Todo empieza y acaba en la misma calle, en el momento en que empieza y acaba la suerte, la suerte de verme y la suerte de verte, la suerte de verlos y vernos, como somos y como pensamos que somos. Yo tengo buena suerte, por lo general, pero he tenido rachas de mala suerte y de una suerte sorprendente, y hay quienes toda su vida atraen la buena o la mala suerte, quienes todos los días caen en un hoyo, se les descompone el auto o se les rompe un vaso, y otros que se encuentran dinero en la calle, lugar para estacionarse, su dulce favorito en oferta y uno que otro premio en la lotería. Todo es un golpe de suerte y un punto de vista.
Nos encontramos tres personajes en un mismo punto y nos alejamos a la misma velocidad con la que habíamos llegado a ese punto. Uno tiene mala suerte, al menos para esta ocasión, otro tiene buena suerte, también al menos para esta ocasión, y otro es el portador de la buena o mala suerte. Este último se llama como no importa que se llame, porque es nadie, porque no se ha bañado en lo que va del año ni se bañará en lo que resta, porque vive de lo que cae en sus manos todos los días, lava parabrisas, come frío y aspira cemento, pero eso no importa pues no tiene ni buena ni mala suerte, acaso tiene suerte, un automovilista que le da cinco pesos y otro que no le da las gracias, uno que le pide que limpie el vidrio de atrás y otro que pone los limpiadores en cuando salta el chorro de agua jabonosa. Eso es casi adolecer de suerte pero traer la suerte.
Uno de los dos personajes, el que tiene mala suerte, sea el otro o yo, eso no importa, se aproxima a su casa, y como le ocurre a menudo, ve al lavaparabrisas a lo lejos o a lo cerca, y en este caso se acerca. Lo considera de mal agüero. El otro personaje, el que tiene buena suerte, se aproxima también, pero no piensa si el muchacho sucio tiene suerte, mucho menos si la tiene buena o mala. Lo cierto es que el que tiene mala suerte sabe que algo malo le ocurrirá después de ver al que trae la suerte. El que tiene buena suerte, en cambio, acaba de vivir un hecho fortuito, se encontró al que tiene mala suerte y eso, sin duda, irá acompañado de buena suerte, así que el limpiador de vidrios ha cooperado para el afortunado encuentro entre los hombres de la buena y la mala suerte, así que es un ave de buen y mal agüero, y como tal no se le puede estigmatizar ni alabar, o quizá se le debe y ha de estigmatizar y alabar.
Los tres concurrieron al mismo punto, el de la mala suerte iba hacia el norte o hacia el sur, hacia el este o hacia el oeste, el de la buena suerte venía en sentido opuesto al de la mala, cada uno se dirigía a su destino, y el portador de la suerte se aproximó en forma perpendicular a la ruta de ambos, de tal suerte, que su suerte convergió en el mismo punto, dos de ellos caminando y el tercero agachado para recoger su botella de agua jabonosa.
miércoles, 2 de abril de 2008
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