domingo, 7 de septiembre de 2008

La vida no vale nada

Mi novio me propuso matrimonio y en algún momento creí que su propuesta era sincera. Llevábamos año y medio juntos, así que ya estábamos cerca de algún desenlace. Matrimonio o fin de la relación. No iniciamos los preparativos, pero sí comenzábamos a hablar de qué haríamos. Oficialmente yo estaba comprometida. Él evadía los detalles de la fecha y los primeros gastos, y cada vez era más insistente su demanda de que llegáramos a la cama. Le insistí en lo muy importante que era para mí llegar virgen al matrimonio. Después ya no tendría nada que ofrecerle.
Al cabo de unos meses, no muchos, unos tres o cuatro, la propuesta matrimonial se esfumó junto con Juan Luis, mi supuesto prometido. No lloré porque de alguna manera en mi interior sabía perfectamente que eso iba a ocurrir, aunque sí me hacía ilusión casarme, y casarme con él.
Acudí a una reunión a casa de unos amigos y allí conocí a Felipe, un tipo bastante apuesto y sonriente. Me encantó desde un principio, un principio que dijo él desde un principio que no fue el principio, que ya nos habíamos visto antes, pero no, para mí eso era imposible. Me habría acordado de él.
Desde ese principio, Felipe y yo tuvimos una gran química, pero me veía en completa desventaja con él, me gustaba tanto que sentía que no podía ser mío. Parecía un ángel, inofensivo, pero desde la primera vez que salimos supe que era un gran seductor, y días antes ya deseaba hacerle el amor.
Como si hubiera olido mis hormonas, Juan Luis comenzó a buscarme y a pedir perdón. No fue demasiado insistente pero sí digamos una o dos veces por semana. Lo bateé. Había que vivir esto.
Felipe me llevó a escuchar jazz y me besó. Era demasiado pronto para que me besara, pero lo hizo y lo hizo en forma acelerada. Toda su distinción se perdía en unos besos que parecían de alguien que sólo quería acostarse conmigo. Claro. Sólo quería acostarse conmigo. Aún así me dio la oportunidad de enseñarle a besar. Al cabo de unos días aprendió.
Felipe tenía novia. Me lo dejó en claro desde esa primera vez que salimos. Estaba harto de ella. Eso también me lo dejó en claro, pero si bien me hacía ilusión que terminara, no alcanzaba yo a creer que la sustituyera por mí. De verdad, me gustaba mucho.
Me encantó cómo me abrazó. Sentí su pene recargado en mi trasero y en mi vientre durante más de una hora. Sabía hacer las cosas. Y aunque yo tenía más motivos que él, ambos estábamos excitados. En la calle. Acercaba su mano a mis senos, me tocaba por encima de la ropa, me tenía nerviosa, tal vez habría accedido ese mismo día a perder mis ideas, pero él apostó a disfrutar mi excitación.
Los siguientes días nos vimos y nos besamos. Me propuso que hiciéramos el amor, pero le dije que no se hiciera ilusiones. Para Felipe no eran ilusiones. Él sabía que todo lo podía. Lo sabía.
Cuando me quedaba a solas pensaba en él y sentía que explotaba. Pensaba y pensaba en él. Pero me parecía tan sucio tocar mi cuerpo. Nunca nadie me había dicho nada a favor o en contra de tocarme, pero la simple idea de hacerlo era sucia. Nadie hubiera creído que un hombre tan pulcro me indujera a darme placer. Si no vas a acostarte conmigo, me dijo, no importa, sólo te voy a pedir que esta noche te toques pensando en mí. Me ofendió el comentario, pero una vez que me dejó en casa disfruté recordar su voz y su insinuación. No me atrevía a hacer nada. Sólo confirmé que mi ropa interior llegaba cada vez más marcada de la presencia de Felipe en mi vida.
Felipe era tan franco y tan seguro en sus propuestas que si bien yo todavía estaba diciendo que no, las estaba tolerando como si me invitara a desayunar fruta con yogur. Eso en sí mismo me sorprendía. Comenzó a hacerlas a través de los mensajes del celular, y las primeras veces no le respondía o le respondía pidiendo que se serenara, pero luego yo también le daba alas para que fantaseara. Más tarde no sólo fue el celular, sino el correo electrónico.
Felipe era tan perfecto que no podía creer que me batiera la cara de semen. Me llevó a tomar una copa a un bar en una carretera, y luego me metió a un hotel de paso. Subí las escaleras muy nerviosa y sin saber qué hacer. En algún momento pensé en huir pero me dio vergüenza. Sentí que sólo podía subir las escaleras y rogarle que no me desnudara, rogarle que no me penetrara, rogarle que no me acariciara, rogarle que no besara mis pechos, rogarle que no me rogara con ese miembro suyo que comenzaba a parecerme familiar.
Poco a poco se fue desnudando y yo resistiéndome a ser desnudada. Cuando sólo quedaban sus boxers le pedí que no se los quitara, pero lo hizo. Yo seguía vestida y si bien pudo tocar mis senos no dejé que metiera la mano por entre las piernas. Cuando estuvo completamente desnudo acercó su miembro a mi mano y la retiré sobresaltada. Le dije que nunca había visto uno y que no quería verlo, pero él insistió y dijo que estaba muy excitado, que lo tocara y que lo ayudara. Pero no pude. Entonces por fin accedió a que sólo nos besáramos mientras él se masturbaba. Pero cuando terminó dejó de besarme y de pronto me sentí sucia. La más sucia de todas. Corrí al baño y me limpié no con la toalla sino con su playera.
