martes, 14 de octubre de 2008

Blue Velvet de vacaciones

Por causas de fuerzas mayores, este espacio dejará de publicarse durante un tiempo. Lo paradójico es que lo escriba el día del cumpleaños de Gala.

lunes, 13 de octubre de 2008

Los tamales rusos

Hace unos días comíamos unos tamales en la oficina para festejar tres cumpleaños. Los ingredientes de los tamales eran poco usuales, como setas, flor de calabaza y otros menos comunes que los tradicionales de pollo, rajas o dulce. Alguien comentó que los hacía un ruso. El dato causó mucha gracia y más aún cuando se dijo que era un trabajador legalizado por su esposa quien era una inmigrante legal, con un trabajo estable como el de algunas mujeres rusas en México. A partir de ello comenté la nota roja del día, que al parecer los demás no habían leído. El novio de una teibolera checa, de la misma nacionalidad, la había mandado matar y desmembrar, por 100 mil pesos, para que pudiera quedarse con todos sus ahorros, ya una cantidad superior al millón de pesos. Claro, la ironía fue mayor cuando alguien dijo que la habían hecho tamales.

sábado, 11 de octubre de 2008

La muerte de la Canaca

Debo reconocer que la muerte de la Canaca me ha causado muchísima risa, como a muchos otros, más aún por las imágenes que descubro en internet de quien en vida jamás tuve conocimiento. Una caricatura en internet me hizo saber de él: un borrachín muerto atropellado por otra borracha. Se hizo famoso por la televisión local y por Youtube. Una muerte así puede ser lo más alegre de una persona destrozada por el alcohol, un adicto a la bebida que destruyó su hogar y siempre tenía problemas con la justicia por no poderse controlar. La muerte puede ser algo muy alegre. Qué maravilla.

jueves, 9 de octubre de 2008

Yo, yo y yo

Iba a escribir sobre mí por ser mi cumpleaños y resulta que ahora, ni yo me inspiré. Eso sí, cuando hablo sobre mí me concentro más que cuando alguien más habla sobre sí. Es el ego supongo. O es el poder que da tener la palabra. Ah, viva la palabra (mi palabra).

martes, 7 de octubre de 2008

Saltar en paracaídas

Hace tres semanas me aventé de un paracaídas. Originalmente iba a escribir sobre las tantas imágenes, ideas, sensaciones que vienen a uno en los distintos momentos a la caída. Sin embargo, creo que puedo resumirlas en una sola idea ¿debo renunciar a todo lo que tengo para poder ser feliz? ¿Puedo contar con que mis verdaderos activos en un momento dado se abrirán y me protegerán? Creo que ya entendí por qué me lancé al vacío.

domingo, 5 de octubre de 2008

Quebec

Llegué a Quebec después de las 11 de la noche, desperté a Prescilla, la anfitriona del Petit Roi, el B&B en el que me alojé. Cuando abrió la puerta vi a una jovencita que no acababa de hilar lo que decía, le costaba trabajo hablar en inglés y a mí en francés, pero lo que me alcanzó a decir es que estaba dormida y que yo llegaba muy tarde, que bajara la voz. Conforme nos íbamos identificando repetía "Je suis desolé" y me daba indicaciones para estacionar el auto, subir mis maletas y acomodarme en mi habitación, que por fortuna era la primera de la casa. Al despedirme esa noche comprobé que la bella Prescilla no era la hija de los dueños, como primero había imaginado, y que no era tan jovencita, sino aproximadamente de mi edad o un poco mayor. Aún así me pareció bella. Al día siguiente probé su delicioso omelette, la especialidad de la casa. Prescilla se movía como una chica de 20 años, y transmitía una gran amabilidad. Mientras yo comía ella doblaba un mapa en el que me indicó rutas y lo más importante que debía ver. En términos generales seguí sus indicaciones y entré al Museo de la América Francesa, que era el más importante de la ciudad, dediqué un día a Quebec. Al día siguiente me fui a la Isla de Orleans, siguiendo las indicaciones que Prescilla me dio. Anduve viendo la tranquilidad de pueblitos en los que la gente era muy amable, las mujeres coquetas -a diferencia de la frialdad de las quebequenses- y me enamoré de la chica que, nerviosísima, me dio la explicación sobre el antiguo astillero. Al final la ruboricé elogiando sus ojos y su belleza. Al regresar de la isla era imposible dejar de ver las cataratas que habían pasado desapercibidas en mi ida. Hice allí una escala y seguí el camino de vuelta hacia Quebec. Por la tarde salí a caminar, y volví temprano para terminar de preparar mis cosas, pero el sueño me venció, así que terminé al despertar, antes de desayunar otra delicia de Precilla y subir a ese espantoso PT Cruiser que renté, rumbo a Ottawa, por las aburridas carreteras de Canadá.

viernes, 3 de octubre de 2008

Montreal

El 17 de septiembre volé a Montreal donde confirmé que no hablo francés, volví 3 días después, y luego volví otros 3 días después.
Me costó trabajo agarrarle sabor a Montreal. Es una ciudad fría y desarticulada. Al llegar, el 17 por la noche, tomé un autobús que no debí haber tomado pero no me informaron bien, así que al cabo de unos minutos me di cuenta que iba hacia el centro cuando mi hotel estaba muy cerca del aeropuerto. El autobús que me llevó ya no regresó al aeropuerto así que terminé tomando el metro hasta la estación más cercana, a cuando menos 3 kilómetros, de mi hotel. Pero la estación estaba en una intersección de dos freeways que yo no hallaba cómo cruzar y tampoco pasaban taxis. Milagrosamente pasó uno y me llevó a mi hotel. Por la mañana caminé hacia el metro, en esa larga caminata que me permitió conocer las entrañas de la ciudad: calles solitarias pero avenidas congestionadas tanto como la Ciudad de México. El metro cubre muy bien la zona central, pero desatiende las zonas más lejanas, lo mismo que ocurre con los trenes suburbanos, con frecuencias de paso de hasta tres horas en horarios no pico.
Estuve caminando por la mañana alrededor de la Catedral, la Universidad de McGill y alguna tienda de discos. Luego tomé el tren suburbano hacia el aeropuerto y de allí caminé hacia la zona de renta de autos para sacar un Toyota Prius Híbrido. Los de National me engañaron y no lo tuvieron disponible y a cambio me ofrecían uno del mismo tamaño; como el consumo de combustible sería mucho mayor lo rechacé y pedí un compacto -había visto un Suzuki Swift en su portal-, pero no pregunté cuál me darían. Cuando ya tenía las llaves descubrí con lamento que era un horrible PT Cruiser, que además, me estaba costando sólo 30 dólares menos, pero que con el seguro terminaba costándome 50% más de lo que había presupuestado.
Por dentro el PT Cruiser era un Volkswagen. El volante delgado e incómodo, aunque hidráulico; la palanca de cambios simulaba una palanca de velocidades. El radio tenía una pésima acústica, pero la cajuela era amplia, lo mismo que la segunda fila de asientos que jamás utilicé.
Volví a Montreal tres días después, sólo para cruzarla y conocer la zona Olímpica. Me seguí hacia Ottawa. Finalmente volví tres días después ya en la parte final de mi viaje. Visité un centro comercial en las afueras, luego me dirigí a mi hotel, esta vez justo en frente del aeropuerto, y dormí. Al día siguiente pensé en ir al centro con el auto, pero como lo debía devolver antes de las 16:30 preferí alistarlo para la entrega. Temprano lo llevé a lavar (ignoro si había que entregarlo lavado, pero en México así es) y llené el tanque de gasolina (en eso sí me hicieron énfasis). Después entregué el coche y con una simple revisión y un handheld me entregaron mi cuenta final. Caminé hacia la estación del tren suburbano y compré mi boleto, pero al descubrir que pasaría hora y media después, fui al centro comercial que estaba a una calle a comprar algunos obsequios, que luego dejé en mi cuarto pues el hotel está a un lado de la estación, y tomé el tren. Caminé por el Montreal viejo y fue cuando le encontré su gracia a la ciudad. Por la tarde fui hacia la Isla de Santa Helena y visitar el Museo de la Biosfera y luego corrí para tomar el penúltimo tren, pero al ver de nuevo los horarios, éste había partido una hora antes. El siguiente saldría casi dos horas después. Al llegar a la estación vi un letrero que decía Massage. Cuando supe los horarios del tren volví hacia el lugar, donde recibí un baño con sales, y simples caricias de una jovencita tan morena como la noche, un dulce rostro del Océano Índico y de un lugar tan inmensamente desconocido para mi geografía mental, como la Isla Mauricio. Después de despedirme de ella con un beso en cada mejilla, volví a la estación con un brillo matutino, con el que esperé la llegada del último tren, y su partida unos 15 minutos después.
Dejé ordenado mi equipaje y dormí unas cuatro horas. Me levanté y me despedí de Canadá, cuando vi 06 y debajo R sentí el impulso y ya no estaba en suelo canadiense.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Ottawa - Gatineau

Dos horas en la capital Canadiense, incluyendo 37 minutos, medidos con parquímetro, en la vecina Gatineau. Me encantó Ottawa.
En algún momento dudé de pasar a Ottawa, pero la desviación no era tan grande, una hora y media, a lo mucho, en tiempo de viaje, más lo que me entretuviera allí. El día era muy cansado y dedicado a viajar, desde mi partida de Quebec hasta mi probable llegada a Toronto. El paisaje hermosísimo, pero las carreteras de Canadá son las más aburridas que conozco, desde los primeros kilómetros uno tiene ganas de dormir pues la velocidad límite es de 100 kilómetros por hora y las amenazas de multa son constantes y crecientes, al menos por la señalización y la actitud de los demás conductores, nadie se atreve a sostener más allá de 110 en tramos largos, quizá medio kilómetro para un rebase.
Entré a Ottawa después de las 3 de la tarde y aún faltaban 400 kilómetros para Toronto. Di una vuelta por la avenida principal y me di cuenta que valía la pena bajar y caminar. Terminó siendo la ciudad que más me gustó del viaje. Claro, no me parece que haya mucho que hacer, podría haber visitado el Parlamento o la casa del Primer Ministro, pero sólo caminé por fuera y crucé a Gatineau, la ciudad francesa que está cruzando el río. Me parece que feliz viviría en esas ciudades. Al salir busqué la 416 que me llevaría hasta la 401.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Niágara - Toronto

