lunes, 1 de septiembre de 2008

Noches de tango

Mucho tiempo fuimos amigos. De hecho, cuando la conocí me enamoré de ella. Era un poco mayor que yo y a sus 17 años era la más buena de todas sus compañeras. Un día íbamos por la calle y me encontré a un compañero de la preparatoria. Ella me abrazó. Cuando lo volví a ver me preguntó si era mi novia y soberbiamente contesté Algo así.
El tiempo pasó y seguimos siendo amigos. Fui a su boda y pronto me hice amigo de su esposo, aunque era claro que sentía algo de celos. Su matrimonio siempre fue un fracaso y un ir y venir de los dos, hasta que la ruptura pareció definitiva. Durante varios años sólo oí malos comentarios sobre el papá de sus hijos.
Un día íbamos a bailar tango. Ella propuso que primero practicáramos un poco y comenzó a enseñarme los pasos. Yo, con dos pies izquierdos, como dicen, me dejé enseñar con torpeza. Casi cuatro horas estuvimos practicando y obviamente no fuimos a bailar a ningún lado. Nuestras bocas cada vez estaban más cerca y llegó un momento que tuve ganas de besarla, así que fui jugando a acercarme un milímetro más cada compás.
Cuando nos besamos descubrí que llevaba casi 20 años jugando al inocente. Sólo ese pretexto bastó para que explotara el tanque de gas que llevaba dentro. Nos desnudamos en la sala y con dificultades llegamos a la habitación. En unos minutos quedé profundamente sorprendido, escuché ruidos demoniacos, la apertura de sus piernas alcanzó los 180 grados, su sudor me colmaba, la perfección de su cuerpo me resultaba innecesaria, su obsesión multiorgásmica no me producía placer.
Durante un par de meses nos estuvimos viendo casi cada fin de semana. Ella veía con quien encargar el cuidado de sus hijos durante la noche, íbamos a cenar y dormíamos juntos. A decir verdad yo no alcanzaba a dormir. Ella sí un poco, pero cuando volvía su deseo presionaba para que retornara el mío que tardaba mucho más.
Yo me sentía cansado y prefería, por mucho, a otra de mis amigas, con quien la plática no era tan elevada, pero las exigencias sexuales eran mucho menores. Así se lo dije. Le dije que no estaba interesado en formalizar y que no estaba disfrutando lo que hacíamos. Ella simplemente se quedó quieta, la penetré sin que hiciera mayor expresión, y terminé completamente satisfecho.
Meses más tarde pasé a saludarla y platicamos un largo rato. Al despedirme quise darle un beso en la boca pero lo evadió. En otra ocasión traté de visitarla pero también me evitó.
Pasó más de un año y me decidí a buscarla con cualquier pretexto. Al marcar a su casa escuché una voz varonil idéntica a la de su exesposo en la contestadora. Dejé un mensaje. Al colgar hice cuentas de la edad de su hijo mayor. Debe haber tenido unos 13 años. Imposible, la voz no podía haber sido de él. Me arrepentí de haber dejado el mensaje. No supe más de ella.

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