas noches. Hasta que uno de los dos deje de decirlo en voz alta, pero el otro rezará todas las noches y terminará deseando que buenas sean.
Y mientras tanto hoy no iré solo a la cama. Ya te he dicho buenas noches.

domingo, 13 de julio de 2008

Verde penetra azul

Ya viene una invitación visual. El sustantivo estará adjetivado. Eso lo suaviza, y suaviza sus efectos. Pero la esencia es la misma. Mi cuerpo sobre el tuyo. El tuyo sobre el mío. Los momentos que hemos vivido con otros, ahora nuestros.
¿Cuál fue o será el momento en que me desees por primera vez? Al menos cuando decidí publicar la foto de mañana te deseé, pero quizá te deseé antes, y claro, también te deseé con nuestro primer beso. Y te quiero ver todo el tiempo. Y me das cuerda. La imaginación vuela.
Y pareciera que estoy repitiendo la historia. Parecerá que estarás repitiendo la tuya. Lo veo como algo muy simple y cursi: ese momento será nuestro momento. ¿Precipitarlo? ¿No precipitarlo? Simplemente habremos de fluir hasta mezclar nuestros colores en uno jamás visto.

viernes, 11 de julio de 2008

Intolerante al ruido

La computadora está haciendo el sumbido propio del ventilador del procesador. Este ruido no me molesta tanto, aunque tenía una computadora mucho más ruidosa. En época de calor su ventilación no paraba nunca, y comenzaba a alentarse cuando más calor hacía.
Mi recámara es ruidosa. Junto a ella pasan constantemente los vehículos de todas las colonias de alrededor. Pese a ser una calle pequeña, punto de llegada o de salida de al menos tres colonias. El ruido de las mañanas es el más pesado.
Cuando viajo me hago acompañar de tapones industriales para los oídos. Son una maravilla. En viajes aéreos de varias horas me los suelo poner, también los considero por si el hotel es ruidoso. Recuerdo hoteles muy ruidosos en los que no he descansado. Alguna vez en el centro de Aguascalientes me quedé en uno que estaba a la salida de un túnel. Era demasiado ruido para mí. Otra vez en Londres estaba junto a las vías del metro, en un tramo en el que pasaban varias líneas por cuatro vías, por lo que toda la noche había movimiento.
En el trabajo no me puedo concentrar ya sea por los tacones de una compañera, o ya mas noche, por el ruido del ventilador. Cuando se han ido casi todos, de pronto se apaga el aire y la concentración aflora.
El ruido me hace estallar. El silencio me relaja.
Esta es mi intolerancia al ruido.
Ah, pero en el coche no me molesten. Subo el volumen de la música y me aíslo del mundo. En casa no lo hago tanto.

miércoles, 9 de julio de 2008

3 kms

Pago mi entrada de 3 pesos que me da derecho a tres kilómetros de circuito en un parque de Xochimilco. Usualmente hay pocas personas, a diferencia del circuito de un kilómetro, gratuito, del Zoológico de los Coyotes, donde el nivel de congestionamiento impide andar en bicicleta.
Nunca he sido un gran corredor. Al contrario, pocas veces he logrado correr 5 kilómetros, mientras hay quienes diario sobrepasan los 10. Me resulta lo más aburrido del mundo.
En bicicleta las cosas cambian, pero no deja de parecerme aburrido, sólo que por la velocidad tengo una mejor sensación. La velocidad ayuda.
Pese a que el circuito es plano, los ligeros cambios de pendiente se sienten mucho más en la bicicleta. Estar entre dos canales, Nacional y Chalco, deja claramente la sensación de las pendientes. Aproximarme a los canales es más fácil que alejarme de ellos.
Al cabo de 5 vueltas pierdo la cuenta. Cuando mi fuerza se está acabando pienso en cosas que me den coraje y las arrojo a mi tanque de combustible interior. En momentos de ilusión, en vez de quemar odios, persigo zanahorias.
Quiero bajar triglicéridos. Quiero incrementar resistencia. Quiero olvidar. Me pongo el casco, subo en la bicicleta, pedaleo dos kilómetros y estoy en el circuito. Al final termino con un gran cansancio. A veces son más de 20 kilómetros. Las siestas se vuelven prolongadas y las disfruto.