Cuando se acabó la 416 no supe de momento si tomar la 401 Este u Oeste, así que de pronto me vi en la entrada al puente hacia Estados Unidos y crucé. Desde allí tuve una vista hermosísima de la puesta del sol en el Río St. Laurent, pero no pude parar a tomar fotos. De pronto me vi en la frontera, saqué mi visa, pasé a inspección, pagué mis 6 dólares por la forma I-94 y ya estaba en Estados Unidos. Vieran que amables son los oficiales migratorios por allá. Comí en un restorán chino (me dieron ganas de tirarme a la mesera, pa' que les cuento pero quiero una novia china) y seguí mi camino ya de noche hacia Bufalo. Hacia la medianoche se me estaba acabando la gasolina y paré, como mi tarjeta no funcionaba en las gasolineras entré a la caja y la que atendía me preguntó cuánta gasolina quería, hice cuentas rápidas y dije "45 liters", cuando la vi hacer gestos de "esto no me puede pasar a mí" hice de nuevo cuentas y le dije "12 gallons", entre risa y molestia sacó su calculadora y me preguntó "regular?", afirmé y me cobró. Salí de la autopista como 30 millas antes de Búfalo, justo donde había media docena de hoteles. Por alguna razón escogí el peor. Al día siguiente desayuné allí mismo y andé hacia Niágara, ni siquiera entré a Búfalo. Primero llegué del lado americano, luego crucé al canadiense, y después seguí hacia Toronto en una carretera que resultó ser como el doble de larga de lo que esperaba. En el centro no hallé hotel así que andé de nuevo hacia la periferia. Descansé lo suficiente para andar un día completo conociendo Toronto, sin museos (me hubiera gustado entrar al ROM). Un día después volví hacia Montreal.

*Andé: SIC, en ocasiones así deseo escribirlo, anduve sólo me gusta en ciertos contextos, no en este.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Camilia

Tu piel morena es la más obscura que he tocado. Tu edad, a caso la mitad de la mía, no es insuficiente para darte seguridad. Tus caricias, mi recuerdo. Tu tiempo no es el mío, pero me has dejado claro mi hasta aquí. Volveré y tal vez vuelva a ti, pero volveré con mi ojo fotográfico, no con mi ímpetu de hombre sino con el de aire, y en silencio, atravesando tus ojos negros, tu piel firme, tus pezones nocturnos. Volveré sin dejar manchas claras en tu cuerpo ni gritos en el mío.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Todo es azul

Creo que he tomado las fotos más feas el día de hoy. No me gustaron nada. Había demasiada luz, es cierto, pero mi filtro azul, para contrarrestarla y destacar los azules del cielo que se perderían con tanto sol, no sirvió más que en una o dos fotos. Esto sólo me da un impulso observador. Quisiera salir a ver y no tomar ni una sola fotografía más. Pero la disciplina me lleva a seguir haciendo clic. Y luego que la Calandria y yo estamos preparando sopresas.

martes, 23 de septiembre de 2008

Prescilla

Perdón que te desperté anoche, pero no pude llegar antes. Abriste la puerta y te vi tan chica, tan bonita, tan cortés, pese a que te había despertado. Pensé que eras la hija de los dueños. Tu diligencia me llevó a la conclusión de que tú mandas aquí. Me acercaste hasta el cuarto y en unos minutos habías envejecido tal vez diez años. No eras la muchachita que acababa de ver, pero eras la misma persona y seguías siendo bella. Y a lo largo del día te he visto varias veces, esclavisada a este lugar al que te entregas y te nos entregas. Y me alejo de aquí y me voy pensando si cuando yo vuelva no te encontraré hecha una pasita, nadie había cambiado de edad tan rápido, nadie que hubiera yo visto.

domingo, 21 de septiembre de 2008

La democracia de Onan

En varias ocasiones he leído reportajes sobre la talla 0 y el combate al peso bajo. Es cierto que algunas mujeres se obsesionan con su peso y ven grasa y gordura por todos lados cuando en realidad están en los huesos. Entonces surgen propuestas de exigir que las empresas de modelos y edecanes no contraten a chicas que estén muy por debajo del peso que les correspondería según su estatura, o que se evite la venta de ropa talla 0.
No juzgaré la discriminación que eso implica -aunque ciertamente hay una discriminación implícita hacia las gordas, hoy día, con la aceptación de las modelos hiperflacas-.
¿Por qué el boom de la talla 0 y las modelos flacas? Mi teoría es que mientras más flaca sea una modelo su vagina puede reproducir mejor el desempeño de la mano. Así es, para mí esta obsesión por la delgadez tiene su contraparte en el gusto de los hombres no por el ver o el tocar, sino por sentir en la delgadez de una muñeca talla 0 o -1 una masturbación que transmuta.
Es como si de la mano misma naciera una mujer, la única manera de hacer parir al hombre. Somos parte de una generación mucho más tolerante, ya no hay condenas. Onan se ha democratizado, y con su democratización ha logrado que echando en tierra nazca una flor ... talla cero.

viernes, 19 de septiembre de 2008

El poder en mis manos

El Boeing 777-222ER se está yendo y en este momento a penas puedo ver la aleta posterior detrás de la de algún otro avión y en unos momentos desaparecerá de mi vista. Cinco minutos antes lo vi ser remolcado y dudé si era un 767-300 o un 777, y aunque estaba casi convencido de que sería un 777 tomé mi celular y escribí en Google la matrícula del avión N228UA. El resultado fue contundente: en segundos obtuve hasta una fotografía del avión que poco a poco se alejaba de mi vista en medio de aviones de distintos tamaños, todos de United Airlines salvo el 747 de Lufthansa. Mi 777 pintado de gris al igual que otros, sin embargo otros más pintados de blanco con azul como la nueva imagen de United.
Tener un dispositivo de mano en el cual consultar la más nimia de las babosadas, como la matrícula de un avión; traducir en segundos una palabra a varios idiomas; descubrir quién descubrió, reinventar quién inventó, investigar cómo se investigó, me hace sentir con el poder en las manos. Pero ahora todos tenemos ese poder, algunos más viciosos lo ejercemos a cada instante, otros se abstienen, pero a fin de cuentas, nada que ver como esa vez que en la secundaria me encargaron investigar quiénes habían sido los últimos tres rectores de la UNAM … no encontré el dato y tampoco hice llamadas a personas mayores que me lo pudieran responder. Ahora quizá podría descubrir, en lo que escribo este comentario, quienes han sido todos los rectores de la UNAM y de buena parte de las universidades prestigiadas del país.
En unos años, quien esté formado delante de mí en la fila para documentar un vuelo dirá su nombre y en segundos podré saber quién es, qué estudió. Hoy ya muchos estamos “one click away”, pero faltan muchos más. Creo que llegará el momento en que todos estemos a esa distancia a no ser que alguien invente cómo bloquear su propio nombre y entones quitarnos el poder de las manos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La cordura

¿Para qué quieres cordura si no la sabes utilizar?

lunes, 15 de septiembre de 2008

El adulador

Ah, maldito adulador que con elogios infinitos vas desnudando pechos inocentes y desbordando escepticismos mordaces para saciar perversidades. Y así lo piensas y dices "qué hermosa te ves, me siento muy orgulloso de venir a tu lado". Luego viene el reclamo y desdén por tus halagos. Y finalmente la muerte silenciosa.

