En la vorágine de probar y probar sabores ya nada sabe igual. Las delicias que algún tiempo me parecieron irresistibles, hoy son banales y desplacientes.
De niño gozaba preparar unos hielos con limón, salsas y especias. Saboreaba los hielos conforme se deshacían en los sabores ácidos, picantes y salados de mi preparación. Lo mismo hacía con el jugo de tomate. Al cabo del tiempo me siguen gustando esos sabores, pero ya no los busco con la insistencia que en su momento me dominó.
Antes decía que mi sopa favorita era el caldo de pollo sin pollo, con limón y arroz. Ya ese no me llama la atención. Me gusta el caldo polaco de betabel. Me gusta el caldo de camarón. No me gusta pelar los camarones. Me gusta la crema fría de aguacate, pero como la hacen en casa, no en Los Cilantros.
El primer viaje a Europa fue durmiendo en hostales, el segundo en hoteles baratos pero cuarto individual, el tercero fue en hoteles elegantes. Mi entusiasmo se pierde.
La primera vez que me acosté con alguien tuve una erección después de terminar. La primera vez que lo hice con quien más he deseado sólo soporté tres vaivenes antes de dejar todo mi deseo dentro de ella. Pasaron los años y la seguía deseando. Hasta que dejó de ser sólo mía y perdí el deseo.
Los sabores se me esfuman de los labios, de la lengua, del cuerpo. Y sin embargo, heme aquí deseando saborearte, deseando que cada día te desee más y no menos, que seas mi plato favorito, pero tal vez no lo seas siempre, sólo puedo decirte que como alguna vez saboreé unos hielos con una extraña salsa, así morderé tu cuello, buscando en él, todos los sabores que he deseado en mi vida.
lunes, 21 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario