lunes, 29 de septiembre de 2008

Niágara - Toronto

Cuando se acabó la 416 no supe de momento si tomar la 401 Este u Oeste, así que de pronto me vi en la entrada al puente hacia Estados Unidos y crucé. Desde allí tuve una vista hermosísima de la puesta del sol en el Río St. Laurent, pero no pude parar a tomar fotos. De pronto me vi en la frontera, saqué mi visa, pasé a inspección, pagué mis 6 dólares por la forma I-94 y ya estaba en Estados Unidos. Vieran que amables son los oficiales migratorios por allá. Comí en un restorán chino (me dieron ganas de tirarme a la mesera, pa' que les cuento pero quiero una novia china) y seguí mi camino ya de noche hacia Bufalo. Hacia la medianoche se me estaba acabando la gasolina y paré, como mi tarjeta no funcionaba en las gasolineras entré a la caja y la que atendía me preguntó cuánta gasolina quería, hice cuentas rápidas y dije "45 liters", cuando la vi hacer gestos de "esto no me puede pasar a mí" hice de nuevo cuentas y le dije "12 gallons", entre risa y molestia sacó su calculadora y me preguntó "regular?", afirmé y me cobró. Salí de la autopista como 30 millas antes de Búfalo, justo donde había media docena de hoteles. Por alguna razón escogí el peor. Al día siguiente desayuné allí mismo y andé hacia Niágara, ni siquiera entré a Búfalo. Primero llegué del lado americano, luego crucé al canadiense, y después seguí hacia Toronto en una carretera que resultó ser como el doble de larga de lo que esperaba. En el centro no hallé hotel así que andé de nuevo hacia la periferia. Descansé lo suficiente para andar un día completo conociendo Toronto, sin museos (me hubiera gustado entrar al ROM). Un día después volví hacia Montreal.

*Andé: SIC, en ocasiones así deseo escribirlo, anduve sólo me gusta en ciertos contextos, no en este.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Camilia

Tu piel morena es la más obscura que he tocado. Tu edad, a caso la mitad de la mía, no es insuficiente para darte seguridad. Tus caricias, mi recuerdo. Tu tiempo no es el mío, pero me has dejado claro mi hasta aquí. Volveré y tal vez vuelva a ti, pero volveré con mi ojo fotográfico, no con mi ímpetu de hombre sino con el de aire, y en silencio, atravesando tus ojos negros, tu piel firme, tus pezones nocturnos. Volveré sin dejar manchas claras en tu cuerpo ni gritos en el mío.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Todo es azul

Creo que he tomado las fotos más feas el día de hoy. No me gustaron nada. Había demasiada luz, es cierto, pero mi filtro azul, para contrarrestarla y destacar los azules del cielo que se perderían con tanto sol, no sirvió más que en una o dos fotos. Esto sólo me da un impulso observador. Quisiera salir a ver y no tomar ni una sola fotografía más. Pero la disciplina me lleva a seguir haciendo clic. Y luego que la Calandria y yo estamos preparando sopresas.

martes, 23 de septiembre de 2008

Prescilla

Perdón que te desperté anoche, pero no pude llegar antes. Abriste la puerta y te vi tan chica, tan bonita, tan cortés, pese a que te había despertado. Pensé que eras la hija de los dueños. Tu diligencia me llevó a la conclusión de que tú mandas aquí. Me acercaste hasta el cuarto y en unos minutos habías envejecido tal vez diez años. No eras la muchachita que acababa de ver, pero eras la misma persona y seguías siendo bella. Y a lo largo del día te he visto varias veces, esclavisada a este lugar al que te entregas y te nos entregas. Y me alejo de aquí y me voy pensando si cuando yo vuelva no te encontraré hecha una pasita, nadie había cambiado de edad tan rápido, nadie que hubiera yo visto.

domingo, 21 de septiembre de 2008

La democracia de Onan

En varias ocasiones he leído reportajes sobre la talla 0 y el combate al peso bajo. Es cierto que algunas mujeres se obsesionan con su peso y ven grasa y gordura por todos lados cuando en realidad están en los huesos. Entonces surgen propuestas de exigir que las empresas de modelos y edecanes no contraten a chicas que estén muy por debajo del peso que les correspondería según su estatura, o que se evite la venta de ropa talla 0.
No juzgaré la discriminación que eso implica -aunque ciertamente hay una discriminación implícita hacia las gordas, hoy día, con la aceptación de las modelos hiperflacas-.
¿Por qué el boom de la talla 0 y las modelos flacas? Mi teoría es que mientras más flaca sea una modelo su vagina puede reproducir mejor el desempeño de la mano. Así es, para mí esta obsesión por la delgadez tiene su contraparte en el gusto de los hombres no por el ver o el tocar, sino por sentir en la delgadez de una muñeca talla 0 o -1 una masturbación que transmuta.
Es como si de la mano misma naciera una mujer, la única manera de hacer parir al hombre. Somos parte de una generación mucho más tolerante, ya no hay condenas. Onan se ha democratizado, y con su democratización ha logrado que echando en tierra nazca una flor ... talla cero.