sábado, 13 de septiembre de 2008

D. J. Hoko

D. J. Hoko había presentado su último disco. La presentación estuvo muy concurrida por jóvenes en su mayoría menores de veinticinco años, algunos de ellos con vestimenta muy especial, incluidos aquellos que portaban una pantalla de cristal líquido en la espalda proyectando escenas de sexo explícito o incluso de sexo con animales. Sólo una chica exhibía imágenes sin sexo; era una recopilación de videos de la primera y la segunda guerra mundiales. Se conmemoraba el primer centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Los controles para acceder a la bodega en la que fue presentado el disco fueron muy estrictos, pero como ya era la tendencia, los controles a la salida fueron mucho más. Los jóvenes no se resistían a la primera toma de sangre, pero sí a la segunda. Algunos de los que se resistían salían negativos en sus análisis. Tal vez una nueva droga. Tal vez ya consumían el neutralizador que era tan mencionado en las pláticas pero jamás encontrado en el mercado negro. Tal vez no se habían drogado. Otros chicos fueron detenidos. Siempre ocurría así. Saldrían unos meses más tarde.
Mi novia y yo no nos drogábamos. Solíamos tener sexo en lugares públicos. Esa era nuestra droga. Cada vez que íbamos a un hotel de paso abríamos las cortinas y ella estrellaba sus senos contra la ventana. Nos lamentábamos cuando nuestra habitación no daba a la calle, pero usualmente nos tocaban cuartos interiores, como la mayoría.
Salimos de la bodega y nos aproximamos al auto. Fadam sugirió que nos calláramos cuando descubrimos que en el coche vecino estaban fajando. Entramos sigilosamente al nuestro y de pronto terminó el agasajo y se apearon. Eran dos muchachas. Una guapa. La otra no. Fadam se asqueó, pero a los pocos minutos desabrochó mi bragueta. No había nada más que recordar de la exhibición lésbica del otro auto.
Días más tarde intenté bajar el mp9 del album de D. J. Hoko. Tardé en localizarlo pese a que tenía un motor de búsqueda muy innovador. Los productores de discos todavía no inventaban cómo proteger las canciones de este programa. Retspan Beta 1.0. descifraba los códigos de los discos y de los cartuchos mp9 como ningún otro. Parecía tan sencillo como los viejos archivos mp3 y tan rápido como el efímero mp7.
Sin embargo nadie contaba con que el Retspan estuviera conectado con la fiscalía de derechos de autor. Los más especializados en bajar música de la red confiamos en el Retspan como en cualquier otro programa. El Retspan había estado dando aviso de toda la música que yo bajaba sin que pudiera imaginarlo. Obtener el mp9 de D. J. Hoko salió caro. Hubiera sido preferible no ir al concierto y comprar el cartucho original. Pero era demasiado tarde. A penas estaba escuchando la cuarta pieza, de dieciséis, cuando entró la policía. Dieron una patada en la puerta. Volteé hacia ella con el reproductor inalámbrico en la mano y la sala mi casa se inundó de silencio, a pesar de que la música de Hoko seguía sonando cercana al máximo.
Durante mi traslado seguía repasando lo que había sucedido. No lo podía creer. La legislación que permitía que los delitos cibernéticos pudieran ser castigados en flagrancia tenía sólo un mes. Nadie la entendía. Mucho menos creían en ella. Yo tampoco. Debo haber sido una de las primeras víctimas. Meditaba qué habría de decir. Pero no pude decir nada. Fue mejor. No abrí la boca hasta que tuve un abogado.
Fue abogada. Sus senos se sombreaban el uno al otro fuera de su ropa. No había nada más que ver en ella. Hablamos y propuso una estrategia de defensa. No tenía mucho sentido. Yo sabía que estaría detenido unos meses y finalmente saldría. Temeroso no de bajar la música por internet, sino de escuchar música.
La cárcel fue tan solo un silencio ensordecedor. No escuché música electrónica por al menos ocho meses. Mi novia sólo me visitó la primera semana. Mi mano me recordaba su visita. Al principio casi diario. Después pasaban varias semanas. Al final de nuevo diario. Pero ya no era ella. Era una de las visitas a Ryun, otro detenido por intercambiar música a través del Retspan.
No teníamos cómo mirar quién visitaba a quién, salvo cuando debíamos realizar algún trabajo en la zona. Un drenaje oxidado fue el que me llamó. Allí estaba a varios metros sobre el nivel del patio. Ella atravesó temerosa, mirando hacia todos lados. Nuestros ojos se cruzaron justo antes de que ella entrara al cuarto. Sus pechos brillaban, su trasero también. Sus labios. Sus ojos eran opacos. Su pelo absorbía toda la luz del universo. Temblaban sus ojos. Arrastraba los pies. Sus ojos pesaban en la circulación de mi sangre. Miré en silencio cómo Ryun se acercaba al cuarto. Me saludó y no contesté. Sólo pensaba en sus ojos. No había manera de espiarlos. Sentí deseos. La oí gritar. La vi salir y busqué su mirada. Se cruzó con la mía y se avergonzó. Desapareció y nunca volví a trabajar allí.
Ryun siguió teniendo visitas. Yo quería sustituirlo pero fue imposible. Era imposible. Y aún así, eran muchas quienes lo visitaban. Cuándo coincidiría con la de los ojos que tenía clavados en el alma. Después llegó mi turno de salir. Busqué sus ojos en todas.
Fadam pasó por mí a la cárcel. Metí mi mano entre sus piernas al cabo de unos minutos. Parecía que le estuviera tocando la mano. No lubricaba. No se resistía. No mostraba emoción alguna. Le pedí que se estacionara. Me puse sobre ella y recosté el respaldo. Se dejó penetrar pero no gozó, no gimió. Me vine sobre el asiento. Estaba molesta por la suciedad que había dejado. Su ropa se había manchado. Decenas de desconocidos nos habían visto. Antes de llegar a casa pidió que me bajara.
Caminé con lentitud, cargando una mochila y con unos cuantos pesos en el bolsillo. Entré a una sex shop. En una cabina comencé a pasar los canales hasta que encontré un trío lésbico. No lograba la erección. Se acabó el dinero y tuve que salir. Seguí caminando hasta que llegué a casa. Toqué el timbre y mi hermano abrió. Vi sus ojos atónitos. No sabía que ya había salido. Nos abrazamos y lloramos.
Al día siguiente no sabía qué hacer. Miré el periódico con la idea de buscar trabajo. En los clasificados sólo me interesaban las páginas de los masajes. Pensé en lo que había pasado con Fadam el día anterior. No entendía nada. Recordé a la amante de Ryun y me excité. No tenía ganas de terminar. Terminé.
Algún vecino puso música electrónica y yo me acosté a escucharla, sorprendido de lo que había sucedido en los últimos meses. Me quedé mirando hacia el techo. Luego la apagó de súbito y me quedé mirando hacia el techo.
Las campanas de la iglesia se escucharon a lo lejos. Luego el tren. Luego mis tripas. Luego nada. Dormí porque estaba cansado de tanto dormir. Desperté cuando sonó el teléfono.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Hoy no hay Blue Velvet?

Me has preguntado si hoy no hay Blue Velvet, y así es, hoy no había Blue Velvet, ya lo hay, algo hay. Y sin embargo te pregunto, ¿qué buscas en Blue Velvet? ¿Y qué busco yo respondiéndote en Blue Velvet? Creo que algún día uno de los dos debe dar vuelta a la página para siempre y parece ser que ninguno de los dos lo hará, una luz se mantendrá brillando, un mensaje cifrado tal vez -aunque nuestros mensajes cifrados siempre los entendemos diferente-. Y entonces respondo, tardíamente, no, hoy no hay Blue Velvet.

martes, 9 de septiembre de 2008

Una sola llamada

Llamo, intercambiamos unas palabras y te deseo.
Cuelgo y te sigo deseando.
Más y más.
Minutos antes estaba tranquilo.
Y a partir de ahora no lo estaré,
hasta que venza
... y luego hasta que olvide.

Y así te olvidaré.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La vida no vale nada