lunes, 7 de julio de 2008

Este día será uno de esos días que la vida cambia

Muchos días me he propuesto que cambie la vida a partir de ese día. No siempre ha cambiado. No siempre se mantiene el coraje, para bien o para mal, con el que lancé la determinación. Pero sin duda hay días en los que la vida cambia.
Hay días en los que la vida debe de cambiar. Situaciones en las que uno está incómodo, insatifecho o humillado, y debe salir. Y sin embargo no sale.
Cada año llegan de rodillas los jurables a pedir perdón a la virgen, hacen su juramento y salen como jurados, con la abstinencia a cuestas, cumplible o incumplible. Cada instante el mundo se puebla de abstinencias sexuales, etílicas, violentas, verbales, cumplibles o incumplibles.
Hoy me has dicho que este día va a ser uno de esos en los que la vida cambia. No tengo derecho a especular. No tengo derecho a interrogarme siquiera si en el cambio de tu vida estoy yo incluido. Sólo tengo el derecho, que ejerzo, de desear ser incluido.
Lo sabré en unas horas.
Mi experiencia me dice que a pesar de llamamientos radicales a que mi vida cambie en un solo día, cuando más ha cambiado mi vida es cuando hago llamamientos incrementales, y paso a pasito cambian las cosas. Y fuera de los mandatos a que la vida cambie en un solo instante, la vida cambia cuando tomo decisiones radicales no respecto a mi quehacer, sino a mi relación con los demás o con las cosas.
Un día tiraré miles de papeles, otro día desecharé mi ropa vieja, tal vez me case o tal vez cambie de pareja, tal vez me retire el condón y te embarace, tal vez renuncie a mi trabajo, tal vez me encienda y salga a las calles en demanda de aire puro, o me lance de candidato, o por fin establezca un negocio propio.
Me encantaría salir a la calle y decir que mi vida cambiará este día o ese día, pero yo no podría regresar con las manos vacías ... tendría, al menos, que haberte dado las llaves de mi casa, el control de la tevé, una flor, una alegría. Y sin embargo sé que la tuya hoy habrá cambiado, lo supe ayer en nuestra despedida.

sábado, 5 de julio de 2008

Tentaciones

A ti, Neniña

Tuve la tentación de besar tu boca,
y sólo acaricié tu alma.

Me voy a mis sueños sin los tuyos,
aunque me hagas falta.

Recibo de ti mensajes atrevidos,
y leo en tus labios palabras inocentes.

Me seduce la idea de tocarte siempre,
me dobla saber que no lo haré nunca.

Quisiera sólo mirarte,
o hacerte a mi modo;
me tienta atraparte,
obviar algunos pasos ...

porque me asusta tenerte sin tenerte,
soñarte sin soñarte,
tocarte sin tu cuerpo,
besarte sin tus labios

y tratar de iluminar
lo que desde ti ya brilla.

jueves, 3 de julio de 2008

La licuadora (versión 2008)