viernes, 19 de septiembre de 2008

El poder en mis manos

El Boeing 777-222ER se está yendo y en este momento a penas puedo ver la aleta posterior detrás de la de algún otro avión y en unos momentos desaparecerá de mi vista. Cinco minutos antes lo vi ser remolcado y dudé si era un 767-300 o un 777, y aunque estaba casi convencido de que sería un 777 tomé mi celular y escribí en Google la matrícula del avión N228UA. El resultado fue contundente: en segundos obtuve hasta una fotografía del avión que poco a poco se alejaba de mi vista en medio de aviones de distintos tamaños, todos de United Airlines salvo el 747 de Lufthansa. Mi 777 pintado de gris al igual que otros, sin embargo otros más pintados de blanco con azul como la nueva imagen de United.
Tener un dispositivo de mano en el cual consultar la más nimia de las babosadas, como la matrícula de un avión; traducir en segundos una palabra a varios idiomas; descubrir quién descubrió, reinventar quién inventó, investigar cómo se investigó, me hace sentir con el poder en las manos. Pero ahora todos tenemos ese poder, algunos más viciosos lo ejercemos a cada instante, otros se abstienen, pero a fin de cuentas, nada que ver como esa vez que en la secundaria me encargaron investigar quiénes habían sido los últimos tres rectores de la UNAM … no encontré el dato y tampoco hice llamadas a personas mayores que me lo pudieran responder. Ahora quizá podría descubrir, en lo que escribo este comentario, quienes han sido todos los rectores de la UNAM y de buena parte de las universidades prestigiadas del país.
En unos años, quien esté formado delante de mí en la fila para documentar un vuelo dirá su nombre y en segundos podré saber quién es, qué estudió. Hoy ya muchos estamos “one click away”, pero faltan muchos más. Creo que llegará el momento en que todos estemos a esa distancia a no ser que alguien invente cómo bloquear su propio nombre y entones quitarnos el poder de las manos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La cordura

¿Para qué quieres cordura si no la sabes utilizar?

lunes, 15 de septiembre de 2008

El adulador

Ah, maldito adulador que con elogios infinitos vas desnudando pechos inocentes y desbordando escepticismos mordaces para saciar perversidades. Y así lo piensas y dices "qué hermosa te ves, me siento muy orgulloso de venir a tu lado". Luego viene el reclamo y desdén por tus halagos. Y finalmente la muerte silenciosa.