Mi novio me propuso matrimonio y en algún momento creí que su propuesta era sincera. Llevábamos año y medio juntos, así que ya estábamos cerca de algún desenlace. Matrimonio o fin de la relación. No iniciamos los preparativos, pero sí comenzábamos a hablar de qué haríamos. Oficialmente yo estaba comprometida. Él evadía los detalles de la fecha y los primeros gastos, y cada vez era más insistente su demanda de que llegáramos a la cama. Le insistí en lo muy importante que era para mí llegar virgen al matrimonio. Después ya no tendría nada que ofrecerle.
Al cabo de unos meses, no muchos, unos tres o cuatro, la propuesta matrimonial se esfumó junto con Juan Luis, mi supuesto prometido. No lloré porque de alguna manera en mi interior sabía perfectamente que eso iba a ocurrir, aunque sí me hacía ilusión casarme, y casarme con él.
Acudí a una reunión a casa de unos amigos y allí conocí a Felipe, un tipo bastante apuesto y sonriente. Me encantó desde un principio, un principio que dijo él desde un principio que no fue el principio, que ya nos habíamos visto antes, pero no, para mí eso era imposible. Me habría acordado de él.
Desde ese principio, Felipe y yo tuvimos una gran química, pero me veía en completa desventaja con él, me gustaba tanto que sentía que no podía ser mío. Parecía un ángel, inofensivo, pero desde la primera vez que salimos supe que era un gran seductor, y días antes ya deseaba hacerle el amor.
Como si hubiera olido mis hormonas, Juan Luis comenzó a buscarme y a pedir perdón. No fue demasiado insistente pero sí digamos una o dos veces por semana. Lo bateé. Había que vivir esto.
Felipe me llevó a escuchar jazz y me besó. Era demasiado pronto para que me besara, pero lo hizo y lo hizo en forma acelerada. Toda su distinción se perdía en unos besos que parecían de alguien que sólo quería acostarse conmigo. Claro. Sólo quería acostarse conmigo. Aún así me dio la oportunidad de enseñarle a besar. Al cabo de unos días aprendió.
Felipe tenía novia. Me lo dejó en claro desde esa primera vez que salimos. Estaba harto de ella. Eso también me lo dejó en claro, pero si bien me hacía ilusión que terminara, no alcanzaba yo a creer que la sustituyera por mí. De verdad, me gustaba mucho.
Me encantó cómo me abrazó. Sentí su pene recargado en mi trasero y en mi vientre durante más de una hora. Sabía hacer las cosas. Y aunque yo tenía más motivos que él, ambos estábamos excitados. En la calle. Acercaba su mano a mis senos, me tocaba por encima de la ropa, me tenía nerviosa, tal vez habría accedido ese mismo día a perder mis ideas, pero él apostó a disfrutar mi excitación.
Los siguientes días nos vimos y nos besamos. Me propuso que hiciéramos el amor, pero le dije que no se hiciera ilusiones. Para Felipe no eran ilusiones. Él sabía que todo lo podía. Lo sabía.
Cuando me quedaba a solas pensaba en él y sentía que explotaba. Pensaba y pensaba en él. Pero me parecía tan sucio tocar mi cuerpo. Nunca nadie me había dicho nada a favor o en contra de tocarme, pero la simple idea de hacerlo era sucia. Nadie hubiera creído que un hombre tan pulcro me indujera a darme placer. Si no vas a acostarte conmigo, me dijo, no importa, sólo te voy a pedir que esta noche te toques pensando en mí. Me ofendió el comentario, pero una vez que me dejó en casa disfruté recordar su voz y su insinuación. No me atrevía a hacer nada. Sólo confirmé que mi ropa interior llegaba cada vez más marcada de la presencia de Felipe en mi vida.
Felipe era tan franco y tan seguro en sus propuestas que si bien yo todavía estaba diciendo que no, las estaba tolerando como si me invitara a desayunar fruta con yogur. Eso en sí mismo me sorprendía. Comenzó a hacerlas a través de los mensajes del celular, y las primeras veces no le respondía o le respondía pidiendo que se serenara, pero luego yo también le daba alas para que fantaseara. Más tarde no sólo fue el celular, sino el correo electrónico.
Felipe era tan perfecto que no podía creer que me batiera la cara de semen. Me llevó a tomar una copa a un bar en una carretera, y luego me metió a un hotel de paso. Subí las escaleras muy nerviosa y sin saber qué hacer. En algún momento pensé en huir pero me dio vergüenza. Sentí que sólo podía subir las escaleras y rogarle que no me desnudara, rogarle que no me penetrara, rogarle que no me acariciara, rogarle que no besara mis pechos, rogarle que no me rogara con ese miembro suyo que comenzaba a parecerme familiar.
Poco a poco se fue desnudando y yo resistiéndome a ser desnudada. Cuando sólo quedaban sus boxers le pedí que no se los quitara, pero lo hizo. Yo seguía vestida y si bien pudo tocar mis senos no dejé que metiera la mano por entre las piernas. Cuando estuvo completamente desnudo acercó su miembro a mi mano y la retiré sobresaltada. Le dije que nunca había visto uno y que no quería verlo, pero él insistió y dijo que estaba muy excitado, que lo tocara y que lo ayudara. Pero no pude. Entonces por fin accedió a que sólo nos besáramos mientras él se masturbaba. Pero cuando terminó dejó de besarme y de pronto me sentí sucia. La más sucia de todas. Corrí al baño y me limpié no con la toalla sino con su playera.
Quería llorar pero quería más de él. Me dolía lo que había hecho pero quería que lo hiciera de nuevo. Quería reconvenirme por estar jugando así, pero quería seguir aprendiendo de la vida. Seguir aprendiendo de él. Y estaba dispuesta a beber de ese conocimiento blanco y sucio.
Pasaban los días y yo ardía cada vez más. Tomaba fotografías de mi cuerpo con mi propio celular y fantaseaba con excitarlo mostrándoselas. Alguna vez se lo sugerí y se entusiasmó. Pero no me animé. Ni siquiera cuando me dijo que había terminado con su novia. Por un instante sentí todas las ilusiones. Sentí la ilusión de ser su novia, sentí la ilusión de casarme con él, sentí la ilusión de sentirlo dentro, pero también sentí que todo era una ilusión y que él sólo quería mi cuerpo. Y yo ya sólo deseaba el suyo.
Felipe me propuso que fuéramos a Cuernavaca a una casa que le habían prestado. Pasó temprano por mí y nos fuimos. Estuvimos todo el día juntos. Nos besamos todo el día. Ya no podía más, de verdad ya no podía más y él lo sabía. Ya no podía más cuando me desnudé para ponerme el bikini. Me sentía tan húmeda que corrí hacia la alberca por temor a que se me notara. Él ya estaba allí esperándome. Me abrazó y me besó. Sentir el agua y sentir su boca fue una de las sensaciones que más he disfrutado. Puso su miembro entre mis piernas, ambos con el traje de baño, y empezó a moverse. Mi vagina estaba sintiendo lo que nunca había sentido y le pedí que se quedara allí más y más tiempo. Pero él estaba también muy excitado, si yo no podía más, creo que él, pese a su experiencia, estaba más caliente que yo. Seguía besándome y trató de bajarme la parte inferior del traje, pero se lo impedí como también le impedí que él se quitara la suya. Entonces me susurró que me esperaría dentro de la casa. Le pedí que no se fuera. No respondió.
Me dejó sola en la alberca y yo temblaba de miedo. Temblaba. Mis piernas estaban paralizadas y por eso no corrí a violarlo. Estaba entre una convicción y un deseo. El deseo parecía ser más grande. Salir tras de él no tenía reversa. Quedarme en la alberca era posponer lo que me daba cuenta que llegaría. No sé si me quedé allí un instante o unos minutos. Me envolví en la toalla y entré en la casa, donde él me esperaba desnudo. Le pedí, casi llorando, que me comprendiera y que no podía hacerlo, pero él metió las manos entre mis piernas. Eso me permitió resistirme unos segundos hasta que él dijo Ayúdame entonces, ya no puedo más. Y probé lo que no sabía ni a piel ni a orina como yo esperaba. Probé hasta que él me dijo que estaba próximo a terminar. Y vi saltar lo que unos días antes me había ensuciado. Lo vi con detenimiento. Lo vi pensando en que podía haber sido mío. Deseé poder hacer un hombre tan perfecto como Felipe. Y dormí sobre el cuerpo de un hombre desnudo.
Salimos a comer y Felipe bebió de más, así que cuando volvimos a la casa íbamos a meternos a nadar pero él regresó a dormir y yo permanecí con las piernas dentro de la alberca. Las abría y las cerraba. Las apretaba un poco. Discretamente pasaba mi mano por entre ellas. Nadie podía ver hacia la alberca, salvo Felipe si despertaba. Quería desnudarme, pero me fui a acurrucar junto a él, hasta que me contagió el sueño. Despertamos ya muy noche y regresamos a México.
Al llegar estaba temerosa de mi madre por la hora, pero no quería dejar de recordar lo mucho que valió la pena, y eso mismo fue lo que pensé todo el tiempo, ya en la madrugada, en que mi madre iracunda se avergonzaba de que según ella, su hija fuera una puta. Al oírla me sentí tan contenta de ser tan puta como había yo sido hasta ese día.
Juan Manuel hackeó mi cuenta de correo y descubrió varios mensajes que me había mandado Felipe. Se enfureció al creer que alguien había logrado lo que él había buscado durante meses. Aguardó hasta que nadie estuviera en casa más que yo. Abrí la puerta y se metió por la fuerza. Me reclamó que me estuviera acostando con un tal Felipe, pero lo negué. Nunca entendió nada. Y yo no supe qué hacer. De pronto sólo estaba sometida a él, con los pantalones y los calzones en las rodillas. Sentía los golpes de su cuerpo como el péndulo que veía balancearse en el reloj de la pared. Ni siquiera me di cuenta cuando terminó. Sólo dijo No había pasado nada, verdad. Al día siguiente llamó y dijo Perdón. Nunca más volvió a llamar. Me limpié como si hubiera ido al baño. Y algo me decía que debía llorar porque había pasado una cosa grave. Sólo por eso lloré. No pensé en denunciarlo. Para mí no había más culpable que yo misma.
Al día siguiente le dije a Felipe que necesitaba verlo. Cuando le platiqué lo que había sucedido me abrazó y me consoló con sus palabras. Pero lo sentí otro. Se acabó la química. Sé que no me creyó. En el fondo yo tampoco le creí cuando me dijo que había terminado con su novia. Un día lo encontré con una chica. Siempre me hice a la idea de que era la misma novia que él ya no aguantaba. Hacían bonita pareja. Me gustó la forma en que la tomaba del hombro. Su mano parecía gigantesca y protectora. Sonreí de lejos. Sin que me vieran.

viernes, 5 de septiembre de 2008

D. J. Hoko

D. J. Hoko había presentado su último disco. La presentación estuvo muy concurrida por jóvenes en su mayoría menores de veinticinco años, algunos de ellos con vestimenta muy especial, incluidos aquellos que portaban una pantalla de cristal líquido en la espalda proyectando escenas de sexo explícito o incluso de sexo con animales. Sólo una chica exhibía imágenes sin sexo; era una recopilación de videos de la primera y la segunda guerra mundiales. Se conmemoraba el primer centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Los controles para acceder a la bodega en la que fue presentado el disco fueron muy estrictos, pero como ya era la tendencia, los controles a la salida fueron mucho más. Los jóvenes no se resistían a la primera toma de sangre, pero sí a la segunda. Algunos de los que se resistían salían negativos en sus análisis. Tal vez una nueva droga. Tal vez ya consumían el neutralizador que era tan mencionado en las pláticas pero jamás encontrado en el mercado negro. Tal vez no se habían drogado. Otros chicos fueron detenidos. Siempre ocurría así. Saldrían unos meses más tarde.
Mi novia y yo no nos drogábamos. Solíamos tener sexo en lugares públicos. Esa era nuestra droga. Cada vez que íbamos a un hotel de paso abríamos las cortinas y ella estrellaba sus senos contra la ventana. Nos lamentábamos cuando nuestra habitación no daba a la calle, pero usualmente nos tocaban cuartos interiores, como la mayoría.
Salimos de la bodega y nos aproximamos al auto. Fadam sugirió que nos calláramos cuando descubrimos que en el coche vecino estaban fajando. Entramos sigilosamente al nuestro y de pronto terminó el agasajo y se apearon. Eran dos muchachas. Una guapa. La otra no. Fadam se asqueó, pero a los pocos minutos desabrochó mi bragueta. No había nada más que recordar de la exhibición lésbica del otro auto.
Días más tarde intenté bajar el mp9 del album de D. J. Hoko. Tardé en localizarlo pese a que tenía un motor de búsqueda muy innovador. Los productores de discos todavía no inventaban cómo proteger las canciones de este programa. Retspan Beta 1.0. descifraba los códigos de los discos y de los cartuchos mp9 como ningún otro. Parecía tan sencillo como los viejos archivos mp3 y tan rápido como el efímero mp7.
Sin embargo nadie contaba con que el Retspan estuviera conectado con la fiscalía de derechos de autor. Los más especializados en bajar música de la red confiamos en el Retspan como en cualquier otro programa. El Retspan había estado dando aviso de toda la música que yo bajaba sin que pudiera imaginarlo. Obtener el mp9 de D. J. Hoko salió caro. Hubiera sido preferible no ir al concierto y comprar el cartucho original. Pero era demasiado tarde. A penas estaba escuchando la cuarta pieza, de dieciséis, cuando entró la policía. Dieron una patada en la puerta. Volteé hacia ella con el reproductor inalámbrico en la mano y la sala mi casa se inundó de silencio, a pesar de que la música de Hoko seguía sonando cercana al máximo.
Durante mi traslado seguía repasando lo que había sucedido. No lo podía creer. La legislación que permitía que los delitos cibernéticos pudieran ser castigados en flagrancia tenía sólo un mes. Nadie la entendía. Mucho menos creían en ella. Yo tampoco. Debo haber sido una de las primeras víctimas. Meditaba qué habría de decir. Pero no pude decir nada. Fue mejor. No abrí la boca hasta que tuve un abogado.
Fue abogada. Sus senos se sombreaban el uno al otro fuera de su ropa. No había nada más que ver en ella. Hablamos y propuso una estrategia de defensa. No tenía mucho sentido. Yo sabía que estaría detenido unos meses y finalmente saldría. Temeroso no de bajar la música por internet, sino de escuchar música.
La cárcel fue tan solo un silencio ensordecedor. No escuché música electrónica por al menos ocho meses. Mi novia sólo me visitó la primera semana. Mi mano me recordaba su visita. Al principio casi diario. Después pasaban varias semanas. Al final de nuevo diario. Pero ya no era ella. Era una de las visitas a Ryun, otro detenido por intercambiar música a través del Retspan.
No teníamos cómo mirar quién visitaba a quién, salvo cuando debíamos realizar algún trabajo en la zona. Un drenaje oxidado fue el que me llamó. Allí estaba a varios metros sobre el nivel del patio. Ella atravesó temerosa, mirando hacia todos lados. Nuestros ojos se cruzaron justo antes de que ella entrara al cuarto. Sus pechos brillaban, su trasero también. Sus labios. Sus ojos eran opacos. Su pelo absorbía toda la luz del universo. Temblaban sus ojos. Arrastraba los pies. Sus ojos pesaban en la circulación de mi sangre. Miré en silencio cómo Ryun se acercaba al cuarto. Me saludó y no contesté. Sólo pensaba en sus ojos. No había manera de espiarlos. Sentí deseos. La oí gritar. La vi salir y busqué su mirada. Se cruzó con la mía y se avergonzó. Desapareció y nunca volví a trabajar allí.
Ryun siguió teniendo visitas. Yo quería sustituirlo pero fue imposible. Era imposible. Y aún así, eran muchas quienes lo visitaban. Cuándo coincidiría con la de los ojos que tenía clavados en el alma. Después llegó mi turno de salir. Busqué sus ojos en todas.
Fadam pasó por mí a la cárcel. Metí mi mano entre sus piernas al cabo de unos minutos. Parecía que le estuviera tocando la mano. No lubricaba. No se resistía. No mostraba emoción alguna. Le pedí que se estacionara. Me puse sobre ella y recosté el respaldo. Se dejó penetrar pero no gozó, no gimió. Me vine sobre el asiento. Estaba molesta por la suciedad que había dejado. Su ropa se había manchado. Decenas de desconocidos nos habían visto. Antes de llegar a casa pidió que me bajara.
Caminé con lentitud, cargando una mochila y con unos cuantos pesos en el bolsillo. Entré a una sex shop. En una cabina comencé a pasar los canales hasta que encontré un trío lésbico. No lograba la erección. Se acabó el dinero y tuve que salir. Seguí caminando hasta que llegué a casa. Toqué el timbre y mi hermano abrió. Vi sus ojos atónitos. No sabía que ya había salido. Nos abrazamos y lloramos.
Al día siguiente no sabía qué hacer. Miré el periódico con la idea de buscar trabajo. En los clasificados sólo me interesaban las páginas de los masajes. Pensé en lo que había pasado con Fadam el día anterior. No entendía nada. Recordé a la amante de Ryun y me excité. No tenía ganas de terminar. Terminé.
Algún vecino puso música electrónica y yo me acosté a escucharla, sorprendido de lo que había sucedido en los últimos meses. Me quedé mirando hacia el techo. Luego la apagó de súbito y me quedé mirando hacia el techo.
Las campanas de la iglesia se escucharon a lo lejos. Luego el tren. Luego mis tripas. Luego nada. Dormí porque estaba cansado de tanto dormir. Desperté cuando sonó el teléfono.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Qué curioso

