No sé de dónde saqué la fuerza, pero subí el colchón dos pisos. Los de la tienda llegaron cuando yo no estaba así que lo dejaron a la entrada, en la cochera. Yo lo metí e intenté subirlo, lo fui rodando pero antes de diez escalones había una curva de 90 grados que me venció en varias ocasiones. Con ese peso encima me seguí esforzando y con estrategia fui aprovechando la fuerza de gravedad que me vencía para que el colchón pudiera dar la vuelta, y aunque era demasiado grande y yo estaba solo haciendo esa labor titánica, logré después de algunos intentos. Cuando llegué a la estancia tuve la tentación de dejarlo allí, y dormir en él, entre la sala y el comedor, que entonces estaban vacías. Sería mi primera noche en casa. Por alguna razón yo deseaba dormir en mi recámara. Decidí seguir luchando y pensé que lo que faltaba sería más fácil. No fue así, la mitad de la segunda escalera estaba en una dirección y la otra mitad en otra, así que el giro de 180 grados se veía cercano a imposible, cuando lo empecé a intentar. Estuve muchos más minutos dedicado a ese giro que a cualquier otro esfuerzo posterior o anterior con el colchón. La opción no fue subir cada escalón sino recargar el colchón en el barandal para que al brincarlo pudiera superar el escollo. El momento en que la mayor parte del peso del colchón estuvo en la parte alta había vencido una etapa del reto. Luego vino la etapa final, ya sin fuerzas. La logré no sé cómo. Y un último esfuerzo, ya en el segundo piso, por meter el colchón a la recámara. Una vez que estuvo en el suelo, me quité la ropa, apagué la luz y dormí.
Después vinieron los demás esfuerzos, primero con quien entonces era mi novia y con quien había perdido la pasión. Luego con quien intermitentemente era mi amante, permanentemente mi pasión, y posteriormente mi vida. Luego la ruptura y muchas más.
El capricho de un día, de dormir mi primera noche en casa, implicó un sacrificio tan grande sobre algo tan simbólico, que terminó por darme muchos trofeos.
Una vez llena la sala de trofeos no sé qué sigue. Ser un escritor ignoto no es un trofeo. Ser un político sin huestes no es un trofeo. Ser egoísta y mal amigo tampoco lo es. Ser una persona que vive más en la cabeza que en la realidad, menos. ¿Qué sigue?
No lo sé.
viernes, 18 de abril de 2008
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1 comentario:
Paso a paso... ya estás mejor que antes... starás aún ejor, seguro.
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