sábado, 13 de septiembre de 2008

D. J. Hoko

D. J. Hoko había presentado su último disco. La presentación estuvo muy concurrida por jóvenes en su mayoría menores de veinticinco años, algunos de ellos con vestimenta muy especial, incluidos aquellos que portaban una pantalla de cristal líquido en la espalda proyectando escenas de sexo explícito o incluso de sexo con animales. Sólo una chica exhibía imágenes sin sexo; era una recopilación de videos de la primera y la segunda guerra mundiales. Se conmemoraba el primer centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Los controles para acceder a la bodega en la que fue presentado el disco fueron muy estrictos, pero como ya era la tendencia, los controles a la salida fueron mucho más. Los jóvenes no se resistían a la primera toma de sangre, pero sí a la segunda. Algunos de los que se resistían salían negativos en sus análisis. Tal vez una nueva droga. Tal vez ya consumían el neutralizador que era tan mencionado en las pláticas pero jamás encontrado en el mercado negro. Tal vez no se habían drogado. Otros chicos fueron detenidos. Siempre ocurría así. Saldrían unos meses más tarde.
Mi novia y yo no nos drogábamos. Solíamos tener sexo en lugares públicos. Esa era nuestra droga. Cada vez que íbamos a un hotel de paso abríamos las cortinas y ella estrellaba sus senos contra la ventana. Nos lamentábamos cuando nuestra habitación no daba a la calle, pero usualmente nos tocaban cuartos interiores, como la mayoría.
Salimos de la bodega y nos aproximamos al auto. Fadam sugirió que nos calláramos cuando descubrimos que en el coche vecino estaban fajando. Entramos sigilosamente al nuestro y de pronto terminó el agasajo y se apearon. Eran dos muchachas. Una guapa. La otra no. Fadam se asqueó, pero a los pocos minutos desabrochó mi bragueta. No había nada más que recordar de la exhibición lésbica del otro auto.
Días más tarde intenté bajar el mp9 del album de D. J. Hoko. Tardé en localizarlo pese a que tenía un motor de búsqueda muy innovador. Los productores de discos todavía no inventaban cómo proteger las canciones de este programa. Retspan Beta 1.0. descifraba los códigos de los discos y de los cartuchos mp9 como ningún otro. Parecía tan sencillo como los viejos archivos mp3 y tan rápido como el efímero mp7.
Sin embargo nadie contaba con que el Retspan estuviera conectado con la fiscalía de derechos de autor. Los más especializados en bajar música de la red confiamos en el Retspan como en cualquier otro programa. El Retspan había estado dando aviso de toda la música que yo bajaba sin que pudiera imaginarlo. Obtener el mp9 de D. J. Hoko salió caro. Hubiera sido preferible no ir al concierto y comprar el cartucho original. Pero era demasiado tarde. A penas estaba escuchando la cuarta pieza, de dieciséis, cuando entró la policía. Dieron una patada en la puerta. Volteé hacia ella con el reproductor inalámbrico en la mano y la sala mi casa se inundó de silencio, a pesar de que la música de Hoko seguía sonando cercana al máximo.
Durante mi traslado seguía repasando lo que había sucedido. No lo podía creer. La legislación que permitía que los delitos cibernéticos pudieran ser castigados en flagrancia tenía sólo un mes. Nadie la entendía. Mucho menos creían en ella. Yo tampoco. Debo haber sido una de las primeras víctimas. Meditaba qué habría de decir. Pero no pude decir nada. Fue mejor. No abrí la boca hasta que tuve un abogado.
Fue abogada. Sus senos se sombreaban el uno al otro fuera de su ropa. No había nada más que ver en ella. Hablamos y propuso una estrategia de defensa. No tenía mucho sentido. Yo sabía que estaría detenido unos meses y finalmente saldría. Temeroso no de bajar la música por internet, sino de escuchar música.
La cárcel fue tan solo un silencio ensordecedor. No escuché música electrónica por al menos ocho meses. Mi novia sólo me visitó la primera semana. Mi mano me recordaba su visita. Al principio casi diario. Después pasaban varias semanas. Al final de nuevo diario. Pero ya no era ella. Era una de las visitas a Ryun, otro detenido por intercambiar música a través del Retspan.
No teníamos cómo mirar quién visitaba a quién, salvo cuando debíamos realizar algún trabajo en la zona. Un drenaje oxidado fue el que me llamó. Allí estaba a varios metros sobre el nivel del patio. Ella atravesó temerosa, mirando hacia todos lados. Nuestros ojos se cruzaron justo antes de que ella entrara al cuarto. Sus pechos brillaban, su trasero también. Sus labios. Sus ojos eran opacos. Su pelo absorbía toda la luz del universo. Temblaban sus ojos. Arrastraba los pies. Sus ojos pesaban en la circulación de mi sangre. Miré en silencio cómo Ryun se acercaba al cuarto. Me saludó y no contesté. Sólo pensaba en sus ojos. No había manera de espiarlos. Sentí deseos. La oí gritar. La vi salir y busqué su mirada. Se cruzó con la mía y se avergonzó. Desapareció y nunca volví a trabajar allí.
Ryun siguió teniendo visitas. Yo quería sustituirlo pero fue imposible. Era imposible. Y aún así, eran muchas quienes lo visitaban. Cuándo coincidiría con la de los ojos que tenía clavados en el alma. Después llegó mi turno de salir. Busqué sus ojos en todas.
Fadam pasó por mí a la cárcel. Metí mi mano entre sus piernas al cabo de unos minutos. Parecía que le estuviera tocando la mano. No lubricaba. No se resistía. No mostraba emoción alguna. Le pedí que se estacionara. Me puse sobre ella y recosté el respaldo. Se dejó penetrar pero no gozó, no gimió. Me vine sobre el asiento. Estaba molesta por la suciedad que había dejado. Su ropa se había manchado. Decenas de desconocidos nos habían visto. Antes de llegar a casa pidió que me bajara.
Caminé con lentitud, cargando una mochila y con unos cuantos pesos en el bolsillo. Entré a una sex shop. En una cabina comencé a pasar los canales hasta que encontré un trío lésbico. No lograba la erección. Se acabó el dinero y tuve que salir. Seguí caminando hasta que llegué a casa. Toqué el timbre y mi hermano abrió. Vi sus ojos atónitos. No sabía que ya había salido. Nos abrazamos y lloramos.
Al día siguiente no sabía qué hacer. Miré el periódico con la idea de buscar trabajo. En los clasificados sólo me interesaban las páginas de los masajes. Pensé en lo que había pasado con Fadam el día anterior. No entendía nada. Recordé a la amante de Ryun y me excité. No tenía ganas de terminar. Terminé.
Algún vecino puso música electrónica y yo me acosté a escucharla, sorprendido de lo que había sucedido en los últimos meses. Me quedé mirando hacia el techo. Luego la apagó de súbito y me quedé mirando hacia el techo.
Las campanas de la iglesia se escucharon a lo lejos. Luego el tren. Luego mis tripas. Luego nada. Dormí porque estaba cansado de tanto dormir. Desperté cuando sonó el teléfono.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Hoy no hay Blue Velvet?

