lunes, 3 de marzo de 2008

Aferraciones

Tendría unos 15 años. Habíamos ido, mi madre, mi hermana y yo, a una kermés en un convento. Mi mamá estaba ayudando, como siempre, a las monjas. Nosotros tal vez también ayudábamos. No lo recuerdo. Alguna señora trató de hacerme la plática. Yo respondí con monosílabos. No me agradaba estar allí. Pero allí estaba. Por la tarde comenzó a llover. A cántaros. No sé dónde estaba parado. Pero la lluvia caía muy cerca de mí, que me hallaba resguardado. Y detrás de la lluvia, también resguardada, estaba la primera aferración. Tal vez tendría mi edad. Tal vez un año menos. Su pelo era muy lacio y por la posición de su cabeza caía en forma vertical. Parecía parte de la lluvia. Una lluvia excelsa. Pero su imagen era borrosa. La lluvia la difuminaba. Aberrante. Pero me aferraba a su imagen días después. Surgió así la primera aferración. Por entonces estudiaba guitarra. Toqué la cuerda más aguda. Mi. Luego el armónico del duodécimo traste. Después el del séptimo. Finalmente presioné el Sol bemol del decimocuarto traste. Una música constante para la improvisación. Cuatro notas se repetían incesante pero lentamente. Luego improvisaba y regresaba las cuatro notas. Era sólo un juego. La primera de las aferraciones. La aferración más aferrada. La música se quedó grabada en mí. Regresa en cada etapa de mi vida. En cada etapa de transición. Es una oda a la belleza. La belleza fantasma. La que no puedes asir. Te aferras a ella en la memoria. Aberrante. Aferrante ...

No hay comentarios: