Dice Eduardo Iglesias, en su novela Por las rutas los viajeros, que "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven". La novela trata de dos personajes que deciden recorrer España, cada quien por sus propias razones. Uno de ellos es periodista y está preparando un reportaje sobre vagabundos, mientras que el otro es el personaje fundamental de la trama, un hombre que acaba de perder a su novia y decide viajar sin rumbo, sin ningún miedo a nada, ni a la muerte. La frase inicial es la que acabo de citar: "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven"; también es la frase final.
Menciono esto por un lado porque tengo una afición, que es salir solo a carretera y dejar que los caminos me lleven, y por ello el libro que comento me fascinó. Recuerdo haberlo leído precisamente en un viaje. Sin embargo, y por otro lado, menciono que lo compré porque la portada me persuadió: es un mapa de carreteras de España, del que se levantan algunos señalamientos que representan todo tipo de percances. Si alguien quiere venderme algo, basta con que le ponga un mapa en la envoltura para que yo lo compre, ya sea de ciudades, de carreteras o de trenes.
Esta afición por los mapas, en la que sin embargo no he invertido mucho, me viene desde niño, cuando me compraron mi primer atlas. Recuerdo haber pasado muchas horas, tanto de niño como de adulto, viendo todo tipo de mapas. A nivel individual soy uno de los mejores clientes de la Guía Roji y me gusta ubicar las avenidas de zonas que no conozco. A menudo saco de quicio a las personas que me acompañan en un viaje porque no me gusta preguntar dónde están los sitios que buscamos, me gusta descubrirlos.
No he viajado tanto como parecería por estas líneas, pero lo que he viajado simboliza mucho lo que es mi vida, es vivir a prisa y desear que el camino se acabe lo más pronto posible, para buscar otro camino. Así como Jaime Sabines decía en Los amorosos que el amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro; creo que para los viajeros, un viaje es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente el otro, el otro. Queremos salir a carretera, pero cuando salimos queremos que la carretera se acabe, para que luego venga la otra, la otra.
Cuando era niño me aprendí todas las estaciones del metro, y hoy día aún recuerdo la mayoría de las existentes. Todavía no acababa la primaria y me escapaba para conocer las líneas de terminal a terminal. Poco a poco empecé a darme cuenta de cuáles eran las posibles soluciones para el transporte de la capital, y tanto lo soñé, que acabé trabajando en ello.
Ver un mapa, o dibujar un mapa de algo que todavía no existe, ha sido dejar que el cuerpo se paralice, que sólo los ojos miren y que quizá un dedo trace líneas imaginarias, o un lápiz ponga los nombres de estaciones que no se han construido. Pero también es una manera de transportarse al lugar, de viajar en el tren, en el coche, en el aire y ser parte del futuro que quizá no llegue.
La vida es así y no es así. Vivimos mirando planos que habrán de construirse sin que se construyan. La casa. Los hijos. Los viajes. Nada. Quizá sólo tengamos perro y no viajes. Quizá sólo haya viajes y no esposa. Quizá la oficina no será como la soñamos, pero en el mapa sí lo era así. La vida es un mapa. Sí, la vida es un mapa que miramos, y sin conocer qué hay allí, imaginamos cómo será. Detenemos las manecillas y nos transportamos, y entonces decimos "El que ha sentido el olor de la sangre no conduce, quiere que los caminos le lleven".
lunes, 10 de marzo de 2008
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