Me has preguntado si hoy no hay Blue Velvet, y así es, hoy no había Blue Velvet, ya lo hay, algo hay. Y sin embargo te pregunto, ¿qué buscas en Blue Velvet? ¿Y qué busco yo respondiéndote en Blue Velvet? Creo que algún día uno de los dos debe dar vuelta a la página para siempre y parece ser que ninguno de los dos lo hará, una luz se mantendrá brillando, un mensaje cifrado tal vez -aunque nuestros mensajes cifrados siempre los entendemos diferente-. Y entonces respondo, tardíamente, no, hoy no hay Blue Velvet.

martes, 9 de septiembre de 2008

Una sola llamada

Llamo, intercambiamos unas palabras y te deseo.
Cuelgo y te sigo deseando.
Más y más.
Minutos antes estaba tranquilo.
Y a partir de ahora no lo estaré,
hasta que venza
... y luego hasta que olvide.

Y así te olvidaré.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La vida no vale nada

Mi novio me propuso matrimonio y en algún momento creí que su propuesta era sincera. Llevábamos año y medio juntos, así que ya estábamos cerca de algún desenlace. Matrimonio o fin de la relación. No iniciamos los preparativos, pero sí comenzábamos a hablar de qué haríamos. Oficialmente yo estaba comprometida. Él evadía los detalles de la fecha y los primeros gastos, y cada vez era más insistente su demanda de que llegáramos a la cama. Le insistí en lo muy importante que era para mí llegar virgen al matrimonio. Después ya no tendría nada que ofrecerle.
Al cabo de unos meses, no muchos, unos tres o cuatro, la propuesta matrimonial se esfumó junto con Juan Luis, mi supuesto prometido. No lloré porque de alguna manera en mi interior sabía perfectamente que eso iba a ocurrir, aunque sí me hacía ilusión casarme, y casarme con él.
Acudí a una reunión a casa de unos amigos y allí conocí a Felipe, un tipo bastante apuesto y sonriente. Me encantó desde un principio, un principio que dijo él desde un principio que no fue el principio, que ya nos habíamos visto antes, pero no, para mí eso era imposible. Me habría acordado de él.
Desde ese principio, Felipe y yo tuvimos una gran química, pero me veía en completa desventaja con él, me gustaba tanto que sentía que no podía ser mío. Parecía un ángel, inofensivo, pero desde la primera vez que salimos supe que era un gran seductor, y días antes ya deseaba hacerle el amor.
Como si hubiera olido mis hormonas, Juan Luis comenzó a buscarme y a pedir perdón. No fue demasiado insistente pero sí digamos una o dos veces por semana. Lo bateé. Había que vivir esto.
Felipe me llevó a escuchar jazz y me besó. Era demasiado pronto para que me besara, pero lo hizo y lo hizo en forma acelerada. Toda su distinción se perdía en unos besos que parecían de alguien que sólo quería acostarse conmigo. Claro. Sólo quería acostarse conmigo. Aún así me dio la oportunidad de enseñarle a besar. Al cabo de unos días aprendió.
Felipe tenía novia. Me lo dejó en claro desde esa primera vez que salimos. Estaba harto de ella. Eso también me lo dejó en claro, pero si bien me hacía ilusión que terminara, no alcanzaba yo a creer que la sustituyera por mí. De verdad, me gustaba mucho.
Me encantó cómo me abrazó. Sentí su pene recargado en mi trasero y en mi vientre durante más de una hora. Sabía hacer las cosas. Y aunque yo tenía más motivos que él, ambos estábamos excitados. En la calle. Acercaba su mano a mis senos, me tocaba por encima de la ropa, me tenía nerviosa, tal vez habría accedido ese mismo día a perder mis ideas, pero él apostó a disfrutar mi excitación.
Los siguientes días nos vimos y nos besamos. Me propuso que hiciéramos el amor, pero le dije que no se hiciera ilusiones. Para Felipe no eran ilusiones. Él sabía que todo lo podía. Lo sabía.
