Debí haberlo supuesto desde el primer fin de semana que salimos de viaje. Al cabo de 36 horas de haber estado conviviendo con sus amigos, mi novia me reclamó que tendiera a separarme del grupo, a aislarme, como menospreciándolos. El reclamo era estúpido, pero en una relación que comenzaba a consolidarse lo tomé como un ejercicio de tolerancia el no decir nada. Yo me había separado del grupo cuando llegamos a la casa, para dormir unos minutos, y posteriormente cuando fui a preparar el coche para que allí escondiéramos el pastel de mi novia -era su cumpleaños- que no sabía que en ese momento una de sus amigas la distraía y otra lo compraba. Solamente fue eso.
Al llegar a Buenos Aires no tardé en dar con la prueba contundente de que esa relación estaba condenada al fracaso. Entramos a una tienda de discos, una de esas tiendas extraordinarias donde uno encuentra los discos que no hallará en ninguna otra parte. Yo seleccioné puros álbumes de electrotango. Ella se compró un disco de Diego Arjona, que más tarde intentó poner en casa de mi hermana y ella le dijo "aquí no se oye Arjona".
Días más tarde fuimos a otra tienda de discos, en la calle de Corrientes y Callao, Zivals, una de las mejores tiendas de discos que he conocido, tal vez la mejor. Llena de electrotango. Ella ya no tenía dinero. Qué salvación.
jueves, 28 de agosto de 2008
Si quieres conocer a Andrés, viaja con él un mes
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