lunes, 9 de junio de 2008

Pergeñares

La historia comenzaba de una manera muy simple. Romeo acudió a una fiesta en casa de Julieta y cuando se miraron se enamoraron, luego se casaron y vivieron muy felices. Mi esfuerzo al escribirla se centraría no tanto en los hechos, se miran, se enamoran, se casan, y viven felices, sino en las descripciones, los momentos que vive cada uno, los demás personajes cuando los miran, la forma en que brota el agua de una fuente, las tonalidades de las luces y de la noche, la música de la fiesta en la que Romeo y Julieta se conocieron, los bailes, la alegría, el amor, la dulzura que de ellos emana, los bocadillos que de por sí eran sabrosos, pero que se convirtieron en una auténtica delicia, en ambrosía, gracias al amor que Romeo y Julieta sentían por su pareja y que compartían con todos los invitados, y luego el anuncio de la boda era como dar aviso de que el verdadero paraíso se acercaba, que atrás quedaban los llantos, la soledad de Romeo y la de Julieta, ahora convivirían juntos por los siglos de los siglos, tendrían hermosos hijos, la gente sería más feliz porque se alimentaría de la felicidad de Romeo y de Julieta, y tanto el enlace conyugal como la celebración posterior serían un momento mucho más sublime que el instante mismo en que los ojos inigualables de Julieta se cruzaron con la mirada firme y noble de Romeo. Sin embargo, al revisar mis anotaciones me di cuenta de que estaba preparando una historia cursilona, aburrida, sin ningún atractivo, sin un momento de tensión o de duda, sin risa, sólo expresiones empalagosas, manos levantadas agitándose en señal de algarabía pero sin ningún punto de comparación, sin dolor que olvidar, y probablemente hasta sin lágrimas de emoción, sin envidias de una tal Tiburcia hacia Julieta por haberle robado a su pretendiente predilecto, sin una prostituta que se despidiera de la soledad de Romeo la noche previa a la boda, sin un Filomeno que desenvainara la espada para luchar por el amor de Julieta, y por supuesto sin dos familias, los Montaño y los Capulín, que se odiaran a muerte, que no soportaran ver a sus hijos predilectos casados y enamorados uno del otro, o sin matrimonios arreglados desde el momento mismo del nacimiento de nuestros personajes. Fue por eso que me detuve, comprendí a Shakespeare por primera vez en mi vida, y empecé a rehacer la historia.

En lo primero que tuve trabajar fue en darle a cada uno de mis personajes un pasado, alegrías y tristezas en la infancia y parte de la adolescencia, experiencias, descubrimientos, accidentes, enfermedades, algo para platicarle al otro, porque era imposible que Romeo pasara su vida mirando a Julieta y viendo cómo ella lo miraba, nadie lo creería, y si alguien pensaba que eso pudiera suceder, entonces mis dos protagonistas hubieran parecido un par de idiotas que por muy bellos que fueran, desarrollarían mejor sus papeles en una casa para enfermos mentales que en un palacio. De hecho, reconozco que en algún momento pasó por mi mente hacer de Romeo y de Julieta unos hermosos lunáticos que no hicieran nada más en la vida que disfrutar de la hermosura de su amado o amada y cagarse en los pantalones, pero luego la historia me resultó un tanto vulgar así que abandoné la idea de irme por esa vertiente. Una vez decidido que mis personajes serían cuerdos llegué a la conclusión de que no podrían serlo por completo, algún trauma debían tener, un complejo, no sé, que por momentos sintieran ansiedad, miedo, nerviosismo, acelere, y como todo esto tiene un punto de partida inventé que Romeo le tenía miedo a los equinos desde que un día se cayó de los caballitos de la feria de Verona, que Julieta no soportaba el cilantro ni la cebolla porque su padre fue atropellado después de estacionar el automóvil cuando toda la familia se disponía a comer tacos, que Romeo tendría una aversión a las escaleras eléctricas que él no había podido explicarse hasta que alguien le recordó que su madre había muerto en unas escaleras eléctricas durante una balacera en un centro comercial, y que además Julieta se habría sentido vacía toda su vida por la muerte de una hermana gemela durante el parto. A partir de ese momento los personajes tendrían de qué platicar y dejarían de mirarse como idiotas durante el resto de su vida en la que fueran muy felices. La historia ya marchaba muy bien, ambos tenían complejos y traumas, y éstos no desaparecían al conocerse, enamorarse y casarse, y ya hasta tenía yo arreglada la primera discusión conyugal, cuando Romeo tuviera un impulsivo antojo por los tacos al pastor y Julieta no sólo se negara a acompañarlo, sino que luego no le dirigiera la palabra durante una semana debido a que él finalmente fuera a comer sus tacos al pastor y ella sufriera un ataque de angustia.

