Tocaba una especie de flauta, y una batería, y unos acordes de sintetizador. Estaba yo allí enfrente. Mi alma había decidido purificarse. La luz me incomodaba. Era tiempo para una simple vela. Un grito que se fuera abandonando. Lounge. Yo. Una decisión flotando. Qué malditas son las decisiones. Qué benditas son. Uno puede decidir cualquier cosa. La realidad manda. No la quiero ver nunca más pero cuál es su teléfono. Este trabajo me fastidia pero ya viene la quincena, el préstamo, el aguinaldo, el reparto de utilidades. Ya no aguanto a mis vecinos pero qué caras están las rentas. Tomo un trago y mantengo mi decisión más firme que nunca. La abrazo. Me pregunto hasta cuándo estará conmigo, hasta cuándo la rutina me vencerá.
Ah que puta rutina. Bebo otro trago. Cojo otra vieja. Me hago otra chaqueta. Me saco un moco y me tiro un pedo.
Las rutinas son más poderosas que las decisiones. Una sola rutina basta. Ninguna decisión es suficiente, y si lo es entonces ya soy un necio, cerrado, empedernido, incapaz de mirar a los lados. ¿Existen los términos medios? Quizá sí, pero no cuando hay decisiones. Las decisiones son para cumplirse o para desecharse pronto. Las tentaciones son permanentes. ¿Qué no es como la música lounge?
El lounge está para repetir los ritmos hasta que sin darte cuenta te cambien la canción, la batería dejó de sonar y ni lo percibiste, ¿a poco hubo flauta en este disco? ¿y una voz perdida? Sí, el lounge me recuerda las rutinas, pero más aún las tentaciones para quebrar mis decisiones.
miércoles, 14 de mayo de 2008
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