jueves, 3 de julio de 2008

La licuadora (versión 2008)

Algunos me han criticado por guardar la licuadora en un librero. Yo no veo cuál es el problema. El librero tiene entrepaños anchos en los que caben bien tanto la licuadora, como su vaso. ¿Dónde más podría poner la licuadora? ¿En la cocina? Vamos, para que cupiera en la cocina necesitaría una mesa en donde permanentemente estuviera la licuadora. En cambio, en el librero, se convierte en una licuadora itinerante: cuando la necesito la llevo a la cocina y la conecto. Además, como tiene un cable muy corto, no puedo conectarla en cualquier lado. Incluso, es poco recomendable que use la estufa mientras licúo algo porque el único lugar fijo en donde he podido poner la licuadora, en virtud de la posición del contacto más cercano, es justo a un lado de la estufa, y el cable tiene que pasar junto a las dos hornillas frontales. El problema del cable no es tan grave, porque existen las extensiones, pero según mis críticos lo que sí es grave es el hecho de que yo ponga la licuadora en un lugar destinado para los libros. La verdad es que por un lado yo no he querido mandar a hacer un mueble para la cocina en el que yo pueda acomodar la licuadora porque esa es una decisión que pienso tomar con Maya, pues si yo lo mandara a hacer, lo más seguro es que cuando llegara ella diría que el mueble es poco funcional y menos estético aún. Por otro lado, si yo pongo la licuadora junto a los libros guardo las esperanzas de que la cultura me llegue por ósmosis, ya que la ósmosis sólo aplica con líquidos y con gases, no con sólidos porque los sólidos no pueden absorberse por los poros si no pasan a un estado digamos más blando. Claro, yo sé que es un absurdo licuar la cultura, porque si alguna vez metiera un libro en la licuadora, lo más seguro es que se descompusiera, pero si esto no sucede encontraría simples papelitos que en el mejor de los casos alcanzarían a articular una sílaba, y en alguno que otro habría letras sueltas, y cuando las letras están sueltas pues como que ya no hay cultura ni nada. Es como si tocara una sola nota, con todo y orquesta, pero una sola nota, de qué me sirve decir que fue Wagner o Maya quien puso esa nota en la partitura o que Octavio Paz escribió la letra que yo molí en la licuadora que está en el librero, un día en que estaba esperando que Maya llamara, aunque fuera por cobrar, y que yo deambulaba de un lado a otro, dejando algún caminito marcado en la alfombra de tanto ir y venir, sin ton ni son, con la licuadora en el librero y yo acercándome a presionar los botones, aunque estuviera desconectada, aunque no le hubiera introducido ni un libro, ni un plátano, ni un tomate al vaso, ni tampoco sonara el teléfono, porque tal vez Maya ni siquiera lo hubiera conservado porque para qué lo iba a conservar si probablemente yo no tenía nada de extraordinario. Incluso, tal vez ni siquiera sospechara que yo tengo la licuadora en un librero, ni que pensara que yo planeaba prepararle algún licuadito por la mañana luego de que se quedara a dormir conmigo, o que allí prepararía la salsa para las quesadillas de esa misma noche en que hiciéramos el amor por primera vez y que después me aprestaría a levantar y limpiar todo, y luego acomodar la licuadora en el librero y mirarla allí ansiosa de licuar mi corazón, mi alma y todo para que cuando Maya llegara pudiera tomarse un trago de mí y decir ¡Salud! conmigo dentro, recorriéndola completamente, hasta que me sudara por completo, y así oliera a mí y que mi olor se le quedara impregnado, y por donde caminara fuera cargando una parte de mí, y tomara la licuadora del librero y la acomodara en la cocina, en el mueble que entre los dos hubiéramos diseñado, y allí le pusiera una extensión y la conectara y se licuara ella misma y yo la bebiera y la sintiera tan mía, como hoy siento a la licuadora que está en el librero y que nada más esta allí puesta, esperando que un día llegue Maya y la cambie de lugar.

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