martes, 26 de agosto de 2008

Te mueves muy raro

Diana y yo nos habíamos estado frecuentando en las últimas semanas, incluso habíamos ido a cenar ya con algún coqueteo pero no pasó nada más. De pronto tuve la oportunidad de acudir a un evento -llegaba la Reina de Dinamarca- y la convoqué de una manera intencionalmente informal, pues dudaba de ir con ella, ir, o ir solo. ¿Me estás invitando? -preguntó- Sí, ¿quieres venir conmigo a la presentación de una película a la que acudirá la Reina de Dinamarca? Accedió, y accedió también a acercarse a la zona, pues yo no tendría tiempo de pasar por ella.
Salí de trabajar y me comuniqué con ella para ver si prefería que estacionáramos un vehículo y así fue, decidimos estacionar el mío. Se quedó en una tienda cuyo estacionamiento estaría abierto cuando terminara el evento. Sin embargo, ya no pudimos entrar a la película pues estaba abarrotada. Decidimos ir a cenar y cuando terminamos me llevó por mi auto, pero no pudimos acceder a él, era demasiado tarde. Se ofreció a llevarme a casa.
En el camino le propuse que se quedara a dormir y al día siguiente temprano me acercara a algún metro. Ya estando en casa le pregunté si quería dormir en el cuarto de visitas o prefería dormir conmigo. Le propuse que durmiera conmigo y aceptó. Le presté una playera y ambos dormimos con calzón y playera.
Mi intención realmente era no tocarla, pero conforme avanzó la madrugada cambié de opinión. Tuve la oportunidad de empezar a acariciar sus senos y cuando sentí erguidos los pezones decidí acercarme, levantar un poco la playera y besarlos, cuando hice esto ella comenzó a despertar. Nos besamos, igual que ya lo había hecho en el lugar donde cenamos, pero esta vez con sus senos controlados por mis manos. Hace mucho calor -dijo- y se quitó la playera. Estuve a punto de penetrarla sin condón, pues a penas si me permitió alejarme de ella y alcanzar uno del cajón.
Las formas en que se dio fueron tan excitantes que disfruté lo que pasó. La invité a cenar a la casa para el viernes. Pasé por ella y llegamos a preparar algo de botana y abrí una botella de vino. No era de las mejores que tengo, podría decir que estaba bueno a secas. Ella, no obstante, hacía gestos tan exagerados que me empezó a desesperar -reconozco que a veces tengo actitudes demasiado austeras, pues me siento tan en medio de todo que precisamente le huyo a la exageración-.
Cuando acabamos el vino comenzamos a besarnos y a provocarnos. La ausencia de cortinas en mi sala la intimidó y me pidió pasar a la recámara -segundo tache, después del gesto exagerado por el vino, pues casi todas aceptan, entrada la madrugada, tener relaciones en la sala, y poco les importa estar desnudas frente al transitar continuo de vehículos-.
Ya en la recámara la penetré -esta vez ganó y no alcancé el cajón-. En algún momento le dije Te mueves muy raro. Fue lo más elegante que atiné decir a alguien que simplemente no se movía. Al principio la tenía encima y conforme avanzó el coito tuve que cambiar de posición para no sentir que estaba practicando la necrofilia. Ella estaba debajo de mí y sólo alcancé a atinar una pregunta ¿Tomas pastillas? que en principio no contestó y cuando la reiteré dijo un discreto sí.
Un mes después sólo recibí una mensaje de celular en el que me saludaba. Me sentí tranquilo, temía un mensaje con otra noticia. Se lo contesté pero no la volví a buscar. Me dio algo de remordimiento pues era agradable y guapa -aunque se veía mayor que yo, y eso es algo que me cuesta trabajo aceptar-. La volví a ver cuando coincidimos en una reunión del amigo por quien la conocí. Su mirada expresaba algún reclamo, que aún así preferí no atender con una llamada los días posteriores.
En este momento me interrogo sobre qué le diría si me atreviera a llamar.

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