Hemos sido amantes y hemos sido todo, y sin embargo debemos todavía poner pretextos para tocarnos, debemos actuar y tú decir que no buscaste un pretexto, y yo decir que jamás lo habría pensado así. No podemos resistirnos cuando llega el momento de los dos desearnos, aunque tú puedes resistirte para sentir el poder que te da ver mi deseo, pero cuando pierdes el poder enloqueces y no nos quedan más que los pretextos. Y yo jamás podré resistirme a tu cuerpo, pero tendré que simular que sabré vivir sin él, y saber engancharme en tus pretextos de aquí a que tú pongas alguno, para que nuestros cuerpos se abracen otra vez, y nuestras almas inventen nuevos pretextos para estar y no estar juntas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Noches de tango

Mucho tiempo fuimos amigos. De hecho, cuando la conocí me enamoré de ella. Era un poco mayor que yo y a sus 17 años era la más buena de todas sus compañeras. Un día íbamos por la calle y me encontré a un compañero de la preparatoria. Ella me abrazó. Cuando lo volví a ver me preguntó si era mi novia y soberbiamente contesté Algo así.
El tiempo pasó y seguimos siendo amigos. Fui a su boda y pronto me hice amigo de su esposo, aunque era claro que sentía algo de celos. Su matrimonio siempre fue un fracaso y un ir y venir de los dos, hasta que la ruptura pareció definitiva. Durante varios años sólo oí malos comentarios sobre el papá de sus hijos.
Un día íbamos a bailar tango. Ella propuso que primero practicáramos un poco y comenzó a enseñarme los pasos. Yo, con dos pies izquierdos, como dicen, me dejé enseñar con torpeza. Casi cuatro horas estuvimos practicando y obviamente no fuimos a bailar a ningún lado. Nuestras bocas cada vez estaban más cerca y llegó un momento que tuve ganas de besarla, así que fui jugando a acercarme un milímetro más cada compás.
Cuando nos besamos descubrí que llevaba casi 20 años jugando al inocente. Sólo ese pretexto bastó para que explotara el tanque de gas que llevaba dentro. Nos desnudamos en la sala y con dificultades llegamos a la habitación. En unos minutos quedé profundamente sorprendido, escuché ruidos demoniacos, la apertura de sus piernas alcanzó los 180 grados, su sudor me colmaba, la perfección de su cuerpo me resultaba innecesaria, su obsesión multiorgásmica no me producía placer.
Durante un par de meses nos estuvimos viendo casi cada fin de semana. Ella veía con quien encargar el cuidado de sus hijos durante la noche, íbamos a cenar y dormíamos juntos. A decir verdad yo no alcanzaba a dormir. Ella sí un poco, pero cuando volvía su deseo presionaba para que retornara el mío que tardaba mucho más.
Yo me sentía cansado y prefería, por mucho, a otra de mis amigas, con quien la plática no era tan elevada, pero las exigencias sexuales eran mucho menores. Así se lo dije. Le dije que no estaba interesado en formalizar y que no estaba disfrutando lo que hacíamos. Ella simplemente se quedó quieta, la penetré sin que hiciera mayor expresión, y terminé completamente satisfecho.
Meses más tarde pasé a saludarla y platicamos un largo rato. Al despedirme quise darle un beso en la boca pero lo evadió. En otra ocasión traté de visitarla pero también me evitó.
Pasó más de un año y me decidí a buscarla con cualquier pretexto. Al marcar a su casa escuché una voz varonil idéntica a la de su exesposo en la contestadora. Dejé un mensaje. Al colgar hice cuentas de la edad de su hijo mayor. Debe haber tenido unos 13 años. Imposible, la voz no podía haber sido de él. Me arrepentí de haber dejado el mensaje. No supe más de ella.

sábado, 30 de agosto de 2008

Cuando mi esposa

Cuando mi esposa no era mi esposa y conoció esta casa miró una fuente que tengo en el centro de la sala y antes de elogiarla volteó hacia el hueco que quedó por donde pasé el cable para conectarla, y dijo ¡Qué horrible te lo dejaron! Su obsesión por el defecto me sigue alterando y podría contar miles de anécdotas. Sólo relataré una, sin embargo. Cuando llevaba aquí cinco años empecé a valorar la posibilidad de vender esta casa, se lo comenté, su respuesta inmediata fue ¡Qué bueno porque yo nunca viviría en ella! Un año más tarde se vino a vivir conmigo y dos años después nos casamos. Nadie habría logrado convencerme, como ella, de no dejar esta casa.

jueves, 28 de agosto de 2008

Si quieres conocer a Andrés, viaja con él un mes

Debí haberlo supuesto desde el primer fin de semana que salimos de viaje. Al cabo de 36 horas de haber estado conviviendo con sus amigos, mi novia me reclamó que tendiera a separarme del grupo, a aislarme, como menospreciándolos. El reclamo era estúpido, pero en una relación que comenzaba a consolidarse lo tomé como un ejercicio de tolerancia el no decir nada. Yo me había separado del grupo cuando llegamos a la casa, para dormir unos minutos, y posteriormente cuando fui a preparar el coche para que allí escondiéramos el pastel de mi novia -era su cumpleaños- que no sabía que en ese momento una de sus amigas la distraía y otra lo compraba. Solamente fue eso.
Al llegar a Buenos Aires no tardé en dar con la prueba contundente de que esa relación estaba condenada al fracaso. Entramos a una tienda de discos, una de esas tiendas extraordinarias donde uno encuentra los discos que no hallará en ninguna otra parte. Yo seleccioné puros álbumes de electrotango. Ella se compró un disco de Diego Arjona, que más tarde intentó poner en casa de mi hermana y ella le dijo "aquí no se oye Arjona".
Días más tarde fuimos a otra tienda de discos, en la calle de Corrientes y Callao, Zivals, una de las mejores tiendas de discos que he conocido, tal vez la mejor. Llena de electrotango. Ella ya no tenía dinero. Qué salvación.

martes, 26 de agosto de 2008

Te mueves muy raro

Diana y yo nos habíamos estado frecuentando en las últimas semanas, incluso habíamos ido a cenar ya con algún coqueteo pero no pasó nada más. De pronto tuve la oportunidad de acudir a un evento -llegaba la Reina de Dinamarca- y la convoqué de una manera intencionalmente informal, pues dudaba de ir con ella, ir, o ir solo. ¿Me estás invitando? -preguntó- Sí, ¿quieres venir conmigo a la presentación de una película a la que acudirá la Reina de Dinamarca? Accedió, y accedió también a acercarse a la zona, pues yo no tendría tiempo de pasar por ella.
Salí de trabajar y me comuniqué con ella para ver si prefería que estacionáramos un vehículo y así fue, decidimos estacionar el mío. Se quedó en una tienda cuyo estacionamiento estaría abierto cuando terminara el evento. Sin embargo, ya no pudimos entrar a la película pues estaba abarrotada. Decidimos ir a cenar y cuando terminamos me llevó por mi auto, pero no pudimos acceder a él, era demasiado tarde. Se ofreció a llevarme a casa.
En el camino le propuse que se quedara a dormir y al día siguiente temprano me acercara a algún metro. Ya estando en casa le pregunté si quería dormir en el cuarto de visitas o prefería dormir conmigo. Le propuse que durmiera conmigo y aceptó. Le presté una playera y ambos dormimos con calzón y playera.
Mi intención realmente era no tocarla, pero conforme avanzó la madrugada cambié de opinión. Tuve la oportunidad de empezar a acariciar sus senos y cuando sentí erguidos los pezones decidí acercarme, levantar un poco la playera y besarlos, cuando hice esto ella comenzó a despertar. Nos besamos, igual que ya lo había hecho en el lugar donde cenamos, pero esta vez con sus senos controlados por mis manos. Hace mucho calor -dijo- y se quitó la playera. Estuve a punto de penetrarla sin condón, pues a penas si me permitió alejarme de ella y alcanzar uno del cajón.
Las formas en que se dio fueron tan excitantes que disfruté lo que pasó. La invité a cenar a la casa para el viernes. Pasé por ella y llegamos a preparar algo de botana y abrí una botella de vino. No era de las mejores que tengo, podría decir que estaba bueno a secas. Ella, no obstante, hacía gestos tan exagerados que me empezó a desesperar -reconozco que a veces tengo actitudes demasiado austeras, pues me siento tan en medio de todo que precisamente le huyo a la exageración-.
Cuando acabamos el vino comenzamos a besarnos y a provocarnos. La ausencia de cortinas en mi sala la intimidó y me pidió pasar a la recámara -segundo tache, después del gesto exagerado por el vino, pues casi todas aceptan, entrada la madrugada, tener relaciones en la sala, y poco les importa estar desnudas frente al transitar continuo de vehículos-.
Ya en la recámara la penetré -esta vez ganó y no alcancé el cajón-. En algún momento le dije Te mueves muy raro. Fue lo más elegante que atiné decir a alguien que simplemente no se movía. Al principio la tenía encima y conforme avanzó el coito tuve que cambiar de posición para no sentir que estaba practicando la necrofilia. Ella estaba debajo de mí y sólo alcancé a atinar una pregunta ¿Tomas pastillas? que en principio no contestó y cuando la reiteré dijo un discreto sí.
Un mes después sólo recibí una mensaje de celular en el que me saludaba. Me sentí tranquilo, temía un mensaje con otra noticia. Se lo contesté pero no la volví a buscar. Me dio algo de remordimiento pues era agradable y guapa -aunque se veía mayor que yo, y eso es algo que me cuesta trabajo aceptar-. La volví a ver cuando coincidimos en una reunión del amigo por quien la conocí. Su mirada expresaba algún reclamo, que aún así preferí no atender con una llamada los días posteriores.
En este momento me interrogo sobre qué le diría si me atreviera a llamar.

