Cochinito y Conejita se cruzaban muy seguido por el bosque. Se veían de cerca o de lejos y se gustaban.
Pero Cochinito estaba enamorado de Ovejita. No podía mirar a Conejita, quien salía con Caballito, porque realmente quería mucho a Ovejita. Pero Ovejita tenía un día bueno con Cochinito y un día malo, así que Cochinito se hacía pequeño cada día y su corazón sangraba.
Cochinito, con todo el dolor del mundo, tuvo que alejarse de Ovejita. Ya no podían estar juntos, pero tampoco podían estar lejos. Ovejita lloraba a Cochinito sólo delante de él, pero a sus espaldas sonreía. Cochinito estallaba y tenía ganas de sacudirse el lodo frente a Ovejita para dejarla toda sucia, pero se aguantaba, y cada vez saltaba desde más lejos hacia los charcos de lodo para salpicar a muchos metros a su alrededor.
Cochinito comenzó a distraerse con todas las flores que iba encontrando en el bosque, hasta que un día se dio cuenta de que cada flor que encontraba, por unos minutos le hacía cosquillas en el cuerpo, le daba alegría, le hacía sentir intenso, pero al final se sentía más solo.
Fue una cosa dura para Cochinito, pero de pronto se abrió la esperanza. Conversando un día con Conejita supo que ella ya no veía a Caballito. También estaba dolida, y se había metido en un laberinto del que no sabía cómo salir. No se había alejado de Caballito sólo por el coraje de no haber sido valorada, se había alejado de Caballito alentada por los consejos de Pato, quien le hablaba al oído y le decía que quería estar con ella toda la vida.
Cochinito comenzó a cortejar a Conejita, y eso le gustaba pero también la confundía. No sabía qué hacer con la voz, a veces tierna y a veces ruda, que le hablaba al oído. Era simplemente diferente a Cochinito, así que uno no competía con el otro. Pato y Cochinito eran acaso complementarios, no había virtudes ni defectos que comparar.
Cochinito se acercaba todas las mañanas a su madriguera y le recitaba un poema, le cantaba una canción y le colocaba algún detalle, como un trébol de cuatro hojas un día, una zanahoria, un espejo.
Conejita seguía confundida. Cochinito estaba entusiasmado, pero sabía que algo raro pasaba por la cabeza de Conejita, sabía que todavía no podía decir que ella era suya.
Había veces que Cochinito sentía cómo Conejita se alejaba. Eran días horribles, eran días de desesperación en los que quería correr a refugiarse en Ovejita, quería gritar su amor ante Ovejita. Pero no era el amor a Ovejita o el amor a Conejita. Era el amor a sí mismo, que Cochinito quería compartir, que sabía que tenía mucho que dar y que sólo quería recibir a cambio comprensión, paciencia, abrazos, compañía.
Claro que seguía sintiendo amor por Ovejita, claro que le entusiasmaba la idea de revolcarse en el lodo con Conejita, claro que quería besar a Conejita, claro que quería bañarse en el río con Conejita. Pero Cochinito se desesperaba. Ovejita coqueteaba un día, reclamaba otro. Conejita se dejaba querer pero seguía comunicando su propia confusión.
Cochinito se sintió solo y comenzó a alejarse de Conejita, comenzó a acercarse a Ovejita otra vez. No era volver a ella, era simplemente a estar en comunicación. Conejita estaba logrando lo imposible, acercar de nuevo a Cochinito con Ovejita, aunque él sabía que el desenlace de su historia con Ovejita siempre sería el mismo, un fluir constante de buenos y malos momentos, hasta que estallaría de coraje otra vez y volverían las ganas de sacudirse el lodo sobre el rostro hermoso de Ovejita.
Conejita se dio cuenta de que Cochinito se alejaba. Su confusión permanente la llevaba a una decisión que no quería tomar. Alejarse de Pato o alejarse por siempre de Cochinito.
Ella no podía saber cuán grande era el dolor de Cochinito. Ella no podía saber qué difíciles momentos pasaba él, y prefirió oír cuac-cuac en sus oídos que el armonioso oink-oink que Cochinito le recitaba. Sin embargo se quedó con sus orejitas paraditas, así que un día buscó a Cochinito para contarle todo a su manera.
Mientras Cochinito descansaba en el lodo vio las orejas blancas de Conejita que lo invitaban a jugar. Quiso hacer como si no mirara hacia ese punto, quiso negarse la ilusión que le daban esas orejitas largas, pero su corazón era débil. Corrió hacia el agua limpia antes de saludar. Se bañó con prisa y acercó su rosado cuerpo al peludo y blanco de Conejita.
No hubo más palabras. Él sabía por qué ella estaba allí en ese momento, y sabía que ella estaba sólo por ese momento.
Y comenzaron a jugar juntos. Las orejas triangulares de Cochinito se pararon, su colita de tirabuzón se extendió y a Conejita se le erizó el cuerpo, cada uno de sus pelitos estaba electrizado.
Cochinito tuvo mucha paciencia con Conejita, le hizo sentir su calor, fueron juntos a la cascada y se secaron al sol. En eso Cochinito empezó a acariciar la espalda de Conejita quien cerró los ojos hasta el amanecer, en que se fue sin despedirse. Cochinito durmió profundamente y luego despertó solo.
Pasaron unos días y descubrió que nada más podría salvarlo la lana de Ovejita. La buscó. Fue tolerante cuando encontró reclamos, y encontró tolerancia cada vez que fue un cerdo siendo Cochinito. Y Ovejita y Cochinito vivieron muy felices.
Moraleja: ya sea como en una historia para niños o como drama más sofisticado, la historia es siempre la misma.
jueves, 5 de junio de 2008
Fábula costumbrista de Cochinito, Conejita y Ovejita
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