Quería llorar pero quería más de él. Me dolía lo que había hecho pero quería que lo hiciera de nuevo. Quería reconvenirme por estar jugando así, pero quería seguir aprendiendo de la vida. Seguir aprendiendo de él. Y estaba dispuesta a beber de ese conocimiento blanco y sucio.
Pasaban los días y yo ardía cada vez más. Tomaba fotografías de mi cuerpo con mi propio celular y fantaseaba con excitarlo mostrándoselas. Alguna vez se lo sugerí y se entusiasmó. Pero no me animé. Ni siquiera cuando me dijo que había terminado con su novia. Por un instante sentí todas las ilusiones. Sentí la ilusión de ser su novia, sentí la ilusión de casarme con él, sentí la ilusión de sentirlo dentro, pero también sentí que todo era una ilusión y que él sólo quería mi cuerpo. Y yo ya sólo deseaba el suyo.
Felipe me propuso que fuéramos a Cuernavaca a una casa que le habían prestado. Pasó temprano por mí y nos fuimos. Estuvimos todo el día juntos. Nos besamos todo el día. Ya no podía más, de verdad ya no podía más y él lo sabía. Ya no podía más cuando me desnudé para ponerme el bikini. Me sentía tan húmeda que corrí hacia la alberca por temor a que se me notara. Él ya estaba allí esperándome. Me abrazó y me besó. Sentir el agua y sentir su boca fue una de las sensaciones que más he disfrutado. Puso su miembro entre mis piernas, ambos con el traje de baño, y empezó a moverse. Mi vagina estaba sintiendo lo que nunca había sentido y le pedí que se quedara allí más y más tiempo. Pero él estaba también muy excitado, si yo no podía más, creo que él, pese a su experiencia, estaba más caliente que yo. Seguía besándome y trató de bajarme la parte inferior del traje, pero se lo impedí como también le impedí que él se quitara la suya. Entonces me susurró que me esperaría dentro de la casa. Le pedí que no se fuera. No respondió.
Me dejó sola en la alberca y yo temblaba de miedo. Temblaba. Mis piernas estaban paralizadas y por eso no corrí a violarlo. Estaba entre una convicción y un deseo. El deseo parecía ser más grande. Salir tras de él no tenía reversa. Quedarme en la alberca era posponer lo que me daba cuenta que llegaría. No sé si me quedé allí un instante o unos minutos. Me envolví en la toalla y entré en la casa, donde él me esperaba desnudo. Le pedí, casi llorando, que me comprendiera y que no podía hacerlo, pero él metió las manos entre mis piernas. Eso me permitió resistirme unos segundos hasta que él dijo Ayúdame entonces, ya no puedo más. Y probé lo que no sabía ni a piel ni a orina como yo esperaba. Probé hasta que él me dijo que estaba próximo a terminar. Y vi saltar lo que unos días antes me había ensuciado. Lo vi con detenimiento. Lo vi pensando en que podía haber sido mío. Deseé poder hacer un hombre tan perfecto como Felipe. Y dormí sobre el cuerpo de un hombre desnudo.
Salimos a comer y Felipe bebió de más, así que cuando volvimos a la casa íbamos a meternos a nadar pero él regresó a dormir y yo permanecí con las piernas dentro de la alberca. Las abría y las cerraba. Las apretaba un poco. Discretamente pasaba mi mano por entre ellas. Nadie podía ver hacia la alberca, salvo Felipe si despertaba. Quería desnudarme, pero me fui a acurrucar junto a él, hasta que me contagió el sueño. Despertamos ya muy noche y regresamos a México.
Al llegar estaba temerosa de mi madre por la hora, pero no quería dejar de recordar lo mucho que valió la pena, y eso mismo fue lo que pensé todo el tiempo, ya en la madrugada, en que mi madre iracunda se avergonzaba de que según ella, su hija fuera una puta. Al oírla me sentí tan contenta de ser tan puta como había yo sido hasta ese día.
Juan Manuel hackeó mi cuenta de correo y descubrió varios mensajes que me había mandado Felipe. Se enfureció al creer que alguien había logrado lo que él había buscado durante meses. Aguardó hasta que nadie estuviera en casa más que yo. Abrí la puerta y se metió por la fuerza. Me reclamó que me estuviera acostando con un tal Felipe, pero lo negué. Nunca entendió nada. Y yo no supe qué hacer. De pronto sólo estaba sometida a él, con los pantalones y los calzones en las rodillas. Sentía los golpes de su cuerpo como el péndulo que veía balancearse en el reloj de la pared. Ni siquiera me di cuenta cuando terminó. Sólo dijo No había pasado nada, verdad. Al día siguiente llamó y dijo Perdón. Nunca más volvió a llamar. Me limpié como si hubiera ido al baño. Y algo me decía que debía llorar porque había pasado una cosa grave. Sólo por eso lloré. No pensé en denunciarlo. Para mí no había más culpable que yo misma.
Al día siguiente le dije a Felipe que necesitaba verlo. Cuando le platiqué lo que había sucedido me abrazó y me consoló con sus palabras. Pero lo sentí otro. Se acabó la química. Sé que no me creyó. En el fondo yo tampoco le creí cuando me dijo que había terminado con su novia. Un día lo encontré con una chica. Siempre me hice a la idea de que era la misma novia que él ya no aguantaba. Hacían bonita pareja. Me gustó la forma en que la tomaba del hombro. Su mano parecía gigantesca y protectora. Sonreí de lejos. Sin que me vieran.

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