sábado, 13 de septiembre de 2008

D. J. Hoko

D. J. Hoko había presentado su último disco. La presentación estuvo muy concurrida por jóvenes en su mayoría menores de veinticinco años, algunos de ellos con vestimenta muy especial, incluidos aquellos que portaban una pantalla de cristal líquido en la espalda proyectando escenas de sexo explícito o incluso de sexo con animales. Sólo una chica exhibía imágenes sin sexo; era una recopilación de videos de la primera y la segunda guerra mundiales. Se conmemoraba el primer centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Los controles para acceder a la bodega en la que fue presentado el disco fueron muy estrictos, pero como ya era la tendencia, los controles a la salida fueron mucho más. Los jóvenes no se resistían a la primera toma de sangre, pero sí a la segunda. Algunos de los que se resistían salían negativos en sus análisis. Tal vez una nueva droga. Tal vez ya consumían el neutralizador que era tan mencionado en las pláticas pero jamás encontrado en el mercado negro. Tal vez no se habían drogado. Otros chicos fueron detenidos. Siempre ocurría así. Saldrían unos meses más tarde.
Mi novia y yo no nos drogábamos. Solíamos tener sexo en lugares públicos. Esa era nuestra droga. Cada vez que íbamos a un hotel de paso abríamos las cortinas y ella estrellaba sus senos contra la ventana. Nos lamentábamos cuando nuestra habitación no daba a la calle, pero usualmente nos tocaban cuartos interiores, como la mayoría.
Salimos de la bodega y nos aproximamos al auto. Fadam sugirió que nos calláramos cuando descubrimos que en el coche vecino estaban fajando. Entramos sigilosamente al nuestro y de pronto terminó el agasajo y se apearon. Eran dos muchachas. Una guapa. La otra no. Fadam se asqueó, pero a los pocos minutos desabrochó mi bragueta. No había nada más que recordar de la exhibición lésbica del otro auto.
Días más tarde intenté bajar el mp9 del album de D. J. Hoko. Tardé en localizarlo pese a que tenía un motor de búsqueda muy innovador. Los productores de discos todavía no inventaban cómo proteger las canciones de este programa. Retspan Beta 1.0. descifraba los códigos de los discos y de los cartuchos mp9 como ningún otro. Parecía tan sencillo como los viejos archivos mp3 y tan rápido como el efímero mp7.
Sin embargo nadie contaba con que el Retspan estuviera conectado con la fiscalía de derechos de autor. Los más especializados en bajar música de la red confiamos en el Retspan como en cualquier otro programa. El Retspan había estado dando aviso de toda la música que yo bajaba sin que pudiera imaginarlo. Obtener el mp9 de D. J. Hoko salió caro. Hubiera sido preferible no ir al concierto y comprar el cartucho original. Pero era demasiado tarde. A penas estaba escuchando la cuarta pieza, de dieciséis, cuando entró la policía. Dieron una patada en la puerta. Volteé hacia ella con el reproductor inalámbrico en la mano y la sala mi casa se inundó de silencio, a pesar de que la música de Hoko seguía sonando cercana al máximo.
Durante mi traslado seguía repasando lo que había sucedido. No lo podía creer. La legislación que permitía que los delitos cibernéticos pudieran ser castigados en flagrancia tenía sólo un mes. Nadie la entendía. Mucho menos creían en ella. Yo tampoco. Debo haber sido una de las primeras víctimas. Meditaba qué habría de decir. Pero no pude decir nada. Fue mejor. No abrí la boca hasta que tuve un abogado.
Fue abogada. Sus senos se sombreaban el uno al otro fuera de su ropa. No había nada más que ver en ella. Hablamos y propuso una estrategia de defensa. No tenía mucho sentido. Yo sabía que estaría detenido unos meses y finalmente saldría. Temeroso no de bajar la música por internet, sino de escuchar música.
La cárcel fue tan solo un silencio ensordecedor. No escuché música electrónica por al menos ocho meses. Mi novia sólo me visitó la primera semana. Mi mano me recordaba su visita. Al principio casi diario. Después pasaban varias semanas. Al final de nuevo diario. Pero ya no era ella. Era una de las visitas a Ryun, otro detenido por intercambiar música a través del Retspan.
No teníamos cómo mirar quién visitaba a quién, salvo cuando debíamos realizar algún trabajo en la zona. Un drenaje oxidado fue el que me llamó. Allí estaba a varios metros sobre el nivel del patio. Ella atravesó temerosa, mirando hacia todos lados. Nuestros ojos se cruzaron justo antes de que ella entrara al cuarto. Sus pechos brillaban, su trasero también. Sus labios. Sus ojos eran opacos. Su pelo absorbía toda la luz del universo. Temblaban sus ojos. Arrastraba los pies. Sus ojos pesaban en la circulación de mi sangre. Miré en silencio cómo Ryun se acercaba al cuarto. Me saludó y no contesté. Sólo pensaba en sus ojos. No había manera de espiarlos. Sentí deseos. La oí gritar. La vi salir y busqué su mirada. Se cruzó con la mía y se avergonzó. Desapareció y nunca volví a trabajar allí.
Ryun siguió teniendo visitas. Yo quería sustituirlo pero fue imposible. Era imposible. Y aún así, eran muchas quienes lo visitaban. Cuándo coincidiría con la de los ojos que tenía clavados en el alma. Después llegó mi turno de salir. Busqué sus ojos en todas.
Fadam pasó por mí a la cárcel. Metí mi mano entre sus piernas al cabo de unos minutos. Parecía que le estuviera tocando la mano. No lubricaba. No se resistía. No mostraba emoción alguna. Le pedí que se estacionara. Me puse sobre ella y recosté el respaldo. Se dejó penetrar pero no gozó, no gimió. Me vine sobre el asiento. Estaba molesta por la suciedad que había dejado. Su ropa se había manchado. Decenas de desconocidos nos habían visto. Antes de llegar a casa pidió que me bajara.
Caminé con lentitud, cargando una mochila y con unos cuantos pesos en el bolsillo. Entré a una sex shop. En una cabina comencé a pasar los canales hasta que encontré un trío lésbico. No lograba la erección. Se acabó el dinero y tuve que salir. Seguí caminando hasta que llegué a casa. Toqué el timbre y mi hermano abrió. Vi sus ojos atónitos. No sabía que ya había salido. Nos abrazamos y lloramos.
Al día siguiente no sabía qué hacer. Miré el periódico con la idea de buscar trabajo. En los clasificados sólo me interesaban las páginas de los masajes. Pensé en lo que había pasado con Fadam el día anterior. No entendía nada. Recordé a la amante de Ryun y me excité. No tenía ganas de terminar. Terminé.
Algún vecino puso música electrónica y yo me acosté a escucharla, sorprendido de lo que había sucedido en los últimos meses. Me quedé mirando hacia el techo. Luego la apagó de súbito y me quedé mirando hacia el techo.
Las campanas de la iglesia se escucharon a lo lejos. Luego el tren. Luego mis tripas. Luego nada. Dormí porque estaba cansado de tanto dormir. Desperté cuando sonó el teléfono.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Repetido!

Una loca de atar.

Roberto Remes Tello de Meneses dijo...

Tienes toda la razón, loca de atar.