Cuando me quedaba a solas pensaba en él y sentía que explotaba. Pensaba y pensaba en él. Pero me parecía tan sucio tocar mi cuerpo. Nunca nadie me había dicho nada a favor o en contra de tocarme, pero la simple idea de hacerlo era sucia. Nadie hubiera creído que un hombre tan pulcro me indujera a darme placer. Si no vas a acostarte conmigo, me dijo, no importa, sólo te voy a pedir que esta noche te toques pensando en mí. Me ofendió el comentario, pero una vez que me dejó en casa disfruté recordar su voz y su insinuación. No me atrevía a hacer nada. Sólo confirmé que mi ropa interior llegaba cada vez más marcada de la presencia de Felipe en mi vida.
Felipe era tan franco y tan seguro en sus propuestas que si bien yo todavía estaba diciendo que no, las estaba tolerando como si me invitara a desayunar fruta con yogur. Eso en sí mismo me sorprendía. Comenzó a hacerlas a través de los mensajes del celular, y las primeras veces no le respondía o le respondía pidiendo que se serenara, pero luego yo también le daba alas para que fantaseara. Más tarde no sólo fue el celular, sino el correo electrónico.
Felipe era tan perfecto que no podía creer que me batiera la cara de semen. Me llevó a tomar una copa a un bar en una carretera, y luego me metió a un hotel de paso. Subí las escaleras muy nerviosa y sin saber qué hacer. En algún momento pensé en huir pero me dio vergüenza. Sentí que sólo podía subir las escaleras y rogarle que no me desnudara, rogarle que no me penetrara, rogarle que no me acariciara, rogarle que no besara mis pechos, rogarle que no me rogara con ese miembro suyo que comenzaba a parecerme familiar.
Poco a poco se fue desnudando y yo resistiéndome a ser desnudada. Cuando sólo quedaban sus boxers le pedí que no se los quitara, pero lo hizo. Yo seguía vestida y si bien pudo tocar mis senos no dejé que metiera la mano por entre las piernas. Cuando estuvo completamente desnudo acercó su miembro a mi mano y la retiré sobresaltada. Le dije que nunca había visto uno y que no quería verlo, pero él insistió y dijo que estaba muy excitado, que lo tocara y que lo ayudara. Pero no pude. Entonces por fin accedió a que sólo nos besáramos mientras él se masturbaba. Pero cuando terminó dejó de besarme y de pronto me sentí sucia. La más sucia de todas. Corrí al baño y me limpié no con la toalla sino con su playera.
Quería llorar pero quería más de él. Me dolía lo que había hecho pero quería que lo hiciera de nuevo. Quería reconvenirme por estar jugando así, pero quería seguir aprendiendo de la vida. Seguir aprendiendo de él. Y estaba dispuesta a beber de ese conocimiento blanco y sucio.
Pasaban los días y yo ardía cada vez más. Tomaba fotografías de mi cuerpo con mi propio celular y fantaseaba con excitarlo mostrándoselas. Alguna vez se lo sugerí y se entusiasmó. Pero no me animé. Ni siquiera cuando me dijo que había terminado con su novia. Por un instante sentí todas las ilusiones. Sentí la ilusión de ser su novia, sentí la ilusión de casarme con él, sentí la ilusión de sentirlo dentro, pero también sentí que todo era una ilusión y que él sólo quería mi cuerpo. Y yo ya sólo deseaba el suyo.
Felipe me propuso que fuéramos a Cuernavaca a una casa que le habían prestado. Pasó temprano por mí y nos fuimos. Estuvimos todo el día juntos. Nos besamos todo el día. Ya no podía más, de verdad ya no podía más y él lo sabía. Ya no podía más cuando me desnudé para ponerme el bikini. Me sentía tan húmeda que corrí hacia la alberca por temor a que se me notara. Él ya estaba allí esperándome. Me abrazó y me besó. Sentir el agua y sentir su boca fue una de las sensaciones que más he disfrutado. Puso su miembro entre mis piernas, ambos con el traje de baño, y empezó a moverse. Mi vagina estaba sintiendo lo que nunca había sentido y le pedí que se quedara allí más y más tiempo. Pero él estaba también muy excitado, si yo no podía más, creo que él, pese a su experiencia, estaba más caliente que yo. Seguía besándome y trató de bajarme la parte inferior del traje, pero se lo impedí como también le impedí que él se quitara la suya. Entonces me susurró que me esperaría dentro de la casa. Le pedí que no se fuera. No respondió.