La verdad es que revisé mis apuntes y la historia seguía sin convencerme, necesitaba mucha más tensión, una infidelidad o algo así, entonces anoté que Romeo se volvería alcohólico, que pasaría todas sus tardes jugando dominó en alguna cantina de los barrios bajos de Verona y que Julieta tendría una amante en algún momento de su vida. Pensé incluso que entre las constantes borracheras de Romeo y las tendencias lésbicas de Julieta uno terminaría por matar al otro, quizá Julieta a Romeo, pero me pareció que la historia ya se estaba desvirtuando demasiado, que la idea de que vivieran felices para siempre estaba siendo tirada a la basura y que por consecuencia estaba ya inventando otro relato muy distinto del original.

Para volver al romanticismo que le quise dar a la primera versión de la historia discurrí que Julieta sería una extraordinaria pintora, que plasmaría los paisajes más bellos de este mundo y que pasaría sus tardes sentada frente a un lienzo y con una paleta llena de óleos de distintos colores. Ahora tenía que equilibrar la sensibilidad artística de Julieta con la de Romeo, quien le construiría hermosos versos con una métrica perfecta y conjugaría en ellos el encanto de los paisajes que Julieta pintara en sus cuadros, los ruidos de la naturaleza y los ojos inigualables de su amada. Sé que para hablar de unos ojos inigualables primero hay que equipararlos con otros, pero en este caso dejé las comparaciones de lado para no desviar demasiado la trama. La historia recuperaba su sentido original, pero para que no se me pasara la mano y volviera a caer en cursilerías inventé que Julieta se arrullaría de vez en vez al escuchar los poemas de Romeo y que él se tropezaría algunas ocasiones con el trípode de Julieta, cuando llegara borracho, y que destruiría así ciertos cuadros pintados por su amada, por pura coincidencia los más feos.

La historia parecía, por fin, completa, así que me di a la tarea de escribirla con sumo cuidado, como si se tratara de mi obra maestra. Cuando iba por la mitad empecé a dudar de cuál sería el final, y definí dos alternativas, la primera de ellas era detallar la vida del matrimonio Montaño Capulín hasta que uno de los dos muriera, y hasta escribí la escena final, Romeo, con una cerveza Corona en la mano, le diría a Julieta en el momento en que ella saliera a hacer un mandado, Si no te molesta, tráeme el periódico cuando vuelvas, pero Julieta no volvería nunca más, Romeo moriría de inanición en medio de la espera de El Sol de Verona, y Julieta sería encontrada años más tarde pidiendo limosna en las afueras de una estación del metro. La otra alternativa implicaba sacrificar algunos de los pasajes que llevaba más adelantados, porque dejaría yo de tocar el tema de la vida conyugal y el final sería precisamente el día la boda. Me incliné por la segunda opción y tuve que regresar bastante en mis anotaciones, porque las cuestiones del alcoholismo de Romeo, las tendencias lésbicas de Julieta, sus aficiones por la poesía y la pintura, carecían de sentido en el contexto que las había concebido, pero podían ser retomadas de otra forma, considerando un periodo de unión libre entre ambos protagonistas, con el objeto de que los dos se conocieran mejor. Claro, yo sabía muy bien que si Julieta se acostaba con Romeo antes de la boda no tendría sentido que hubiera una ceremonia con la novia vestida de blanco, así que aquí las tendencias lésbicas de Julieta encajaron a la perfección, porque Romeo aceptaría que mientras vivieran en unión libre durmieran en cuartos separados y Julieta tuviera una amante que le procurara placer sin despojarla de su virginidad y Romeo se satisfaría solo, viéndolas por la cerradura de una puerta.

