El 17 de septiembre volé a Montreal donde confirmé que no hablo francés, volví 3 días después, y luego volví otros 3 días después.
Me costó trabajo agarrarle sabor a Montreal. Es una ciudad fría y desarticulada. Al llegar, el 17 por la noche, tomé un autobús que no debí haber tomado pero no me informaron bien, así que al cabo de unos minutos me di cuenta que iba hacia el centro cuando mi hotel estaba muy cerca del aeropuerto. El autobús que me llevó ya no regresó al aeropuerto así que terminé tomando el metro hasta la estación más cercana, a cuando menos 3 kilómetros, de mi hotel. Pero la estación estaba en una intersección de dos freeways que yo no hallaba cómo cruzar y tampoco pasaban taxis. Milagrosamente pasó uno y me llevó a mi hotel. Por la mañana caminé hacia el metro, en esa larga caminata que me permitió conocer las entrañas de la ciudad: calles solitarias pero avenidas congestionadas tanto como la Ciudad de México. El metro cubre muy bien la zona central, pero desatiende las zonas más lejanas, lo mismo que ocurre con los trenes suburbanos, con frecuencias de paso de hasta tres horas en horarios no pico.
Estuve caminando por la mañana alrededor de la Catedral, la Universidad de McGill y alguna tienda de discos. Luego tomé el tren suburbano hacia el aeropuerto y de allí caminé hacia la zona de renta de autos para sacar un Toyota Prius Híbrido. Los de National me engañaron y no lo tuvieron disponible y a cambio me ofrecían uno del mismo tamaño; como el consumo de combustible sería mucho mayor lo rechacé y pedí un compacto -había visto un Suzuki Swift en su portal-, pero no pregunté cuál me darían. Cuando ya tenía las llaves descubrí con lamento que era un horrible PT Cruiser, que además, me estaba costando sólo 30 dólares menos, pero que con el seguro terminaba costándome 50% más de lo que había presupuestado.
Por dentro el PT Cruiser era un Volkswagen. El volante delgado e incómodo, aunque hidráulico; la palanca de cambios simulaba una palanca de velocidades. El radio tenía una pésima acústica, pero la cajuela era amplia, lo mismo que la segunda fila de asientos que jamás utilicé.
Volví a Montreal tres días después, sólo para cruzarla y conocer la zona Olímpica. Me seguí hacia Ottawa. Finalmente volví tres días después ya en la parte final de mi viaje. Visité un centro comercial en las afueras, luego me dirigí a mi hotel, esta vez justo en frente del aeropuerto, y dormí. Al día siguiente pensé en ir al centro con el auto, pero como lo debía devolver antes de las 16:30 preferí alistarlo para la entrega. Temprano lo llevé a lavar (ignoro si había que entregarlo lavado, pero en México así es) y llené el tanque de gasolina (en eso sí me hicieron énfasis). Después entregué el coche y con una simple revisión y un handheld me entregaron mi cuenta final. Caminé hacia la estación del tren suburbano y compré mi boleto, pero al descubrir que pasaría hora y media después, fui al centro comercial que estaba a una calle a comprar algunos obsequios, que luego dejé en mi cuarto pues el hotel está a un lado de la estación, y tomé el tren. Caminé por el Montreal viejo y fue cuando le encontré su gracia a la ciudad. Por la tarde fui hacia la Isla de Santa Helena y visitar el Museo de la Biosfera y luego corrí para tomar el penúltimo tren, pero al ver de nuevo los horarios, éste había partido una hora antes. El siguiente saldría casi dos horas después. Al llegar a la estación vi un letrero que decía Massage. Cuando supe los horarios del tren volví hacia el lugar, donde recibí un baño con sales, y simples caricias de una jovencita tan morena como la noche, un dulce rostro del Océano Índico y de un lugar tan inmensamente desconocido para mi geografía mental, como la Isla Mauricio. Después de despedirme de ella con un beso en cada mejilla, volví a la estación con un brillo matutino, con el que esperé la llegada del último tren, y su partida unos 15 minutos después.
Dejé ordenado mi equipaje y dormí unas cuatro horas. Me levanté y me despedí de Canadá, cuando vi 06 y debajo R sentí el impulso y ya no estaba en suelo canadiense.
viernes, 3 de octubre de 2008
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