domingo, 24 de agosto de 2008

Qué bonito es guardar silencio

Estábamos en la oficina de René y sus socios en una comida sin mayor motivo que el encuentro amistoso. Cuando llegué había una mujer muy guapa. Se llamaba Sandra pero le decían Sandy. Verdaderamente hermosa, rondando los 40. La comida estaba al centro. Minutos después llegó Tamara, su enorme orgullo al frente, y nuestro pasado a cuestas. Me saludó con un discreto beso entre la boca y la mejilla y se sentó junto a mí. Estuvo muy cariñosa. Finalmente arribó Diana, de quien hablaré en otra ocasión. Diana tiene un buen cuerpo, es guapa, quizá tenga menos años de los que aparenta, pero es malísima en la cama. Creo que no he conocido mujer que se mueva menos o peor que ella. En cuanto Tamara pudo no se contuvo las ganas y dijo en secreto al anfitrión, Se te juntaron, René. Caray, que bonito es guardar silencio.

viernes, 22 de agosto de 2008

Adios Cariñito

A mi Bámbola. Si algún día amas, o si me amaste, cuando vuelvas a amar, canta "por lejos que estés amo'cito ahí te seguiré" ... ¡y síguelo, no seas tonta!

"Adios cariñito, adiós corazón ...
por lejos que estés amorcito, ahí te seguiré."

Diferentes formas de ver el mundo.
Tú através de tus ojotes,
yo a través de unos lentes
que se ensucian mucho.
Diferente sexualidad,
la mía irrefrenable,
la tuya complaciente,
jamás demandante,
ninguna prueba del deseo,
hasta llegar al clímax.
Diferentes sueños,
los tuyos siempre ocultos,
interrogantes perpetuas,
los míos siempre expresados,
pero siempre cambiantes,
aunque a la vez los mismos,
expresados en distintos momentos.
Vidas distintas,
que una vez convergieron,
la tuya sencilla,
una Dulcinea urbana,
la mía ambiciosa y elitista
pero escépticamente humana
Vidas distintas,
que estallaron sus conflictos,
el tuyo imprudente, constante y temporal,
el mío vengativo y perenne,
el de ambos un Babel.
Alguna vez me sentí en deuda,
otra acreedor,
hoy solitario,
amante de ese sueño
y ese abrazo que se fue.
Dedicando escritos a todas,
menos a quien más me inspira,
a quien más recordaré,
el día que muera,
el único árbol de mi bosque.
La sonrisa que se negaba a aparecer,
y que el día que llegó,
se volvió la más hermosa
del siglo que terminará
después que yo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Tu naricita

Sabes que pienso todo el tiempo en tu naricita. Es bonita y es única. Es parte de tu esencia. Se combina con tu sonrisa y con tus ojos y es como un estallido de paz. Me encantaba hacerte reír por eso. Toda la fuerza de tu sonrisa se concentraba en ese pequeño lunar que tienes al frente de una de las fosas nasales. Demasiado pequeño ese lunar como para funcionar como red, y sin embargo funcionaba como red. Y ahí me quedé atrapado, pensando en el lunar de tu naricita toda la vida.

lunes, 18 de agosto de 2008

Un artista

A Calandria, mi artista
Cuando supe los motivos de la muerte, la irreparable muerte, de Violeta Parra, comencé con estos ritmos hondos a hacer la pequeña fullería de estos motivos.
Violeta era una señora, mayor que yo seis años y se enamoró de un joven de la edad de mi segundo hijo. Él también la quiso inmensamente, pero tan sólo un año. Y cuando este joven suizo, abandona a Violeta.
Violeta, que probablemente no sabía que un artista está condenado a una gran soledad, pero debe saber disfrutarla, se fue a Bolivia y en La Paz se dio un tiro en la sien. Dicen que con su cabeza quebró su guitarra.
Y estas coplas, que hablan en primera persona, y por Landó, se llaman Cardo o Ceniza.
Chabuca Granda, voz en el disco Cholo Soy 2, de Jaime Cuadra, mezclada en la canción Cardó o Ceniza.

Un día te platiqué de esta canción y sobre todo de las palabras de Chabuca Granda y te conmovió la expresión "un artista está condenado a una gran soledad, pero debe saber disfrutarla". Sabes que he tratado de vulnerar tu soledad con la mía. No ha sido un esfuerzo insistente por tus barreras y mis circunstancias. Tendría la tentación de un día llegar y decírtelo de frente, decirte todas las ideas que me pasan por la cabeza cuando te miro, cuando miro tus fotos -las que tomas y las que te tomas, éstas últimas retratando lo más bello de la soledad-, cuando hablo contigo, cuando chateo. Tal vez un día lo haga. Tal vez no. He llegado a una posición cómoda en la que la soledad no conlleva mayores riesgos. Nunca pensé verme así. Es tal vez tu caso. Dicen que el que con leche se quema hasta al jocoque le sopla. Y así estamos. Pero ahora nuestra relación es mágica. No nos tocamos. No nos miramos. De vez en cuando nos frecuentamos. Te tiento -yo siempre estoy tentando a la vida-, te provoco indirectamente pero no obtengo nada más que esta relación mágica. Un día tal vez la vulnere. Quizá no es el momento o quizá ese momento nunca llegue.
Te puedo dedicar estas palabras, citar esta canción porque me parece que nunca pasas por esta calle de mi expresión. Y te puedo dedicar estas palabras porque con ellas me he dado cuenta de que ahora debo aprender a disfrutar mi soledad, que no debo hacerme ilusiones, es perpetua, siempre ha estado aquí aunque yo hubiera abierto paréntesis para escapar de ella. Imposible. Siempre ha estado aquí. Siempre estará. Y si un día algo pasa entre los dos, será tal vez otro paréntesis, efímero o eterno, pero un paréntesis. Así que debo saber disfrutarla.

CARDÓ O CENIZA
Letra de Chabuca Granda
Musica de Chabuca Granda

Como sera mi piel junto a tu piel
Como sera mi piel junto a tu piel
Cardó, cenizas, cómo será

Si he de fundir mi espacio frente al tuyo
Cómo será tu cuerpo al recorrerme
y cómo
Mi corazón si estoy de muerte
Mi corazón si estoy de muerte

Se quebrará mi voz cuando se apague
de no poderte hablar en el oido
Se quemará mi boca salivada
de la sed que me queme si me besas
de la sed que me queme si me besas

Como será el gemido y como el grito
al escapar mi vida entre la tuya
y cómo el letargo
al que me entregue
cuando adormezca el sueño entre tus sueños.

Han de ser breves mis siestas
Mis esteros despiertan con tus ríos

Pero, pero como serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada
Cada vez que despierte avergonzada

Pero cómo seran mis despertares
Pero cómo seran mis despertares
Pero cómo seran mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada
Cada vez que despierte avergonzada

sábado, 16 de agosto de 2008

Miseria de transición

La postura de la niña me promete una vida muy distinta que la mendicidad de su madre, quien nació en el campo y morirá miserable en la ciudad. En cambio la chiquilla ha crecido en la ciudad y podrá decidir dónde morir.
No les he dado un peso. Pienso como economista y, convencido de que cualquier ayuda que les dé, lejos de mejorarlos llamará a otros miserables a la mendicidad, las ignoro a medias porque me ha llamado la atención la diferencia en la seguridad con que andan las dos. La madre carga un bebé de meses, tiene el rostro de alguien que siente no tener derecho a vivir. La hija camina con ligereza, erguida, y jugando al mismo tiempo que pide dinero. Tiene unos ocho años.
Quizá no vaya a la escuela, pero no sintió el paisaje agreste que su madre vio al llegar a la ciudad. Ella creció aquí, aunque tal vez haya nacido en el campo.
Pero la historia no termina. Luego vendrán otros a pedir, con la misma cara de sufrimiento, y les negaré la moneda más pequeña. La historia acaba cuando en el salto generacional esa niña y sus contemporáneos de las calles decidan qué harán: nos exigirán la limosna, o trabajarán en una fábrica, o robarán, o simplemente, como creo que es más fácil pensar, se desvanecerán para convertirse en un ciudadano más que tiene la opción de decidir entre dar o no dar.

