sábado, 12 de abril de 2008

Demasiado, carajo

No sé en qué momento se encendió la vela, pero estaba encendida, su lumbre alumbraba todo, alumbraba alrededor, alumbraba la obscuridad de nuestros corazones. La cera escurría, las figuritas de tamaño humano se deformaban conforme el calor iba derritiéndolas, desde la boca hasta los pies. Esos labios, carajo, esos labios, esos labios que se derretían sin que nosotros pudiéramos derretirnos. Tanto tiempo, carajo, tanto tiempo, tanto tiempo que estuvieron separados para en un solo instante unirse, encenderse, derretirse, fundirse … Y las maletas, carajo, y las maletas por allá, carajo, por allá, por qué no cuidan las maletas, por qué las decenas de personas que los están viendo, carajo, por qué las decenas de personas que los estamos viendo somos las que hemos de cuidarlas, si somos las que deseamos vivir lo que ellos viven, somos las que deseamos que el reloj se detenga desde el momento en que sus labios se unen hasta que se separan, un solo instante, eterno, siempre eterno, tan eterno como el siempre y que dure tanto para los de afuera, carajo, para los que los miramos, para los que tenemos que cuidar las maletas mientras él le da la bienvenida y ella termina de llegar, de pasar la aduana, de salir con su equipaje (dentro viene una corbata para él, un pisapapeles, una cucharita con el escudo de armas de no sé qué ciudad, una servilleta con un castillo impreso y una playera con un río y un puente), pero ella no lo recuerda, carajo, en serio no lo recuerda, porque en ese momento siente, siente los brazos que la rodean, siente sus labios, siente el esfuerzo de sus pies para elevar un poco su estatura, siente el movimiento de un pene sobre su vientre, siente que sus pechos se erizan al sentirlo a él, pero no siente que la miramos, no siente que cuidamos sus maletas y cuidamos los obsequios que no nos trajo, cuidamos y los cuidamos, los envidiamos, carajo, los envidiamos, prolongamos la espera de un familiar, de un amigo, de un amor, de un colega, prolongamos la larga espera en esa sala de espera frente a esas puertas de la espera, que se abren y se cierran, mientras ellos se besan. Son el beso más infinito, no por lo largo ni por el tamaño de sus bocas, sino porque nos contagia. No es el rostro de ella, que casi derrama lágrimas, ni el de él, que se ve débil, sumiso no ante ella sino ante un amor que lo vence, son los de ambos, carajo, rostros que parecieran haber esperado toda la vida para verse como se ven, enamorados, más que enamorados, como velas humanas, chorreando parafina dulce, ¡extraña parafina! pero la distancia fue eterna, duró el límite de la existencia, un poco más y ella habría muerto, un poco más y él habría enloquecido, pero los labios se unieron en el instante exacto, los labios se deformaron en la misma forma, los de arriba hacia atrás, los de abajo hacia abajo, los dientes presionándose, las narices compenetrándose como si fuesen gases, los ojos cerrados, cuatro ojos cerrados, pero decenas, tal vez cientos, abiertos, mirándolos, sin poder cuidar bien a bien la llegada de la persona que esperamos, sabiendo que no puede llegar en ese momento, pues el universo se detuvo, sólo ellos deciden cuándo ha de continuar su rumbo, sólo ellos, carajo, sólo ellos, y nosotros observamos, queremos sentir su amor pero no podemos, demasiado tarde para algunos, demasiado temprano para otros, demasiado distante, demasiado ajeno, o simplemente demasiado, carajo, demasiado para todos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo quiero un beso así, en elq ue nohaya nada mas y sea el momento exacto...