Me dejó sola en la alberca y yo temblaba de miedo. Temblaba. Mis piernas estaban paralizadas y por eso no corrí a violarlo. Estaba entre una convicción y un deseo. El deseo parecía ser más grande. Salir tras de él no tenía reversa. Quedarme en la alberca era posponer lo que me daba cuenta que llegaría. No sé si me quedé allí un instante o unos minutos. Me envolví en la toalla y entré en la casa, donde él me esperaba desnudo. Le pedí, casi llorando, que me comprendiera y que no podía hacerlo, pero él metió las manos entre mis piernas. Eso me permitió resistirme unos segundos hasta que él dijo Ayúdame entonces, ya no puedo más. Y probé lo que no sabía ni a piel ni a orina como yo esperaba. Probé hasta que él me dijo que estaba próximo a terminar. Y vi saltar lo que unos días antes me había ensuciado. Lo vi con detenimiento. Lo vi pensando en que podía haber sido mío. Deseé poder hacer un hombre tan perfecto como Felipe. Y dormí sobre el cuerpo de un hombre desnudo.
Salimos a comer y Felipe bebió de más, así que cuando volvimos a la casa íbamos a meternos a nadar pero él regresó a dormir y yo permanecí con las piernas dentro de la alberca. Las abría y las cerraba. Las apretaba un poco. Discretamente pasaba mi mano por entre ellas. Nadie podía ver hacia la alberca, salvo Felipe si despertaba. Quería desnudarme, pero me fui a acurrucar junto a él, hasta que me contagió el sueño. Despertamos ya muy noche y regresamos a México.
Al llegar estaba temerosa de mi madre por la hora, pero no quería dejar de recordar lo mucho que valió la pena, y eso mismo fue lo que pensé todo el tiempo, ya en la madrugada, en que mi madre iracunda se avergonzaba de que según ella, su hija fuera una puta. Al oírla me sentí tan contenta de ser tan puta como había yo sido hasta ese día.
Juan Manuel hackeó mi cuenta de correo y descubrió varios mensajes que me había mandado Felipe. Se enfureció al creer que alguien había logrado lo que él había buscado durante meses. Aguardó hasta que nadie estuviera en casa más que yo. Abrí la puerta y se metió por la fuerza. Me reclamó que me estuviera acostando con un tal Felipe, pero lo negué. Nunca entendió nada. Y yo no supe qué hacer. De pronto sólo estaba sometida a él, con los pantalones y los calzones en las rodillas. Sentía los golpes de su cuerpo como el péndulo que veía balancearse en el reloj de la pared. Ni siquiera me di cuenta cuando terminó. Sólo dijo No había pasado nada, verdad. Al día siguiente llamó y dijo Perdón. Nunca más volvió a llamar. Me limpié como si hubiera ido al baño. Y algo me decía que debía llorar porque había pasado una cosa grave. Sólo por eso lloré. No pensé en denunciarlo. Para mí no había más culpable que yo misma.
Al día siguiente le dije a Felipe que necesitaba verlo. Cuando le platiqué lo que había sucedido me abrazó y me consoló con sus palabras. Pero lo sentí otro. Se acabó la química. Sé que no me creyó. En el fondo yo tampoco le creí cuando me dijo que había terminado con su novia. Un día lo encontré con una chica. Siempre me hice a la idea de que era la misma novia que él ya no aguantaba. Hacían bonita pareja. Me gustó la forma en que la tomaba del hombro. Su mano parecía gigantesca y protectora. Sonreí de lejos. Sin que me vieran.