Cuando estaba por empezar a escribir el final de la historia, o sea, la boda de Romeo y Julieta, me di cuenta de que mi relato no sería nada si no violaban a Julieta la noche anterior, si no desgarraban su himen con un ímpetu que Romeo jamás tendría, ni siquiera tomando vitaminas, si no mordían sus pechos con el desenfreno del que un personaje heroico y galán como Romeo nunca padecería, y por supuesto, después de todo eso Julieta se quedaría añorando los brazos del violador. Ahora bien, siendo tan bella nuestra Julieta no era nada fácil encontrar un abusador a su altura, porque no bastaba con decir que tenía brazos fuertes, ni que medía dos metros de estatura y veinte centímetros de no sé qué, ni que era moreno o rubio, ni que había estado en la cárcel tres veces por el delito de estupro. No, el personaje carecería del matiz necesario para provocar el desenlace si no era alguien muy especial. Pensé en recurrir a algún hombre famoso y al primero que consideré fue a Adolfo Hitler, hasta que me dijeron que era capado, luego opté por Winston Churchill, puesto que tenía todas las cualidades que yo buscaba, pero las fechas no me coincidían, necesitaba un personaje más actual, como William Clinton. De hecho, Clinton era el candidato ideal para violar a Julieta en mi historia, guapo, muy buen político, con trascendencia para la humanidad y con desenfrenos sexuales poco controlables, es más, ni siquiera era necesario que Julieta hablara ingles, porque en una violación la víctima no tiene que hablar el mismo idioma del victimario, y usualmente sólo debe gritar la palabra No una decena de veces antes de soltar un grito doloroso y un llanto incontrolable.

La escena de la violación ocurría, en mis primeros apuntes, cuando Julieta se asomaba al balcón la noche previa a la boda y respiraba aire fresco con singular alegría, por la ilusión que le daban los acontecimientos de la mañana siguiente, y con plena conciencia de que era su última noche como virgen, entonces la protagonista miraría la luna creciente, los destellos del firmamento, aspiraría el olor nocturno de las flores, y de pronto se sobresaltaría por la inesperada presencia de un hombre desconocido, William Clinton, sostenido apenas por sus uñas entre la herrería sofisticada del balcón, Quién es usted, váyase, le diría Julieta sobresaltada, respirando con dificultad, temblando, pero sin fuerzas para gritar, entonces él, sin mencionar su nombre, la metería a la recámara y le arrancaría el camisón de un solo movimiento, sin que ella pudiera detenerlo, sin que supiera qué hacer salvo cubrirse con sus delicadas manos, la derecha sobre la región púbica y la izquierda tapando los senos con la ayuda de su brazo, mientras el violador, o sea, el presidente de los Estados Unidos de América, empezaría a mordisquear el cuello, a sobar las nalgas, a recorrer con su boca el delicioso cuerpo de Julieta, antes de que ella comenzara a excitarse en medio del terror y de que él la empujara hacia la cama para continuar la profanación de la protagonista. Aquí tuve un problema terrible, cuando empecé a desarrollar las descripciones de Julieta me fascinó el personaje, sus dieciséis años, sus pechos pequeños, firmes y puntiagudos, su delgada cintura, su porte y su estatura, su mirada tierna pero profunda, su pelo lacio, su rostro sin maquillaje, liso, suave, sus labios delgados y muy rojos, sus dientes perfectamente alineados, su sonrisa discreta pero mordaz, la caída de sus caderas, sus pompas duras y pronunciadas, sus piernas largas y bien torneadas, y mientras más la imaginaba más me gustaba, hasta que terminé tan enamorado de Julieta que me dije, Cómo va a ser que la noche previa a la boda Clinton se robe su virginal figura, no es justo, la historia carece de encanto, debo ser yo mismo quien viole a Julieta. Me enamoré tanto del personaje que no me quedó otra opción que violarlo, que meterme en la historia y treparme al balcón de Julieta, que arrancarle yo el camisón, besarle yo el cuello, sobarle yo las nalgas, recorrerla con mi boca y con mi lengua. Me gustó mucho más la idea, Julieta tenía más fuerza ahora que antes, que nunca, era la fantasía del autor y así yo sólo tendría que entregársela a Romeo en señal de rendición, yo, el autor de Julieta, enamorado de ella, para que luego él la tuviera el resto de sus días, y además me lo agradecería, pues a pesar de que me hubiera robado su virginidad, él tendría a la mujer más hermosa del mundo y también Julieta sería muy feliz, porque no quise complicar la historia con terapias después de la violación, ni si quiera con temores el día de la boda, porque sería como echar a perder el enlace conyugal en vez de convertir ese momento en el clímax de la obra. Al llegar a este punto me detuve porque en verdad había encontrado un severo conflicto, pues es cierto que no podía destruir la escena de la boda con una Julieta que temblara todo el tiempo y que durante los abrazos de felicitación diera gritos de terror como si la violación se estuviera repitiendo o como si uno de los invitados estuviera a punto de volver a abusar de ella, aún cuando yo me colara entre los convidados a la boda, pero si Julieta seguía como si nada el cuento hubiera carecido de credibilidad, y no era eso lo que yo quería.