jueves, 14 de agosto de 2008

Ingratas

Todos estos momentos, quiero decir, los momentos más vívidos de Blue Velvet, las prosas recientes, las narraciones cortas pero compartidas, duras o rosas, son espejos de una relación con la realidad. En el momento en que me vuelvo extranjero, bukowskiano acaso, me pierdo de esa relación con la realidad. Las dos tienen su saber. Ese desgarrar de venas por el amor que jamás quiso defender con hechos lo que dijo con sus palabras, o esa taquicardia por la llegada de una nueva ilusión, suponen un compromiso con la escena.
Por ejemplo, te deseo pero quiero no manifestarlo. Estoy muy enfemo de gripe. Llegas a verme y con cualquier pretexto me revisas, me desvistes, te penetro y hasta intento la concepción. Te vas y algo queda. Busco tu olor en la almohada sobre la que ni tiempo tuviste de descansar la cabeza.
En cambio, pasa el tiempo y me olvido de ti. Y entonces el tuteo es a la otra, a lo opuesto: tú eres la que canta, la que baila con cualquier pretexto, la que siempre está contenta, la de los senos grandes y cuando te tuve cerca preferí no buscar tu sexo. Estaba lejos de Bukowski. Allí estaba en la realidad. ¿Para qué quería tu cuerpo si no es eso lo que quiero de mi vida? ¿Para qué quiero tu cuerpo si me quiero puro? Ni la ilusión pasó por mí cuando te tuve cerca. Si no me regalabas tu alma, no tenía por qué soportar el resto -incluidas tus historias inverosímiles-. Ahora sí, dado el cambio de página, ven cuando quieras, pero no me pidas que te drogue por los oídos. Me he desconectado.
No extraño a Bukowski. No extraño perderme -regreso al primer tuteo- entre tu cuerpo al grado de violar rincones que no me has ofrecido, como aquella vez, en mi propia senda del perdedor. Ganaba unos centímetros más de ti, era un riesgo fácil, si te perdía no perdía nada que me interesara -eso sí, tu sexo me enloquecía, pero mientras no lo tuviera cerca podía vivir sin él-. En esa desconexión con los sentimientos que leo siempre en el Gran Bukowski me encuentro con un yo pasado, pero no me encuentro en el presente. Y claro, me siento muy defraudado. Ingrata, dice la canción de Café Tacvba, pero eres ingrata tú, tú o tú -incorporo un tercer tuteo, ya quién es quién es lo de menos-.
Entonces ocurre una gran paradoja: me extranjerizo. De pronto no soy el Bukowski extranjero que juega a ganar todas pero perdiendo a fin de cuentas la gran partida; tampoco soy el comprometido dispuesto a dar la vida por alguien. Soy un hombre de a pie convencido de que al menos en los próximos pasos -los próximos todo: los próximos viajes, el próximo departamento, el próximo sueño, el próximo esfuerzo- habré de andar solo -a veces pagando por sexo, a veces teniéndolo gratis y en casa, a veces incluso sin mucho frenesí-.
Pero la realidad, sin embargo, es esta: nunca habrá quien me limpie el culo. Eso lo sabemos todos, pero no lo comprendemos todos. Y por eso canto -a quién es el tuteo es lo de menos- ... Ingrataaa

martes, 12 de agosto de 2008

Fue en el Hotel Oslo, acuérdate

A ti, la primera siempre será la primera.
Karina estaba con que Sí que es tuyo, y yo con que No puede ser mío, y ella Sí no te hagas, y yo No me hago, no es mío y punto, no se hable más, no puede ser mío porque tú y yo tenemos mucho tiempo de no estar juntos, y ella contestaba entre llantos, Sabía que me ibas a hacer esto algún día, todos son iguales, nada más quieren acostarse con una y luego no se hacen responsables de los niños que fabrican, Cuáles niños, yo jamás he procreado niños, yo siempre me cuido de las enfermedades y de andar embarazando a mis amigas, Pero ese día no te pusiste condón, No sé de qué día me hablas, pero si no me puse condón seguramente fue porque no hice el amor, No te pongas a filosofar, para ti habrá sido coger, pero para mí hicimos el amor, No hicimos nada y no veo por qué tienes que cargarme a mí la paternidad de tu hijo.
La discusión que acabo de exponer se llevó a cabo en privado en el cuarto del hospital en el que mi amiga Karina estaba internada, tras haber parido a su hijo, cuyo padre no conozco, insisto, en verdad no conozco, tras de que me llamó por teléfono y dijo Estoy en el hospital puedes venir a verme, y yo fui sin saber ni sospechar de qué se trataba. Al entrar a la habitación fui sometido a un ataque de miradas que incluían lo mismo rostros conocidos que desconocidos, algunos de los cuales tuve que imaginar que eran su madre, su hermana, su abuelo, sus tíos, sus primos y sus compañeros de la escuela. Nadie me quiso saludar, otros murmuraban entre sí, y a los pocos segundos de que yo entré al lugar Karina clamó, Déjennos solos, y el cuarto se vació en un breve instante. Estuvimos como veinte minutos discutiendo hasta que la conclusión fue la misma Que no es mío, dije yo al salir, Que sí es tuyo, gritó ella, Qué poca madre, pensaron los visitantes que aguardaban con los oídos casi pegados a la puerta de la habitación en el momento en que salí presuroso para librarme del incómodo incidente.
Días después me enteré de que Karina bautizó a su hijo con mi nombre de pila, e incluyó como segundo nombre mi primer apellido, de tal manera que si no se mencionan los apellidos del niño, que son los mismos de la madre, el bebé se viene llamando como yo, y algunos hasta pensarán que es mi hijo, igual que lo pensó la propia Karina durante los nueve meses del embarazo y las tres semanas que transcurrieron entre el parto y la segunda discusión que tuvimos con respecto a la paternidad.
El día en que conocí al niño, él estaba dormido en un bambinetto, yo sentado en mi silla y hablando con discreción, Karina levantándose y sentándose de la suya, apoyando las manos sobre la mesa y reclamándome en voz alta. Nos reunimos en un Sanborn's, y las personas de las mesas cercanas volteaban cada vez más abiertamente, la mesera interrumpía con su Quieren más café, el capitán estaba atento a los movimientos de mi amiga y ella insistía en que hacía unos meses nos habíamos reunido en el Hotel Oslo, que dice que está en Eje Central y Viaducto, y que fue allí donde concebimos al niño, Yo no conozco el Hotel Oslo, repliqué, y además ya tiene un rato que tú y yo no estamos juntos, desde el día en que lo hicimos en la azotea de mi casa, te acuerdas, Sí, sí me acuerdo, pero me acuerdo también de que hicimos el amor dos veces en el Hotel Oslo en la habitación 110, una vez en la cama y otra en el Jacuzzi, Cuál Jacuzzi, en la vida he tenido relaciones sexuales en un Jacuzzi.
La discusión no avanzaba, Karina pidió un helado que nunca probó y yo nada más veía cómo se derretía, el niño comenzaba a despertarse y a clamar por alimento, su madre en medio de la furia se desabrochaba la blusa y sacaba uno de los pechos con tal naturalidad que parecía no darse cuenta de que todo el mundo la miraba, mientras yo me tapaba los ojos no sé si porque no quería observar su seno desnudo o porque quería simular que yo no estaba acostumbrado a verlo así. El bebé mamaba casi dormido, su madre seguía diciendo que si el Hotel Oslo, que si el Jacuzzi, que si lo hicimos dos veces, y ya me tenía cansado y avergonzado, Ni siquiera te despediste ese día, sentenció, No me despedí, ah, vaya, qué te parece si me ayudas a recordar, paso a paso, qué fue lo que hice, Hasta que al fin lo reconoces, bravo, siquiera dale un beso a tu hijo, No, yo no he reconocido nada ni a nadie, sólo te estoy pidiendo que me digas qué fue exactamente lo que sucedió ese día en el Hotel Oslo. A partir de ese momento no la interrumpí mientras narraba el acontecimiento en el que fue concebido mi homónimo.
Llegaste al cuarto y ni siquiera saludaste, tampoco prendiste la luz, te lanzaste vestido hacia la cama, me besaste intensamente y comenzaste a darme un masaje a través de las sábanas. De mi piel sólo tocabas los labios con los tuyos, porque todo lo demás lo hacías en forma indirecta con la tela, me volteabas, me hacías gritar, pero tú seguías vestido y fuera de la cama, luego te levantaste sin decir nada, te desvestiste y te metiste conmigo, lo hicimos riquísimo, y cuando terminaste seguiste sin hablar, y hasta prendiste un cigarro, lo cual me sorprendió porque sé que tú no fumas, pero como estabas tan extraño ese día, mejor ni insistí, y hasta te hice caso cuando me quitaste la mano de la lámpara en el momento en que quise encenderla. Después de un rato me volviste a besar, te paraste, me vendaste los ojos, me llevaste al baño, abriste la llave del Jacuzzi, pero no dejaste que me metiera, seguías besándome y tocándome por todos lados, me cargaste y me echaste al agua helada, hasta pegué yo un grito, acuérdate. Luego de eso abriste el agua caliente y mientras tú seguías afuera y parado, jalaste mi cabeza hacia tu cuerpo y así estuve yo un rato mientras tú nomás te quejabas, pero por fin te metiste al Jacuzzi y sin quitarme la venda de los ojos lo hicimos otra vez. En cuanto acabaste, estuviste unos minutos en el agua, aún callado, te levantaste y desapareciste por unos minutos, en los que supongo te vestiste porque yo seguía sin ver, y no me destapé los ojos sino hasta después de que oí que habías azotado la puerta del cuarto. Salí desnuda al pasillo pero ya no te pude alcanzar, Cuándo te enteraste de que estabas embarazada, Como a las tres semanas me empecé a preocupar y te mandé un mensaje pero no respondiste, Un mensaje, pregunté yo, Sí, un mensaje, Ya entiendo, y cómo fue que llegamos al hotel, juntos o tú ya me estabas esperando, Yo te estaba esperando, acuérdate, por eso fue que tú estabas todavía vestido y yo encuerada y en la cama, Y cómo fue que supe que estarías allí, Pues por el mensaje que te había mandado, Cuál mensaje, Sí, te mande un correo electrónico en donde te ponía que te esperaba en la habitación 110 del Hotel Oslo, Correo electrónico, dije en tono extrañado, Sí, vas a seguir negando que estuviste allí, maldito estúpido irresponsable, Es que yo jamás he recibido un correo electrónico tuyo Karina, ni para que me invitaras al hotel, ni para que me avisaras de que estabas embarazada, Te mandé decenas de mensajes, pero jamás me respondiste, Guardas copias de los mensajes que envías, Sí, te lo puedo demostrar, para que ya no sigas negando a tu hijo.
Pagué yo la cuenta y llevé a Karina y al niño a su casa, pero no quise pasar, para evitar a su familia, y unos minutos más tarde mi amiga apareció con una hoja impresa que decía, Hola traviesín, hace mucho que no nos vemos, me muero de ganas de estar contigo, así que te tengo una sorpresa guapo, te espero el próximo martes a las ocho de la noche en la habitación 110 del Hotel Oslo (Viaducto y Eje Central), no faltes, te estaré esperando con las luces apagadas, Te quiere, K. Yo me quedé viendo la hoja durante un buen rato, tratando de entender las cosas, hasta que caí, Falta una erre, dije, Qué, Falta una erre, De qué me estás hablando, En la dirección falta una erre antes de la arroba.
Karina tardó en creerme que esa no era mi dirección electrónica y que se había comido una letra, pero después de que le demostré, con mi tarjeta de presentación, que mi correo electrónico se forma con mi nombre y la inicial de mi apellido, no tuvo más que aceptar que yo no soy el padre de su hijo. Hemos tratado de ubicar al verdadero padre del niño, pero nunca responde los mensajes que le enviamos, y el proveedor de internet se niega a darnos sus datos. Si alguien lo conoce, avísenle que su hijo no tiene apellido paterno.