viernes, 5 de septiembre de 2008

D. J. Hoko

D. J. Hoko había presentado su último disco. La presentación estuvo muy concurrida por jóvenes en su mayoría menores de veinticinco años, algunos de ellos con vestimenta muy especial, incluidos aquellos que portaban una pantalla de cristal líquido en la espalda proyectando escenas de sexo explícito o incluso de sexo con animales. Sólo una chica exhibía imágenes sin sexo; era una recopilación de videos de la primera y la segunda guerra mundiales. Se conmemoraba el primer centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Los controles para acceder a la bodega en la que fue presentado el disco fueron muy estrictos, pero como ya era la tendencia, los controles a la salida fueron mucho más. Los jóvenes no se resistían a la primera toma de sangre, pero sí a la segunda. Algunos de los que se resistían salían negativos en sus análisis. Tal vez una nueva droga. Tal vez ya consumían el neutralizador que era tan mencionado en las pláticas pero jamás encontrado en el mercado negro. Tal vez no se habían drogado. Otros chicos fueron detenidos. Siempre ocurría así. Saldrían unos meses más tarde.
Mi novia y yo no nos drogábamos. Solíamos tener sexo en lugares públicos. Esa era nuestra droga. Cada vez que íbamos a un hotel de paso abríamos las cortinas y ella estrellaba sus senos contra la ventana. Nos lamentábamos cuando nuestra habitación no daba a la calle, pero usualmente nos tocaban cuartos interiores, como la mayoría.
Salimos de la bodega y nos aproximamos al auto. Fadam sugirió que nos calláramos cuando descubrimos que en el coche vecino estaban fajando. Entramos sigilosamente al nuestro y de pronto terminó el agasajo y se apearon. Eran dos muchachas. Una guapa. La otra no. Fadam se asqueó, pero a los pocos minutos desabrochó mi bragueta. No había nada más que recordar de la exhibición lésbica del otro auto.
Días más tarde intenté bajar el mp9 del album de D. J. Hoko. Tardé en localizarlo pese a que tenía un motor de búsqueda muy innovador. Los productores de discos todavía no inventaban cómo proteger las canciones de este programa. Retspan Beta 1.0. descifraba los códigos de los discos y de los cartuchos mp9 como ningún otro. Parecía tan sencillo como los viejos archivos mp3 y tan rápido como el efímero mp7.
Sin embargo nadie contaba con que el Retspan estuviera conectado con la fiscalía de derechos de autor. Los más especializados en bajar música de la red confiamos en el Retspan como en cualquier otro programa. El Retspan había estado dando aviso de toda la música que yo bajaba sin que pudiera imaginarlo. Obtener el mp9 de D. J. Hoko salió caro. Hubiera sido preferible no ir al concierto y comprar el cartucho original. Pero era demasiado tarde. A penas estaba escuchando la cuarta pieza, de dieciséis, cuando entró la policía. Dieron una patada en la puerta. Volteé hacia ella con el reproductor inalámbrico en la mano y la sala mi casa se inundó de silencio, a pesar de que la música de Hoko seguía sonando cercana al máximo.
Durante mi traslado seguía repasando lo que había sucedido. No lo podía creer. La legislación que permitía que los delitos cibernéticos pudieran ser castigados en flagrancia tenía sólo un mes. Nadie la entendía. Mucho menos creían en ella. Yo tampoco. Debo haber sido una de las primeras víctimas. Meditaba qué habría de decir. Pero no pude decir nada. Fue mejor. No abrí la boca hasta que tuve un abogado.
Fue abogada. Sus senos se sombreaban el uno al otro fuera de su ropa. No había nada más que ver en ella. Hablamos y propuso una estrategia de defensa. No tenía mucho sentido. Yo sabía que estaría detenido unos meses y finalmente saldría. Temeroso no de bajar la música por internet, sino de escuchar música.
La cárcel fue tan solo un silencio ensordecedor. No escuché música electrónica por al menos ocho meses. Mi novia sólo me visitó la primera semana. Mi mano me recordaba su visita. Al principio casi diario. Después pasaban varias semanas. Al final de nuevo diario. Pero ya no era ella. Era una de las visitas a Ryun, otro detenido por intercambiar música a través del Retspan.
No teníamos cómo mirar quién visitaba a quién, salvo cuando debíamos realizar algún trabajo en la zona. Un drenaje oxidado fue el que me llamó. Allí estaba a varios metros sobre el nivel del patio. Ella atravesó temerosa, mirando hacia todos lados. Nuestros ojos se cruzaron justo antes de que ella entrara al cuarto. Sus pechos brillaban, su trasero también. Sus labios. Sus ojos eran opacos. Su pelo absorbía toda la luz del universo. Temblaban sus ojos. Arrastraba los pies. Sus ojos pesaban en la circulación de mi sangre. Miré en silencio cómo Ryun se acercaba al cuarto. Me saludó y no contesté. Sólo pensaba en sus ojos. No había manera de espiarlos. Sentí deseos. La oí gritar. La vi salir y busqué su mirada. Se cruzó con la mía y se avergonzó. Desapareció y nunca volví a trabajar allí.
Ryun siguió teniendo visitas. Yo quería sustituirlo pero fue imposible. Era imposible. Y aún así, eran muchas quienes lo visitaban. Cuándo coincidiría con la de los ojos que tenía clavados en el alma. Después llegó mi turno de salir. Busqué sus ojos en todas.
Fadam pasó por mí a la cárcel. Metí mi mano entre sus piernas al cabo de unos minutos. Parecía que le estuviera tocando la mano. No lubricaba. No se resistía. No mostraba emoción alguna. Le pedí que se estacionara. Me puse sobre ella y recosté el respaldo. Se dejó penetrar pero no gozó, no gimió. Me vine sobre el asiento. Estaba molesta por la suciedad que había dejado. Su ropa se había manchado. Decenas de desconocidos nos habían visto. Antes de llegar a casa pidió que me bajara.
Caminé con lentitud, cargando una mochila y con unos cuantos pesos en el bolsillo. Entré a una sex shop. En una cabina comencé a pasar los canales hasta que encontré un trío lésbico. No lograba la erección. Se acabó el dinero y tuve que salir. Seguí caminando hasta que llegué a casa. Toqué el timbre y mi hermano abrió. Vi sus ojos atónitos. No sabía que ya había salido. Nos abrazamos y lloramos.
Al día siguiente no sabía qué hacer. Miré el periódico con la idea de buscar trabajo. En los clasificados sólo me interesaban las páginas de los masajes. Pensé en lo que había pasado con Fadam el día anterior. No entendía nada. Recordé a la amante de Ryun y me excité. No tenía ganas de terminar. Terminé.
Algún vecino puso música electrónica y yo me acosté a escucharla, sorprendido de lo que había sucedido en los últimos meses. Me quedé mirando hacia el techo. Luego la apagó de súbito y me quedé mirando hacia el techo.
Las campanas de la iglesia se escucharon a lo lejos. Luego el tren. Luego mis tripas. Luego nada. Dormí porque estaba cansado de tanto dormir. Desperté cuando sonó el teléfono.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Qué curioso