Pensé en quitar lo de la violación, pero estaba convencido de que le daba fuerza a la historia, así que sólo atrasé la boda tres semanas, de tal suerte que Julieta pudiera acudir a seis sesiones con un siquiatra, dos por semana, y recuperarse del trauma. Ahora bien, para calcular la fecha exacta del matrimonio consideré que para ser perfecta no podía coincidir con la semana en que la novia tuviera su periodo, porque la noche de bodas se echaría a perder, y yo quería cerrar la historia precisamente con esa escena, entonces consideré la semana posterior, sólo que haciendo cuentas la violación hubiera ocurrido en los días de mayor fertilidad para Julieta, lo que incrementaría las probabilidades de embarazo, así que me preguntaba si eso era lo que yo estaba deseando escribir, que la novia se casara embarazada de un hombre distinto al protagonista. Podía yo haber cambiado las fechas para resolver un conflicto aparentemente irrelevante, pero sí era relevante para mí porque se trataba de mi hijo, si hubiera sido un hijo de Clinton no me hubiera importado que no naciera y que yo moviera las fechas así nada más, pero como se trataba de mi primogénito yo no me sentía con la capacidad suficiente para ajustar las cosas así por que sí, pues ese niño ya había sido concebido y el autor era responsable de esa concepción, hubiera sido como abortarlo, y si alguien debía morir no podía ser el niño, ni Julieta por llevarlo en su vientre, y yo tampoco podía quitarme la vida en la historia, Quién la terminaría, me decía a mí mismo, pero la boda con Romeo se antojaba ya imposible, y por lo tanto, el único que podía, y debía, morir era el propio Romeo. Muerto Romeo, independientemente de la forma que falleciera, pues aún no la había decidido, había que hacer algunos pequeños ajustes en la trama, que me costaron algo de trabajo, pero a fin de cuentas eran muy congruentes con la historia original, y yo quedé convencido de que mi cuento sería todo un éxito.

La historia quedó de la siguiente manera. Un día antes de la fiesta en la que Romeo y Julieta debieran conocerse, el autor se presentaría en casa de Romeo con una pistola damasquinada en plata y lo mataría de un solo disparo en la sien, luego repetiría un trabalenguas para asegurarse de que mantuviera la calma en el camino de regreso a su departamento, donde descansaría unas horas, y más tarde se prepararía para el convite en el que conociera a Julieta. Ya en la fiesta, el autor y Julieta se mirarían y se enamorarían de inmediato y poco tiempo después anunciarían su boda y la historia terminaría con la ceremonia conyugal, pero dejando entrever una absoluta felicidad los siguientes siglos. Una vez decidida la trama definitiva concluí que ya no debía modificarla sino empezar a redactar y a enriquecer la historia con descripciones detalladas de los hermosos escenarios en los que se desarrollara, los colores del cielo, el agua de la fuente, los sabores de los bocadillos de la fiesta en que los protagonistas se conocieran y luego los de la boda, que serían mucho más deliciosos que los primeros gracias a la felicidad que Julieta y el autor emanarían, y todos los que los vieran sentirían una dicha inmensa, pero en este caso tendría yo que ser muy descriptivo, con las formas de las sonrisas, los brincos y otras expresiones, como manos derechas levantadas y agitándose, para contagiar a los lectores la alegría de mis protagonistas, la fuerza de su amor y el ambiente de alrededor, la música, las luces, los olores, los vestidos, el porte de Julieta, su belleza, la elegancia de su creador. Por último, la historia terminaría con la escena de la violación y el embarazo de Julieta, pero esta vez sería una violación concertada, aunque en sentido estricto no desvariara de la original, con la protagonista disfrutando de su última noche virginal y el autor trepando al balcón por el alféizar de la ventana de abajo, y cuando ella ya lo sintiera cerca preguntaría Quién es usted, a lo que su creador contestaría Yo soy el que soy, y luego metería a Julieta a la recámara y en un solo movimiento la despojaría del camisón, y ella se taparía por la timidez que le provocara estar desnuda por primera ocasión delante de un hombre, y él la besaría y la sobaría hasta que ella se relajara y se acostarían sobre la cama y él arremetería con fuerza contra el cuerpo de Julieta para que ella jamás olvidara ese momento tan intenso en que concebirían a su primogénito, quien debería regir a la humanidad mientras todos vivieran muy felices, por siempre y siempre.

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