domingo, 10 de agosto de 2008

Sueños delirios

No me gusta tu aliento, y sin embargo me gusta cogerte sin preámbulos, me gusta abrir tus piernas, penetrarte por donde nadie lo había hecho, donde nadie lo había hecho, en la transparencia de una ventana, con la delicia de una copa de vino, y al precio de a quien pueda perder a cambio. Me agrada hablarte de mis otras mujeres, me gusta que sueñes que un día me quedaré contigo, me entusiasma la idea de que incluso ese día pueda llegar a casa y decirte que te he engañado y que te prohibo que tú lo hagas. Me entusiasma provocarte, invitarte al amor lésbico, al intercambio, a la exhibición. Me excitan los hoteles de paso, los jacuzzis, las camas anchas, las películas porno. Me marea la idea de creerme un artista que trasciende, un soberbio escritor, un megalómano al que en vida comprenden y toleran sus humillaciones, y te humillo como si tú representaras a miles de seguidores de mi arte. Y eso también me excita, y de nuevo imagino cosas nuestras, arrojo al vacío cualquier compromiso, cualquier afecto. Contranatura se vuelve la diosa que invoco porque me da poder en medio de mi nada. Termino, grito, grito inmensamente, y pienso ya no quiero volver a estar aquí. Y aquí estaremos, una y otra vez, hasta que salga la última gota de mi magro poder, de mi falsa intelectualidad, y de mis agonizantes delirios.

viernes, 8 de agosto de 2008

ESTE BLOG ES SOLIDARIO CON EL TIBET

No veas los Juegos Olímpicos de Beijing, sé solidario con el Tibet

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuadros

¿Por qué últimamente evito pisar las divisiones de las lozas? No lo sé. Es un juego. Si tengo prisa no me importa, si no, volteo hacia abajo y voy caminando y ajusto el tamaño de mis pasos.
Es ocio.
¿Por qué tanto ocio?
Tengo la fuerza suficiente para de nuevo cambiar la inclinación de los rayos del sol. Me siento expectante. Lo estoy. Con alegría. Me siento automotivador al decirlo. Pero sí.
¿Por qué esta repentina simpatía con los automotivadores?
Siempre la he tenido en el fondo, pero me muevo como un péndulo entre la cursilería, el optimismo, la sonrisa permanente, la ilusión, de un lado, y la búsqueda de la tormenta, el dolor por los ojos grandes que se esfumaron de la memoria, el coraje, la inadaptación personal y colectiva.
Y entonces comprendo que en realidad evito pisar las divisiones del piso porque ellas me representan, es como evitar pisarme a mí mismo, me siento en medio de los mosaicos obscuros y los claros, los grandes y los pequeños, me siento siempre en medio de todo.

lunes, 4 de agosto de 2008

No me voy a tardar

La ciudad de México vive una descompensación de tiempos terrible, porque todos decimos No me voy a tardar cuando terminamos tardándonos a veces algunas horas y ocasionando una serie de desórdenes imprevistos por la acumulación de los No me voy a tardar de 17 millones de habitantes.
En mi edificio, por ejemplo, la puerta de la azotea ha sufrido decenas de ocasiones las consecuencias del No me voy a tardar, porque mientras tienden o destienden la ropa, algunos vecinos la dejan abierta y cuando llega un viento muy fuerte, se azota y lo mismo se rompe el cristal, que la chapa o, como ha venido sucediendo, el marco que la sostiene. Al viento no le importa que no se vaya uno a tardar, porque a fin de cuentas basta con un segundo para destruir la ventana de la puerta, pero con tal de no cerrarla y luego tener que introducir una llave y abrirla otra vez, los vecinos prefieren decirse a sí mismos, No me voy a tardar.
Cuántos comercios no hay, como El Globo o Blockbuster, en los que el estacionamiento está diseñado para que los clientes no se tarden, pero nunca falta el que dice No me voy a tardar y deja el coche estacionado en doble fila sobre algún eje vial o el Periférico. Las consecuencias en el tráfico las conocemos todos, y las sufrimos de quienes dicen No me voy a tardar a la entrada de un hospital, una funeraria, una iglesia, una escuela o de las oficinas de Hacienda, que tienen fama de facilitar todo a quienes dicen No me voy a tardar.
Al llegar a un conjunto habitacional todos los visitantes piden permiso para entrar con su coche bajo el pretexto de No me voy a tardar, y el resultado de ello es que los policías no los dejan entrar, porque como dice el dicho, La mula no era arisca … la hicieron, y claro, cuando los conductores logran convencer a los vigilantes se van a estacionar al lugar de uno, y si uno llega con el coche y busca al dueño del auto que está invadiendo su cajón, éste nunca aparece porque seguramente su No me voy a tardar fue tan poco específico como para nunca definir en qué no se iba a tardar.
Entre tantos No me voy a tardar uno comienza a imaginar las consecuencias indirectas de que un tipo deje su automóvil estacionado frente a una cochera que no es la suya, y de pronto el dueño de la casa donde dejó el coche el irresponsable, tras haber murmurado No me voy a tardar, trata de sacar su propio auto, pero se encuentra con que no puede hacerlo y toca luego los timbres de las casas vecinas y pregunta si no es de ellos el vehículo que estorba, y al obtener una respuesta negativa se desespera porque tiene que acudir a una cita con un cliente, mira el reloj, camina con impaciencia, busca una forma de sacar su automóvil por la banqueta, Imposible, piensa, trata de empujar al otro coche, lo intenta abrir, suena la alarma, está tentado a abollarlo para moverlo, pero duda, recuerda que ya ha quedado varias veces mal con su cliente, quien lo está esperando en una cafetería, así que desesperado cierra su puerta y corre a tomar un taxi en la avenida más próxima, se sube a un vocho verde, ordena al chofer que lo conduzca hacia el lugar donde tiene su cita, el taxista comienza a meterse por calles desconocidas, se aproxima otro taxi, les cierra el paso, abren el vehículo en el que viaja el hombre desesperado, lo cambian de coche, lo golpean, le roban la cartera, lo obligan a dar su número confidencial de la tarjeta de crédito, le encajan una puñalada en el costado y lo tiran casi muerto cerca de algún canal del desagüe en el justo momento en que el dueño del coche que estaba bloqueando su garaje quita la alarma, se sube, arranca y dice, Qué bueno que no me tardé nada.
Hay algunas historias que hablan del típico marido que dice Voy a comprar cigarros, no me tardo, y luego desaparece por años, o en el mejor de los casos sus amigos lo llevan a las cuatro de la mañana, borracho, con labios pintados en la camisa desfajada, tras unas horas en las que el hombre aprovechó la promoción de una cajetilla de cigarros, siete manitas de dominó a 100 puntos, seis cervezas y una puta, todo por el mismo precio. A mí no me gusta mucho utilizar el pretexto de No me voy a tardar, más que cuando salgo con alguna amiga. En esos casos lo que hago es pasear con ella muy naturalmente, irle sobando el hombro de vez en cuando, apapacharla cuando se rompen las distancias, y al llegar a sus casas suelen preguntar, Quieres pasar, Sí, pero no me voy a tardar. Si lo digo, es casi seguro que amanezco allí dentro.
Pero como en general no soy muy dado a decir No me voy a tardar, y luego poner a parir chayotes a los que sufren las consecuencias de tal acto, entonces me da por imaginar historias un poco exageradas, con quienes suelen murmurar No me voy a tardar, y así a veces visualizo a una típica madre de familia, que tiene muchas responsabilidades derivadas de la doble jornada, y que cuando está a punto de preparar la cena a sus hijos descubre que no tiene leche, entonces deja a los dos críos, uno a gatas y el otro de pie pero muy travieso, encerrados en su casa mientras ella acude a la tienda de la esquina, en un No me voy a tardar, por supuesto, a comprar la leche y quizá un poco de pan, y en eso se pone a platicar con una vecina, mira los coches que van dando vuelta, observa cuando se prenden las luces de los faroles, empieza a sentir algo de frío, sigue en el chisme, ve pasar a los bomberos, se pregunta qué habrá sucedido y luego regresa a su casa, donde descubre que se incendió y que sus vástagos ya están calcinados.
Una de las consecuencias más nefastas del síndrome del No me voy a tardar es cuando, de tanto que repetimos No me voy a tardar, a veces hasta lo decimos de manera inconsciente, o lo pensamos quizá, como el típico que va manejando en la noche, y empieza a sentir que los párpados se le caen y decide cerrar los ojos por un momento, y de forma inconsciente piensa No me voy a tardar, lo cual incluye un sueño ligero, un golpe de la llanta delantera derecha contra una banqueta, un golpe del coche contra un árbol, un desnucamiento instantáneo del chofer que segundos antes había soñado No me voy a tardar, un giro del coche hacia la izquierda, y un patinado que termina del otro lado de la calle, a veces dentro de una casa causando lo mismo estropicios que rompimiento de vísceras en alguno de sus habitantes. Las consecuencias llegan a ser mayores cuando el conductor maneja no un automóvil sino un autobús de pasajeros, en alguna de las carreteras cercanas a la capital mexicana, y en vez de terminar el patinado del vehículo en una casa, lo concluye en una barranca, con todos los cuerpos apilados sobre el parabrisas.
En fin, ya es hora de que me conecte a internet, ojalá y no me llame nadie mientras está ocupada la línea, pero al fin y al cabo no me voy a tardar.