Hemos sido amantes y hemos sido todo, y sin embargo debemos todavía poner pretextos para tocarnos, debemos actuar y tú decir que no buscaste un pretexto, y yo decir que jamás lo habría pensado así. No podemos resistirnos cuando llega el momento de los dos desearnos, aunque tú puedes resistirte para sentir el poder que te da ver mi deseo, pero cuando pierdes el poder enloqueces y no nos quedan más que los pretextos. Y yo jamás podré resistirme a tu cuerpo, pero tendré que simular que sabré vivir sin él, y saber engancharme en tus pretextos de aquí a que tú pongas alguno, para que nuestros cuerpos se abracen otra vez, y nuestras almas inventen nuevos pretextos para estar y no estar juntas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Noches de tango

Mucho tiempo fuimos amigos. De hecho, cuando la conocí me enamoré de ella. Era un poco mayor que yo y a sus 17 años era la más buena de todas sus compañeras. Un día íbamos por la calle y me encontré a un compañero de la preparatoria. Ella me abrazó. Cuando lo volví a ver me preguntó si era mi novia y soberbiamente contesté Algo así.
El tiempo pasó y seguimos siendo amigos. Fui a su boda y pronto me hice amigo de su esposo, aunque era claro que sentía algo de celos. Su matrimonio siempre fue un fracaso y un ir y venir de los dos, hasta que la ruptura pareció definitiva. Durante varios años sólo oí malos comentarios sobre el papá de sus hijos.
Un día íbamos a bailar tango. Ella propuso que primero practicáramos un poco y comenzó a enseñarme los pasos. Yo, con dos pies izquierdos, como dicen, me dejé enseñar con torpeza. Casi cuatro horas estuvimos practicando y obviamente no fuimos a bailar a ningún lado. Nuestras bocas cada vez estaban más cerca y llegó un momento que tuve ganas de besarla, así que fui jugando a acercarme un milímetro más cada compás.
Cuando nos besamos descubrí que llevaba casi 20 años jugando al inocente. Sólo ese pretexto bastó para que explotara el tanque de gas que llevaba dentro. Nos desnudamos en la sala y con dificultades llegamos a la habitación. En unos minutos quedé profundamente sorprendido, escuché ruidos demoniacos, la apertura de sus piernas alcanzó los 180 grados, su sudor me colmaba, la perfección de su cuerpo me resultaba innecesaria, su obsesión multiorgásmica no me producía placer.
Durante un par de meses nos estuvimos viendo casi cada fin de semana. Ella veía con quien encargar el cuidado de sus hijos durante la noche, íbamos a cenar y dormíamos juntos. A decir verdad yo no alcanzaba a dormir. Ella sí un poco, pero cuando volvía su deseo presionaba para que retornara el mío que tardaba mucho más.
Yo me sentía cansado y prefería, por mucho, a otra de mis amigas, con quien la plática no era tan elevada, pero las exigencias sexuales eran mucho menores. Así se lo dije. Le dije que no estaba interesado en formalizar y que no estaba disfrutando lo que hacíamos. Ella simplemente se quedó quieta, la penetré sin que hiciera mayor expresión, y terminé completamente satisfecho.
Meses más tarde pasé a saludarla y platicamos un largo rato. Al despedirme quise darle un beso en la boca pero lo evadió. En otra ocasión traté de visitarla pero también me evitó.
Pasó más de un año y me decidí a buscarla con cualquier pretexto. Al marcar a su casa escuché una voz varonil idéntica a la de su exesposo en la contestadora. Dejé un mensaje. Al colgar hice cuentas de la edad de su hijo mayor. Debe haber tenido unos 13 años. Imposible, la voz no podía haber sido de él. Me arrepentí de haber dejado el mensaje. No supe más de ella.