Algunos me han criticado por guardar la licuadora en un librero. Yo no veo cuál es el problema. El librero tiene entrepaños anchos en los que caben bien tanto la licuadora, como su vaso. ¿Dónde más podría poner la licuadora? ¿En la cocina? Vamos, para que cupiera en la cocina necesitaría una mesa en donde permanentemente estuviera la licuadora. En cambio, en el librero, se convierte en una licuadora itinerante: cuando la necesito la llevo a la cocina y la conecto. Además, como tiene un cable muy corto, no puedo conectarla en cualquier lado. Incluso, es poco recomendable que use la estufa mientras licúo algo porque el único lugar fijo en donde he podido poner la licuadora, en virtud de la posición del contacto más cercano, es justo a un lado de la estufa, y el cable tiene que pasar junto a las dos hornillas frontales. El problema del cable no es tan grave, porque existen las extensiones, pero según mis críticos lo que sí es grave es el hecho de que yo ponga la licuadora en un lugar destinado para los libros. La verdad es que por un lado yo no he querido mandar a hacer un mueble para la cocina en el que yo pueda acomodar la licuadora porque esa es una decisión que pienso tomar con Maya, pues si yo lo mandara a hacer, lo más seguro es que cuando llegara ella diría que el mueble es poco funcional y menos estético aún. Por otro lado, si yo pongo la licuadora junto a los libros guardo las esperanzas de que la cultura me llegue por ósmosis, ya que la ósmosis sólo aplica con líquidos y con gases, no con sólidos porque los sólidos no pueden absorberse por los poros si no pasan a un estado digamos más blando. Claro, yo sé que es un absurdo licuar la cultura, porque si alguna vez metiera un libro en la licuadora, lo más seguro es que se descompusiera, pero si esto no sucede encontraría simples papelitos que en el mejor de los casos alcanzarían a articular una sílaba, y en alguno que otro habría letras sueltas, y cuando las letras están sueltas pues como que ya no hay cultura ni nada. Es como si tocara una sola nota, con todo y orquesta, pero una sola nota, de qué me sirve decir que fue Wagner o Maya quien puso esa nota en la partitura o que Octavio Paz escribió la letra que yo molí en la licuadora que está en el librero, un día en que estaba esperando que Maya llamara, aunque fuera por cobrar, y que yo deambulaba de un lado a otro, dejando algún caminito marcado en la alfombra de tanto ir y venir, sin ton ni son, con la licuadora en el librero y yo acercándome a presionar los botones, aunque estuviera desconectada, aunque no le hubiera introducido ni un libro, ni un plátano, ni un tomate al vaso, ni tampoco sonara el teléfono, porque tal vez Maya ni siquiera lo hubiera conservado porque para qué lo iba a conservar si probablemente yo no tenía nada de extraordinario. Incluso, tal vez ni siquiera sospechara que yo tengo la licuadora en un librero, ni que pensara que yo planeaba prepararle algún licuadito por la mañana luego de que se quedara a dormir conmigo, o que allí prepararía la salsa para las quesadillas de esa misma noche en que hiciéramos el amor por primera vez y que después me aprestaría a levantar y limpiar todo, y luego acomodar la licuadora en el librero y mirarla allí ansiosa de licuar mi corazón, mi alma y todo para que cuando Maya llegara pudiera tomarse un trago de mí y decir ¡Salud! conmigo dentro, recorriéndola completamente, hasta que me sudara por completo, y así oliera a mí y que mi olor se le quedara impregnado, y por donde caminara fuera cargando una parte de mí, y tomara la licuadora del librero y la acomodara en la cocina, en el mueble que entre los dos hubiéramos diseñado, y allí le pusiera una extensión y la conectara y se licuara ella misma y yo la bebiera y la sintiera tan mía, como hoy siento a la licuadora que está en el librero y que nada más esta allí puesta, esperando que un día llegue Maya y la cambie de lugar.

martes, 1 de julio de 2008

El primero, el de hoy y el último besos

Fue hace muchos años. Fui audaz, creo. Ella me abrió las puertas, pero yo hice el resto. Ella traía una trenza entre su cabello lacio. Me hice cosquillas, le hice cosquillas, me hice cosquillas, le hice cosquillas. Me acerqué y la besé, según yo largamente. De inmediato vino un deseo infinito. Metí la lengua tan profundo como pude y a cada minuto que pasaba quería hacerlo acompañar de un beso. La sensación era deliciosa, era un gran descubrimiento para ese momento de mi vida.
Pero ahora que los años han pasado puedo ya besar sin sentir un impulso sexual, puedo atraer con seguridad un cuerpo femenino hacia mí, puedo entender mejor las señales en pro del beso, de la caricia, de la noche compartida. No me enamoro a través de un beso. No tiemblo. Ya no sé si soy un buen besador como creo alguna vez haberlo sido.
Sin embargo pienso en el último beso. Algún día se perderá la pasión y será inútil utilizar la lengua. Yo sólo estaré recostado. Recibiré la despedida y comenzaré a elevarme.
Al final de cuentas, el último beso será mucho más intenso que el primero. Una luz intensa me conducirá no sé a dónde. Y todas las sensaciones serán nuevas para mí, no sólo la de sentir una lengua dentro de mi boca o lanzar la mía hasta los confines del último molar.