Una revuelta se produce con la ira de miles de personas.
En cambio la ira de una sola puede ser ridícula.
Aún así, quienes tenemos dificulatad para controlar el carácter de vez en cuando estallamos, a veces por las cosas más risibles.
He notado que esto me sucede cuando estoy próximo a llegar a casa, es más en el último kilómetro. Llego molesto por el tráfico, me altera mucho más cada estorbo en los últimos metros que aquellos en el camino.
No sé por qué ocurre, tal vez estoy desesperado por quitarme los zapatos, los calcetines, por sentir mis pies liberados, por acostarme un rato, por descansar unas horas, por escribir algo, por leer, por ordenar, por cenar.
Cada día de regreso a casa implica luchar contra miles de vehículos en un trayecto de hasta 90 minutos. Cada mañana es lo mismo, pero me altera más el camino de regreso.
La última furia que recuerdo fue hace unas horas, un automovilista no se movió cuando el semáforo marcó la vuelta. La falta de reacción de algunos puede generar retrasos adicionales. El insulto, el claxon, las luces. Aún así no se mueve.
Yo no lucho contra los molinos de viento. Lucho contra los demás autos. Me encantaría hacer un símil contemporáneo y urbano del Quijote. Ya sé quién sería mi Dulcinea del Toboso, sin duda no una princesa salida de las mejores colonias, sino una idealizada campesina urbana, habitante no de un castillo, sino de una casa en alguna colonia escondida de mi metrópoli, con el carácter dominante que Cervantes atribuye a Aldonza de Lorenzo. Pero no tengo tiempo de estudiar el Quijote y reinventarlo en nuestros días, así que debo todos los días en convertirme en ese protagonista loquito, mentando madres, mostrando un solo dedo de la mano, tocando el claxon, luchando carro a carro, por el espacio hacia donde debo avanzar.
miércoles, 28 de mayo de 2008
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